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domingo, 27 de julio de 2014

De Gernika a Gaza

Les compartimos este texto publicado en la página de Kaos en la Red:

Es imposible añadir nuevos datos a los que ya circulan por los medios sobre el bombardeo de Gaza. Netanyahu ha utilizado como pretexto el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos para atacar Gaza, una estrecha franja donde se hacinan 1.700.000 palestinos. Su maniobra responde al deseo de malograr la reconciliación entre Hamás y Al Fatah, superar la crisis de gobierno desatada por la ruptura entre elLikud y el partido ultraderechista Israel Beitenu, y frustrar el acuerdo entre Rusia y la Autoridad Nacional Palestina para explotar las reservas de gas en las aguas territoriales de Gaza. Ya han muerto 1.050 palestinos, la mayoría civiles. 192 eran niños. Las redes sociales están inundadas de fotografías de menores (a veces bebés) mutilados, carbonizados, agujereados. Las toneladas de bombas israelíes han provocado toneladas de escombros, enterrando a familias enteras, sin respetar escuelas, hospitales o ambulancias. Gaza se ha convertido en un nuevo Gernika, con pavorosos incendios que pueden fotografiarse desde una estación espacial situada a 200 kilómetros de la tierra. El astronauta Alexander Gerst ha capturado una imagen que recuerda a un volcán enfurecido, arrojando lenguas de fuego. Desgraciadamente, no se trata de un fenómeno geológico, sino de una prueba más de la crueldad humana, capaz de adquirir un relieve cósmico.

El trabajo de los voluntarios, los fotógrafos y los periodistas nunca ha sido más necesario, pues se juegan la vida para realizar tareas humanitarias y mostrar al mundo lo que sucede. No estaría de más que poetas, músicos o pintores inmortalizaran estas semanas de espanto. Cuando los habitantes de Leningrado (hoy San Petersburgo) soportaron un cerco de la Wehrmacht, que duró casi 900 días y mató a 1.200.000 civiles (la mayoría de las veces por hambre y frío), Dmitri Shostakóvich compuso su 7ª Sinfonía en do mayor, bautizándola con el nombre de la ciudad mártir. La obra, que se había estrenado el 5 de marzo en Kuibyshev (capital provisional de la Unión Soviética cuando la caída de Moscú parecía inminente), se interpretó en Leningrado el 9 de agosto de 1942. Hitler había vaticinado en Hotel Astoria de Berlín que en esa fecha se rendiría la ciudad, exhausta por el implacable asedio, pero Leningrado no solo resistía, sino que –además- retiró del frente a decenas de músicos para que se incorporaran a la Orquesta de la Radio e interpretaran una sinfonía que requería cien instrumentistas. Los músicos abandonaron las trincheras con el espíritu de un combatiente que simplemente cambia de posición. Cuando acudieron al estudio, comprobaron que sus trajes de gala colgaban como sacos. Sus cuerpos desnutridos apenas conservaban la mitad de su peso habitual. Sin embargo, eso no les impidió atacar la obra con pasión y energía. Las bombas alemanas no dejaban de caer, pero el general Gogorov respondía a los cañones con fuego de contrabatería para acallar el estruendo y permitir que los ciudadanos pudieran escuchar los cientos de altavoces ubicados en las calles para retransmitir la sinfonía.

Shostakóvich había sido evacuado en octubre para que la Unión Soviética no perdiera a uno de sus grandes compositores vivos, pero la poetisa Vera Inber seguía en Leningrado con su marido, médico y director de un hospital. Los dos permanecían voluntariamente en la ciudad para ayudar a sus conciudadanos. Vera  compuso un emotivo poema:

En tu ternura siempre persevera,
Arde, mi corazón acribillado,
Sé para los amigos una hoguera,
Y caliéntalos en el día helado.

El tronar de derrumbes suena en vano
No retrocederemos ni un segundo…
Yo llevo mi corazón en la mano
Para ofrendarlo a los hombres del mundo.


El martirio de Gaza merece sinfonías, versos, cuadros, solidaridad, rezos, lágrimas. Solo hay que observar las fotografías de la masacre para descubrir que su sufrimiento reúne casi todos los elementos del célebre cuadro de Picasso: madres con sus hijos muertos en los brazos, caballos agonizantes, cuerpos mutilados, bombillas moribundas o rotas, palomas que aletean entre el polvo, brazos alzados al cielo, cráneos destrozados, caras aterradas, manos que intentan contener hemorragias, casas en llamas, hombres implorando. Tal vez falta el toro, pero si recordamos las palabras de Picasso, que asocian la imagen a “la brutalidad y la oscuridad”, podemos deducir que representa la barbarie de cualquier ejército –en este caso, el Tzahal. Hitler pretendía destruir Leningrado, matando a su población de hambre y frío y demoliendo edificio por edificio. Varsovia sufrió ese destino. La París del Norte perdió el 80% de sus construcciones y a 800.000 habitantes. Ardieron bibliotecas, museos, iglesias, palacios. En Leningrado, también desapareció su biblioteca, donde se atesoraban libros con más de 200 años de antigüedad. No fueron las bombas, sino el frío. Se quemaron para producir calor y eludir la muerte por congelación. El criminal ataque de Israel contra Gaza no es una medida de seguridad, sino un escalón más en su objetivo de destruir o desplazar al pueblo palestino, expulsándole de sus propias tierras. Cualquiera que observe el actual mapa de Cisjordania, con sus colonias ilegales, apreciará de inmediato una operación de limpieza étnica. En Gaza, solo es posible hablar de un genocidio progresivo.

