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viernes, 13 de octubre de 2017

La Socialdemocracia ha Caducado

Sirvió mientras le fue útil a los grandes señores que controlan el poderío económico-militar de los países centrales.

Nada tontos, fueron tomando las medidas pertinentes para eventualmente pasar a la ofensiva y socavar cualquier tipo de mecanismo estatal diseñado para distribuir la riqueza entre los habitantes de los diferentes estados-nación del orbe.

Los medios de comunicación, la literatura, el cine, la televisión y hasta los líderes religiosos se encargaron de crear entre la gente la idea de que los partidos políticos con fuertes bases ideológicas de hecho "dividen" a la gente y que lo mejor era apostar por el niniísmo, o sea, partidos que se fundieran en un marasmo de equidistancia insistiendo que su programa "no era ni de izquierdas ni de derechas".

Es obvio que la socialdemocracia era un producto con caducidad programada y que hoy por hoy los partidos políticos con agendas neoliberales y xenófobas sirven más a los intereses de la oligarquía.

Les invitamos a leer este reportaje publicado por Investig'Action:


Las últimas elecciones alemanas confirman los síntomas manifiestamente incurables que minan a la socialdemocracia en toda Europa. Prácticamente en todos los países, sea cual sea su sistema electoral o su participación en el gobierno, los partidos socialdemocracia han perdido en estos últimos años a una parte importante de su electorado. Este retroceso viene de antiguo, pero se acentuó tras la crisis financiera de 2008. El declive es catastrófico en algunos países, como Francia, los Países Bajos y Grecia donde apenas han logrado que se les sume el 6 % del electorado. En Reino Unido el Partido Laborista es la excepción que confirma la regla, en correlación con su historia radical…

Marc Vandepitte

El declive de la socialdemocracia corre parejo con el ascenso de los partidos antisistema, tanto radicales de izquierda como de derecha. Por lo tanto, es posible preguntarse por qué en el contexto actual de recesión económica y de política de austeridad brutal estos partidos obtienen tan buenos resultados y la socialdemocracia no.

¿Por qué sus mensajes ya no tienen éxito, por qué ya no logran seducir al electorado? Miremos atrás para responder a estas preguntas.

La época dorada

La época dorada de la socialdemocracia se sitúa en el periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial. El fascismo estaba vencido, la (extrema) derecha muy desacreditada y el movimiento obrero más fuerte que nunca. Las élites estaban dispuestas a hacer muchas concesiones por miedo al comunismo.

Según palabras de Philippe Mouraux, ministro de Estado y político del Partido Socialista (PS):

“¿Por qué obtuvimos unos progresos sociales tan grandes en el periodo de postguerra? Porque los comunistas aterrorizaban a la burguesía”. Y se podían hacer muchas concesiones porque la económica mejoraba a toda velocidad.

En esas condiciones es en las que se elaboró el Estado de bienestar. En su condición de cogestores de este progreso social los socialdemócratas pudieron contar con la benevolencia de un amplio sector de la población. El término cogestor es adecuado porque los socialdemócratas no preconizaban modificaciones radicales del sistema capitalista, sino que se contentaban con redistribuir “el botín”.

Sin embargo, la redistribución social de la postguerra y la construcción del Estado de bienestar no eran del gusto de las élites, que veían como su parte de riqueza disminuía rápidamente, lo que estaba lejos de convenirles.

La oligarquía hizo lo imposible para revertir la tendencia. Consagró decenas de millones de dólares a think tanks encargados de elaborar una ideología convincente como alternativa al Estado de bienestar.

Posteriormente esta ideología se denominará “neoliberalismo”. Se trataba de una política socioeconómica caracterizada por menos impuestos sobre el capital, restricciones de las prestaciones sociales, reducción del gasto público, privatización, desregulación y libre comercio. La condición de esta política neoliberal era neutralizar a los guardianes del Estado de bienestar: los sindicatos.

Era una ideología poderosa, pero en los años de postguerra las relaciones de fuerza no eran suficientemente favorables para que se pudiera implantar. La situación cambió con la grave crisis económica de 1973. El fuerte paro durante un largo periodo de tiempo provocó un debilitamiento de los sindicatos.

Las ideas neoliberales, marginales tras la Segunda Guerra Mundial, se propagaron con éxito. La caída del Muro de Berlín en 1989 impulsó la ofensiva ideológica. Poco a poco las ideas asociales del neoliberalismo ganaron ascendiente en la opinión pública. Simultáneamente el movimiento obrero se inclinó cada vez más a la defensiva.

