En México hay dos estados cuyos nombres hablan de la herencia vasca en el país: Durango y Quintana Roo. Pocos mexicanos saben esto.
Se asegura que el nombre del estado de Arizona, hoy en día en los EUA tras la agresión anexionista de este país en contra México también es de origen vasco. Pocos estadounidenses lo saben.
Pero definitvamente y por mucho, el nombre de origen vasco de una entidad política en el continente americano tiene que ser Bolivia, pues dicho nombre se forjó en honor a Simón Bolivar, prócer independentista de raíces vascas. Pocos americanos lo saben.
En ese tenor, les presentamos este texto publicado en La Razón:
Vascos en Bolivia: del ‘loco’ al ‘bigotón’
La presencia de los vascos y vascas en Bolivia fue muy importante durante la Colonia
Ricardo Bajo Herreras
Cada vez que me encuentro a alguien con apellido vasco, le digo lo mismo: ¿sabes que tu apellido (la gran mayoría son toponímicos) es del País Vasco y significa tal cosa? Y las respuestas (la gran parte de ellas) siempre son las mismas: ni idea, ni me interesa. La presencia de los vascos y vascas en Bolivia fue muy importante durante la Colonia y la primera etapa de la independencia, pero luego fue casi desapareciendo por la falta de una emigración que eligió otros países.
El libro La distancia y el olvido: vascos en la historia de Bolivia (Plural) del compatriota Aitor Iraegi recoge la “vida, obra y milagros” de 56 personajes, la gran mayoría de la era colonial. La elección es aleatoria, sin pretensiones académicas, y como reconoce el propio autor, injusta (pues se quedan en el tintero muchos, al tener el libro escasas 100 páginas). Iraegi asegura que trató de no juzgar excesivamente a los villanos ni enaltecer a los héroes, pero nadie en este mundo es virgen. Y así, entre líneas se cuelan algunas simpatías y antipatías por ciertos personajes e incluso por el hoy en día: para Iraegi, el nombre de Estado Plurinacional de Bolivia es “feo”. Y en la tapa hay un escudo de Euzkadi, con “z” a la manera del Partido Nacionalista Vasco, la derecha nacionalista con la cual simpatiza el autor (y Azkargorta, que cierra el libro).
“La distancia y el olvido” comienza con un episodio poco conocido del Loco Lope de Aguirre en Potosí (narrado por el gran Bartolomé de Arzáns) y termina con el citado Azkargorta (por cierto, el Bigotón no llegó a jugar, como asegura Iraegi) ni en la Real Sociedad de Donostia ni en el Athletic de Bilbao, pues por una grave lesión (era centro delantero) se quedó a las puertas y tan solo debutó en los filiales juveniles de ambos equipos vascos; con 24 años ya tenía el título de entrenador. Además, el actual entrenador de Bolívar —apellido vasco que significa “vega del molino” por “bolu” (molino) e “ibar” (vega) y que hace referencia al pueblito de Bolibar— comparte lugar de nacimiento (Azpeitia, en Gipuzkoa) con otro vasco de cruel recuerdo para la ciudad de La Paz: el jefe militar durante el cerco Sebastián de Segurola y Olíden.
Cuando uno tiene la tentación de enorgullecerse por alguna extraña razón del legado de los vascos, es necesario recordar que por ejemplo el dictador chileno Augusto Pinochet tenía como segundo apellido Ugarte; que los hermanos Verasátegui son recordados por su crueldad en el Potosí de la guerra entre vicuñas y vascongados; que un Urquijo mató a Pedro Ignacio Muiba en Trinidad; o que Goyeneche también era vasco. En “venganza” poética, otros como García de Loyola (sobrino de Ignacio de Loyola) y Cipriano Barace cayeron a manos de “gudaris” indígenas (mapuches y baures). Pero, olvidándonos de guerras, genocidios y muerte, es más placentero acordarnos de los que se casaron con indígenas o criollas, como Matías Azurduy (padre de Juana), como el propio García de Loyola, como Manuel Sagárnaga (padre de Juan Bautista). U honrar a las valientes hijas de vasco (Juana, pero también Vicenta Juaristi Eguino); o leer a escritoras y literatos (Zamudio, Gorriti, Bayo Segurola, Borda, Echazú, Urzagasti, Zavaleta, Urioste...). Pero sobre todo enorgullecerse de los que sintieron a Bolivia como su propia patria: Carlos Anasagasti Zulueta (obispo del Beni), Pedro de Anasagasti Urrutia y los entrañables Gregorio Iriarte y Manuel Egiguren Galarraga.
Después de leer el citado libro uno se queda fascinado ante la talla de la Monja Alférez (Catalina de Erauso, que vestía como hombre y que, recibida por el papa Urbano VII, fue autorizada por el Pontífice para vestir así, “si así era su gusto”). Y uno se sorprende al saber que el gran Orixe (Nikolas Ormaetxea), uno de los poetas en euskera más importantes, huyendo de Franco, atravesó Bolivia e impresionado por el altiplano y el lago Titicaca, escribió un lindo poema en vasco llamado Bolibiko zabaldian (En la sabana de Bolivia), cuyo final dice: “¿qué más necesito una vez visto Bolivia?”.
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