No se le mecionó en ninguna de las nota que dieron cobertura al acto convocado por los Artesanos de la Paz en Baiona para escenificar la culminación del desarme de ETA.
Por eso agradecemos a Mertxe Aizpurua la publicación en su blog que resalta la gesta de Grazi Etxebehere.
Lean ustedes:
Mertxe Aizpurua | Foto: Bob EdmeHan pasado casi dos años desde esta imagen. Grazi Etxebehere, la mujer que aparece en la foto, se presentó en su domicilio de Behenafarroa tras saber que la Gendarmería francesa ocupaba su casa y que la buscaban por dar cobijo a dos presuntos militantes de ETA, a los que la Policía relacionaba con el sellado de zulos. Llegaba así, de blanco y rojo, desde el mismo corazón del bullicio sanferminero, directa a la segura detención que la esperaba al otro lado de la frontera.Etxebehere se plantó ante los agentes policiales y reconoció sin ambages que sí, que ella albergaba en Ortzaize a los dos activistas, porque contribuir al proceso de paz era, para sí misma, una obligación como ciudadana vasca. Ayudaba a una organización que quería desarmarse. Por eso dijo que no se arrepentía de nada. Frente a unos estados, el español y el francés, que optaban por hacer caso omiso y sabotear la propuesta de desarme de ETA, una enfermera recién jubilada, consciente de lo que le esperaba, con un pañuelo rojo anudado al cuello y una serenidad digna de asombro, manifestaba a la prensa que ese era su «granito de arena» para el proceso de paz de su país.Pensé entonces que el coraje de aquella mujer erguida junto a la barrera policial que iba a detenerla en ese mismo instante no tenía parangón. Me pareció que su convicción de haber hecho lo correcto era lo que empezaba a pesar densamente en la atmósfera de Ortzaize, y me impresionó la transparente apología de la paz y del compromiso que reunía aquella escena, a todas luces excepcional.Entonces, el 9 de julio de 2015, al ver a Grazi Etxebehere ante su casa, no pensé en Rosa Parks, la mujer negra que al negarse a ceder el asiento de autobús a un blanco en Estados Unidos encendió en 1955 la chispa del movimiento por los derechos civiles. No lo pensé entonces, pero sí lo hice el pasado sábado en Baiona, mientras asistía a la ejemplar acción de una sociedad civil que, en un paso de alcance gigantesco, protagonizaba el desarme y abría la puerta a un cambio de ciclo para este país.El viaje en el tiempo me llevó de Baiona a Ortzaize. También en esto, pensé, ha habido una Rosa Parks.
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