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sábado, 29 de abril de 2017

Egaña | Trampa para Monos

El texto de Iñaki Egaña que les presentamos a continuación, más que inspirado por la culminación del desarme de ETA esta inspirado por la (falta de capacidad de) reacción del régimen borbónico franquista. 

Aquí lo tienen:


Iñaki Egaña

Los ecos del insólito proceso de desarme llevado a cabo por ETA todavía resuenan en los patios traseros y delanteros de esa Europa cargada de otras noticias también relevantes. Las crónicas avanzan a una velocidad de vértigo y el 8 de abril se va a convertir pronto en historia, dentro de una pila de células germinales que nos llevarán a otros escenarios. Son los sueños del poeta, la conversión del "polvo de oro viejo". Pensé que me había vuelto estéril, escribió Orixe desde el campo de concentración de Gurs, antes de darse cuenta de que todo retorna, que todo vuelve a ser preñado de nuevo.

¿Todo? El sorprendente proceso de desarme de ETA, con esas implicaciones y ramificaciones que probablemente se abrirán en el futuro, ha tenido, sin embargo, un apartado congelado. El que ha propiciado, precisamente, ese proceso inusual que tanta estupefacción nos causó en su diseño. Me refiero a la inmovilidad de un estado, el español, convertido en estatua de sal, como la mujer de Lot, ante el seísmo del desarme. Al parecer, el estado de derecho sólo es susceptible de moverse en las cloacas, en los desagües, en los canales de reinas tales como aquella Isabel II, la de los Tristes Destinos.

Ya en julio de 1998, con motivo de los Acuerdos de Lizarra-Garazi, el actual presidente de la Fundación Valores y Sociedad, el agrónomo Jaime Mayor Oreja, acuñó un concepto que alentó a tertulianos y analistas políticos españoles. La tregua-trampa. Para referirse al hecho de que las tregua de ETA, como también lo hizo la AEAPV (Asociación de Escoltas en Activo del País Vasco) cuando la organización armada anunció el alto el fuego definitivo, eran una trampa. Según la fuente, para convertir las balas en votos, para rearmarse, para financiarse de nuevo... En cinco años, las interpretaciones del proceso que concluyó en el desarme han dado lugar a las más disparatadas teorías. Denostando las obviedades tales como que si el asfalto está mojado es porque ha llovido. En España, al parecer, la humedad proviene del chasquido de las castañuelas.

La tregua-trampa ha servido para un roto y un descosido. Se convirtió en un símbolo singular que explicaba razones complejas o, mejor dicho, intentaba dar cabida a una política extremadamente menguante en la aplicación del concepto de democracia. La tregua-trampa pertenece a ese vocabulario histórico que nos concierne a los vascos por inmersión. Por inmersión impuesta. Junto a otros términos como "rojo-separatistas", "KASETA", "desafío separatista", "zulo"... Para incidir en un inmovilismo eterno.

Un inmovilismo sorprendente, el mismo que hace gala el presidente Rajoy, perfil plano, discurso horizontal y ausencia de la palabra "iniciativa" de su diccionario, el que queda retratado por golpes primarios. Explicados en los tratados de psiquiatría, no en los de ciencia política por si alguien se presta a buscarlos al concluir estas líneas. Las reacciones ante el anuncio del desarme hechas ya desde 2011, y no pretendo frivolizar con un tema severo, fueron sensitivas, nada intelectuales. Es decir, instintos básicos. Que como conocen son el comer, el sexo y el poder (la ideología).

El Estado español ha sido cautivo de sus instintos, de sus fobias. Ha caído no en la tregua-trampa sino en la "Trampa para monos", la misma que supuestas tribus primitivas utilizaban para capturar primates, animales, por otro lado, listos, casi como nosotros, quizás en alguna ocasión más que nosotros. Dicen que cazar monos no es cosa sencilla. Pero en lugares recónditos del Amazonas, en las sabanas africanas, en las selvas más inexpugnables de Indonesia, hombres y mujeres ingeniosos dieron con un método que, mucho después, sería estudiado por psiquiatras acreditados para explicar la, a veces, intrincada naturaleza humana. La Universidad de Massachussets señala que somos 90% instinto y 10% intelecto. Parece ser cierto.

