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jueves, 10 de octubre de 2019

Gil de San Vicente | Doce Apuntes sobre Marxismo (VII)

Y bien, con esta entrega estamos llegando al apunte número siete de un total de doce que nuestro amigo Iñaki Gil de San Vicente está dando a conocer en el portal de La Haine.

Lean por favor:


Iñaki Gil de San Vicente

El revisionismo y el reformismo en la actualidad.

Hacemos la entrega VII de la serie de XII escrita para el colectivo internacionalista Pakito Arriaran. Como dijimos, estudiará el reformismo en todas sus expresiones: política, sociología, economía, relaciones internacionales, sindicalismo, etc., pero con una característica que explicaremos: analizar el reformismo actual. La VIII entrega desarrollará el período que va de la revolución bolchevique de 1917 al final de la II GM, 1945.

En las entregas V y VI hemos expuesto los puntos elementales del revisionismo y del reformismo. Dicho muy rápidamente, el revisionismo es la negación del corpus marxista como praxis de la revolución comunista y como matriz teórica de todas las formas de lucha revolucionaria y de sus respectivas visiones políticas y teóricas. Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX estaba constituido el núcleo teórico del revisionismo que entró decididamente en acción a raíz de la revolución de 1905 para aparecer desde 1914 y sobre todo desde 1917-18 como uno de los salvavidas del capitalismo. Dicho muy rápidamente, el reformismo es la forma de aplicación paulatina, sinuosa, a trozos e indirecta del revisionismo, de manera que la militancia no se percate de que, en realidad, lo que hace su organización, sindicato, partido… es rechazar las lecciones de la lucha de clases y aceptar la ideología burguesa de la «democracia», la «paz», el «consenso», etc. El reformismo es la práctica encubierta del revisionismo.

La mejor forma de descubrir en los hechos si una organización es reformista es comparar su práctica con la recomendación de Marx a Domela Nieuwenhuy basada en la experiencia de la lucha de clases hasta 1881, y que hemos citado en la V entrega: «un gobierno socialista no puede ponerse a la cabeza de un país si no existen las condiciones necesarias para que pueda tomar inmediatamente las medidas acertadas y asustar a la burguesía lo bastante para conquistar las primeras condiciones de una victoria consecuente». Es muy importante el que Marx escribiera en cursiva lo de «asustar a la burguesía» porque esa práctica es la que enfrenta antagónicamente al marxismo del revisionismo y del reformismo: asustar o tranquilizar al capital.

No hace falta decir que la historia ha confirmado esta lección: si el proletariado no «asusta» a la burguesía con las medidas sociales que introduce una vez que está en el gobierno, paralizándola, dividiéndola, y si a la vez, simultáneamente, no anima, no conciencia, no radicaliza ni potencia la autoorganización obrera y popular mediante esas medidas, entonces no pasará mucho tiempo para que la burguesía se recupere, movilice, por un lado, las fuerzas reaccionarias que posee el Estado y que el nuevo gobierno no controla; y, por otro lado, reactive, despierte y dirija la reserva de fuerzas irracionales que dormitan en la estructura psíquica alienada de masas dirigiéndola contra el nuevo gobierno. El apoyo imperialista a la burguesía que ha perdido el gobierno para que lo recupere cuanto antes y a cualquier precio, actúa desde el primer momento, e incluso desde antes de su derrota político-electoral.

El de 1881 no era un consejo sin base histórica, una respuesta de trámite para quedar bien a una pregunta incómoda; era la quinta esencia de la estrategia enunciada en el decálogo de medidas que debía imponer el gobierno obrero según el Manifiesto Comunista de 1848. Como sabemos esta obrita no fue una súbita inspiración de sus autores, sino el resumen que por encargo hicieron del programa que debía extraerse de la lucha de clases habida hasta ese momento de crisis en el que se esperaba que estallase una revolución, como efectivamente sucedió. En el de siglo transcurrido hasta la respuesta Nieuwenhuy no hizo sino confirmar la estrategia enunciada en el Manifiesto, pero reforzada con muchas más lecciones. ¿Y qué decir de lo sucedido en este poco más de un siglo? ¿Podemos aplicar al presente lo que se propuso hace 138 y 171 años respectivamente? Dividimos la respuesta en dos partes.

