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jueves, 22 de diciembre de 2016

Ser o No Ser... Marxista

En La Haine se ha publicado este texto que les traemos aquí en aras de generar una reflexión o quizas hasta un debate:


Petri Rekabarren

Nuestro colectivo lleva varios años analizando críticamente la deriva reformista de una parte de la Izquierda Abertzale. Nadie puede acusarnos de no argumentar nuestras advertencias y críticas: muy probablemente seamos el único colectivo que lo estamos realizando sistemáticamente casi desde el inicio del deslizamiento hacia la nada de sectores independentistas. Hemos priorizado la crítica teórica más que la propuesta estrictamente practicista por cuatro razones de peso:

Una, la historia confirma una y mil veces que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, que a lo sumo hay un deambular desorientado, zigzagueante, hacia la integración en el sistema al que se combate. El giro hacia la «normalización social» suele empezar de manera tenue, suave, apenas perceptible excepto para quienes analizan la realidad fijándose en los sutiles detalles teóricos y prácticos. Y siempre empieza ocultándolo a la militancia. Alguien dijo que el diablo se esconde en los detalles. Otra persona insistió en que en los insignificantes matices se esconde la semilla de desarrollos posteriores. Como en todo, la base teórica adquirida te permite fijar la atención en esos indicios invisibles para quienes desprecian el conocimiento teórico. La teoría te avisa, te ahorra tiempo y te evita errores.

Dos, en las condiciones de 2008 en adelante el clima ideológico dominante en la Izquierda Abertzale todavía no era consciente de la magnitud de los cambios mundiales que se estaban precipitando desde hacía dos décadas. No son cambios meramente políticos sino que afectan a la dinámica del capital porque crean nuevas formas y algunos contenidos nuevos. Los documentos oficiales de la Izquierda Abertzale, incluida esta última propuesta de Sortu, han permanecido ciegos, sordos y mudos ante tales cambios, como hemos demostrado al analizar el documento de EH Bildu Denon Herria. Incluso desde antes de 2008 ha primado y prima el politicismo superficial. El último documento de Sortu, del que aquí entresacamos el párrafo definitivo, el que lo sintetiza todo, repite los tópicos al uso del neo reformismo y, como veremos, pone la guinda en la «sopa ecléctica» a no ser que en el debate se gire espectacularmente hacia la izquierda revolucionaria, posibilidad tan remota que la descartamos.

Tres, la descartamos porque la historia de la lucha teórica muestra que la ideología burguesa –una en esencia y múltiple en sus formas–, recupera rápidamente los espacios perdidos ante la conciencia crítica cuando se debilita y desaparece la lucha teórica. Mientras que el capitalismo se embrutece y se afina y perfecciona, a la vez, desaparece la lucha teórica abertzale, tanto más necesaria cuando que es la de un pueblo trabajador nacionalmente oprimido. ¿Qué es la lucha teórica? Simplemente es decir la verdad y argumentarla, como veremos luego. Sin esta lucha permanente la ideología burguesa recupera el poder alienador que tuvo. La importancia de la lucha teórica se multiplica en los periodos de crisis, de transformaciones sociales demoledoras intensas y profundas, como el actual, y más aún cuando esos cambios superan y niegan los simplismos de la «izquierda» desbordada por los acontecimientos.

Y cuatro, en los últimos lustros se han conjugado los cambios sociales, la represión adaptada y mejorada, la deriva reformista y el apagón teórico. Son demasiados golpes en poco tiempo. La psicología humana tiende a buscar dosis de seguridad emocional y una guía cuando, desorientada, es sacudida por terremotos sociales, referenciales y emotivos, como le ha ocurrido y ocurre a buena parte de la militancia abertzale. En ausencia de respuestas claras y propuestas precisas que emergen desde el interior de las masas gracias a la lucha teórica de sus organizaciones revolucionarias, bajo presiones así, la psicología humana tiende a aceptar sin grandes reflexiones las grandilocuentes vaguedades del reformismo que aún no ha aparecido abiertamente como tal, que aún conserva alguna legitimidad de su pasado de gloria revolucionaria. Lo emocional, la afectividad, el mundo subjetivo se vuelven una rémora y se agarran a lo inmóvil cuando solo reciben una única propuesta ambigua e imprecisa y por ello capaz de llenar los vacíos fundamentales durante un tiempo. Es así como se comprende que se desinflen muchos cientos de militantes avezados y formados durante años de lucha heroica, con grandes logros en su haber.

