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miércoles, 17 de agosto de 2016

Lo Que No Está a la Vista

Con respecto al asunto de la estrategia vengativa en contra del colectivo de presxs políticxs vascxs, ampliamos la información con este reportaje publicado en Noticias de Navarra, en donde se nos habla de las víctimas invisibles de la represión española, los familiares y amigos, quienes técnicamente, no han hecho absolutamente nada y sin embargo, son los recipients del castigo añadido que representa la dispersión, específicamente en Nafarroa:

Sin culpa alguna de lo que pudieron hacer en el pasado sus familiares encarcelados, casi un centenar de niños navarros sufren las consecuencias de una política penitenciaria de la que muchas veces no se ve todo lo que esconde debajo de ella

Unai Yoldi
Viernes tres de la tarde. Como cada fin de semana que toca visita, Jare Iturria espera a su madre en su casa de Arantza acompañada de su abuela y su abuelo. Elixabete Iturria, madre de la pequeña de dos años y medio de edad, ha cambiado el turno de trabajo de tarde por el de mañana para poder emprender cuanto antes el viaje que les espera a ella, a su hermano y a su hija. Comen a todo correr y salen hacia el Centro Penitenciario Madrid VII, en la localidad madrileña de Estremera.

Allí se encuentra temporalmente Mikel Karrera, padre de Jare y compañero sentimental de Elixabete, que cumple condena desde 2010 por pertenencia a ETA. Al salir, pasan muchas cosas por la cabeza de Elixabete. “Que el coche no nos deje tiradas, que no tengamos ningún accidente, a ver si Jare pasa las seis horas de viaje lo más tranquila posible”, piensa mientras van dejando atrás el caserío en el que viven.

La misma historia se repite dos horas más tarde a menos de 100 kilómetros de Arantza, concretamente en la localidad de Etxarri-Aranatz. Allí, Xochitl Karasatorre, que también ha cambiado el turno de fin de semana en el bar donde trabaja, y su madre Vilma Méndez inician el camino hasta Albocasser (Castellón) donde está preso su padre Juan Ramón Karasatorre, también por pertenencia a ETA. “Sentimos muchos nervios, sobre todo mi madre, ya que el viaje es bastante pesado, hacemos 900 kilómetros en dos días. Salimos a las cinco para llegar a cenar, después dormimos en un hostal y al día siguiente la visita y vuelta a casa”, explica Xochitl, quien a sus 22 años, lleva prácticamente toda su vida en las carreteras acompañada de su madre.

Al igual que Xochitl y la pequeña Jare, 91 niños y niñas en Navarra se ven abocados a las carreteras cada fin de semana como resultado de la política penitenciaria de dispersión que se aplica a los presos vascos. Apenas tienen una idea de qué es el conflicto en Euskal Herria y, sin embargo, padecen en primera mano sus consecuencias. Los niños, sufren especialmente los efectos de tantos kilómetros, lo que termina afectando a muchas de las facetas de su vida diaria, en especial a su educación, a sus relaciones sociales y a su salud. Y es que la dispersión se recrudece cuando se habla de menores y los kilómetros no dejan de ser más que la punta de un enorme iceberg de problemas y preocupaciones en la vida de los más pequeños.

Vida en torno a las visitas

El régimen de visitas de cada cárcel es el que marca el ritmo de vida de estas familias. Adaptan sus tareas a los viajes y en el caso de los jóvenes, los estudios es una de las facetas más difíciles de compaginar y que más afectadas se ve por esta situación. Xochitl ha terminado sus estudios de Dietética y este nuevo curso comenzará Trabajo Social, pero afirma que el hecho de tener a su padre tan lejos “inconscientemente” le habrá afectado de una u otra manera. “Termino de estudiar el viernes, me monto en el coche y vuelvo el sábado a la noche. A veces cuando tengo examen el lunes o martes siguiente me llevo los apuntes para estudiar. Pero entre los nervios y la tensión del viaje no suelo aprovechar nada”, reconoce.

