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lunes, 5 de septiembre de 2016

Mil Víctimas Inocentes del Franquismo Borbónico

Cualquier persona que en los últimos cuarenta años haya estado expuesta a una o varias de las opciones utilizadas por los medios de comunicación para hacer llegar información estará familiarizada con la impactante foto de Phan Thị Kim Phúc.

Sí, lo sabemos, el nombre no nos dice nada.

Se trata de la niña vietnamita que desnuda corre por una carretera tras un ataque con napalm por parte de los estadounidenses en contra de su aldea. En la imagen se puede ver a sus agresores caminado tras ella y otros niños como si lo que estaba sucediendo fuese algo normal, sin importancia.

Para la mayoría, hasta ahí llega el entendimiento de lo que se a simple vista se puede captar en la imagen. Lo que la mayoría no entiende es la verdadera razón por la cuál Phan Thị Kim Phúc y los otros niños huían del ataque con napalm.

La razón siendo una que los medios de comunicación, siempre al servicio de Washington y de su historia oficial, ocultan cuidadosamente.

Phan Thị Kim Phúc corre porque los estadounidenses castigaban las aldeas que daban apoyo a los miembros del Viet Cong ocultos en las selvas, esas que los estadounidenses defoliaban con el agente naranja. Washington aplicaba así la estrategia de tierra quemada en contra de la resistencia vietnamita, dirigendo su letal armamento en contra de civiles desarmados: ancianos, mujeres y niños.

De esa forma, atacando brutalmente a niños indefensos, el poderío yanki se cobraba la afrenta del ridículo militar producido por sus andanzas imperialistas en el sureste asiático.

Estrategia de tierra quemada utilizada en contra de niños. Antes la utilizó Hitler en contra de poblaciones enteras en Polonia, la Unión Soviética y Yugoslavia. Hoy la utiliza Israel en contra de los asentamientos palestinos.

Los niños como víctimas de los estados con una clara inclinación a la violencia.

Algo que a su medida y en su contexto el estado español viene realizando desde casi tres décadas en contra de la infancia vasca, tal como nos relata este artículo publicado en la página del periódico Diagonal:


Un informe elaborado por el colectivo de familiares de presos y presas vascas denuncia los largos viajes que los menores tienen que realizar, las limitaciones en las comunicaciones y las consecuencias psicológicas.

Cerca de 1.000 niños y menores vascos están afectados por la política penitenciaria de dispersión de presos vascos. La organización de familiares de presos está trabajando en la elaboración de un censo de los menores familiares de presos vascos, recabando hasta el momento a 331 menores en Bizkaia y otros 91 en Navarra. “Esto nos permite aventurar que serán cerca de mil los menores que se encuentran en esta situación”, explica la organización en el informe titulado ‘Las niños de la dispersión’, hecho público el pasado viernes 2 de septiembre, en el que denuncia las consecuencias que estos niños y menores sufren a raíz de los largos trayectos, a veces de más de 1.500 kilómetros, que tiene que realizar para poder visitar a sus padres o familiares.

Etxerat trabaja en estos momentos en la elaboración de un censo de los menores de edad afectados por la política de dispersión. Tan sólo los datos recabados en Bizkaia (331) y Nafarroa (91), hablan ya de más de 420 menores afectados por la dispersión en el momento actual. Esto nos permite aventurar que serán cerca de 1000, los menores que se encuentran en esta situación.

“Resulta muy difícil dar una cifra concreta de los que han sufrido las consecuencias de las políticas penitenciarias de excepción a lo largo de estos 27 años, pero con los datos que contamos, podemos aventurar que más de 5.000 niños se han visto sometidos a las consecuencias de la dispersión”, señala el informe. “Estos menores son hijos, hermanos, sobrinos, primos o nietos de las presas y presos políticos vascos dispersados. Son sus familiares y, en la mayoría de los casos, son las personas más importantes para su vida y para su desarrollo personal: sus padres”, continúa.