Las cuatro razones básicas expuestas nos llevaron a priorizar la lucha teórica, sabiendo además que dentro de la parte oficial de la Izquierda Abertzale se encrespaban las discusiones al esfumarse las promesas que justificaban tantas dejaciones y abandonos, que fuera de esa oficialidad otros colectivos se autoorganizaban para, con mayor o menor acierto, crear nuevas organizaciones, y que varias movimientos y organizaciones estaban en una reflexión propia o iban a abrir debates congresuales. Los hechos nos han dado la razón por nuestra insistencia en la lucha teórica en su sentido estricto y nos enseñan, nos confirman, que ha llegado el momento de abrir nuestras aportaciones al problema de la organización revolucionaria, como ya habíamos avisado al final de nuestra última entrega dedicada al Lenin Eguna mediante la actualización de las Tesis de abril.

En efecto, si hasta ahora el debate sobre la forma organizativa revoloteaba por entre todos nuestros comentarios y aportaciones, ha llegado el momento de incluirlo como un componente decisivo en cualquier documento: por un lado, porque la posición de Sortu es ya pública y, por otro lado, porque también desde la izquierda se dan pasos en esa dirección fundamental.

En el punto 10 del cuaderno de las Bases Ideológicas que Sortu ha presentado como texto a discutir en un debate ya zanjado con antelación en las cuestiones decisivas, aparece esta propuesta que muy probablemente será aceptada:

    Sortu recoge las experiencias teórico-prácticas de la izquierda y de los movimientos de liberación nacional de todo el mundo y cuenta con el marxismo como uno de los principales métodos de análisis de la realidad social, eso sí, adecuándolo a las condiciones de Euskal Herria, porque lo que Sortu persigue es la construcción del socialismo, no la fidelidad al dogma.

Es revelador que una de las primeras referencias explícitas al marxismo, si no la primera, a lo largo de los documentos oficiales desde hace varios años haya sido ahora para reducirlo a un simple «método de análisis», muy importante, eso se dice, pero nada más que un método de análisis como otros más. Alguien malpensado podría imaginar que se trata de una concesión verbal a sectores militantes cabreados, como podría ser el caso del punto 17: «Sortu considera un principio irrenunciable el derecho a la rebelión contra toda forma de opresión, dominación y autoritarismo». Pero lo fundamental no radica en las sospechas, sino en la falsedad de la frase que reduce el marxismo a un método de análisis y en las contradicciones insolubles que aparecen cuando se asume el derecho a la rebelión pero no se asume simultáneamente la praxis marxista en su coherente radicalidad.

Así redactado el punto 10, hay que decir que el marxismo NO es un método de análisis como los restantes. El hecho de que después de hablar de socialismo, etc., durante más de sesenta años de historia de la Izquierda Abertzale solo pueda decirse que el marxismo en un «método de análisis», esta escueta frase muestra la sima sin fondo a la que han tirado la lucha teórica y el bagaje crítico almacenado en más de medio siglo.

Ya en 1845 y con el lenguaje al uso en la joven izquierda europea, quedó claro que de lo que se trataba no era solo «interpretar» el mundo, sino «transformarlo», es decir, que no bastaba con usar un «método de análisis» del mundo sino que había que empezar a revolucionarlo. Sortu se ha anclado en ha «interpretación», en el «análisis». Se nos contestará que Sortu y EH Bildu asumen la necesidad de la «transformación social», que esa expresión se repite insistentemente en los documentos. Es cierto: el concepto de «revolución socialista» ha sido sacrificado en aras del de «transformación social», lo que supone un retroceso cualitativo hacia el reformismo.

Todas y todos debiéramos saber qué significa en lo esencial el concepto de «revolución socialista»: el poder en manos del pueblo en armas organizado en democracia consejista como base de la Comuna o Estado obrero, que socializa las fuerzas productivas, instala el plan económico y acelera en lo posible la extinción histórica de la ley del valor. Pero ¿qué significa la «transformación social»? Si ojeamos diccionarios vemos que significa «hacer que algo cambie o sea distinto, pero sin alterar totalmente todas sus características esenciales», o «hacer cambiar de forma a una persona o a una cosa». Vemos que la transformación se limita a la forma, a lo externo, no a la esencia interna.

