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jueves, 17 de mayo de 2018

Euskal Herria Tras la Prueba Superada

En el escenario posterior al cierre de ciclo de ETA corresponde compartir con ustedes este texto dado a conocer en las páginas de Gara:

Itziar Aizpurua, Rafa Díez y Arkaitz Rodríguez | Miembros de la izquierda abertzale


Termina una etapa de nuestra historia y comienza otra. Paradójicamente, quienes proclaman haber vencido exteriorizan enfado, desconcierto y agresividad mientras quien supuestamente ha sido derrotado ve este paso como una prueba superada y mira al futuro con esperanza e ilusión. Cuanto más ha insistido un agente en la exigencia de desaparición de ETA más molesto se muestra ahora que ha ocurrido. Parece surrealista, pero es una lección magistral de política.

Esto ratifica la corrección de la apuesta realizada por la izquierda abertzale: la decisión tomada era la que había que tomar. Observando quiénes están ahora incómodos y se sentían mejor en el escenario anterior la conclusión es rotunda. De todo esto cabe extraer una lección política a no olvidar: la tarea de un movimiento transformador no es mantenerse en su zona de confort, sino servir a la función que le ha otorgado la sociedad a la que se debe. La izquierda abertzale lo ha comprendido y, lo que es mucho más importante, lo ha llevado a la práctica.

No era factible superar el enfrentamiento violento ni avanzar hacia nuestra soberanía mediante un esquema de acuerdo bilateral o multilateral. Esa fue la apuesta desde los años 70, pero por desgracia nunca dio los frutos deseados. Ni Argel, ni Loiola, ni Ginebra, ni Burgos, ni Oslo. La izquierda abertzale y otros agentes vascos e internacionales recorrieron una y otra vez mil caminos sin tener éxito. Solo había una manera de eliminar todas las violencias del conflicto y era que ETA diera un paso unilateral poniendo fin a la trayectoria armada, generando así un nuevo escenario en el que las demás violencias fueran cada vez más difíciles de mantener. Solo había un camino para superar nuestra situación de subalternidad ante los Estados español y francés: generar nuevas alianzas, construir país y generar estructuras y sentido común de Estado sin esperar ningún Día D, fruto de un eventual acuerdo. Nada de esto parecía sencillo hace años, pero hoy en día estamos ya en un nuevo escenario y nuevas fuerzas sociales se están liberando, marcando la pauta de un nuevo ciclo de protesta y movilización social que va más allá de la denuncia y la resistencia para plantear un horizonte compartido de igualdad, democratización radical y cambio social que tiene en la soberanía su referente principal.

En el camino, ETA ha respondido a las exigencias que se le habían hecho desde la comunidad internacional y desde la sociedad vasca, como fue reconocido en Kanbo por destacados protagonistas de la cumbre de Aiete. En este periodo, a su vez, la izquierda abertzale ha modificado su estrategia, apostando por un escenario sin violencias y por una dinámica autocentrada. No ha sido fácil, hemos debido sortear innumerables zancadillas, pero aquí estamos.

Ante todo esto, la respuesta de las fuerzas autoritarias se ha basado en una espiral de exigencias mientras hacían cuanto estaba en su mano para que el proceso fracasara. Se ha puesto así de manifiesto el choque entre su hipocresía moral y la ética de la emancipación.

Nuestra ética de la liberación nada tiene que ver con la moral del régimen, sea este el franquismo o la monarquía autoritaria que lo sustituyó, según la propaganda elogiosa de la transición «de la ley a la ley». La moral del poder injusto y sus formas igualmente injustas alude a principios universales (rechazo absoluto de toda forma de violencia y de cualquier idea que se defienda con violencia) para negarlos continuamente con su práctica y su propio discurso, preñado de amenazas y violencia. ¿Qué tipo de ética o de moral caracteriza a quienes han avalado la absoluta impunidad de todos y cada uno de los crímenes del franquismo? ¿Qué tipo de superioridad ética o moral pueden atribuirse quienes han hecho del saqueo de lo público y la corrupción su modus vivendi? ¿Legitiman para dar lecciones de ética la tortura, el terrorismo de Estado, el apoyo a la fabricación y venta de armas bélicas, la adhesión a la OTAN y la guerra de Irak o la defensa de la política criminal contra las gentes refugiadas? ¿Es acaso bajar los impuestos a los ricos un aval para subirse al púlpito y lanzar anatemas?

