Con especial reconocimiento a Arantza Zabalegi y agradecimiento a Mauro Saravia les compartimos este reportaje de nuestro amigo Danilo Albin, mismo que se ha dado a conocer en la página de Público:
El fotógrafo Mauro Saravia realiza un documental sobre la historia de la guipuzcoana Arantza Zabalegi, quien hizo posible que unas 500 personas accedieran a reparaciones económicas. “Todo esto lo hice porque se lo prometí a mi padre”, relata la protagonista. El film será llevado a centros educativos.Danilo AlbinArantza Zabalegi es una mujer de palabra. Hace ya unos cuantos años, su padre, un ex teniente del Ejército Vasco que peleó contra Franco, le pidió que ayudara a sus antiguos compañeros del Batallón Loiola a acceder a las indemnizaciones que ofrecía el Estado para quienes habían formado parte de las Fuerzas Armadas durante la República. Corría 1984. Hace menos de un año, esta mujer de Zarautz (Gipuzkoa) ayudó por última vez a una víctima del franquismo que consiguió acogerse a las reparaciones otorgadas por el Gobierno Vasco. En el medio, logró que cientos de víctimas se sintieran mínimamente reconocidas.Su increíble historia acaba de convertirse en documental. El responsable es Mauro Saravia, un fotógrafo chileno afincado en Euskadi que anteriormente había trabajado en otros temas vinculados a la memoria histórica. Fue precisamente de esa manera que conoció el caso de Arantza. “Su relato me cautivó. Encima era una historia vinculada a la guerra civil, pero enmarcada en la época actual”, destaca a Público su director.El film, que lleva como título 'Ondarea' ('Legado'), próximamente empezará a recorrer festivales de derechos humanos. “El objetivo también es llevarlo a centros educativos”, adelanta Saravia. Para sacar adelante este proyecto, el autor ha contado con el apoyo de la asociación Hego Izarra. Además, el instituto Gogora del Gobierno Vasco, que trabaja en temas de memoria histórica, se encargó de patrocinarlo.“Cuando Mauro me dijo que quería hacer este documental me extrañó, porque hasta ese momento nadie me había propuesto algo así. Ha sido un detalle muy bonito de su parte”, dice Arantza Zabalegi a Público desde el pequeño comercio que regenta junto a su cuñada en Zarautz, una localidad de la costa guipuzcoana. Durante muchos años, esta tienda también sirvió como mostrador para muchas víctimas del franquismo que buscaban algún tipo de compensación por tanto sufrimiento. “Esto parecía una oficina; todos los días había un montón de gente”, recuerda.Todo empezó en 1979, cuatro años después de la muerte del dictador Franco. Por entonces, Arantza era concejala del PNV en el ayuntamiento de Zarautz, donde se desempeñaba como teniente de alcalde. Era la primera corporación municipal que se formaba tras cuarenta años de dictadura, y daba la sensación de que todo estaba por hacer. En ese contexto, la protagonista de “Ondarea” se enteró que el gobierno español había sacado una ley que permitía acceder a subvenciones a las viudas de guerra. Y ella, que además estaba al frente de la comisión de Bienestar Social del ayuntamiento, decidió ayudar.“Al principio fue muy difícil. Había que encontrar documentos sobre casos de fusilamientos y muertes en la cárcel, y no sabíamos si lo lograríamos”, recuerda. Así, entre un mar de dudas, empezó a colaborar con aquellas mujeres que habían perdido a sus maridos y que ahora buscaban una reparación económica.“Hubo momentos muy duros y emotivos…”, señala Arantza. En su cabeza empiezan a aparecer imágenes de papeles amarillentos que anticipaban muertes, pero que también hablaban de amor. De un inmenso amor. “Durante la búsqueda de documentos, encontré muchas cartas de despedida enviadas por sus maridos desde la cárcel, a sabiendas que al día siguiente les iban a fusilar”, relata. Así, entre tanto sufrimiento, también comprobó que aquellas mujeres tenían una capacidad increíble de resistencia. “No eran solamente viudas con hijos, sino que habían peleado contra el franquismo y eran las perdedoras de la guerra”, remarcó.El valor de una promesaLa promesa que marcaría definitivamente la vida de Arantza llegó en 1984. Ese año, el gobierno aprobó la Ley 37/84, dirigida a reconocer los “derechos y servicios prestados a quienes durante la Guerra Civil formaron parte de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Orden Público y Cuerpo de Carabineros de la República”. Su padre, que había sido teniente del Batallón Loiola, estaba entre los destinatarios de esa normativa. “Cuando se enteró de esa ley –rememora-, me pidió que ayudara a sus amigos del batallón”. Entonces, ella le prometió que lo haría con cada persona que se acercara a pedirle asistencia. Al fin y al cabo, era también una manera de homenajear a todas y todos aquellos que “habían luchado por sus ideales”.El padre de Arantza murió hace ya 25 años. Antes, el teniente del Ejército Vasco consiguió que el Estado le indemnizara. “Para él fue una satisfacción tremenda. No por el dinero, sino porque era una manera de reconocer que había luchado por algo en lo que creía”, señaló. Del mismo modo, Arantza tuvo aún más motivación para seguir poniendo su indispensable grano de arena para que otras personas accedieran a esas ayudas. Lo mismo hizo cuando salieron las indemnizaciones –ya fuesen de ámbito estatal o autonómico- para quienes habían estado presos. En total, medio millar de personas logró algún tipo de indemnización gracias a su colaboración.Mientras Saravia ultima detalles para las primeras presentaciones del documental, su protagonista admite que todos estos años le dejan un sabor agridulce. “Las reparaciones llegaron tarde para mucha gente que también las merecía, pero que ya había fallecido. Creo sinceramente que se podría haber hecho mucho más”, reflexiona. Ella, al menos, hizo todo lo que pudo. Promesa cumplida.
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