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lunes, 31 de mayo de 2021

De Indulto en Indulto

Ramón Sola no pide ni otorga cuartel en esta andanada dirigida a la hipocresía y estulticia de Madrid con respecto al tema de los indultos.

El artículo ha sido publicado en Naiz, aquí se los traemos:


Indulto, esa rutina en la que caben torturadores, galosos y golpistas

El Estado español no ha tenido reparos ni problemas para indultar sus crímenes, ni tampoco cerca de 20.000 delitos particulares, pero se ha abierto en canal ahora ante la opción de hacer lo mismo con sus enemigos catalanes. Conviene poner en perspectiva la cuestión.

Ramón Sola

Decir que el indulto es una rutina en el Estado español no es ninguna exageración. Una rutina diaria, puesto que desde la muerte de Franco (que también indultó de vez en cuando) su número supera los 20.000, es decir, más de uno por día. Pero posiblemente en estos 45 años nunca haya habido un debate tan encendido al respecto como el que se abre ahora, con la opción de supresión del cumplimiento de pena (que no de la condena) a los líderes independentistas catalanes.

Entre quienes intentan recortar el margen de maniobra al Consejo de Ministros, encargado de decidir, está el Tribunal Supremo que en otras ocasiones no tuvo problema en «revocar» sus propios condenas y que ahora ha convertido el habitual trámite consultivo en un alegato político de 20 páginas. Y también hay fuego amigo, el del expresidente y exlíder del PSOE Felipe González, que aprobó nada menos que 5.944 indultos. Casi tantos como su sucesor del PP, José María Aznar, que se fue hasta los 5.948. En 2000, el año en que logró la mayoría absoluta, Aznar indultó 1.744 veces, casi cinco por día.

La difusión de estas cifras, recogidas por la fundación ciudadana Civio, han sorprendido en el Estado español por la habitualidad que reflejan. Pero en Euskal Herria habrán extrañado menos, porque ya era conocido que por ejemplo más de la mitad de los condenados por torturas han recibido indultos. Datos de Euskal Memoria de hace ya casi una década exponían que de 62 castigados 36 habían sido indultados. Si esos 36 obviamente son una minucia entre los 20.000 «perdones», se explica únicamente porque los casos de torturas condenados resultan ínfimos (según el informe oficial del equipo de Paco Etxeberria referido a la CAV, apenas 49 agentes condenados con sentencia firme entre más de 4.000 casos de tormentos).

Los indultos en estos casos, además, han tenido como continuación una rehabilitación total, cuando no un ascenso. Uno de esos indultados por torturas es Manuel Sánchez Corbí, a quien Madrid convirtió luego en jefe de la UCO de la Guardia Civil y París concedió la Legión de Honor. Y no solo se ha indultado a policias y guardias civiles torturadores, también se hizo con cuatro Mossos d’Esquadra en 2009 tras golpear a un detenido y meterle una pistola en la boca.

Con los GAL ocurre otro tanto: no hay muchos indultados porque hay poquísimas condenas, pero porcentualmente suponen más de la mitad. Los más conocidos por sus altas responsabilidades en Interior, José Barrionuevo y Rafael Vera, a los que el Gobierno Aznar sacó de la cárcel vía indulto tres meses después de entrar arropados por González (1998).

Los otros condenados por el secuestro de Marey también fueron exonerados. Con José Amedo y Michel Domínguez no se hizo porque, como explicó el Supremo, ya habían tenido suficiente beneficio con acumulaciones de condenas. Y tampoco le hizo falta a Enrique Rodríguez Galindo unos años después por el caso Lasa-Zabala, porque resultó más cómodo políticamente excarcelarle por enfermedad.

También golpistas

De entre las alegaciones muy políticas del informe consultivo del Supremo ante el caso catalán destaca esta queja: para la sala no cabe indulto porque en la petición se presenta a los líderes del «procés» como «presos políticos» cuando «han sido autores de una movilización encaminada a subvertir unilateralmente el orden constitucional, a voltear el funcionamiento de las instituciones y, en fin, a imponer la propia conciencia frente a la del resto de sus conciudadanos».

La afirmación y su contundencia contrastan con la posición que tomó el mismo Alto Tribunal español en favor de indultar a los autores del intento de golpe de Estado en 1981, con toma del Congreso incluida. En aquella ocasión, la Sala de lo Militar se puso en evidencia hasta extremos ridículos en el caso de Antonio Tejero; para argumentar que tenía buena conducta en prisión apuntó que había pintado 300 cuadros y que era donante de sangre. El Gobierno, entonces todavía en manos de Felipe González, no le excarceló pero sí lo hizo con el ex general Alfonso Armada, condenado a 26 años como cabecilla.

El arrepentimiento, un comodín

Uno de los debates colaterales más presentes sobre el indulto es el del arrepentimiento. Legalmente no se exige pero en la práctica sí se toma en consideración a veces como elemento a favor. En el caso de los líderes catalanes, «no hay el menor indicio de arrepentimiento», ha remarcado la Sala Segunda. Se corresponde con la realidad de afirmaciones como las reiteradas por Jordi Cuixart (‘Ho tornarem a fer’) o esta de Oriol Junqueras: «El indulto se lo pueden meter por donde les quepa». La petición de sacarlos de la cárcel no ha salido de ellos, sino de la UGT en primera instancia.

Ahora bien, ¿acaso expresaron arrepentimiento los casos citados anteriormente? Las justificaciones del terrorismo de Estado por parte de Rafael Vera han sido recurrentes y públicas hasta la actualidad. En el caso de la tortura no consta una sola disculpa o reconocimiento de los hechos por parte de las docenas de indultados, algunos como José Domínguez Tuda (el temido «Goli» de Intxaurrondo) en dos ocasiones. Tampoco Tejero hizo autocrítica ni pidió su indulto, algo que el Supremo intentó camuflar diciendo que la Archicofradía de la Celeste, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, entidad solicitante, actuaba realmente en su nombre.




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Gil de San Vicente | El Asesinato de Santrich (III de III)

Aquí tienen la tercera y última entrega que Iñaki Gil de San Vicente ha dado a conocer en Público con la intención de rendir un homenaje a la figura de Jesús Santrich, el promotor del proceso de paz con Bogotá cuya vida han segado pero cuyo legado de lucha revolucionaria no han detenido, como es el caso con muchos otros luchadores que ha dado su vida por la liberación de la clase trabajadora.

Adelante con la lectura:


3.- Nos matarán pero no moriremos

La infinidad de ejemplos como los cuatro vistos debiera llevarnos por unos instantes a explorar la larga historia de la filosofía dialéctica y materialista que explica el sentido de la vida como la praxis en la que debe incluirse la libre decisión de elegir la propia forma de muerte. Pero no tenemos tanto espacio para ello, así que nos limitaremos a lo esencial. Para el siglo –VIII las matemáticas, la geometría, la astronomía, etc., iban unidas a la escritura alfabética, la moneda metálica y las unidades de pesas y medidas, bajo la presión creciente del comercio y de la guerra, surgiendo las contradicciones que estallarían en la «revolución de la civilización egea». Ciñéndonos al área helénica, la reflexión filosófica sobre la libertad y la vida, surgió en este contexto de «revolución» a la vez que se formó la dialéctica y el materialismo.

En los siglos –VIII y –VII, el término dialéctica hacía alusión a separar, dividir en dos, distribuir… y también trabajar en común con influencia recíproca, establecer algo de común acuerdo, animarse y exhortarse mutuamente. «Dialéctica» es un concepto que surge en respuesta a la complejidad creciente de las relaciones sociales en todos los sentidos, sobre todo para comprender los procesos de interacción colectiva en base a unos objetivos de solidaridad, de apoyo mutuo, porque «el resultado de ese debate (diálogo entre dos personas o grupos de personas) reporte recíproca satisfacción, vaya más allá de los dos puntos de partida». En la Ilíada, dialéctica: «…se repite siempre en los momentos en que el protagonista se halla en una tensión extrema, al límite de tomar una decisión, o bien cuando una deliberación inconsciente no se ha manifestado todavía de modo plenamente consciente, es decir, consciencia de la oposición, de la alteridad del hombre respecto de la situación, así como del hombre respecto a Dios o a un hecho. Se trataría de indicar que surge el concepto de la elección y de la libertad […] Es necesario aceptar la lucha».

Según G. Thomson, la diferencia sustantiva de la dialéctica de Anaximandro (-610/-545) con la china y la egipcia consiste en que el griego introdujo la contradicción del inicio y fin del ciclo: no era una dialéctica «cerrada» funcional a la eternidad monárquica, sino «abierta» a nuevas realidades. La férrea centralización china y egipcia mantuvo el carácter cíclico, cerrado de la dialéctica en estas sociedades tan férreamente controladas, mientras que la dialéctica azteca sí admitía el fin del ciclo, pero sólo lo en la mitología cósmica, no en la materialidad social y natural. Anaximandro abre la posibilidad de que aparezca lo nuevo, el salto cualitativo, lo que implica que, al ser una dialéctica abierta a lo nuevo, debamos y podamos preguntarnos sobre qué será lo nuevo y cómo llegar a ello, sobre si eso nuevo será definitivo o abrirá otros ciclos, etc. Volveremos sobre este punto crítico para definir el sentido de la vida.