La nuestra ha sido y es una ética de la emancipación, de la transformación social, de la liberación de nuestro pueblo, que nos exige asumir las consecuencias de nuestras palabras y nuestros actos, que nos lleva a hablarle claro al pueblo, a nuestra gente. Por eso la izquierda abertzale ha dicho ante su pueblo que ha cometido errores, que sabemos que nuestras apuestas políticas han generado sufrimiento y dolor y, sobre todo, que nos hacemos cargo de todo ello. La respuesta a este compromiso ha sido sumamente clarificadora y nos reafirma en el imperativo ético y la corrección estratégica del paso que hemos dado, porque hablamos de un conflicto con múltiples violencias políticas ante las que agentes y personas que ahora nos señalan exigiendo arrepentimiento han callado y colaborado o incluso las han protagonizado. Ellas y ellos no han hablado claro al pueblo, no han asumido sus responsabilidades, y —sobre todo— no se han hecho cargo de sus palabras, de sus hechos y de las consecuencias de todo ello. Eso nos diferencia y por ello no estamos a merced de sus interminables exigencias.

Teníamos razón al plantear que la liberación como pueblo subalterno y oprimido pasaba por la transformación social y, por tanto, el cuestionamiento de las injusticias del capitalismo. Fue un acierto y una obligación ética luchar contra el franquismo, el error era no hacerlo. Fue adecuado decir no a la transición amañada: se perdió entonces una oportunidad de oro para cortar radicalmente con la dictadura franquista, con sus aparatos de Estado, con su cultura política, con sus valores, con su rancio nacionalismo español, casposo y autoritario. No hacerlo fue un error cuyas consecuencias estamos pagando décadas después. Fueron quienes creyeron que el monstruo podría aplacarse cediendo quienes se han equivocado, arrastrándonos a la subalternidad con respecto a una democracia fallida cada vez más punitiva. Debieran hacerse cargo de todo ello, pero prefieren darnos lecciones de moral y seguir siendo una carga.

Teníamos razón también al modificar nuestras propias inercias y abrirnos a nuevas propuestas y luchas, desde la insumisión al feminismo pasando por el cambio de estrategia. Todo ello nos ha modificado y nos ha llevado a hacernos cargo de la necesidad de luchar contra la injusticia con nuevas fórmulas, porque en la izquierda abertzale siempre nos hemos hecho cargo.

Y en esta nueva fase, ya no en solitario sino con otros agentes, con movimientos sociales, con aliados internacionales, hacemos un llamamiento a hacernos cargo entre todas y todos de la responsabilidad de convertir el enfado y las ansias de libertad de nuestro pueblo en un nuevo escenario político e institucional, creando nuestro propio Estado.

Ese es el camino de la transformación social, de la igualdad, del desarrollo de nuestra cultura, nuestra lengua, nuestro patrimonio colectivo. Es la clave de la gestión de nuestra diversidad. Debemos hacer converger las diferentes luchas emancipadoras hacia un horizonte compartido, solo así sumaremos la energía necesaria para un cambio radical.

Para ello la izquierda abertzale se va a poner las pilas. Vamos a fortalecer nuestro músculo colectivo, nuestra comunidad se va a activar con mayor intensidad para trabajar con otros sectores y agentes, porque ya somos parte de comunidades mucho más amplias y plurales. El 19 de mayo tenemos una cita en Miribilla para compartir todas las emociones e ilusiones de este momento histórico, demostrar nuestra vitalidad y ponernos a tono, al tono que Euskal Herria nos exige. Sí, nos hacemos cargo, como siempre.






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