La primera es que, hasta ahora mismo, no existe desde finales del siglo XVIII cuando aparecieron las luchas obreras y populares contra la primera industrialización británica, ninguna victoria del trabajo sobre el capital que no se haya basado en alguna forma de miedo burgués ante la fuerza obrera y ante la amenaza de mayor violencia justa del pueblo. La limitada y oportunista reforma electoral británica de 1832 respondió al miedo de la burguesía ante el aumento de la radicalidad obrera que había aprendido de la derrota del ludismo de 1811-1816 bajo el terrorismo de Estado. Las mutuas, las cooperativas, los centros sociales, etc., creados por la filantropía burguesa y el cristianismo social hasta la mitad del siglo XIX responden al miedo de esos sectores conscientes de que, como advirtiera Napoleón, uno puede hacer todo con las bayonetas, menos sentarse sobre ellas. La alabada política social de Bismarck en la segunda mitad del siglo XIX era la zanahoria que endulzaba la dura represión que aplastaba a la izquierda.

En 1906 Rosa Luxemburg volvía a tener razón cuando decía que si la socialdemocracia conseguía reformas en el parlamento era debido, antes que nada, a la violencia obrera en las calles y fábricas, violencia latente o abierta. Sin ella la burguesía no cedería nada. Entre 1918 y 1922, el Partido Socialista italiano tras dejar que el ejército aniquilase las comunas del norte y las luchas campesinas del sur de Italia, evitó toda política radical contra la burguesía que en su mayor parte ya era aliada de Mussolini. Los comunistas se organizaron en 1921, muy tarde para impedir la victoria del fascismo. La República de Weimar de 1918 a 1933 masacró revoluciones e hizo tímidas reformas, pero no se atrevió a imponer medidas radicales que sacaran de la pobreza al pueblo alemán desde 1929, lo que facilitó la victoria del nazismo en 1933. Desde 1931 el gobierno republicano español hizo reformas valiosas, pero sentía pánico a indisponerse con el ejército, la burguesía y la Iglesia, negándose a fortalecer al movimiento obrero y a conceder derechos elementales a las naciones oprimidas: desde 1936 el franquismo arrasó con todo. En 1936 el gobierno del Frente Popular francés impuso reformas sociales avanzadas, pero desde 1938 se plegó al capital atemorizado por la crisis económica y el auge nazi-fascista.

El palo y la zanahoria fueron aplicados en la Europa capitalista desde 1945 y sobre todo desde 1948 para exculpar a la burguesía colaboracionista o abiertamente nazi bautizándola como «democrática». Método repetido en los ’70 con las «transiciones democráticas» en Portugal, Grecia, Estado español.... Salvando algunas diferencias espacio-temporales y temáticas, políticas casi idénticas han sido seguidas por el reformismo cuando ha llegado al gobierno por vías electorales. La tragedia chilena, pese al heroísmo de Allende, es el paradigma del fracaso, y la situación actual de Grecia, sin llegar a los niveles represivos, confirma lo dicho; los ejemplos negativos, sobran, desgraciadamente. Por el contrario, si Cuba y Venezuela, y en parte Bolivia, mantienen su independencia es justamente por haber seguido la estrategia contraria, aceptando sus diferencias. ¿Y Ecuador, Haití y otros pueblos, están condenados a tener que rebelarse siempre que los nuevos gobiernos «democráticos» se arrodillan ante el FMI en vez de avanzar al socialismo? O para ir más al grano ¿qué ha sucedido con el «socialismo del siglo XXI»?

