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domingo, 6 de mayo de 2018

El Funesto Negacionismo Español

Les compartimos esta editorial de Naiz dedicada a la culminación del componente de desmovilización en el DDR de ETA:


En Euskal Herria no ha habido ningún conflicto, dicen, solo un grupo violento, totalitario e irracional. Pero quieren un relato de vencedores y vencidos, vamos, como si fuese un conflicto. Y como sus enemigos no se han rendido, pues se sienten amarga y sorprendentemente derrotados. En Catalunya, dicen los mismos, no hay más conflicto que unas personas que quieren quebrantar la ley, lo que les hace violentos, aunque no exista violencia como tal. Bueno, violencia sí que ha habido. Pero por negar, los poderes españoles negaron hasta la salvaje represión que todo el mundo, literalmente todo el mundo, estaba viendo en el referéndum del 1 de octubre. 

La cultura política en España tiene siempre, desde ayer hasta Gernika y más allá, un denominador común: el negacionismo. Negar la realidad es parte consustancial del carácter político español.

Termina un ciclo también a nivel internacional

El ciclo histórico marcado por la violencia política en Euskal Herria ha durado seis duras décadas. En Catalunya, el ciclo caracterizado por la movilización social con voluntad plebiscitaria ha durado seis intensos años. Para que se pudiese dar la experiencia catalana era necesario que concluyese la insurgencia vasca.

Hasta el momento, ninguna de las dos estrategias ha logrado su objetivo último, la independencia de ese Estado español que las niega como naciones y las maltrata como ciudadanía. Pero, en perspectiva histórica, los avances logrados en el largo camino hacia la democracia y la libertad son inmensos. Estos avances tienen elementos comunes con los sucedidos en Irlanda, en Escocia o en Corsica, lo que marca una clara tendencia que Europa deberá contemplar y gestionar.

El desequilibrio de poder entre las naciones sin Estado y un Estado homologado es descomunal y muy difícil de soslayar. Eso ha quedado demostrado en Catalunya. Pero en estos últimos años también se ha podido comprobar que la comunidad internacional, si y solo si una de las partes rompe con los principios globales de gobernanza, puede ejercer un papel equilibrante. En esos parámetros se pueden entender, por ejemplo, las condenas al Reino de España en Estrasburgo en el caso vasco o los límites a la persecución política en el caso catalán. Esos son los límites de su acción, al menos hasta que se consolidan las necesarias mayorías sociales y se desencadenan los acontecimientos.

En este sentido, el artículo de Jonathan Powell en “The Guardian” expresa un cambio en la perspectiva de la comunidad internacional. Cada vez esto va a ser menos el conflicto vasco o el conflicto catalán y se va a ver como el problema español. La pendiente ha cambiado de lado.

Una aspiración a la altura del momento

Las sociedades vasca y catalana, muy distintas entre sí, son hoy por hoy totalmente divergentes de la sociedad española. Y lo son no tanto por sus orígenes culturales, sin duda muy relevante, como por sus aspiraciones políticas y sociales, por sus ambiciones comunitarias. Se han quemado etapas políticas quizás ineludibles, teniendo en cuenta las luchas históricas y los contextos de ambas naciones. Etapas que en un lado han durado demasiado y en el otro han tardado en cristalizar. En un caso la perseverancia –o si se prefiere la disciplina–, y en el otro la flexibilidad –o si se prefiere el dinamismo–, han vertebrado movimientos políticos únicos. Probablemente, unos y otros han adolecido de esos valores que caracterizaban al otro. Lecciones pendientes.

Otra lección importante es que el Estado ha jugado con ambas naciones como vasos comunicantes, castigando más a una y haciendo concesiones a la otra, en un esquema de concertación que se ha mostrado ineficaz para los pueblos catalán y vasco. La única concertación posible en el Estado es la de estrategias democráticas, con una agenda común hacia los poderes del Estado y propuestas propias para las respectivas sociedades.

Ayer la izquierda abertzale estableció el principio que marcará su oferta y su acción política, y que aspira a erigirse como principio rector común para este nuevo ciclo histórico: «Todas las personas, todos los derechos». Sencillo, aspiracional, inclusivo y potente, ese principio resume el espíritu de un nuevo tiempo en el que la crueldad debe quedar socialmente proscrita. No se trata solo de que la nación vasca sea lo que quiera ser, sino que quiera ser lo mejor de lo que es capaz. En eso consiste la lucha por Euskal Herria y por la libertad, por un Estado decente. Una utopía revolucionaria del siglo XXI.






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