El informe recuerda que, en el momento de elaboración, el colectivo de presas y presos políticos vascos está formado por 373 personas, tres de ellas en prisión atenuada por sufrir enfermedades graves. A los 371 restantes el Ministerio de Interior les aplica la política de dispersión: dos de ellos en prisiones en País Vasco, y el resto repartidos por España y Francia. 54 de ellos están en cárceles localizadas entre 100 y 390 kilómetros de sus domicilios; 103 en cárceles entre 400 y 690 kilómetros de distancia y los 211 restantes a prisiones que pueden estar hasta a 1.100 kilómetros de su lugar de residencia. “Cuando están durmiendo, a estas niñas y niños hay que levantarlos de cunas y camas para que,muchas horas y kilómetros después puedan ver a sus padres, a sus abuelos, a sus familiares alejados. Cuando deberían estar descansando, estos niños y niñas recorren kilómetros en el asiento de un coche, o soportan la espera en el andén de una estación. Cuando deberían estar jugando, siguen sujetos al asiento del cocge o ven pasar las horas en la puerta de la prisión”, señala el informe.

A los largos trayectos que tienen que realizar los menores para ver a sus padre y familiares se añaden las limitaciones en el ámbito de las comunicaciones, sobre todo en el Estado español. Después de pasar los sucesivos controles, identificaciones, cacheos, arcos y aparatos detección, el informe detalla que las comunicaciones se limitan a dos visitas semanales de 20 minutos, que pueden acumularse en una visita de 40 minutos, a través de un cristal y de un interfono. “No hay ningún contacto físico entre las personas encarceladas y las que las visitan”.

El informe explica que la única posibilidad de contacto físico es en el vis a vis íntimo, de una hora y media de duración y de una vez por mes, y en el caso de los hijos menores de diez años, un vis a vis de convivencia cada tres meses. Sin embargo este tipo de encuentros, que duran entre tres y cuatro horas, se realizan en espacios que no siempre están acondicionados y que, además, se usan compartidos con otras familias, privándoles de privacidad, y en muchos de los centros tampoco dejan llevar juguetes, pinturas, papel, ni siquiera alimentos, agua o pañales. Una vez que el menor cumple diez años, este tipo de encuentro con sus padres se suspende. “En el caso de que niños o adolescentes pudieran acaparar la totalidad de las comunicaciones autorizadas a sus padres, llegarían a sumar, mensualmente cuatro horas y diez minutos de contacto -de las cuales, 2 horas y 40 minutos, transcurrirían a través de un interfono y un cristal-; ocho cartas y las llamadas telefónicas de 5 minutos que su madre o su padre puedan realizar mientras no coincidan el horario autorizado a los presos para llamar y su horario lectivo. Para ello, estarían obligados a recorrer mensualmente, entre 4000 y 8000 kilómetros, lo que terminaría con su educación o con su salud”, detalla el informe, que destaca que es la censura de sus comunicaciones,en todo momento intervenidas, lo que “termina con cualquier espacio para las relaciones, para la confianza y para la intimidad”. Desde Etxerat denuncian también que en algunas prisiones, como la de Aranjuez, los vis a vis de convivencia tienen lugar en días laborables, lo que obliga al menor a faltar a clase para poder ver a su familia.

El informe presentado por Etxerat incluye también un estudio psicológico realizado por la psicoterapeuta Haizea Barandiaran, y firmado por otros 18 psicólogos, a partir de un grupo de trabajo con menores afectados por la política de dispersión. El informe psicológico señala que el colectivo infantil del estudio presentó una sintomatología que incluye ánimo depresivo, comportamientos de oposición e irascibilidad, pérdida de interés por las actividades gratificantes, pérdida de la confianza en sí mismo y autoestima,sentimientos de inferioridad, ideas recurrentes relativas a la muerte, ansiedad, alteraciones del sueño o cansancio físico, entre otros síntomas.

“En la mayoría de casos, al contrario de la condena carcelaria, perciben la dispersión como un castigo impuesto hacia ellos”, explica el informe. “A menudo sienten que el protagonismo de sus vidas está desplazado. Esto es, el eje de su vida es el preso y su agenda está organizada entorno a los viajes”, continúa.






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