La capitulación

En vez de resistir y de recuperarse ideológicamente, la socialdemocracia capituló. Después de refunfuñar un poco al principio, acabó abrazando la doctrina TINA, [siglas en inglés de] “no hay alternativa al neoliberalismo”, lo que quería decir desregulación, liberalización financiera, privatización, impuestos reducidos sobre el capital, ataque al poder adquisitivo, deterioro de las condiciones laborales y recortes en seguridad social y sanidad. Blair se entusiasmó con la “tercera Vía”, Schröder optó resueltamente por un régimen salarial débil y en Escandinavia los socialdemócratas apostaron por la flexibilidad del empleo.

No ha habido resistencia frente a la ofensiva neoliberal sino una cogestión, una especie de neoliberalismo “light”. Los socialdemócratas no eligieron movilizar masivamente contra esta política asocial sino que quisieron tener la mayor cantidad de puestos posibles en los gobiernos. “En vez de desafiar al sistema se convirtieron en un elemento activo de él”, afirma Chantal Mouffe. Los principios y la lucha por los logros sociales tuvieron que recular para obtener algunas carteras ministeriales.

Los programas de los partidos apenas diferían ya de los de sus adversarios políticos. Ya no tenían ninguna sustancia original que aportar en el debate político. Paralelamente, los partidos consideraban que para ganar las elecciones tenían que tener como objetivo el centro y no la base tradicional o las capas populares desfavorecidas.

Consideraban erróneamente que la base electoral tradicional ya no iría a ninguna parte. Sea como fuere, con la carrera por el centro el desarme ideológico fue completo. Margaret Thatcher consideraba que “su mayor obra” era la capitulación y el desarme ideológico de los socialdemócratas, encarnados en el “Nuevo Laborismo” de Tony Blair.

Y luego está también la Unión Europea. El continuo desmantelamiento del Estado de bienestar se afianza ahí en las instituciones gracias a las supuestas normas de convergencia, al Pacto de Estabilidad y Crecimiento, al Pacto Euro Plus, etc. En ella los Estados nacionales han perdido gran parte de su soberanía y han cedido una parte de su política socioeconómica a tecnócratas no electos.

En cada ocasión los socialdemócratas, pero también los verdes, han consentido alegremente esta transferencia de poder y esta puesta bajo tutela neoliberal.

El precio que hay que pagar

La política neoliberal, ya sea en versión “light” o no, ha provocado un caos financiero y casi diez años de estancamiento en Europa. Hay que destacar que Portugal, que rompió con las recetas neoliberales, registra buenas cifras macroeconómicas.

En el plano económico el enfoque neoliberal ha desembocado en un campo de ruinas. Pero es sobre todo en el campo social donde las consecuencias han sido palpables. En estos diez últimos años dos terceras partes de la población de los países ricos han visto disminuir o estancarse sus salarios.

En el peor de los casos esto podría reproducirse para tres cuartas partes de esta población. Los ingresos más débiles han sido los más duramente afectados.

El abismo entre ricos y pobres ha aumentado enormemente. Actualmente casi una cuarta parte de la población europea corre el riesgo de vivir en la pobreza, mientras que un 1 % de los europeos más ricos posee una tercera parte de todas las riquezas.

La regresión social no se debe a una falta de medios o de riqueza, sino a una voluntad política. Cada vez más personas se dan cuenta de ello. Ya no se sienten representadas por los partidos políticos tradicionales y buscan alternativas. Por supuesto, este suele ser el caso de los partidarios de la socialdemocracia porque en ella es mayor la diferencia entre el programa de los partidos y la práctica.

Cada vez se considera más a estos partidos parte del sistema que se considera responsable de su regresión social y, por consiguiente, están perdiendo la confianza. Así, por ejemplo, solo queda una tercera parte de alemanes que piense que el SPD busca la justicia social. No es sorprendente que acudan a otra parte.

La primera respuesta al debilitamiento del movimiento obrero y a la capitulación de la socialdemocracia vino en la década de 1980 con Margaret Thatcher. El sociólogo Stuart Hall calificó su política de “populismo autoritario”.

Thatcher estaba muy adelantada a su tiempo. Ha sido necesario esperar a la crisis financiera para ver una verdadera avalancha de populismo autoritario en Europa con figuras como De Wever en Bélgica, Marine Le Pen en Francia, Geert Wildersen los Países Bajos, Beppe Grillo en Italia, Viktor Orban en Hungría, Jaroslaw Kaczynski en Polonia y actualmente también Alexander Gauland en Alemania.