Antes de citar en extenso a Heráclito (-540/-480), aristócrata reaccionario, debemos referirnos al contexto de lucha de clases que forzaba el desarrollo de la dialéctica según qué fuerza social la impulsara. G. Thompson compara las opuestas opciones políticas del demócrata Teognis de Megara (-570/-485), de la escuela pitagórica y de Heráclito: «Teognis había denunciado el papel que el dinero había jugado en la mezcla de los opuestos, los nobles y los plebeyos, que él, perteneciente a la nobleza, deseaba mantener desunidos. Esta actitud pertenece a las primeras etapas del movimiento democrático, cuando la esclavitud no estaba desarrollada. Contra esta actitud, los pitagóricos, representando a los hombres el dinero, postulaban la idea de la fusión de los opuestos en el medio. Entonces, la doctrina pitagórica es desafiada por Heráclito, el cual afirma que el mundo se mantiene unido, no por la fusión, sino por la tensión, no por la armonía sino por la lucha […] Para él, entonces, la lucha es absoluta, la unidad relativa. Esta es la verdadera dialéctica».

Leamos a Heráclito: «Conexiones, totalidades-no totalidades: convergente-divergente, consonante-disonante… de todas las cosas, una sola y de una sola, todas. […] No comprenden cómo lo divergente converge consigo mismo; ensamblaje de tensiones opuestas, como el del arco y el de la lira. […] Preciso es saber que la guerra es común; la justicia, contienda, y que todo acontece por la contienda y la necesidad. […] La guerra de todos es padre, de todos rey; a los unos los designa como dioses, a los otros, como hombres; a los unos los hace esclavos, a los otros, libres.». Y: «Ha de luchar el pueblo por su ley, igual que por su muralla. […] El hombre necio gusta de pasmarse ante cualquier razonamiento».

Conviene recordar que en esta época aún no se había producido la crisis definitiva del esclavismo griego, con el consiguiente avance de la « «filosofía de la reacción» fundadora de la tradición platónica, por lo que las ideas de Heráclito reflejaban la decisión de la oligarquía a resistir con su violencia el avance de la democracia esclavista, pero también reflejaban la decisión de esta segunda fuerza para imponerse sobre la oligarquía a cualquier precio. Para la oligarquía, el hombre necio era el pueblo que se dejaba influenciar por las ideas democrático-esclavistas, que aprendía a pensar críticamente e intervenir en política con la ayuda de los sofistas, que «sometían a un examen crítico todos los mitos, dogmas y supersticiones».

De hecho, las violencias de uno y otro signo eran muy duras. Por tanto, era comúnmente admitido que el pueblo debe proteger sus murallas, su ley, porque su libertad se decide mediante la lucha y la necesidad: libertad como lucha y necesidad como unidad de contrarios dentro de la totalidad del mundo. Naturalmente, la oligarquía define la «libertad» desde y para sus intereses de clase, intereses antagónicos con la libertad de los demócratas. La libertad popular debe disponer de un sustento objetivo más profundo y abarcador en defensa de los intereses colectivos amenazados por la oligarquía: hay que defender la pólis, centro de la democracia-esclavista.

Esta libertad chocó con la reacción filosófica subjetivista e individualista iniciada por el Sócrates (-470/-399) más conocido, el presentado por el reaccionario Platón. Según esta versión: «El subjetivismo socrático queda puesto de manifiesto cuando, frente al sensismo de los presocráticos naturalistas, el autor opta por una fuente de conocimiento que nadie puede constatar; en Sócrates, en definitiva, la supuesta objetividad, en cuya búsqueda tanto se afana, nos viene dada por una intuición personal e innata, en la que nos habla un demonio privado». La polis democrático-esclavista era muy consciente de que la oligarquía contaba con políticos bien formados filosóficamente: Zenón de Elea (-490/-430) entendía la dialéctica como el arte de comparar opiniones opuestas para llegar a la verdad, era un «gobernador reaccionario, defensor de la aristocracia y enemigo del régimen democrático».

En este contexto, Sócrates fue juzgado acusado de enemigo de la pólis, se suicidó con cicuta. El suicidio no estaba moralmente aceptado, pero con los siglos y el desarrollo del estoicismo, sectores de la élite culta y helenizada de Roma terminó aceptando el suicidio como una forma digna de morir, como fue el caso de Séneca (-4/+65). Mientras tanto, la evolución de la dialéctica y del materialismo se libraba dentro de estos conflictos. N. Abbagnano sostiene que hay cuatro escuelas dialécticas: la platónica, como discusión; la aristotélica, como lo probable; la estoica, como lógica; y la hegeliana, como síntesis de opuestos. Deja fuera la dos fundamentales: la presocrática, que acabamos de ver, y la marxista, además de las desarrolladas por culturas como la india, china, egipcia, azteca, etc. Obviamente, nos resulta imposible ver las relaciones de identidad y cambio de todas y de cada una en el debate sobre el sentido de vida.

Saltando por encima de estas diferencias, debemos detenernos en el final de la dialéctica aristotélica, cuando las contradicciones del esclavismo habían destrozado el poder ateniense y era necesario preguntarse sobre muchas cosas. Epicuro (-341/-270), tan admirado por Marx, dio otro impulso cualitativo al sentido de la vida al atacar la trascendencia con sus cinco principios sobre la inmanencia, sobre el materialismo; en síntesis: «La naturaleza, exactamente como la conciencia moral, debe conquistar su autonomía liberándose de toda trascendencia. Todo aquello que contribuye a introducir una entidad superior al hombre y al mundo, se debe combatir». Comparemos a Epicuro con Aristóteles (-384/-322) que merece esta lapidaria frase de J. D. Bernal: «Al igual que Hitler, Aristóteles nunca habló de nada que no fuera aceptable de antemano».

Era tal este avance sobre la libertad humana, sobre el sentido de su vida, que no debe extrañarnos que «Platón quería quemar la obra de Demócrito, y los cristianos destruyeron la de Epicuro. A pesar de ello el eco del materialismo antiguo persistirá largo tiempo, pese al ensañamiento con que tratará de aniquilarlo la iglesia cristiana», como tampoco debe extrañarnos el culto a Aristóteles. El materialismo ha sido perseguido siempre por la religión, usando la tortura mortal con suma frecuencia. La dialéctica ha sido tergiversada y silenciada. Por eso ambas corrientes se han tenido que esconder en toda clase de florituras para, en sus contextos, sobrevivir.

La recuperación de la economía dineraria desde el siglo XII creaba las condiciones para que la lucha por la libertad diera un salto, siempre enfrentado enormes peligros. La trágica vida de Abelardo (1079/1142), «la voz más preclara de la historia de la dialéctica medieval», así lo indica. Era muy arriesgado defender que «a través de la duda llegamos a la inquisición, inquiriendo percibiremos la verdad». La duda metódica –De ómnibus dubitandum–, recordémoslo, era la divisa preferida de Marx. Pero en el siglo XVI el poder siguió persiguiendo el pensamiento libre que se preguntaba sobre la vida: «Libertas conscientiae diabolicum dogma» aseguraba Teodoro de Beza (1519/1605).

Aquí nos conviene volver a Kuznetsov y la continuidad que establece entre Epicuro, Spinoza (1632/1677) y Einstein. Spinoza sostenía que: «Un hombre libre en lo menos que piensa es en la muerte, su sabiduría no está en la investigación de la muerte, sino de la vida». Él defendía su libertad frente a las duras presiones y aislamientos que sufría. Existía una estrecha relación entre su sentido de la vida resistente y su filosofía porque «Los elementos dialécticos aparecen en la filosofía espinociana no sólo como atisbos, sino también como solución positiva del problema de la necesidad y la libertad». El gobierno holandés comprendió el enorme peligro de estas ideas para sus intereses y prohibió la publicación de sus libros, censurados hasta los siglos XIX y XX.

No es casualidad que uno de los grandes campos de la historia en donde brilla la dialéctica sea el de la guerra, el de la estrategia militar, en donde se decide en cada momento concreto tanto lo particular como lo universal de la lucha permanente entre la justicia e injusticia. Hegel, en una de sus obras decisivas, desarrolla esta cuestión vital. Antes de seguir, debemos insistir en que «La dialéctica hegeliana no tiene sentido más que por el ateísmo […] consiste precisamente en identificar las contradicciones y hacer surgir la diferencia en la unidad misma». No caben dioses en una concepción de la historia regida por la unidad y lucha de contrarios, por la dialéctica entre el azar de la guerra y de la contienda, y la necesidad que surge del contexto objetivo, o así resumido: la unidad entre azar y necesidad. La libertad y el conocimiento viven en este proceso en el que «para Hegel, el error es siempre una etapa de la verdad y que sigue siendo parte de esta última».

Por esto Hegel introducía fuerzas tan groseramente materialistas como el gobierno y la guerra, el terror y la libertad absoluta… en el desarrollo del “Espíritu”. Estas, el terror y la guerra, son las bases materiales sobre las que Hegel, con su peculiar lenguaje que Marx y Engels descifrarían dándole la vuelta, poniéndola de cabeza, escribe lo que sigue: «El saber no se conoce solamente a sí, sino que conoce también lo negativo de sí o su límite. Saber su límite quiere decir saber sacrificarse. Este sacrificio es la enajenación en la que el espíritu presenta su devenir hacia el espíritu, bajo la forma de libre acaecer contingente, […] que se manifiesta en la forma de lo contingente, es la historia, pero vista por el lado de su organización conceptual es la ciencia del saber que se manifiesta, uno y otro juntos, la historia concebida, forman el recuerdo y el calvario del espíritu absoluto, la realidad, la verdad y la certeza de su trono, sin el cual el espíritu absoluto sería la soledad sin vida».