Un tercer diccionario sostiene lo anterior y nos remite a «transmutar»: «Convertir una cosa en otra», una definición ambigua en extremo si lo comparamos con muy preciso de «transubstanciación»: «Convertir totalmente una substancia en otra». Pero ningún diccionario de los que hemos consultado relaciona «transformar» con «transubstanciar» porque la primera atañe al cambio de forma, a la re-forma, y la segunda al cambio de substancia, de cualidad, de esencia, etc., a la revolución. Las categorías filosóficas nos dicen que la dialéctica entre contenido y continente, esencia y forma, substancia y apariencia, etc., se influyen mutuamente, no pudiendo existir una sin otra, alternándose los papeles según los momentos del proceso del que se trate, pero que en definitiva, mientras existe el mismo proceso, lo decisivo es el contenido, la esencia, la substancia… que son las que identifican la cualidad permanente del problema que tratamos.

No son discusiones bizantinas sino de método racional de pensamiento. Transformar no es revolucionar, esto lo sabía muy bien Comte, el fundador de la sociología como «ciencia social» antisocialista. Transformar es cambiar de forma pero no de substancia; la segunda en cambiar cualitativamente la esencia de una realidad transubstanciándola en otra. La substancia del capitalismo es la explotación social para aumentar la propiedad burguesa de las fuerzas productivas. La substancia del socialismo es la desaparición del sistema salarial y de la propiedad privada. La substancia de la «transformación social» es la de re-formar aspectos de la propiedad privada. Dicho de otro modo: revolucionar la opresión nacional es obtener la independencia; transformar la opresión nacional es suavizarla mediante reformas otorgadas por los Estados español y francés.

El marxismo NO es un método de análisis: es una guía para la revolución que debe aplicarse según las condiciones concretas de cada pueblo. La diferencia entre el simple método de análisis y la guía revolucionaria, expuestas en aislado, separadas entre sí, radica en que el método de análisis no tiene por qué exigir e integrarse en la acción, en la guía práctica, mientras que esta segunda sí debe integrar al análisis como parte del proceso: hablamos de la praxis, de la dialéctica entre análisis de las partes y de la síntesis en la lucha. Análisis hay muchos, tantos como reformistas y demagogos sean o no de la casta intelectual: síntesis prácticas hay pocas porque la praxis, además de peligrosa, exige la dialéctica entre acción revolucionaria y teoría revolucionaria.

El marxismo SÍ tiene un método de análisis que, para este debate, podemos decir que es el compuesto por la dialéctica de la historia, o si se quiere por el materialismo histórico y dialéctico. Pero ese método es parte de la totalidad que le engloba. Es una parte esencial sin la que el marxismo perdería su esencia, un método que explica el poder teórico del marxismo, pero que no lo agota porque, al final, lo decisivo es el criterio de la práctica, el resultado de la acción, la que valida parcial o totalmente al método, o lo niega. El método dialéctico no puede aprenderse de memoria, los manuales solo pueden explicarlo superficialmente porque debe estudiarse en la acción, en la lucha interna de la opresión que queremos destruir y del poder que queremos construir.

La formación en el método de análisis que SÍ tiene el marxismo, sin embargo, es necesaria, es imprescindible porque mediante la contrastación abierta de la praxis colectiva, mediante la explicación de los rudimentos de la dialéctica facilita mucho la mejora de la militancia práctica y teórica. Hay que tener en cuenta que el método dialéctico materialista no se parece en nada a la ideología burguesa y a su forma de ver e interpretar lo que sucede: es justo su contrario. Son dos métodos históricamente contrarios: la dialéctica marxista nos remonta a las primeras resistencias intelectuales y armadas de las clases, sexos y pueblos explotados, mientras que la ideología burguesa se remite a la contrarrevolución platónica. El capitalismo ha añadido componentes nuevos a la irreconciliabilidad entre ambos métodos generales.

Fijémonos en otra constante histórica que también se está viviendo en la Izquierda Abertzale: mientras que cuesta mucho tiempo formar buenas y buenos militantes, necesitándose un esfuerzo continuado de lucha teórica para mantener su capacidad crítica, por el contrario el poder burgués necesita mucho menos tiempo para inocular el virus reformista cuando la izquierda ha debilitado la permanente formación teórico-política y menos aun cuando la ha abandonado. Entonces, en ese desierto, la militancia solo tiene el recurso de su propia iniciativa en la formación y del estudio en los movimientos populares, en grupos y colectivos sabedores de la importancia de la teoría marxista.