El hecho apuntaba a que los monos de los tres continentes citados eran curiosos pero a la vez esquivos. Su índice intelectual compensaba su poca velocidad a la carrera, sus dientes romos, su fortaleza relativa, excepto en las grandes especies, gorilas en la niebla, King Kong en la ficción. Para su captura, nuestros antepasados idearon un método sencillo. Hicieron un agujero en un coco, en una cabalaza, por donde pasaba la mano de un mono. Y al otro lado, pusieron frutas, comida, plátanos. El mono llegaba a la trampa, metía la mano por el agujero y atrapaba el alimento. Hasta aquí de una sencillez supina.

Salían entonces de su escondrijo los humanos atrapa-monos y se dirigían a su presa que, en pánico, se ponía a chillar de manera estridente. Me dirán que el cuento se termina aquí, con la fuga del simio. Se equivocaron. Los monos no soltaban el alimento, el plátano o lo que fuera, y eran irremediablemente capturados. La mano cerrada no cabía por el agujero.

Lo interesante de esta situación es que el mono sabía que podía escapar pero para ello debía haber soltado la comida. Nos dicen los expertos que el mono es lo bastante inteligente para hacer una valoración in situ, incluso para saber que si le cazan no podrá disfrutar de la comida. Pero, erre que erre, se aferra a su plátano. El instinto y el deseo es más fuerte que su sentido común. Aunque parezca difícil de creerlo, la trampa para monos ha funcionado durante siglos.

También en los humanos, primates a fin de cuentas compartiendo un 99% del ADN. En esas coordenadas, las del plátano cautivo, son las que se han movido el Estado español con relación al desarme planteado por ETA. Ha caído en la "Trampa para monos" tal y como lo hubiera previsto un investigador de la Universidad de Massachussets. Y no reniega de su instinto básico, que es el que le ha movido desde los tiempos en los que los árboles eran aún más inexpugnables.

Ese instinto básico es el mismo que le empuja una y otra vez a sentir el aliento del franquismo como propio, a celebrar el genocidio de un continente como día de su patria, a dar una palmadita en la espalda, una medalla en el pecho y un sobre en el bolsillo a quienes sistemáticamente violentan derechos humanos y colectivos. Un instinto básico que se refuerza en fábulas religiosas y en patrañas reales, como si el intelecto tuviera una adhesión más leve entre la Puerta de Alcalá y la fuente de la Cibeles.

El inmovilismo, el instinto como fuente hegemónica política, se ha convertido en parte sustancial de la naturaleza española. No quiero ahondar en crónicas históricas, en espacios tan notorios como cercanos. Recordar, someramente, que las grandes tragedias que ha vivido nuestro pueblo han tenido como inicio esa congelación sistémica de las coordenadas políticas a las que nos sometieron. Como si el Credo Legionario fuera parte de la esencia inmutable de un Estado insaciable. Primitivo en su identidad.

Inmovilismo para no acoger una ruptura con la dictadura que había hecho retornar al pueblo español a la era de las catacumbas. Que había cortado sus alas, y la de sus pueblos periféricos, bajo supercherías infumables pero defendibles en una Carta que la llamaron Magna. Si alguien piensa todavía que la historia se rige por renglones lógicos, aquí tiene uno de los paradigmas de lo contrario.
El sentido común, el mismo que no tienen los monos que atrapan a través del agujero de una calabaza un plátano, señalaba que tras el anuncio de 2011, el desarme debería ser ordenado. Lo ha sido, pero de forma unilateral y tras la detención en los años anteriores de protagonistas que lo estaban preparando. Incluso con la imputación de quienes ejercían de notarios internacionales. Un desarme, vistos los tiempos que corren, de una lógica argumental aplastante. Pero ya saben que la lógica, al parecer, no es rúbrica humana. Tampoco de los monos.






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