En otro texto posterior, Hegel insiste: «El objeto de la filosofía consiste, por el contrario, en suprimir la indiferencia y en reconocer la necesidad de las cosas de tal modo que un contrario aparezca como opuesto a su contrario […] Todas las cosas son opuestas. […] Lo que mueve al mundo en general es la contradicción, y es ridículo decir que ésta no se puede pensar. Lo que hay de cierto en esta opinión es que no es posible detenerse en la contradicción y que ésta se suprime a sí misma». En otros textos, directa o indirectamente, Hegel viene a decir que el dogmatismo es quedarse detenido en una de las partes de la contradicción, aislándola definitivamente, impidiendo que un contrario aparezca como opuesto a su contrario. Una vida sin sentido, ridícula, es la que cree imposible pensar la contradicción, peor aún, que rechaza asustada que haya que suprimir la indiferencia, porque la indiferencia protege a la ridícula vida sin sentido.

Naturalmente, Hegel no llegó a decirlo tan explícitamente, tal vez lo sugiriera en su primera fase, cuando era vigilado de cerca por la policía prusiana al ser un peligro para el sistema, antes de acomodarse a sus prebendas. Fueron los jóvenes hegelianos de izquierda los que dieron ese salto cualitativo a otra fase de la historia de la dialéctica y del materialismo, y sobre todo Marx y Engels. La mejor síntesis teórica de esta dialéctica aparece en El Capital en un texto breve de comienzos de 1872:

«Claro está que el método de exposición debe distinguirse formalmente del método de investigación. La investigación ha de tender a asimilarse en detalle la materia investigada, a analizar sus diversas formas de desarrollo y a descubrir sus nexos internos. Sólo después de coronada esta labor, puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real. Y si sabe hacerlo y consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la posibilidad de que se tenga la impresión de estar ante una construcción a priori.

Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso de pensamiento, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre.

Hace cerca de treinta años, en una época en que todavía estaba de moda aquella filosofía, tuve ya ocasión de criticar todo lo que había de mixtificación en la dialéctica hegeliana. Pero, coincidiendo precisamente con los días en que escribía el primer volumen del Capital, esos gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la Alemania culta, dieron de arremeter contra Hegel al modo como el bueno de Moses Mendelssohn arremetía contra Spinoza en tiempo de Lessing: tratándolo como a “perro muerto”. Esto fue lo que me decidió a declararme abiertamente como discípulo de aquél gran pensador y hasta llegué a coquetear de vez en cuando, por ejemplo, en el capítulo consagrado a la teoría del valor, con su lenguaje peculiar. El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una mixtificación, no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional.

La dialéctica mistificada llegó a ponerse de moda en Alemania, porque parecía transfigurar lo existente. Reducida a su forma racional, provoca la cólera y el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tienen de perecedero y sin dejarse intimidar por nada».

La dialéctica no se deja intimidar por nada, y ese poder moral fue una de las razones que llevaron a Héctor a enfrentarse a Aquiles. Es cierto que los conceptos actuales de libertad, trabajo, revolución y otros no existían en aquella época, y que la dialéctica se ha enriquecido en fases sucesivas, pero ya antes de Héctor se sublevaba la gente oprimida para recuperar su libertad y dejar de ser esclava, o para no ser asesinada o esclavizada. Marx descubrió la revolución dentro de la evolución de la historia, y ese salto hizo que el sentido de la vida también lo diera. La crisis revolucionaria que revienta la evolución histórica supone, a su vez, una serie de conceptos sin los cuales es imposible saber por qué y para qué se rompe abruptamente la evolución histórica por el impacto de algo nuevo que, sin embargo, se fue gestando en sus entrañas hasta erupcionar como un volcán.

En las Tesis sobre Feuerbach de 1845, Marx sienta las bases de la nueva doctrina del concepto y del nuevo sentido de la vida basado en que la praxis, la lucha, es el ideal de la felicidad porque «Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento […] La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria […] el que la base terrenal se separe de sí misma y se plasme en las nubes como reino independiente, sólo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de esta base terrenal consigo misma. Por tanto, lo primero que hay que hacer es comprender ésta en su contradicción y luego revolucionarla prácticamente eliminando la contradicción […] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

Raya Dunayevskaya demuestra que para la dialéctica marxista «la doctrina del concepto elabora las categorías de la libertad, de la subjetividad, de la razón, la lógica de un movimiento por medio del cual el hombre se hace libre». O de, dicho de otra forma: «El modo en que estos dos movimientos funcionan juntos –el objetivo y el subjetivo, la idea de la libertad, y las personas que luchan por la libertad– es lo que vamos a conocer hoy. A esto se le llama dialéctica». El principio de negatividad, o sin mayores explicaciones ahora, la negación de la negación, es una de las claves decisivas del sentido de la vida en la civilización capitalista, es decir, en el modo de producción que destroza la vida convirtiéndola en una mercancía llamada fuerza de trabajo. Hasta Norberto Bobbio, ideólogo del reformismo progre, que pretendió vaciar el contenido revolucionario de Gramsci, Rosa Luxemburg, etc., no tuvo más remedio que admitir que el significado históricamente relevante de la dialéctica es la negación de la negación.

La dialéctica de la negación de la negación o «el poder de la negatividad» empezó a gestarse en la primera reflexión crítica humana; tomó fuerza con la superación de la dialéctica como ciclo cerrado, eterno, que siempre vuelve al mismo origen, para abrirse a la posibilidad de otro futuro, de una solución novedosa tal como intuyó Anaximandro. Luego y siempre en el fragor de la lucha de clases, el sentido de la vida fue cambiando a la vez que se enriquecían el materialismo y la dialéctica. Hemos visto a Abelardo cómo se hacía preguntas sobre las preguntas, aunque era muy peligroso, y a muchas personas les había costado la vida. Y en esto llegó Lenin con tres sucesivas interrogantes: una directa hecha en 1902 ¿Qué Hacer?; otra indirecta realizada en 1917 sobre por qué había que preparar la insurrección proletaria contra la burguesía en las Tesis de Abril. Y la última, desde al menos 1920: cómo erradicar la burocracia. Las tres provocaron reacciones en contra en círculos influyentes de la izquierda incluida la bolchevique.

Al igual que otras muchas personas, y desde luego al igual que Santrich, con estas preguntas Lenin superó los miedos a los que años más tarde aludiría P. Brückner: «La prohibición colectiva de buscar o preguntar fuera del campo de los problemas abiertos (los que están permitidos por los estilos educativos autoritarios) provoca miedo en el que se atreve a hacerlo, si es que ha llegado ya a proyectar sobre sí mismo aquellas exigencias de prohibición; incluso las desviaciones de un método establecido, llegan a producirle intranquilidad. Aquí es donde termina la formación y comienza la obediencia social». Lenin y Santrich eran dialécticos y por eso sabían que la crítica ha der ser, además de autocrítica, también valiente ante sus consecuencias porque la obediencia social penetra incluso en la izquierda, haciéndola reformista. En esta encrucijada, ambos optaron por la vía aparentemente más dura y minoritaria, pero correcta: crear algo nuevo que recupere lo valioso del pasado. La negación de la negación consiste en eso.

Golpeados por el fracaso y ante la dureza del reinicio ¿merece la pena seguir luchando? Sánchez Vázquez decía que la pregunta sobre si vale la pena luchar por el socialismo, produce desazón a quienes han entregado sus «mejores energías físicas y espirituales». Argumentaba que sí, pero a condición que la praxis diaria por la conquista de derechos concretos inmediatos, por la liberación nacional, por la ecología, etc., sea teóricamente rigurosa en la necesidad, posibilidad y deseabilidad del socialismo, también en la autocrítica de los errores, en la seriedad organizativa y contraria al subjetivismo y al practicismo.

Salvando las distancias, estas propuestas también valen en los momentos en los que parece que el sentido de la vida cotidiana es triturado por los problemas del día a día. Santrich tuvo que enfrentarse a terribles ataques basados en mentiras, por ejemplo, los destinados a encarcelarlo de por vida en una prisión yanqui, como le ocurre a Simón Trinidad. Los superó por la sencilla razón de que la vida es un arma de libertad, que en su propia lucha diaria va ayudándose a sí misma y a la libertad colectiva, aunque haya sido encarcelada. Es innegable que Simón Trinidad y todas las prisioneras y prisioneros políticos, todas las personas que padecen cárcel por su praxis revolucionaria, son ejemplos en los que se identifica la humanidad explotada.

Desde el sentido comunista de la vida en el que la lucha revolucionaria es el ideal de felicidad, la muerte individual es un momento singular de la liberación particular del pueblo trabajador por el que se muere, y simultáneamente, de la liberación universal de la especie humana. El Che escribo: «Mañana cuando yo muera/no me vengáis a llorar/ Nunca estaré bajo tierra/soy viento de libertad». Este poema fue el escogido por Txiki Paredes Manot, militante de ETA para escribirlo en el reverso de su fotografía poco antes de ser fusilado por el dictador Franco en 1975. Ninguno de los dos está “muerto”, tampoco está “muerto” Santrich como no lo están las Heroínas de la Coronilla, Cochabamba, asesinadas por los españoles el 27 de mayo de 1812 cuando defendían con las armas la independencia de Perú. Ellas y Carmen Elizabeth Oviedo Villalba, “desaparecida” en Paraguay con 14 años de edad, también son viento de libertad.

EUSKAL HERRIA, 27 de mayo de 2021 




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domingo, 30 de mayo de 2021

Galeano | El Imperio del Consumo

Desde la página de Facebook titulada Una Antropóloga en la Luna traemos a ustedes este texto de Eduardo Galeano, mismo que pensamos no solo vigente sino vital para entender los tiempos que vivimos.