Afortunadamente, también hay respuestas en el otro extremo del espectro político: Mélenchon en Francia, Corbyn en Gran Bretaña, Syriza en Grecia, Podemos en España, el PS en los Países Bajos, die Linke en Alemania, el PTB en nuestro país [Bélgica]. De un modo u otro logran mantener un flanco de izquierda.

¿Inevitable?

¿Es inevitable el declive de la socialdemocracia? Jeremy Corbyn en Gran Bretaña demuestra que no lo es en absoluto. Su mensaje es radical, rompe con la Tercera Vía y parte de los problemas reales de la gente.

Su ejemplo demuestra que la mayoría de los partidos socialdemócratas carecen actualmente de herramientas para ofrecer una respuesta al electorado descontento.

Evidentemente, cada partido debe decidir por sí mismo cómo afrontar los retos del momento. Basándonos en el diagnóstico anterior, vamos a esbozar algunos elementos posibles de respuesta.

1. Invertir en el futuro

Hay que acabar con la política de austeridad. Esto implica un programa de inversión a gran escala así como el aumento del poder adquisitivo. No tiene absolutamente nada de radical, sino que es una ruptura con casi cuarenta años de política neoliberal y diametralmente opuesta a la ortodoxia de la Unión Europea. Incluso un ministro tan azul como Reynders* aboga estos días por un plan de recuperación.

No falta dinero para este plan. El año pasado no menos de 221.000 millones de “excedente de dinero” se transfirieron a Panamá, a las Islas Caimán, a Bermudas y otros lugares exóticos. Solo con una décima parte de esta cantidad se podrían hacer ya muchas cosas.

2. Un contaescenario positivo y ofensivo

Un estudio reciente demuestra que la generación del milenio vuelve la espalda a la política porque los partidos políticos no ofrecen proyectos estimulantes que den esperanza y merezcan implicarse en ellos.

Una postura defensiva no seduce; osar soñar o innovar, sí. No faltan ideas: semana laboral de 30 horas, gravar a los millonarios, atención sanitaria gratuita, aumentar por encima del umbral de pobreza todos los subsidios, ciudades que no afecten al clima, ensayos prácticos, nacionalización de sectores clave como la energía o la banca…

3. Movilización y organización de la base

La historia nos enseña que los principales logros sociales (derecho al voto, supresión del trabajo infantil, jornada de ocho horas, pensiones pagadas …) se han conseguido gracias a la calle y a menudo en contra del propio parlamento.

Hoy los partidos se han transformado demasiado en máquinas electorales que consideran a los ciudadanos electores pasivos a los que por encima de todo se intenta llegar a través de una enorme publicidad y de los medios de comunicación.

La misión esencial de un partido que quiere llegar a una amplia base social no debe tener por objetivo los electores, sino la lucha social, sobre el terreno y en los barrios, y más precisamente ayudando a la gente a organizarse. Mélenchon, Corbyn y Sanders dan buen ejemplo en ello. Es, además, lo que les distingue de los populistas. El populismo consiste en movilizar o sensibilizar a la base sin organizarla ni formarla.

4. Antisistema

El pecado original de la socialdemocracia es establecer en su cúspide a una élite de políticos profesionales que adquiere privilegios y se integra en el sistema establecido. Es la mejor manera de dejar que los principios se disuelvan y de ganarse la enemistad de la base. Quien no vive como piensa no tardará en pensar como vive, es una regla de oro. La cultura del self-service que ha emergido en los últimos meses demuestra lo tenaz y fatal que es este defecto de construcción.

5. ¿Cogobernar ocambiar el sistema?

En sus inicios la socialdemocracia tenía por objetivo unas modificaciones fundamentales de la sociedad. Pero con bastante rapidez las socialdemocracias olvidaron esta ambición y se limitaron a codirigir el régimen social. Es lo que hicieron tanto durante la época keynesianna (décadas de 1950-1970) como después, durante el periodo liberal. Renunciaban así a su misión original y al hacerlo se volvieron casi superfluas.

Hoy nos enfrentamos a unos retos gigantescos, como la mejora cualitativa del Estado de bienestar y la crisis climática. No va a ser suficiente hacer realpolitik. Es necesario un cambio de paradigma, que solo puede tener éxito modificando el sistema social, económico y político. El socialismo debe volver a la orden del día.






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