Habiendo dejado en el teclado un sinfín de dramas y tragedias idénticas con decenas de millones muertos a sus espaldas, y varios miles de millones de personas sometidas a la explotación capitalista, urge responder a la pregunta: ¿qué valía científica –según la teoría marxista de ciencia, verdad, etc.- tienen las lecciones de tanto dolor y sangre? Esta serie de doce artículos sobre marxismo tiene la función de responder a esta pregunta que tiene el núcleo de su respuesta en la teoría de las crisis en el capitalismo: esta es la prueba de fuego ante la que huye espantando el revisionismo y el reformismo.

Los fracasos demuestran que la política de tranquilizar y consensuar con el capital aparénteme surte efecto en los períodos de calma y de bonanza económica, cuando puede ceder algunas reformas insustanciales; pero solo es una apariencia fugaz porque durante ese tiempo la burguesía se ha enriquecido tanto o más, ha integrado y desmovilizado a amplios sectores proletarios, ha marginado a la izquierda y ha fortalecido su poder represivo. Luego, cuando resurge la crisis –las crisis del capital siempre resurgen y con más gravedad que las anteriores- la burguesía parte con una clara ventaja, a no ser que durante ese tiempo la izquierda revolucionaria haya sido lo que dice su nombre. Las crisis ponen todo a prueba, a la izquierda revolucionaria y al capital, pero en primer lugar al reformismo y al revisionismo porque su placentera y bien remunerada existencia depende que no existan crisis… pero existen e insisten en estallar más frecuentemente y con más letalidad.

Otro de los primeros indicios para la militancia de base de organizaciones que decían ser de izquierdas, de que estas están girando al reformismo o ya lo son –mucha militancia de base tiene dependencias emocionales que le atan a su burocracia más allá de lo lógico-, es que han ido liquidando la formación marxista hasta decir que el marxismo es una de tantas «ciencias sociales», ocultando cuales son las demás. Ya que la burocracia no puede demostrar que el marxismo ha «fracasado», se la reduce a una «teoría» como otra cualquiera a disposición en el mercado ideológico profusamente surtido por la industria cultural burguesa. De este modo, la organización «abierta a todo» pero que excluye de hecho al marxismo, puede practicar el posibilismo y el pragmatismo más interclasista sin temor a las preguntas de las bases.

Llegamos aquí a la segunda parte de la respuesta: ¿Cómo lograr que la burguesía se asuste incluso antes de que la izquierda llegue al gobierno teniendo en cuenta que el reformismo actúa en sentido contrario, en tranquilizarla, en no asustarla? Recordemos lo arriba dicho sobre que las crisis ponen a prueba toda la política. Desde 2007 el capitalismo sufre la tercera y más potencialmente destructiva depresión de su historia. En las crisis anteriores, el poder alienador inherente al capital, el revisionismo/reformismo, la brutalidad represiva y los errores de la izquierda, básicamente, han salvado a este sistema inhumano. ¿Qué podemos hacer para empezar a meter miedo al capital, a debilitarlo y a aumentar la fuerza obrera? Antes de seguir, veamos un ejemplo: la prensa burguesa protesta enfurecida contra las manifestaciones de la clase obrera del metal en Bizkaia porque su ejercicio del derecho de manifestación «molesta al tráfico» en el centro empresarial y bursátil de la ciudad, sembrando dudas contra el derecho de manifestación del pueblo trabajador. Partiendo de este caso, veamos qué se puede hacer en tres áreas vitales para el sistema porque atacan al centro del proceso de producción, circulación, depósito, venta y realización del beneficio.