Disfruten la lectura:


El imperio del consumo

Eduardo Galeano

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente.  En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido.  En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche.  Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar.

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.

La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: Para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En las fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica.

EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas». Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: Esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald's, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y  que el menú de McDonald's no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald's dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de  los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald's de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: Esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald's viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald's, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra... Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla.

La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto mámás exclusivas, mejor: Las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: Es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.





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Gil de San Vicente | El Asesinato de Santrich (II de III)

Traemos a ustedes la segunda entrega con la que Iñaki Gil de San Vicente dado a conocer en el portal de Rebelión, mismo en el que nos comparte el legado revolucionario de Jesús Santrich, asesinado por el régimen lacayo colombiano hace unos días.

Adelante con la lectura:


El asesinato de Santrich y el sentido de la vida

Iñaki Gil de San Vicente

2.- La muerte capitalista no mata a la muerte humana

La muerte planificada con una primera lógica militar surgió con la propiedad privada y el proto Estado para saquear ganado, bienes, esclavas y esclavos, y «esposas». Siglos más tarde la burguesía creó la «industria de la matanza» de seres humanos como fuerza destructiva necesaria para reactivar en situaciones de crisis la acumulación del capital. La matanza de personas como industria, la muerte industrializada consustancial al imperialismo. La metáfora marxista de la vampirización del trabajo vivo para objetivarlo en trabajo muerto, es escalofriantemente cierta, y determina la desgracia e infelicidad de la vida reducida a fuerza de trabajo asalariada directa o indirectamente.

Catón el Viejo proponía matar a los esclavos que, por vejez, ya no podían procrear más esclavos para el amo, pero el capitalismo estruja la vejez obrera más allá de su muerte física mediante el cobro de las deudas que ha dejado y la utilización ideológica y comercial de su recuerdo, y del temor a la muerte descontextualizada del sentido de la vida. La subsunción del trabajo en el capital quiere decir eso: que desde la infancia hasta la muerte la vida obrera está destinada a permanecer corporeizada de algún modo en la tasa media de beneficio. De forma cruda y directa, Marx afirmó que «Muchos de los capitales que hoy comparecen en Norteamérica sin cédula de origen son sangre infantil recién capitalizada en Inglaterra».

Desde la sangre infantil hasta la de la vejez, la privatización de la sanidad es una de las formas más efectivas del vampirismo: no se trata sólo de hospitales y clínicas, sino de geriátricos, de residencias privadas para que el capital chupe hasta el último aliento de la vida trabajadora al borde de la muerte. La vampirización del trabajo vivo en el proceso productivo, en la sanidad, la vejez y la muerte, responde a la lógica ciega del capital que, por su esencia, lo mercantiliza todo penetrando por los diminutos «poros» aun abiertos de la sociedad: nada es «excluido» de la valoración del capital.

Las implicaciones ético-morales, filosóficas, de este materialismo marxista, inmanente, ateo, son innegables, y a la vez son directamente políticas. En un contexto golpeado por 3,5 millones de muertes pandémicas y por las decenas de millones de personas con la salud quebrada de por vida, aunque la OMS opina que las víctimas reales triplican estas cifras oficiales, no se puede hablar de muerte sin hablar de propiedad privada. El que, hasta ahora, sólo el 13% de las vacunas contra la Covid-19 hayan llegado a los países empobrecidos, debe hacernos reflexionar sobre el error de separar el debate acerca del sentido de la vida y de la muerte de los efectos de la industria sanitaria burguesa, cuyos dos fondos de inversión administran 16 billones de dólares, el presupuesto de lo que sería la tercera potencia económica mundial.

En las coordenadas mentales impuestas por la religión, el debate sobre el sentido de la vida nos lleva al ateísmo, a la impotencia de la teología para resolver el mysterium iniquitatis, que es más que el simple «misterio del mal» porque la iniquidad es la maldad absoluta, y todo lo absoluto es monopolio de dioses y diosas. Ya es tópica la frase de que el llanto de un niño muestra que dios no existe: ¿Quién puede permitir que los beneficios obtenidos sólo en 2020 por las diez personas más enriquecidas del mundo basten para vacunar contra la pandemia a toda la humanidad y no lo hagan? Lo mismo con más de las 700.000 muertes anuales causadas por la sobreexplotación capitalista, por ceñirnos a una parte infinitesimal del presente obviando la historia del llanto humano.

Es característico de las religiones del Libro –judaísmo, cristianismo e islam– que se hable más de la iniquidad que de la historicidad concreta de la muerte. Conociendo el origen y función social de la iniquidad, del mal sin aparente causa que no sea el arcano de los designios divinos, debemos decir que la frase siguiente es reaccionaria: «la fuente mayor de desesperanza: la muerte». Frente a ese desamparo se plantea como única alternativa la virtud teologal de la esperanza, lo que nos condena a seguir flotando en el mismo vacío conceptual: un don gratuito que nos da dios, si quiere.

Una forma de descubrir a terrenalidad del cristianismo es estudiando sus desesperados esfuerzos para resolver lo irresoluble desde la fe: la maldad. Así se ha llegado al llamado «marxismo trágico» que busca unir a Pascal y Marx con la mediación de Goldmann, certificando el supuesto fracaso trágico de la inmanencia marxista. Pero la fuente mayor de desesperanza es la dictadura de la mercancía, por eso esta creación humana es adorada como un fetiche caprichoso y cruel como Moloch o Baal. La forma extrema de la adoración al fetiche de la mercancía que resuelve así el misterio de la muerte, es el también cruel «sacramento de la comunión» que se presenta extirpado de su esencia caníbal, pero que siempre nos remite al papel del canibalismo sacrificial del politeísmo oculto en las religiones del Libro, que en el cristianismo presenta la forma de auto-vampirización de dios consigo mismo mediante el sacrificio en tortura del dios-hijo, algo parecido a Uróboros, pero comido y bebido en el ágape sagrado.

Tampoco el sentido social, histórico, el único que existe, lo resuelven las variantes del agnosticismo kantiano como aquellas que defienden un «pacifismo racional» que flotan en la superficie de las injusticias sin bucear hasta sus causas de fondo. En la tercera parte de este breve escrito veremos que la esperanza humana sólo puede vivir en la praxis atea, que la libertar es atea. El problema de la muerte, en cuanto efecto de la vida, es un problema que nos remite a la propiedad privada de las fuerzas productivas, como estamos diciendo, y por ello mismo a la célebre «cuestión del poder» y por tanto de la revolución. Las divagaciones posmodernas y reformistas sobre el «biopoder» desfiguran esta realidad.

Más aún, la necesidad de ubicar el sentido de la muerte en las estructuras materiales, culturales y simbólicas de la producción y reproducción de la propiedad privada, es confirmada por los debates sobre el derecho a elegir la propia muerte, el derecho a la eutanasia, a la muerte digna y al suicidio como acto último de libertad cuando la vida propia se convierte en una carga onerosa e incluso insoportable para la sociedad. Estas reflexiones colectivas van acercándose poco a poco a lo, en la práctica revolucionaria más que en la teoría formal, sostiene el marxismo. Necesitamos detenernos un instante en este avance para entender mejor el sentido de la muerte, del asesinado, de Santrich y de y tantos y tantas revolucionarias a lo largo de la historia.

En un texto dedicado al derecho de morir, J-L Boudoin y D. Blondeau sostienen que: «La visión fatalista alentada por la religión ya no es aceptada ni aceptable porque todo indica que la sociedad nunca estuvo tan bien armada en al eterno combate que mantiene contra la fatalidad humana. Desgraciadamente, esta sociedad ha perdido al mismo tiempo el sentido profundo de la muerte, es decir, la convicción de lo importante que es integrarla en la vida y la realidad.». Por fatalidad humana entendemos la pasividad ante imponderables objetivos causados por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, por la existencia de la propiedad privada y la explotación y opresión e injusticia, por catástrofes naturales y sociales aún impredecibles e incontrolables por las dos razones anteriores, etc. Ante esto, el fatalismo anula la capacidad crítica y separa la muerte de la vida.

Contra el fatalismo, los autores sostienen que «La libertad de no sufrir y la de morir son la última conquista del ser humano sobre su propia humanidad». Conquistas inseguras del todo, porque una y otra vez vuelve la explotación para reimponer el sufrimiento: basta leer las partes de El Capital de Marx en las que detalla la lucha permanente por el horario de trabajo de la que depende en buena parte la libertad y felicidad humana, para entenderlo. Lo autores continúan: «El respeto por la autonomía de la persona exige que, en última instancia, sea ella quien tome las decisiones concernientes a su cuerpo y salud siempre que esté mentalmente capacitada para ejercer esta autonomía». Y terminan: «La libertad implica la libre elección, la voluntad y el consentimiento».

Estas ideas son una abominación para quienes creen que la vida no nos pertenece, que nos la ha dado «alguien superior», o para quienes no se atreven a entrar a esos debates. Sin embargo, para el materialismo son más que obvias: «El materialismo es, pues, una cierta manera de desvalorizar. Implica una cierta tendencia a la desvalorización. Todos los valores que incansablemente instaura el burgués, el materialista incansablemente los descalifica […] Desprecio de los valores adquiridos, desprecio de las consolaciones y abdicaciones humanas, desprecio de la mentira, de la ilusión, reino, pues, de la evidencia, el materialista acepta que la verdad pueda no ser alegre en modo alguno, y que perpetuamente haga falta recomenzar una perpetua crítica […] El materialismo significa, sin reservas y sin ambages, que el milagro no existe y que la muerte lo termina todo: que esta vida es la única vida, y que eso es seguro. […] El materialismo es, para mí, la valentía en el pensamiento y la irreverencia en el corazón».

