Les compartimos esta interesante entrevista publicada en Deia:
Arantzazu Amezaga: “Hay que devolverle a Navarra su alma primordial vascona”
La escritora vasca presenta nueva novela, donde desgrana los trágicos hechos que desembocaron en el nacimiento del Reino de Navarra
Iñaki Mendizabal Elordi
Incitada por su padre, el escritor Bingen Ametzaga, se aventuró en la lectura y acabó firmando sus propias historias, basadas casi siempre en capítulos relevantes de la Historia de Euskal Herria. Arantzazu Amezaga regresa ahora a las librerías de la mano de 778 Orreaga (Txertoa). El nacimiento de un reino, donde describe de una forma peculiar la invasión peninsular de Carlomagno y la respuesta que obtuvo por parte del pueblo vascón.
¿De dónde le viene esa afición por la Historia vasca y la Historia en general?
-Nací con esta inclinación humanística, fomentada por aita, Bingen Ametzaga, conocido traductor al euskara y autor de varias obras propias, exiliado en 1937 y muerto en Caracas en 1969. Cuando me tocó elegir carrera universitaria derivé a Biblioteconomía y Archivos, Escuela de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, una carrera novedosa entonces, que convenía a mis intereses: por un lado me tecnificaba en la investigación bibliográfica y su ordenamiento, por otro, podía desarrollar este impulso de escribir que llevo dentro. No recuerdo ni un solo día de mi vida en que no haya escrito, a lápiz y pluma de niña, a máquina de joven, en el ordenador en mi edad madura.
¿Recuerda alguna anécdota curiosa al respecto?
-Hay una que repetía aita. Me enviaron a los cinco años al colegio en Montevideo, entonces era pronto, y me fui muy contenta pero volví enrabietada. Cuando aita me preguntó, temblando, qué me había pasado para tal cambio de humor, le respondí: ¡Es que no me han enseñado a leer ni a escribir! Ya entonces quería leer todos los libros de la biblioteca del exilio de mi padre.
¿Por qué ha elegido para esta nueva novela la historia de la emboscada de Orreaga?
-Ha sido un tema recurrente en mi vida y al radicarme en Navarra, en 1972, y vivir cerca de Orreaga, acompañar a mi marido Pello Irujo en los actos conmemorativos del milenario de la batalla (1978), y que dicha batalla diera origen a nuestro reino... son impulsos afectivos y efectivos. También me impresiona el poder de la Literatura: La Chanson de Roland, un bellísimo poema épico, el cantar de gesta más antiguo escrito en romance europeo, que leía de niña en Montevideo; transforma a los aladides derrotados por los vascones, en héroes, incluso se bautiza el desfiladero con el nombre de Carlos, futuro emperador de Europa. Así, desde el siglo XI y hasta hoy.
He visto la bibliografía de ‘778’, pero, ¿ha hecho algo más para documentarse? ¿Le ha resultado difícil recabar información al respecto?
-He tenido un asesor de excepción, doctor en Historia, Xabier Irujo, que es mi hijo. En esta novela he contado con la información válida que me ha proporcionado y así me ha evitado una exhaustiva labor de archivo. He tenido más tiempo para recrear personajes y situaciones, para el deleite de narrar.
A la hora de contar la historia, ha tomado cierta distancia y se ha ido hasta el siglo XIII; así, el acontecimiento se desvela de la mano de un maestro vidriero y sus discípulos. Una técnica sutil para mostrar un mundo lejano y oscuro...
-Es una historia en dos tiempos. La del maestro y su labor en los vitrales de Chartres, siglo XIII, y el fluir de la historia en el tiempo de la batalla y la creación del reino, siglo VIII. El maestro vidriero hace una recreación histórica de los episodios que van a representar en cristales de colores. Tiene que aceptar y realizar la historia según los relatos oficiales, pero le va brotando la realidad de los hechos que ocurrieron en el incipiente Reino de Pamplona.
Las vidrieras de la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora son la excusa para contar lo que se recuerda de Orreaga. ¿Le ha servido esta técnica para completar un relato con tan pocas referencias históricas contrastadas?