Una hace referencia a la extensión de la lucha de clases desde el sector fabril clásico al sector de los servicios bancarios y financieros, de seguros…; del transporte en general y sobre todo en los centros de almacenaje y distribución, como puertos y aeropuertos hasta pequeñas empresas de reparto urbano sean mercancías o turistas…; de los servicios de asistencia social, salud mental y física para todas las edades, educación, energía y agua, carreteras y trenes, etc., para la fuerza de trabajo y no sólo las mercancías y turistas, sean públicos, privados o concertados; los centros vitales de las telecomunicaciones imprescindibles para el capital; la producción de alta tecnología, tecnocientífica, la universidad como fábrica de fuerza de trabajo cualificada, unidas a las grandes corporaciones de la industria de la matanza humana, de la petroquímica y energéticas, biotecnología, farmaindustria y agroindustria, capitalismo-verde…

La lucha de clases está penetrando en estas áreas decisivas del capital. Reducir los derechos económicos, laborales, sindicales, etc., de sus trabajadores es una prioridad para el sistema. Para el proletariado es decisivo avanzar en ella para prefigurar el socialismo en lo estratégico, y para atacar al capital en su mismo núcleo reproductor. Aquí, asustar a la burguesía significa al menos exponer claramente la necesidad de la expropiación de estas fuerzas productivas; la necesidad de los comités y consejos de trabajadores internacionalmente conectados como autoorganización a la que deben supeditarse los sindicatos; la necesidad de una planificación que advierta a la burguesía que se pondrá en práctica al precio que sea, limitando grandemente la democracia burguesa o sustituyéndola por la democracia socialista…

Otra hace referencia a la centralidad en la multidiversidad de la fuerza de trabajo, centralidad impuesta por la unidad y lucha de contrarios entre burguesía y proletariado, pero que se presenta mediante infinidad de expresiones concretas. La mujer trabajadora es el centro de la explotación porque aúna en ella la producción y la reproducción de la forma esencial para el capitalismo. La sobreexplotación de la mujer se extiende a la de la infancia y juventud obrera, y a llamada tercera edad, fuerza de trabajo agotada pero que ha de suplir con tremendos esfuerzos la inexistencia o liquidación de los servicios públicos. Frente a los parches del feminismo reformista y a la industria del asistencialismo, que tranquilizan a la burguesía, la izquierda ha de asustar al poder exigiendo la estatalización y/o la comunalización autoorganizada –sin entrar ahora en detalles- a costear por el capital y por los bienes de la Iglesia, de la infraestructura, locales, inversiones, salarios, etc., y sobre todo al avance en una justicia popular de autodefensa que asuste a la justicia burguesa obligándole a profundas reformas, pero que sobre todo sea el núcleo de la justicia socialista que debe irse creando en la medida de lo posible.

Y la última, o la primera, la izquierda ha de actualizar el derecho a la rebelión y a la resistencia contra el sistema, como derecho inalienable. Cada colectivo oprimido por una injusticia específica, cada fracción de la clase proletaria y del pueblo trabajador, cada nación oprimida…, debe decidir cómo, de qué forma, con qué objetivos, durante cuánto tiempo, bajo qué estrategia de acumulación de fuerzas y alianzas tácticas, etcétera, ha de practicar tales o cuales derechos de resistencia y rebeldía. La izquierda tiene el deber ético y político de respetar tal derecho inalienable, tal cual en su tiempo lo reconoció la misma burguesía y ahora pretende negárselo al proletariado. Asustar el capital es esta cuestión sólo se logra mediante la pedagogía de la práctica, incluida en ella la explicación de la efectividad y del límite de los pacifismos concretos separados de una estrategia revolucionaria que debe integrarlos, y la demostración de la esencia inmoral y reaccionaria del pacifismo absoluto, a ultranza e incondicional: tenemos la necesidad, el deber y el derecho de ayudar a las resistencias de cualquier oprimido y oprimida.

El revisionismo y el reformismo tranquilizan al capital también en estas tres grandes áreas que hemos expuestos de manera muy general. A resultas de ello, la humanidad explotada tiene muchas dificultades para desarrollar su estrategia revolucionaria, es muy crédula para con las mentiras del poder, cree que el capitalismo es el menos malo de los sistemas posibles, y por tanto asume ese refrán ultraconservador e individualista de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, en un momento en el que se agrava hasta lo insospechado la crisis sistémica que golpea con especial dureza a las y los oprimidos desde 2007.







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