La irreverencia en el corazón y la valentía en el pensamiento son virtudes sin las cuales no podríamos plantear y responder a la siguiente pregunta: ¿qué es la libertad? Veamos. Según Sánchez Vázquez la tradición marxista integra las ideas de Spinoza y de Hegel sobre la libertad, más una aportación propia: la acción sobre la naturaleza. Desde aquí, podemos entender que «Ser libre significa saber conocer la necesidad objetiva y, apoyándose en ese conocimiento, trazar objetivos correctos, adoptar y elegir decisiones fundamentadas y materializar en la práctica esas decisiones». O dicho más directamente: «La libertad es lucha para superar los obstáculos que se interponen al pleno desarrollo de las iniciativas nacidas del estado de cosas (diverso de un tiempo a otro y de un lugar a otro) frente a las que nos encontramos […] La tesis contraria según la cual la libertad no sería lucha, es sostenida de hecho por aquellos que, habiendo luchado y vencido en un pasado más o menos lejano, tienen todo el interés en que ya no se siga luchando, a fin de conservar sus privilegios».

Es por tanto comprensible que el tema central de la teoría moral de Marx sea «… cómo realizar la libertad humana». La libertad es la dialéctica de superación de contrarios mediante la praxis, proceso inacabable y siempre enfrentado al poder basado en la propiedad privada: «saber conocer la necesidad objetiva» implica la socialización plena de la vida social en totalidad, desde la tierna infancia hasta la muerte; implica la libertad filosófico-científica sin la cual no se llega a conocer «la necesidad objetiva» siempre en expansión; implica tener el poder de trazar y llevar a la realidad las decisiones fundamentadas en ese conocimiento. La propiedad privada, por el contrario, destruye necesariamente estas condiciones, anula de raíz la misma posibilidad de las libertades concretas, socialistas, a no ser que el proletariado las conquiste con su lucha.

La autonomía personal no existe cuando la vida está esclavizada por el salario directo o indirecto, por la dependencia al de otra persona, de la caridad pública, para malvivir. Incluso aunque ese salario, unido a otras condiciones ventajosas, nos permitiera una autonomía pequeña, ésta debe independizarse de la esclavitud del valor de cambio que está sustentada en el fetichismo de la mercancía. La libertad desaparece con la alienación que es el paso universal del valor de uso al valor de cambio, a la dictadura del capital. Solamente la praxis revolucionaria puede conquistar espacios, situaciones y momentos de libre elección acordes con la voluntad emancipada para decidir qué hacer. Las decisiones vitales, como las de elegir la muerte, analizadas en el libro que ahora usamos nos remiten a una concepción de la vida que se aproxima cada vez más a la marxista, o que se integra en ella. Seamos humanos, como Fidel Castro: «Nuestro deber es luchar […] Ahora, después de tantos actos de barbarie, no hay ni puede haber paz».

Vamos a exponer cuatro casos en los que, de algún modo y a pesar de sus diferencias, aparecen parte de las tesis que acabamos de ver. Veámoslos en orden cronológico. El primero trata sobre los últimos días de vida de Goethe según los detalla Hermann Grimm, probablemente su mejor biógrafo: conforme envejecía, según la vida se le agotaba y a la vez se le acumulaban las tareas que nunca abandonaba, Goethe observa el tiempo que se va y el que viene al instante: «Y mira con alegre esperanza, con curiosidad auténticamente humana, a lo que ha de venir, al nuevo amanecer que trae cada día». Según Grimm, la proximidad cada vez más cercana de la muerte nunca apagó su alegría y vitalidad. La curiosidad no desaparecía, sino que le espoleaba a crear fuerzas físicas y mentales que retrasasen la ley inexorable y, a la vez, llenasen de contenido ese tiempo de vida restante tan precioso. Esta visión es coherente con el brillante estudio sobre Goethe y su obra, sobre Ariel, Fausto, Werther, Don Quijote…, que hace E. Blocb, en la que define a Goethe con tres palabras: «nada de renuncia».

El segundo es el de Unamuno, que se hundió en la desesperanza con la muerte de su esposa en 1934, que sufrió una durísima crisis de fe en su cristianismo por ese golpe demoledor, fe que ya estaba debilitada por la marcha de los acontecimientos políticos en el Estado que le llevan a renegar de sus ideales y, en contra de todo su pasado, salir en defensa del dictador Franco al menos durante un tiempo breve pero significativo. Sin embargo, en una especie de contraataque desesperado para recuperar su honor, el 12 de octubre de 1936 se enfrentó en la Universidad de Salamanca al núcleo duro del franquismo en un acto que ha pasado a la historia, a pesar de las manipulaciones que ha sufrido. Su reafirmación de vida frente al criminal Millán-Astray le costó tres meses de arresto domiciliario, hasta diciembre de ese año, cuando murió dejando un postrero ejemplo de dignidad que la dictadura nunca pudo superar.

El tercero trata sobre cómo entendía la vida Einstein y cómo la apuró hasta su muerte. A principios de 1950 comenzó lo que Fred Jerome ha definido como «cazar a Einstein». Hasta entonces el FBI y otros servicios secretos le vigilaban por sus ideas pro socialistas y antimilitaristas, pero desde el 12 de febrero de ese año se centralizaron bajo un único mando y objetivo todas las investigaciones aisladas. Einstein moriría cinco años después en medio de aquella persecución sistemática, pero en ningún instante dejó sus tareas científicas, su ideario político y su ayuda a quien lo necesitase. Su biógrafo B. Kuznetsov nos recuerda una conversación de Einstein con Infeld: «La vida es un espectáculo excitante y grandioso. Me gusta. Pero si yo supiera que dentro de tres horas debía morir, no me produciría una gran impresión. Pensaría en cómo utilizar mejor las tres horas restantes.». Kuznetsov se remonta a Epicuro, dos mil años antes de Einstein, para mostrar la fuerza histórica de esta filosofía de vida.

El cuarto ejemplo empieza con las palabras de MacSwiney poco antes de morir en 1920 después de una prolongada huelga de hambre: «Tengo la confianza de que mi muerte hará más por la destrucción del Imperio británico que por mi libertad». En su diario Bobby Sands escribió durante la huelga de hambre que le llevó a la inmolación: «Puedo ser un pecador, pero estoy muy contento, y si es necesario moriré por ello, sabiendo que no tengo que responder de lo que esa gente ha hecho a nuestra anciana nación». Estaba contento porque luchaba, porque la lucha era su ideal de felicidad.

Bobby Sand admiraba a J. Connolly, marxista e independentista asesinado en 1916: «Siempre estoy pensando en James Connolly y en la gran tranquilidad y dignidad que mostró en el momento de su muerte, su coraje y su resolución. Quizás estoy predispuesto porque ha habido miles como él, pero Connolly ha sido siempre la persona a la que más he admirado». Bobby Sands aportó dos grandes triunfos a Irlanda: uno, su sentido de la vida militante en la que la inmolación es parte de la totalidad liberadora, y otro, el enorme impulso que su ejemplo estaba dando a la campaña electoral del Sinn Fein en las elecciones de abril de 1981, un mes antes de su muerte, que terminó en victoria.

En estos y en todos los casos similares, la muerte capitalista no ha podido matar la muerte humana porque Gohete, Unamuno, Einstein, Bobby Sand y tantas otras personas de bien, al margen ahora de más consideraciones, demostraron en los instantes postreros de sus vidas que morían como habían vivido. La muerte capitalista es la de la persona degradada a mercancía, la muerte humana es la de la persona que se ha regido y se rige hasta el último instante por la creatividad inherente al valor de uso. Aquí radica la diferencia cualitativa entre una y otra, y el porqué del fracaso de la muerte capitalista: la muerte humana sigue siendo una fuerza anticapitalista.

 

 

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No Son Simples Platos

El ejercicio de memoria con respecto a los diferentes hitos que el pueblo vasco ha vivido a lo largo de los siglos pero, más específicamente, durante décadas recientes, sienta las bases para que ciertos objetos que en otro contexto no tendrían valor o significado alguno de pronto, en las circunstancias propicias tomen otra dimensión, como es el caso de estos de los que se habla en este reportaje histórico que Iban Gorriti ha dado a conocer en su medio habitual, Deia.

Aquí la información:


Los platos de la Guerra Civil en Euskadi

La asociación Euskal Prospekzio Taldea valoriza estos enseres de aluminio que algunos combatientes personalizaban hace ocho décadas con su nombre y con dibujos con el fin de tenerlos controlados

Iban Gorriti

Cada persona que sufrió la Guerra Civil tiene recuerdos para protagonizar un libro. Una parte de aquellas fueron soldados, caso del constituido como Gobierno Provisional del País Vasco presidido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Los combatientes de aquel ejército en muchas ocasiones realizaban marcas en su equipamiento con el fin de tenerlo controlado. Un ejemplo eran los platos en los que comían. Algunos de aquellos hombres –a las mujeres solo se les permitió luchar en las primeras semanas de guerra– no se limitaban a grabar su nombre, sino que también los adornaban con dibujos, "cosas que probablemente les gustaban", valoran miembros de Euskal Prospekzio Taldea que han expuesto en ocasiones algunos de estos equipamientos, como días atrás en unas jornadas memorialistas en Fika.

