Un blog desde la diáspora y para la diáspora

viernes, 6 de octubre de 2017

Al Borbón y su Esbirro 8U5*

La brutal represión policial sufrida por la ciudadanía catalana, esa que no ha sido condenada por los representantes de ninguna de las instituciones supranacionales europeas y por supuesto, tampoco por los integrantes del régimen borbónico bananero, fue generalizada sí, pero cada una de las personas que la vivieron experimentaron momentos muy personales, cuando protegidos tan solo por la congruencia de sus ideales, estuvieron en manos de quienes habías sido enviados para imponer la autoridad de un monarca anacrónico y por siempre vinculado a los peor del fascismo europeo del Siglo XX.

Por medio de Ara les compartimos una de esas tantas experiencias:


Sonreías y me insultabas en voz baja, como antes habías hecho con mi hija

Antoni Vives

Estimado 8U5*, no sé cómo te llamas, ni sé de dónde eres. No sé si tienes compañera, si tienes compañero, si tienes hijos, padres, hermanos. No sé en qué entorno has crecido, ni vivido. De ti sé muy pocas cosas, pero muy profundas: el color de tus ojos, de un marrón tierno, de barrón de encina: nos miramos a los ojos un buen rato. A mí se me hizo muy larga. ¿Y a ti? No lo parecía. Sonreías y me insultabas en voz baja, como antes habías hecho con mi hija, cuando la arrastrabas por el suelo, agarrándola del pelo. Tu sonrisa debe de ser la misma que utilizas para besar la frente de tu madre, los labios de tu compañero. De ti conozco la fuerza que despliegas cuando dejas caer la porra sobre el cuerpo de una persona indefensa. Me lo hiciste un montón de veces. Lo hiciste bien, con precisión: tengo la espalda, las nalgas, el brazo lleno de hematomas, una herida abierta en el omóplato. Me arañaste con algo puntiagudo en la mano, cuando trataba de protegerme. Lo hiciste bien, disfrutando del trabajo. Me lo dijiste, ¿recuerdas? Te pregunté si te gustaba pegar a gente indefensa y me dijiste que a nosotros nos lo harías una y mil veces. Detrás de ti, un oficial de tu unidad como aquel al que pedimos que nos mostrara la orden judicial y nos dijo que sí, que ahora nos lo enseñaba, pero dio la orden de que nos apalearais, aquel oficial valiente, detrás de ti, nos retaba, también sonriente, a que fuéramos a su encuentro. Mientras tanto mi mujer, a quien también hicisteis daño, recogía del suelo a nuestra hija: había perdido las gafas, la habíais cogido por la nariz, le habíais llamado puta, zorra... mi hija tiene veinte años, juega a baloncesto, hace voluntariado, estudia relaciones internacionales. Y tu hija, ¿cómo es, qué hace?

Hicisteis bien vuestro trabajo. Os gusta. Entrasteis en la escuela Dolors Monserdà y salisteis con tres urnas. Os abrazabais. Algunos de los policías nos enseñaban el dedo corazón. Hacían muy bien su trabajo. Otros, muy profesionalmente, aún tenían tiempo de zurrar a algunas personas más, para proteger la convivencia, se entiende. Mientras tanto, tú me mirabas, y yo te miraba. Me acerqué aún más a ti. Casi nariz contra nariz. Volviste a desenfundar la porra. Muy lentamente te enrollaste el  asa en la muñeca y me dijiste: "atrás". Entonces dieron la orden de retirada. Dejaste de sonreír. Sentí por ti un desprecio profundísimo, lo admito. Y lo siento. Me habías hecho daño. Habías hecho daño a mi familia. A mis amigos. A la gente que como nosotros hacía cola en una acera de Barcelona, frente a una escuela. ¿Te imaginas que esto te hubiera pasado a ti?

Pero ahora comprendo más cosas, 8U5*, y he de hacerte justicia: escuché el mensaje del rey Felipe. Él, como tú, tiene la mirada profunda, fría. De él conocemos la vida pública, y algo de la privada. Sabemos que ha sido educado en los círculos de la élite madrileña. Sabemos que tiene una sólida formación militar. Sabemos que le gusta hacer deporte. Que tiene mujer e hijas. Que ha tenido problemas graves en casa. De vez en cuando viene a Cataluña, y hace el esfuerzo de hablar en catalán (cuando habla en inglés lo hace sin esfuerzo). El rey fue desgraciadamente injusto con los que fuimos a votar para decidir nuestro futuro, y abrió la puerta a aplicar el artículo 155 de la Constitución. El rey tiene miedo, y se escondió detrás vuestro, como el oficial que nos retaba. Él, que a través de su malogrado padre encarna la Transición democrática, el otro día representó su pudrimiento definitivo: llenarse la boca con la Constitución cuando se han cerrado webs, se ha violado correo, se ha prohibido el derecho de reunión; cuando la orden de un interventor general ha bloqueado en la práctica la autonomía financiera, cuando se han incumplido de manera reiterada los artículos adicionales del Estatuto sobre inversiones en Cataluña, cuando los poderes del Estado han hecho lecturas del Estatuto explícitamente más restrictivas que la que hacen de los estatutos de otras autonomías; cuando se ha declarado inconstitucional la inmersión lingüística, pilar, ella sí, de nuestro modelo de convivencia, es infame. Tu odio hacia mí, hacia todos nosotros, 8U5*, viene de arriba. Por eso te perdono. Te manipulan. Me lo ha hecho entender Alfonso Guerra hablando de los catalanes. Desde el colegio, hasta la escuela de policía; desde tus oficiales hasta el mismo rey Felipe: todos te empujan al odio. Tanto que al final acabas arrastrando por los cabellos mi hija y das la vuelta al mundo mostrando la clase de España en la que el rey nos quiere atados. Te compadezco y te perdono, 8U5*. El día que quieras, te invito a comer. ¡Salud!

Ahora nos toca a nosotros, catalanes, medir bien cada paso. Estamos ganando. Basta leer lo que dice el mundo. Que la imprudencia no nos haga traidores.






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