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sábado, 12 de julio de 2014

La Contribución de Basterretxea

Desde El País traemos a ustedes esta semblanza del gran Néstor Basterretxea:


Era el último superviviente del trío que formaba con Jorge Oteiza y Eduardo Chillida

Francisco Calvo Serraller

Con la muerte de Néstor Basterretxea no solo desaparece el último superviviente de ese formidable trío de grandes escultores vascos formado por Oteiza, Chillida y él mismo, sino que prácticamente se cierra un ciclo dorado de la escultura de vanguardia de nuestro país, difícilmente repetible: precisamente el de su generación, la de los nacidos en las dos primeras décadas del pasado siglo, porque, junto a los artistas vascos citados, también fallecieron recientemente Palazuelo, Gabino, Alfaro y Tapies; antes lo hicieron Eusebio Sempere, Pablo Serrano y Miguel Berrocal, de manera que los únicos supervivientes que nos quedan de este conjunto excepcional, entre otros no citados, son Gustavo Torner y Martín Chirino, ambos frisando la novena década de su fecunda existencia.

¿Cómo ha sido posible todo este cuerno de la abundancia escultórico, ilustrado por mí de una manera tan ejemplar como aleatoria, en un país aislado y desmedrado hasta fechas todavía muy próximas? Desde luego, habría que citar como semillero esencial los nombres de Pablo Picasso, Pablo Gargallo y Julio González, puntales del desarrollo escultórico internacional, aunque también algún que otro nombre local como el del extraordinario Ángel Ferrant, maestro imprescindible de muchos de los mejores.

Pero ciñéndonos, como corresponde, al caso de Basterretxea, que suscita toda la constelación comentada, hay que señalar, en principio, que su destino parece como cosido a pespunte con el de Oteiza, ancestro de una generación anterior, pero que también vivió el exilio latinoamericano y abrió la senda de la investigación antropológica del mundo vasco, remitiéndola a un pasado prehistórico mítico y no simplemente a veleidades folclóricas del siglo XIX. Porque Basterretxea se marchó de España en 1936 siendo todavía un crío y deambuló por Francia y Argentina, dando sus primeros pasos artísticos en este último país como dibujante publicitario y no regresando a España hasta 1952, ya como un hombre hecho y derecho y con una crisolada vocación artística.

Desde ese mismo momento de su llegada, Basterretxea se integró en la entonces muy pujante vanguardia vasca, ganando el concurso para la realización de las pinturas murales de la cripta de la mítica Basílica de Aranzazu en Oñate, que ejecutó entre 1952-1954. Fue, además, uno de los fundadores del Equipo 57, un grupo de vanguardia clave para nuestro país, pero cuya inventiva y calidad aún no han sido objeto del merecido conocimiento en España, o, si se quiere, no tanto como lo fue en el extranjero. En 1960, Basterretxea se incorpora también al movimiento Gaur, donde militaron los artistas más relevantes del arte vasco de posguerra.

Apenas con lo apuntado, ya se comprende que no hay mejor acreditación artística que la de Néstor Basterretxea pero aun falta indicar otras dos claves para la mejor valoración de su trayectoria. La primera se refiere a su versatilidad creadora, porque, aunque finalmente se ha hecho más célebre como escultor, pues fue este el género que le ocupó predominantemente desde 1959, fue también un formidable diseñador industrial, un excelente pintor, un prolífico cineasta —como se subraya con sus conrtometrajes y, sobre todo, el largometraje Ama Lur (Tierra Madre)— </CF>y un estudioso de la antropología cultural vasca de primera magnitud. Esta última cuestión merece una atención especial porque repercutió no solo en el terreno de lo teórico sino que orientó su práctica escultórica, llevando a cabo obras tan sobresalientes como La serie cosmogónica, iniciada en 1972</CF>, que estuvo inspirada en la mitología vasca de los dioses tutelares y la Madre naturaleza, todo ello realizado en piedra y madera de formas abstractas y una figuración esquematizada.

Basterretxea, evidentemente, también afrontó la escultura monumental con algunas realizaciones de gran ambición como la del Salón de sesiones del Parlamento Vasco en Vitoria, en 1984. Residente en Hondarribia durante su última época, Basterretxea ha estado inquieto y activo hasta el final, incluso venciendo las dificultades físicas que impone el estrago del paso del tiempo. En este último periodo, además de su permanente alerta intelectual, siguió trabajando de forma experimental interesándose por la técnica del collage, donde logró muy bellas obras de orientación abstracta. Personalidad sobria, honesta y humilde, este maravilloso ser humano de gran potencia creadora jamás se inquietó por el veneno de la fama, lo cual quizá haya opacado inmerecidamente su enorme contribución, pero nunca el valor de su obra y el ejemplo de su dignidad, estoy seguro prevalecerán históricamente en el futuro.

Hablando del futuro, tras esta generación de Basterretxea que antes hemos calificado con toda justicia de dorada, debemos pensar con optimismo que no es casual que, entre los artistas emergentes después de la transición democrática de nuestro país, algunos de los mejores sean escultores y, entre ellos, no pocos vascos. Pensemos, entre otros, en Cristina Iglesias, Txomin Badiola o Peio Irazu, pero también en el prematuramente fallecido Juan Muñoz o Susana Solano. Todo esto significa, si lo queremos ver desde una dimensión bíblica, que si la mies es buena da fruto, aunque muera. En este sentido, estoy seguro de que la contribución de Néstor Basterretxea, además del valor de su obra en sí, tiene mucho que ver con la irradación de su silenciosa simiente.






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