En aquella interesante muestra, se pudo escudriñar el plato del miliciano Elías Corral Ruiz de la UGT y este necesario colectivo atesora otro que perteneció a un gudari zornotzarra llamado Jesús Azkuna Cenitacelaya.

En el plato de Elías Corral se ve el antiguo lema del PSOE. Desde Euskal Prospekzio Taldea, Alberto Sampedro Ixile detalla que "el PSOE en la década de los años 20 del siglo pasado no usaba el puño y la rosa como logotipo. El emblema entonces era un yunque con un libro y un sol naciente". Además, el investigador pormenoriza que ese conjunto significaba la unión del trabajo intelectual y físico.

Además, también un ancla, un animal cuadrúpedo –"¿un ciervo quizás"?–, una rama bifurcada o árbol con hojas y lo que según este colectivo "parece un nido entre ellas, las siglas UGT y el nombre y apellido del propietario: Elías Corral".

De este hombre que estuvo en el frente, Euskal Prospekzio Taldea ha podido saber que su segundo apellido era Ruiz. Fue miliciano de la cuarta compañía del Batallón número 25 González Peña, número 3 de la UGT y tenía asignada la chapa 41.345.

Por otra parte, durante unas salidas rutinarias de este grupo de prospección de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Eduardo Sardón y Alberto Sampedro Ixile encontraron el plato de otro combatiente. Ocurrió poco antes de que llegara la pandemia del covid19. Apareció en una zona de "relativa calma, no muy movida y por eso mismo olvidada por todos los entendidos en la materia. Así que nos dirigimos a una zona en la que hubo fuertes combates y desde allí continuamos caminando y observando el terreno en dirección a la siguiente zona de fuertes combates".

Según detallan, al poco rato Eduardo comentó que había marcado algunas vainas percutidas del calibre 7,92 x 57 checas para fusiles tipo máuser, lo que evidencia que allí hubo disparos. Justo en ese momento Alberto localizó una bayoneta checa para fusil máuser. Se siguieron sucediendo pequeños hallazgos: más vainas, algún cartucho entero, otra bayoneta, esta vez alemana, los dos extremos del auricular de un teléfono de campaña y cerca un plato. "Nos gustan este tipo de objetos ya que sus propietarios, a veces, solían marcarlos para poder reconocerlo", valoran.

Después de marcarlo y tomar las correspondientes fotografías in situ, lo extrajeron y limpiaron el barro con agua de un arroyo tras permanecer más de ochenta años tapado. "Se le intuyen unas letras, más concretamente un nombre: Jesús. El resto aún están ilegibles, pero a pesar de la alegría que el hallazgo nos ha dado, preferimos no precipitarnos y lo guardamos con cuidado para limpiarlo".

Días después, en la sede, procedieron a limpiar el plato y en cada pasada iban apareciendo más letras, poco marcadas pero bastante legibles. Junto al nombre de Jesús fue apareciendo, poco a poco, su apellido: Azkuna.

"Estábamos exultantes, un nombre y un apellido eran buenas pistas para tratar de localizar al dueño en las nóminas del Euzkadiko Gudarostea, pero justo debajo se intuían más letras. Primero una A, después una M, seguido una O, una R, una E, para terminar leyéndose Amorebieta".

Podía ser el segundo apellido o el lugar de residencia del combatiente. "Aquí nuestro compañero Alberto ya estaba emocionado, ya que él vive en esta localidad", sonríen. El siguiente fue comunicar los datos al resto de compañeros y comenzar la búsqueda en las nóminas de los batallones a Jesús Azkuna. En una segunda línea de investigación y aprovechando que Alberto es de Amorebieta?-Etxano, se pone en contacto con personas del pueblo para tratar de recabar datos. Comenta el hallazgo con Egoitz Larrea, vecino zornotzarra y persona que investiga lo sucedido en el pueblo durante la contienda. Le suena el nombre y consulta con conocidos.

Mientras, han localizado en las nóminas del batallón Nº15 del Euzkadiko Gudarostea Ibaizabal, formado por gentes de Durangaldea, a un combatiente llamado Jesús Azkuna Cenitacelaya. "Y unos días después nos comenta Egoitz que efectivamente tiene un conocido cuyo tío combatió en la guerra y se llamaba Jesús Azkuna".

Según lo averiguado Jesús Azkuna Cenitacelaya, pertenecía a la 1ª Compañía, también denominada Iñaki San Miguel Oyarzabal, del Batallón Nº15 Ibaizabal, adscrito al PNV y que a finales de 1936 tenía su cuartel en Durango. "A Jesús lo encontraron por primera vez en la segunda nómina del mes de septiembre de 1936, esta nómina solo se corresponde a los 9 últimos días del mes y solo aparece reseñado como "miliciano, Jesús de Azkuna".

"La compañía tomó su nombre de un niño asesinado en Usansolo en 1933 a manos de socialistas radicales", detallan. Iñaki San Miguel Oyarzabal era el segundo de ocho hermanos y contaba con 13 años cuando fue alcanzado por un disparo en la zona lumbar mientras se encontraba en el balcón del batzoki de Usansolo.
sobrevivió a la guerra

Mientras tanto, Egoitz Larrea, ha conseguido contactar con Garikoitz Azkuna, sobrino nieto de Jesús Azkuna y este familiar le traslada lo siguiente: "Azkuna combatió en el batallón Ibaizabal. No murió en combate. Estuvo en Intxorta y Legutio a las órdenes del comandante León Salaverria natural de Ermua y de un tal Isusi de Amorebieta, que era su teniente y amigo".

Según este familiar también combatió en Bizkargi y Peña Lemona. Posteriormente se entregó en Santoña. Tanto él como su comandante estuvieron a punto de ser fusilados. Más tarde ambos coincidieron trabajando en Forjas de Amorebieta.

 

 

 

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sábado, 29 de mayo de 2021

Gil de San Vicente | El Asesinato de Santrich (I de III)

Desde el portal de Rebelión traemos a ustedes la primera parte del escrito con el que Iñaki Gil de San Vicente aborda el asesinato en territorio venezolano del luchador revolucionario Jesús Santrich.

Lean por favor:


El asesinato de Santrich y el sentido de la vida

Iñaki Gil de San Vicente

«Queremos paz, pero no a cualquier precio. Queremos paz en un mundo todavía dividido entre ricos y pobres; en un mundo, por lo tanto, en el que la guerra es inevitable […] No hay posibilidad de estar al margen de esa lucha, ya que negarse a participar en ella constituye de hecho, una declaración en favor de una fuerza social que disfruta del poder. La historia no nos ofrece ningún ejemplo de que una minoría privilegiada, como clase diferenciada, renuncie voluntariamente a su posición especial y comparta sus bienes materiales con otros miembros de la sociedad, simplemente porque la pertenencia a esa clase comporta la convicción ideológica de que esa posición de privilegios es “justa”»

1.- La certidumbre de la muerte como impulso para la vida

En las últimas conversaciones que mantuvimos, Santrich hablaba de la muerte en su forma más concreta: «nos van a matar a todos». Lo dijo públicamente también en una charla abierta sobre el contexto colombiano realizada en Medellín. Aún estaba bajo la disciplina del sector de las FARC-EP que había rendido armas, oro y tierras al imperialismo, recursos con los que ahora éste asesina en masa a su pueblo. Era patente el profundo malestar que crecía en Santrich al confirmarse sus temores, al ver la desintegración de su partido. Sin embargo, cuando hablaba de la muerte lo hacía con esa visión optimista y activa, alegre, que caracteriza a las personas que, conociendo al monstruo en sus vísceras de odio, sabe que puede y debe ser vencido, ajusticiado. Santrich no vería la muerte del Moloch, pero ya disfrutaba imaginándosela. Hablábamos de que la muerte es consecuencia de la vida, y morimos, o nos matan, según hayamos vivido, dicho a grandes rasgos.

Cité aquellas conversaciones en un teledebate sobre Colombia en Tertulias de Cuarentena del 9 de mayo de 2021, porque la criminal tragedia que golpea a su pueblo actualizaba nuestras pláticas. Ahora debemos volver sobre el sentido de la vida porque así lo exige, entre otras muchas razones, el cúmulo de informaciones alrededor del «misterio Santrich». La guerra psicológica y la mentira como arma opresora son tan antiguas como la guerra misma, lo que debe motivarnos para profundizar aún más en el debate sobre el sentido de la vida porque la mentira sobre la muerte genera incertidumbre, angustia y miedo dañando las condiciones psicosomáticas de las personas vivas, tema al que volveremos inmediatamente. Por esto, la posibilidad de que el «misterio» sea parte de la guerra psicológica añade urgencia a este debate, planteado siempre desde el deseo de que Santrich siga vivo, es decir, luchando.

En efecto, y al margen del «misterio», la amputación del cuerpo de Santrich es parte del ultraje de cadáveres de víctimas referenciales, costumbre muy antigua que el imperialismo y narcoparamiliarismo han hecho suya. Hacer “desaparecer” las personas y ocultar sus muertes –recordemos a Carlos Lanz, y el espeluznante desaparición de Carmen Elizabeth Oviedo Villalba, con 14 años de edad, a manos del ejército paraguayo, así a las decenas de miles de desaparecidos sólo en Nuestramérica–, es un método usualmente empleado contra «pueblos militantes», generalizado por los nazis, el Plan Cóndor, la CIA, etc., con la ayuda de Europa, en la que aún hay militantes vascos desaparecidos por los Estados español y francés: Pertur, Popo y Naparra, así como varios miles de asesinados por el franquismo. El ultraje y la ocultación buscan imponer el miedo y que este se transforme en terror paralizante. Hace medio siglo Neumann advirtió que «el mundo se ha hecho más susceptible al crecimiento de movimientos de masa regresivos» por la intensificación de estos y otros crímenes que pertenecen a lo que se denomina como «pedagogía del miedo».