-Sí. Una es la historia que se escribe oficialmente, que nos llega de la mano de estados poderosos, apoyados por una literatura florida. La otra es la historia cotidiana que apenas se refleja en documentos. He ido muchas veces al desfiladero, recreando la batalla en mi mente, con su horror, su apocalipsis... Y lamentado otras tantas veces que aun Navarra siendo reino independiente hasta 1512, careciéramos de un monje como Turoldo que cantara la gesta tal como no fue, como hicieron los carolíngios. Y aún así impacta. Arturo Campión hizo un bello poema en euskera, Orreaga, y creo que hay una pastoral también. Hay que novelar, hacer poesía, además de investigar nuestros sucesos. Un pueblo es también memoria. En eso, los vascos hemos sido descuidados, empujados por nuestras condiciones políticas.
En la novela, usted les da gran importancia a los personajes. Algunos aparecen con todo lujo de detalles, incluso psicológicos. ¿Resulta difícil ponerse en el lugar de alguien que vivió en el siglo XIII o en el VIII?
-Los seres humanos no hemos cambiado nuestros instintos básicos. Aunque sí que en el fragor de la novela, mientras una va escribiendo, imaginando, hay que despojarse de las comodidades que consideramos imprescindibles en el siglo XXI; entonces no había electricidad, ni automercados, ni transporte de gasolina… Los caminos eran trochas, y la peste y la muerte estaban cercanas, los poderosos comandaban guerras de primavera y edificaban catedrales para su glorificación, con el sudor del pueblo. Pero esto último ha sido así hasta hace poco. Aún hoy es una realidad.
También ha querido darle cierto tono romántico que contrasta a veces con la dureza de los hechos (la toma de Iruñea, por ejemplo).
-Sí, para que el lector tenga un punto de reposo. La vida no siempre es negra ni blanca ni rosa del todo.
Dicen todos los escritores que la atmósfera es vital en una novela. ¿Le da mucha importancia a esa virtud intangible de todo buen relato?
-Iruñea, la vieja Iruñea maitia, está ahí. Orreaga a cincuenta kilómetros de casa… y en estos momentos políticos - que una iba acertando- me era fácil llegar hasta el hogar de Enekoitz, vivir lo que estaban programando aquellos hombres y mujeres para el futuro del país de los vascones. Veníamos, a no olvidar, del Ducado de Vasconia.
Alguna vez he escuchado que un país sin novela histórica es un país manco. ¿Cree usted que la novela histórica ayuda a crear país?
-Por supuesto. Los ingleses son maestros en ello. Su gran escritor, Shakespeare, es un relator de sucesos históricos, Jane Austen da realidad a la sociedad de su siglo. Además, a todo el mundo no le es posible, y menos en el trajín de la vida diaria de hoy, leer libros de historia. Una novela es más entretenida y sirve para leerla a la última hora del día. Nos aleja de la realidad a veces monótona de nuestra existencia, nos lleva hacia atrás, hacia nuestros antepasados y sus vivencias. Creo, visto mi propio caso con 778, que los historiadores deberían acercarse más a los novelistas o los novelistas a los historiadores y hacer de nuestra magnífica historia un suceso vivaz, digno de orgullo. Pocos pueblos contienen en su memoria el significado del Árbol de Gernika y del Malato.
Nafarroa estrena ahora una nueva etapa política, después de tener un Gobierno que ha dado la espalda al resto de territorios vascos, siendo ellos los verdaderos y genuinos vascones que describían los escribas e historiadores romanos (Estrabón, Tito Livio...). ¿Por qué cree que en las últimas décadas se ha negado esa realidad histórica?
-Ha habido lamentables sucesos políticos, personajes nefastos que han desvirtuado, con fines perversos y egoístas, nuestra historia y confraternidad. Hemos malgastado cuarenta años en una trifulca sin sentido que han desmentido las estadísticas. Es curioso: las matemáticas nos daban la razón. Nos comportamos como pueblos afines en el asunto social, en el cultural. Pero hay que revisar la historia y los museos, y darle a Navarra lo que es de Navarra. Devolverle su alma primordial vascona.
La Real Compañía Guipuzcoana, las guerras carlistas, la rebelión suletina de Matalaz, la Zamakolada vizcaina, la conquista de la vieja Navarra... ¿En qué nueva ‘empresa’ está pensando ahora?
-Se me ocurren muchas cosas y tengo poco tiempo. Eso me parece. Me gustaría hacer una novela del exilio vasco, tan ejemplar, de nuestra guerra del 36, de tantas cosas. Aunque he escrito mucho, bordeando esos temas, me temo que muchos me consideren una pesada.
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