Debemos pasar a la siguiente cuestión: ¿cómo estudiar concretamente la realidad vasca si durante los últimos años se ha abandonado la formación teórica marxista? Una especie de respuesta críptica, esotérica y hermética, la podemos intuir en el punto 10 arriba citado: mediante el empleo de otros «métodos de análisis». ¿Cuáles? No se citan, no se nos dice si, por ejemplo, es mediante la sociología del conflicto, o la comprensiva weberiana, o la teoría de los juegos, o la del interaccionismo simbólico, o la del estructural-funcionalismo, o la de las tesis de Bourdieu, o de la Escuela de Frankfurt, o la habermasiana, o la de Laclau, o la teoría de los sistemas de Luhmann… ¿O será la de la etnometodología? ¿Ninguna de estas?

¿No serán las escuelas de la economía clásica o neoclásica con su fiereza marginalista…? ¿O los abundantes keynesianismos? ¿O las de la |sociedad postindustrial», de «servicios» y de «ocio», de la «economía de la inteligencia», de la «economía inmaterial», o la «economía social y cooperativa» dechado de concordia pacífica entre lobos y corderos? ¿Serán los métodos de análisis que «demuestran» la extinción de la clase obrera y del pueblo trabajador, pero no dicen nada de si existe o no la burguesía? ¿O será el «ciudadanismo», la «gente»? ¿O acaso será el método que emplea el diario Gara-Naiz para no criticar nunca al imperialismo y a su industria cultural? Tampoco se nos dice. ¿Entonces?

Parece que la militancia de Sortu no tiene derecho a saber qué métodos de análisis diferentes al marxista emplea su dirección, del mismo modo que tampoco tubo derecho a conocer el resultado último del debate Zutik Euskal Herria, escamoteado para la mayoría. Sí tiene derecho a leer que la errónea tesis de que el marxismo es uno más entre otros métodos, muy importante, pero solo eso. Pero es una tesis falsa porque la diferencia de todos los demás métodos y el marxista radica en algo esencial: esos métodos no están pensados para combatir al capitalismo desde una estrategia orientada al comunismo.

Dejando ahora al margen a Pierre Bourdieu por razones de espacio, estos métodos de análisis sociológico, económico, político, cultural, etc., evitan en mayor o menor grado posicionarse contra el capitalismo, o lo defienden sutil o burdamente. Con matices, tienen elementos neokantianos, estructuralistas, positivistas…, y, en lo económico, rechazan la teoría de la plusvalía, la importancia central de la producción, de la ley del valor, etc., centrándose en el nivel de la circulación de la mercancía, en las tesis psicologicistas de la preferencia subjetiva, en el esoterismo de la mano invisible del mercando ignorando que oculta el puño de acero de la OTAN y del poder imperialista…

Al margen de sus diferencias, estos y otros métodos coinciden en la creencia de que a pesar de las «fluctuaciones y desequilibrios» de la sociedad, al final esta siempre recupera su equilibrio armónico prolongado. Los conflictos y tensiones pasajeros terminan siendo funcionales al sistema porque éste dispone de fuerzas que tienden al equilibrio, a la armonía bajo la presión de las leyes del mercado que necesita e impone la «normalidad»: de este modo que reinstauran el progreso. El evolucionismo lento, gradualista, sin sobresaltos, equilibrado y centrado entre los extremos, es otra constante de la ideología burguesa que vertebra a estos métodos.

El evolucionismo cree que han desaparecido para siempre las contradicciones antagónicas, subsistiendo las diferencias formales resolubles mediante acuerdos y negociaciones. Arkaitz Rodríguez asume de pleno esta concepción al hacer suyas las ideas aristotélicas del equilibrio como virtud (Deia, 13 de diciembre de 2016) esencialmente idéntica al lema de la extinta UCD: «la razón está en el centro». Arkaitz Rodríguez reconoce que el equilibrio genera contradicciones, pero que deben y pueden resolverse mediante «mucha pedagogía». Yendo al núcleo del problema: lo que dice este dirigente es lo mismo que la teoría de la Acción Comunicativa de Habermas y, por no extendernos en las pequeñitas diferencias que les distinguen, la teoría del Conflicto Social de Darendorf que viene desde el burgués Hobbes, para reforzarse con Touraine, Giddens y otros.