Las burguesías desprecian a las clases explotadas; la colombiana lo eleva a virtud heredada de la cultura político-religiosa española, que en enero de 1813 dictó una Real Orden que legalizaba todas las atrocidades que quisieran hacer los realistas españoles contra los pueblos y sobre todo contra los independentistas. No debe sorprendernos esa brutal Real Orden de 1813, porque el culto a la muerte horrenda, a la tortura, al dolor sacrificial, a los autos de fe y a la escenografía del castigo del pecado y la contrición, juega un papel clave en la cultura político-religiosa del bloque de clases dominante español. Un ejemplo lo tenemos en ese monumento al horror y al sadismo que llaman, con la bendición de la Iglesia, «Valle de los Caídos». Sigue siendo un anclaje irracional de la venganza y el miedo en lo más profundo de la cultura y de la estructura psíquica de masas, anclaje reforzado por múltiples cadenas institucionales, empresariales, educativas, mediáticas, etc., como demuestra F. Sierra Caballero en su brillante «cartografía» de este valle de la muerte santificada.

Santrich era muy consciente de cómo la burguesía colombiana fetichiza la muerte horrenda, injusta. Las bandas terroristas del narcoparamilitarismo fueron creadas como fuerza de choque del narcocapitalismo, tanto en las peleas internas entre facciones de la burguesía colombiana e internacional como, sobre todo, fuerza de exterminio de la lucha popular y de paralización por el terror ante el alto riesgo de asesinatos masivos y de desapariciones forzosas. En Colombia el terrorismo de Estado campa a sus anchas. Además de lo anterior, esas bandas también fueron creadas para de agresión a Venezuela y para abastecer la industria militar privada del mercenariado contrarrevolucionario tan unido el poderoso «ejército encubierto» yanqui.

Para 2001 estaba claro que el famoso Plan Colombia, supervisado por los EEUU, era una modernización ampliada del Plan Cóndor para Colombia. En este contexto, Santrich no podía por menos que asumir que «El orden moral de la burguesía es un orden que contiene por esencia la represión: las represiones que reprimen en su conciencia deben a su vez ser reprimidas primeramente en la realidad, apoyadas en todas las instituciones que las mantienen en tanto “orden” social».

Santrich también entendería que, en este “orden”, escribir con mentalidad crítica es «un acto riesgoso de pensamiento […] un arma de transgresión», que puede costar la vida a quien usa esa arma. Muchas personas también del medio universitario han sido asesinadas mediante una atroz tortura por ello, como Jorge Freytter Romero y otros, así como decenas de estudiantes. La Universidad, sobre todo la pública, fue un objetivo del terror para que no fuera un «arma de transgresión», ya que la cultura crítica puede «ser exponente de una actividad popular y democrática organizada como un contrapoder social efectivo». Frente a la fealdad estética y ética del terror, la creatividad de Santrich le haría coincidir con la tesis de Ludovico Silva de que «Toda belleza es en sí misma revolucionaria», si es que no la conociera ya, que es muy probable.

Santrich defendió que Bolívar era –es– un pilar clave de la libertad de Nuestramérica, rechazando el profundo error de quienes oponen Marx a Bolívar. Su incondicional apoyo a la libertad de las naciones, por ejemplo, del pueblo mapuche, era el mismo que el del Libertador: «Bolívar sabía que no bastaba la libertad de la patria y se mantuviera la esclavitud en su seno, ya que sabía que el efecto de todo gobierno libre que mantiene la esclavitud, traería consigo la rebelión, por lo que toda opresión conlleva una liberación». Por esto, cuando sus exhortaciones sobre esta imprescindible liberación eran incumplidas por los poderes regionales, Bolívar insistía en la necesidad de que la lucha por la independencia y la libertad de la esclavitud fuera acompañada por una lucha moral, por una exigencia ética que impidiera el mantenimiento de la esclavitud.

Santrich asumía esta filosofía: «Ya sabemos con el Che Guevara que, sin la moral comunista, la mera repartija económica no nos interesa. Ya aprendimos con Rosa Luxemburg que el socialismo del futuro no puede ser exclusivamente un asunto de cuchillo y tenedor. Jamás, pero jamás olvidamos a Manuel Marulanda cuando nos alertaba que todos nuestros esfuerzos y nuestras luchas tienen por finalidad la conquista revolucionaria del poder.». Semejante tradición grandiosa se basaba en un Marx que había avanzado la esencia de la moral comunista en 1865: unidad de objetivos; rechazo del servilismo, la credulidad y la sumisión; la lucha como ideal de felicidad; valorar la historia revolucionaria; valorar la cultura; solidaridad humana; duda metódica… .Estos valores enmarcan el sentido de la vida comunista, y se resumen en el que sostiene que la lucha es el ideal de felicidad.

Este rápido vuelo por la memoria de Santrich, que apuntaba directamente a la toma del poder como la unidad de objetivos, nos permite comprender por qué el gobierno y el imperialismo que ocupa militar y políticamente Colombia, necesitaban asesinarlo. En una conversación, el Che y Nasser hablaron sobre qué significaba ser político, el Che dijo que, si un político no daba el paso adelante de tomar las armas para conquistar la libertad, no dejaría nunca de ser un simple político. Ambos, Nasser y el Che, tomaron las armas contra el imperialismo y a favor de la humanidad. Al segundo lo asesinaron; el imperialismo hizo todo lo posible para acabar con el primero y con su obra.

Ambos, junto con Santrich, tenían el mismo ideal de la felicidad humana, la lucha. El capital es inconciliable con la felicidad humana, y por eso la destruye, porque sabe que la felicidad en el sentido marxista es revolucionaria. La certidumbre de que sus vidas estaban bajo el punto mira del terror imperialista, les daba más razones para vivir cada segundo con intensidad creativa, porque la vida es además de un arma revolucionaria como la belleza, también es por ello la felicidad humana misma.

 

 

 

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Federico Clavería Maldonado

Desde Euskal Kultura traemos a ustedes la semblanza biográfica de un individuo cuyas raíces se hunden tanto en Euskal Herria como en México, pero cuya vida fue definida por los vaivenes geopolíticos de los Estados Unidos.

Adelante con la lectura:


El marine navarro Federico Clavería, primer corresponsal en la SGM

En memoria de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile, asesinados en Burkina Faso

El 22 de octubre de 1912 un joven navarro de 25 años Saturnino Clavería Razquin, nacido en Altsasu en 1886, cruzó la frontera entre México y Estados Unidos (EEUU) a través del paso de Nuevo Laredo, Tamaulipas-Laredo, Texas, huyendo de las consecuencias provocadas por lo que posteriormente será conocido como la Revolución Mexicana, iniciada en 1910. Tres días más tarde lo hará su mujer María Maldonado López, nacida también en 1886, en Valle de Ignacio Allende, Chihuahua, México, y sus hijos, Federico y Miguel, nacidos en Ciudad de México en 1908 y 1910. Fue en el paso fronterizo de Laredo cuando con tan solo cuatro años Federico vio por primera la bandera estadounidense, un recuerdo que le seguirá el resto de su vida, y que recobrará un nuevo significado durante su participación en la Segunda Guerra Mundial (SGM). Durante unos años residieron en Bexar, Texas para posteriormente trasladarse a Huntington Park, en el condado californiano de Los Ángeles, y de ahí, finalmente a Santa Barbara, California.

Criado entre Texas y California, desde mediados de la década de 1930 Federico inició una fructífera carrera como artista comercial tanto para la RKO Service Corporation como para la Warner Bros. Pictures en Los Ángeles, dos de los mayores estudios cinematográficos de la era dorada de Hollywood. Movido por el fervor patriótico que recorrió EEUU como resultado del ataque japonés a Pearl Harbor, Federico intentó unirse al Cuerpo de Marines siendo rechazado al no ser ciudadano estadounidense. Había solicitado la ciudadanía en 1937, pero no le será concedida hasta agosto de 1942. Con los papeles en la mano cuenta la leyenda que Federico entró en la oficina de reclutamiento de los marines creyéndose a salvo de cualquier objeción. Sin embargo, fue rechazado en el examen médico. Federico era daltónico (2). No obstante, dado el pasado cinematográfico de Federico como operador de cámara, el oficial de reclutamiento le otorgó una exención médica. Finalmente, Federico se alistó en el Cuerpo de Marines el 1 de octubre de 1942 en Los Ángeles. ¿Cuál era el interés del Cuerpo de Marines por la cinematografía? (3).

Tras la victoria japonesa sobre la resistencia heroica de los marines y civiles norteamericanos durante la invasión de la Isla Wake el 23 de diciembre de 1941, el Cuerpo de Marines se sintió en la obligación moral de atestiguar el servicio prestado por sus hombres en el frente y así asegurarse más publicidad para el propio Cuerpo.