Ahora que ya es mayor, las cosas son un poco más fáciles, en especial para su madre que tenía que hacerse cargo de una hija pequeña, al igual que le pasa ahora a Elixabete con Jare. “Tengo que pedir ayuda para hacer las visitas, no puedo viajar yo sola con la niña. En la cárcel a la que vamos ahora tenemos dos horas de visita familiar, que las hacemos Jare y yo, y otras dos intimas en las que solo estoy yo. En esas dos horas alguien se tiene que quedar cuidando de ella porque aun es muy pequeña”, explica Elixabete. Esa persona suele ser su hermano, quien ejerce “de taxista, de cuidador y de acompañante” durante el viaje, para que Elixabete y Jare puedan estar con Mikel.

Esta situación, se repite cada fin de semana que toca visita desde el marzo pasado. “Hace cinco meses trasladaron a Mikel a la prisión de Madrid en la que se encuentra ahora, para juzgarle otra vez”, explica la compañera del preso, quien considera que “cuando estaba en París, todo era más fácil”. Tanto ella como Xochitl coinciden en que en las cárceles del Estado francés la situación de los presos y de las visitas son mejores que en el Estado español, sobre todo una vez que se les condena. Cuando sentenciaron a Mikel a cadena perpetua por la muerte del gendarme Jean-Serge Nérin, las visitas pasaron de ser de 45 minutos a tres horas por la mañana y tres por la tarde cada fin de semana. Además, Elixabete relata que podían ir las veces que sea, pero solo iban un fin de semana al mes porque no se podían permitir “un gasto tan grande”.

Por su parte, Juan Ramón ha pasado 12 de los 14 años que lleva en prisión en cárceles francesas, y su hija destaca que, aunque estaban a mayor distancia, ella y su madre prefieren “la situación en la que se encontraba antes a la de ahora”. “En la última cárcel que estuvo en Francia había unas casas para estar 48 horas seguidas con él y los amigos no tenían que hablar con él a través del cristal y del telefonillo, se podían ver. Además aquí solo dejan visitarle a diez amigos cada seis meses”, denuncia Xochitl.

Así, los 450 kilómetros que separan Etxarri de Albocasser no solo afectan a Xochitl y a su madre, también a amigos y al resto de la familia, en especial a su abuela que ya no puede soportar viajar tanto para ver a su hijo. Una vez cada tres meses le ceden a ella el vis a vis para que esté con él, pero “acaba muy cansada”.

“Ya no son solo los kilómetros, es que tienes que movilizar a mucha gente, son muchas vidas pendientes de las visitas porque son muy lejos, eso sumado al estrés psicológico y al dineral que te dejas. Pero al final ambas lo asumen como algo estrictamente necesario. Si queremos verle tenemos que hacer todo lo que este en nuestra mano”, concluye Elixabete.
Los números

Dos presos en Euskal Herria. En la actualidad de los 373 presos vascos, tan solo dos de ellos se encuentran en cárceles de Euskal Herria, concretamente en Basauri y Zaballa.

91 niños navarros desplazados. En Navarra, más de noventa menores de edad se ven afectados por la política de dispersión y recorren una media de 1.400 kilómetros para cada visita.

16 fallecidos en los viajes. La actual política penitenciaria ha hecho que 16 personas pierdan la vida en las carreteras al ir a visitar a familiares y amigos.

El 41,8% a más de 800 km. Un total de 156 presos se encuentran a más de 800 kilómetros de sus hogares.

10 presos graves. Problemas graves de corazón, artrosis, glaucoma o VIH son algunas de las muchas enfermedades que sufren y que siguen manteniéndolos a cientos de kilómetros de sus casas.

26 años de dispersión. Desde el año 1989, bajo el Gobierno socialista de Felipe González, el ministro de Justicia, Enrique Mújica, apostó por esta medida que supone un castigo añadido para las familias.






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