Estados Unidos y la UE observan los bombardeos con indiferencia. Lamentan que hayan muerto 192 niños palestinos, pero respaldan a Israel. El médico voluntario noruego Mads Gilbert ha escrito una carta al Presidente Barack Obama desde el hospital de Shifa en Gaza, invitándole a pasar una noche entre los heridos:
“Más de 100 casos llegaron a Shifa en las últimas 24 horas. Ya bastante para un gran hospital bien entrenado y equipado con todo lo necesario, pero aquí… casi no hay nada: no hay electricidad, ni agua, ni materiales desechables, ni medicamentos, ni mesas de operación, ni instrumentos, ni monitores… es como si todo hubiera sido sacado de museos de hospitales del pasado. Pero estos héroes no se quejan. Ponen manos a la obra, como guerreros, de frente, inmensamente resueltos.
Y mientras les escribo estas palabras, solo, en una cama, derramo lágrimas, cálidas pero inútiles lágrimas de dolor y de pena, de enojo y de miedo. ¡Esto no puede estar pasando!
Y entonces, justo ahora, la orquesta de la máquina de guerra israelí comienza de nuevo su espantosa sinfonía: salvas de artillería desde los barcos de la marina en la costa, los rugientes F16, los drones enfermantes (los “zennanis” árabes), los hummers y los molestos Apaches. Todo, demasiado, hecho y pagado por los Estados Unidos. Señor Obama: ¿tiene usted corazón?”

No sé cuándo acabarán los bombardeos. El Tzahal ha perdido a 40 soldados. Nunca había sufrido tantas bajas en una operación de castigo. El doctor noruego Erik Fosse, que también se halla en Gaza como voluntario, denuncia que Israel está bombardeando con DIME. Las bombas DIME (Dense Inert Metal Explosive) contienen wolframio, un metal cancerígeno que ayuda a producir microexplosiones que atraviesan la carne y penetran en el hueso, a menudo destruyendo por completo las extremidades inferiores de las personas afectadas. También denuncia que se están utilizando nuevos tipos de armamento cuyas lesiones ni él ni sus compañeros, con experiencia en zonas de guerra, reconocen. Israel en otros ataques a la población de Gaza ha utilizado varias veces armas prohibidas, como uranio empobrecido y fósforo blanco. La población palestina ha servido de laboratorio experimental a la industria armamentística durante décadas. Israel se encarga de probar sobre el pueblo palestino las armas que luego vende al mundo. Si esta vez ha llegado tan lejos, no es por simple venganza. Gaza ya era la mayor cárcel al aire libre del planeta, pero ahora su paisaje es semejante al de Gernika después del salvaje bombardeo del 26 de abril de 1937. Wolfram von Richthofen, mariscal de campo de la Luftwaffe y comandante de la Legión Cóndor, escribió en su diario: “Guernica, villa de 5.000 habitantes, ha sido literalmente asolada. […] Un completo éxito de nuestras bombas”.

No sé si el mentiroso y marrullero Netanyahu escribe un diario, pero le sobran argumentos para realizar una anotación semejante. Beit Hanún y Shuyaiya están tan devastadas que sus habitantes no logran orientarse por las ruinas. Lejos de debilitar a Hamás, Israel ha proporcionado nuevos argumentos para la resistencia y el odio. No lo hace por torpeza, sino para mantener la tensión y propiciar nuevas escaramuzas, que servirán de coartada para nuevas operaciones supuestamente defensivas. Hoy en día Gaza es Gernika y los gobiernos occidentales no dejan de avergonzar a sus ciudadanos. Al observar los horrores de Camboya o la dictadura de Pinochet, Jean Améry, judío austriaco que sobrevivió a Auschwitz y Buchenwald, escribió: “A veces pienso que Hitler ganó la guerra”. Incapaz de soportar el rumbo de los acontecimientos, Améry se suicidó en Viena en 1978. Han transcurrido casi cuatro décadas y lamentablemente la crueldad, la codicia y la insolidaridad siguen gobernando el mundo.




Una corrección a Rafael, si me la permite. Lo que sienten los palestinos es rencor, pues está justificado por las acciones de los israelíes. Los que son movidos por el odio son los israelíes, pues eso es lo que maman en la sociedad israelí contemporánea creada por los sionistas.





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