Una de las maneras más estrambóticas de intentar cambiarnos la liebre revolucionaria por el gato evolucionista es el mito de «revolución tranquila» ideado por el reformismo del Frente Amplio uruguayo para ocultar su proimperialismo; otra forma más burda incluso es la de Syriza y la de Podemos. Disimulándose tras la demagogia de la defensa de los «derechos ciudadanos», la «revolución tranquila» y/o «democrática», la «movilización democrática», etc., es decir, variables sobre el mismo tema, siempre eluden lo concreto refugiándose en lo abstracto, en lo ambiguo, en los famosos «significantes vacíos» que pueden ser rellenados con los intereses capitalistas en Uruguay, con los de la Troika en Atenas y con los de la «patria de la gente» en el Estado español. ¿Y en Euskal Herria?

Estos métodos se adaptan como anillo ideológico al dedo de las clases medias empobrecidas por la crisis y despreciadas por la alta burguesía. Sobre todo son muy del agrado de la casta intelectual asalariada en empresas privada o pública, de las y los académicos y profesores universitarios que se creen superiores al resto porque embellecen con mil colores los dogmas del poder. Odian la ley de la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios, la tachan de metafísica, porque el método dialéctico les enfrenta a la disyuntiva callar o rebelarse, y el sueldo manda. Rechazan la dialéctica entre evolución y revolución aupando la primea al altar del único dios y condenando la segunda al infierno eterno: borrando hasta su nombre de los documentos porque, parafraseando a la Biblia, se les puede aplicar aquello de «no adorarás a otro dios que la evolución», o lo máximo al dios de la «revolución tranquila», expresión al gusto del expresidente uruguayo Mujika que loó al rey emérito español y se plegó a los intereses de su burguesía y de Estados Unidos, pero que, en contrapartida, disfrutó de los honores de EITB y de Gara-Naiz.

La dirección provisional de Sortu dice que el socialismo vasco ha de construirse con unos métodos que no especifica en absoluto, excepto al marxista que es indirecta y disimuladamente definido como «dogmático». No dice, insistimos en este silencio, qué métodos deben emplearse o cuales maneja ya en sus debates al margen de la militancia, pero una simple lectura de los documentos y declaraciones en prensa nos descubren que muy probablemente sean algunos de los aquí expuestos. Volvemos a hacer la pregunta anterior: ¿no tiene derecho la militancia a saber qué métodos de estudio de la realidad emplea su dirección? ¿Debemos esperar a que se aclare este silencio en el debate que se está realizando? ¿Y mientras tanto, con qué métodos se ha construido la línea actual?

Conviene saber que el origen histórico de los métodos expuestos proviene en su forma ideológica remota de la contrarrevolución platónica, como hemos dicho arriba. En su contenido actual, provienen de la ideología democrático-burguesa del siglo XVI y sobre todo XVII, llegando a su crisis de agotamiento a finales del XVIII y comienzos del XIX, cuando fue reforzada y/o sustituida según las variantes por el positivismo neokantiano de la sociología como «ciencia neutral». El summum filosófico de esta corriente es el kantismo, que detuvo su desarrollo ante la crudeza objetiva inevitable de tres revoluciones decisivas: la norteamericana, la francesa y la haitiana. Una muestra perfecta de la versión progresista de estos métodos es el documento de EH Bildu Denon Herria. La tesis, que no teoría, del partido-movimiento de Sortu pertenece también a esta corriente, como expondremos en textos posteriores.

A estas alturas de bibliografía e historiografía accesible muy fácilmente, es un sarcasmo o peor, muestra de ignorancia supina y malévola, insinuar que el marxismo es dogmático, y más aún hacerlo desde una base interpretativa como la que hemos visto a partir de los documentos oficiales, artículos –hemos citado uno solo de la masa enorme disponible– y otras declaraciones en prensa. ¿Estamos ante una reedición más suave de las tácticas de desprecio, desprestigio, insulto y marginación de los sectores militantes que no comulgan con ruedas de molino, como los empleados hasta muy recientemente? El tiempo lo dirá.

Hegel tiene razón cuando dice que el dogma consiste básicamente en anular una de las dos contradicciones unidas en su lucha permanente, absolutizando una de ellas y negando arbitrariamente la otra. Rota esta dialéctica de la lucha interna a toda verdad, lucha interna a partir de la que se enriquece, la verdad se transubstancia en dogma. Todo en pensamiento racional humano confirma este principio dialéctico. Hegel está en lo cierto, Kant está en lo erróneo: el dogma vertebra la línea oficial de la Izquierda Abertzale. La única solución posible para Sortu es hacerse marxista.







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