A principios de 1942, le fue asignado al brigadier general del Cuerpo de Marines Robert L. Denig la organización y dirección del primer Departamento de Relaciones Públicas del Cuerpo de Marines para informar sobre sus soldados en zonas de combate. Consecuentemente, reporteros y fotógrafos con al menos cinco años de experiencia fueron reclutados como corresponsales de guerra, pasando a denominarse a sí mismos como los “Demonios de Denig” (4). Como apunta Maslowski, “A diferencia de otras fuerzas armadas, el Cuerpo de Marines no había organizado formalmente unidades fotográficas [...] Antes de Tarawa, la fotografía de los Marines no era impresionante. Isla Wake se había perdido por completo, y la cobertura de la batalla de seis meses por Guadalcanal era escasa. [El documental de los Marines] This is Guadalcanal […] no contenía una sola escena de combate terrestre verdaderamente excepcional. Pero a finales de 1943, los marines estaban bien organizados fotográficamente” (5).

Después de finalizar un periodo de seis semanas de entrenamiento como tropas de combate Federico al igual que sus compañeros del Departamento de Relaciones Públicas les será otorgado eventualmente el rango de sargento siendo enviados al extranjero con unidades de combate. Los fotógrafos y operadores de cámara como Federico cambiaron la carabina por pistolas de calibre 45. Federico fue asignado al 24º Regimiento de la 4ª División de Marines cubriendo tres operaciones anfibias en el Pacifico en un periodo de ocho meses.

“Antes de cada una de sus tres operaciones anfibias, [Federico] pedía al capellán del barco que dijera una oración, no por él sino por su familia, para que sus padres ‘sintieran tranquilidad y paz mental’ si moría en acción. Kwajalein fue su primer asalto […] entró con la tercera oleada, mareado y asustado […] Una vez en tierra cesaron las náuseas y los nervios se calmaron. Primero filmó las oleadas de desembarco posteriores que llegaban a las playas, luego se volvió y fotografió el avance de los marines” (6).

Junto al 24º regimiento Federico tomó parte en las batallas de Kwajalein (31 de enero-3 de febrero de 1944), Saipán (15 de junio-9 de julio de 1944) y Tinian (24 de julio-1 de agosto de 1944). En el 24º coincidió con el marine de primera clase el vasco-californiano Lawrence Erburu. Con el asalto a las islas de Roi y Namur en el atolón de Kwajalein, en las Islas Marshall, los estadounidenses lograron penetrar por primera vez el anillo exterior de defensa del Pacífico japonés. EEUU perdió unos 200 hombres, mientras solo una cincuentena de japoneses de un total de 3.500 logro sobrevivir.

La lucha continuó en las Islas Marianas de Saipán y Tinian. Las victorias estadounidenses sobre estas islas facilitaron la entrada en la esfera de defensa interna de Japón. Saipán conocida también como el Día D del Pacifico supuso un antes y un después en el devenir de la guerra. El archipiélago japonés por fin se encontraba dentro del alcance de los bombarderos B-29 de las Fuerzas Aéreas de EEUU. Unos 3.400 soldados norteamericanos murieron o fueron dados por desaparecidos en Saipán y unos 10.000 resultaron heridos en combate. Entre los fallecidos se encontraba el joven Erburu quien perdió la vida con 22 años. El 90% de las tropas japonesas perecieron durante el enfrentamiento. En Tinian, la resistencia japonesa a la invasión fue también feroz. Mientras unos 320 soldados estadounidenses murieron y cerca de 1.600 fueron heridos de un total de 41.000 marines, el total de las fuerzas japonesas, unas 8.000, fueron aniquiladas. A esto se sumó la muerte de unos 4.000 civiles japoneses, muchos como resultado de suicidios, asesinados por los propios soldados japoneses o como resultado de la batalla. Tras el control de la isla unos 13.000 civiles japoneses fueron internados en campos de concentración.

Entre los marines de origen vasco identificados hasta la fecha que combatieron en Saipán y Tinian se encuentran los veteranos de la Segunda División, Joseph Quintana Urizar, John Sallaberry Berra, Laurence Urizalqui Zalba y Joseph Leniz.

Posteriormente el 24º se dirigió a Iwo Jima. Sin embargo, Federico no se unió a la expedición ya que había estado en tres operaciones y camarógrafos recién llegados todavía no habían tenido la oportunidad de participar en ninguna misión.

Federico fue asignado temporalmente al Cuartel General del Grupo de Aeronaves 24º de la Primera Ala de Aeronaves del Cuerpo de Marines en el Pacífico. Dos días después de la rendición de Japón, Federico solicitó estar en la ceremonia de traspaso de poderes en la Isla Wake que tuvo lugar el 4 de septiembre de 1945 como un gesto simbólico hacia aquellos compañeros marines que perecieron o fueron apresados durante la invasión japonesa de la isla. Estaba filmando la bajada de la bandera japonesa cuando “miré hacia arriba y vi a un soldado japonés saludando a su bandera siendo arriada y las lágrimas que corrían por sus mejillas”, recuerda Federico. “Eso me conmovió. Pero luego, de la misma manera, un poco más tarde, Old Glory fue izada y, muchacho, las lágrimas también corrieron por mis mejillas. Entonces pude entender que el japonés y yo éramos dos seres humanos en el mismo barco. Estaba cumpliendo con su deber. Yo estaba haciendo el mío” (7). Habían transcurrido 33 años desde que contemplase por primera vez la bandera estadounidense.

Federico regreso finalmente a EEUU en enero de 1946. En marzo se casó con su novia, la mexicana Bertha Alice Ciriza, y en julio fue licenciado con honores tras casi cuatro años de servicio. Fue parte de la primera generación de corresponsales en la historia del Cuerpo de Marines. Aproximadamente 430 marines desempeñaron funciones de combate fotográfico en el Pacífico durante la guerra. Ninguno de los llamados “Demonios de Denig” originales sigue con vida.

Federico y Bertha fundaron en diciembre de 1946 su primera fábrica de tortillas bajo el nombre de La Tolteca en Santa Barbara, ciudad donde establecieron su hogar. Posteriormente abrirán a lo largo de los años otros siete restaurantes en el sur de California y en la ciudad de Phoenix, Arizona, convirtiéndose en una prominente familia de negocios en el Condado de Santa Barbara. La familia cerró el restaurante original en 2006.

Censura mediante el mundo podía ver y sentir lo que estaba ocurriendo en el frente a través de las fotografías y películas de los corresponsales de guerra, ya fueran civiles o militares. A la SGM le sucedieron otros muchos conflictos en el que las tensiones entre la libertad de prensa y la censura militar no se disiparon, alcanzando una nueva y sorprendente meta con la retrasmisión en directo de acciones de guerra, particularmente tras el 11-S, como la invasión de Afganistán por parte de los EEUU el 7 de octubre de 2001 o la posterior invasión de Irak en 2003. La guerra era televisada como si de una película de Hollywood se tratase.

Los corresponsales de guerra se convirtieron en historiadores a pie de trinchera que se encontraban en el momento y el lugar adecuados realizando un registro directo de la vida mientras informaban sobre los hechos y experiencias cotidianas de los soldados en el frente. Al testimonio escrito se le sumo el gráfico con el poder de ilustrar a toda una generación cuyos sacrificios no podían pasar desapercibidos por una sociedad expectante de los resultados de su entrega y dedicación. Las imágenes que tomaron los corresponsales de guerra como Federico aún mantienen su peso histórico y siguen siendo utilizadas con gran profusión 75 años después de los hechos, creando una memoria colectiva fotográfica de la época y de una generación que consiguió la victoria final contra el totalitarismo de aquel momento. El propio mundo de la Recreación Histórica se nutre de las imágenes tomadas por parte de personajes como Federico, dotándolas de un nuevo significado y de un poder simbólico del que carecían en un primer momento.

Aun con un claro componente propagandista patriótico hicieron de la guerra algo más humano, visibilizando sus trágicas consecuencias en la población civil, en la devastación de ciudades o, por ejemplo, al llevar a la gran pantalla o a las portadas de los periódicos las pequeñas historias detrás de los soldados caídos en combate… El nombre de Federico Claveria pasará a formar parte del gran elenco de corresponsales de guerra vascos, aunque civiles, que le precedieron como la histórica Cecilia García de Guillarte (Tolosa, Gipuzkoa, 1915-1989), quien cubrió el Frente Norte de la Guerra Civil de 1936, o el mítico Manu Leguineche (Arratzu, Bizkaia, 1941-2014, Madrid), o los más recientes Jon Sistiaga (Irun, Gipuzkoa, 1967), Mikel Ayestaran (Beasain, Gipuzkoa, 1967) o Ane Irazabal (Arrasate, Gipuzkoa, 1984).. Sirva este artículo como un sincero homenaje a los hombres y mujeres corresponsales de guerra que siguen hoy en día jugándose literalmente la vida por desempeñar el trabajo fundamental de informar.

En 1985, la Asociación de Corresponsales de Combate del Cuerpo de Marines otorgó a Federico el “Premio en Memoria de Donald L. Dickson”, creado para aquellos que más han contribuido a la mencionada asociación. Federico falleció en 1994 a los casi 85 años en Santa Barbara y fue enterrado con honores militares.
 

(1, 3, 5, 6, 7) Maslowski, Peter. (1993). Armed with cameras. The American military photographers of World War Two. New York: The Free Press. Páginas 175, 237, 222-23, 237-38, y 238-239.

(2) Federico and Bertha Claveria Collection, CEMA 130, Department of Special Collections, University Library, University of California, Santa Barbara. (METER LINK https://www.library.ucsb.edu/special-collections/cema/claveria SOBRE “Federico...Collection”).

(4) Frank, Benis M. (1967). Denig’s Demons and how they grew: The story of Marine Corps Combat Correspondents, Photographers and Artists. Marine Corps Combat Correspondents and Photographers Association.




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