Winston Churchill le tenía una gran envidia a Adolph Hitler. Es austriaco lo opacó en pocos meses a pesar de todas las aventuras bélicas que el inglés había tenido en diferentes rincones del Imperio Británico. Su alcoholismo lo había reducido a la calidad de insoportable parásito al que había que tolerar pues cada vez que Londres requería llevar a cabo una tarea sucia, él era el más indicado.
Hitler lo mimó durante toda la Segunda Guerra Mundial siempre con el objetivo de que recapacitara y así, juntos, derrotar a la Unión Soviética. La maquinaria de guerra nazi pudo haber destruido la capacidad instalada militar de Gran Bretaña en cuestión de horas, tal vez días, pero Hitler no lo hizo por la misma razón que no había destruido Bilbao y por tanto su capacidad de producción de acero, necesitaba a los ejércitos ingleses altamente entrenados, necesitaba su imbatible armada, necesitaba sus altamente maniobrables aviones. Envió a su hombre de más confianza, Rudolph Hess, a negociar un armisticio, pero Churchill prefirió ser cabeza de ratón y convertir a Inglaterra en un portaviones más de Washington.
Una vez tomada Berlín por parte de Ejército Rojo, Estados Unidos e Inglaterra aprovecharon los cuantiosos crímenes de guerra cometidos por el nazismo para darle un baño de esponja a su propio historial. Así, el inhumano genocidio estadounidense en contra de los pueblos originarios de América del Norte, que se contabiliza en decenas de millones, pasó al olvido, ante el horror - nos insiste ad nauseum Hollywood - de las seis millones de víctimas mortales de los campos de concentración nazis. ¿Un país construido con el trabajo esclavo de miles -tal vez millones, nunca se sabrá con exactitud - de personas capturadas en África y vendidas como ganado en el Nuevo Continente? Aquí no ha pasado, usted circule, mire, los nazis dicen que la raza aria es superior... ¡espantoso! ¿Oiga, y el Ku Kux Klan? Oh, le dijimos que circule, rápido rápido, avance.
Por su parte, Inglaterra tenía que encubrir masacres, auténticos holocaustos, con el total arrasamiento de civilizaciones enteras - de la auténticas, no de las inventadas por el tal Arthur Balfour - llevadas a cabo en los cinco continentes.
Tan efectiva fue la campaña de desinformación y manipulación que Londres hasta se dio el lujo de llevar a cabo unas cuantas más durante e inmediatamente después de terminada la guerra, claro, con el buenazo de Winston Churchill dirigiendo el asunto.
Tras este necesario preámbulo, les invitamos a leer este reportaje dado a conocer en la página de Cultura Colectiva:
"El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo"."Mejorar es cambiar; ser perfecto es cambiar a menudo"."La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces".
Rodrigo AyalaAl leer estas frases, pertenecientes a Winston Churchill, ex primer ministro británico en dos periodos (1940-45 y 1951-55), uno pensaría que este hombre era un optimista, un gran líder y un hombre de mucho carisma. Sin embargo, la historia nos dice que detrás de esta fachada luminosa se encuentra una oscura verdad: Churchill llevó a cabo una estrategia económica y militar en Bengala, India, durante la Segunda Guerra Mundial, que provocó una hambruna que terminó matando a millones de personas. Este tema no es recurrente en los libros de historia ni es recordado como un hecho controversial. Sin embargo, vale la pena hacer una revisión del mismo para dar a conocer uno de los hechos más crueles y lamentables de la historia mundial.Sobre todo, lo que provocó esta hambruna fue la decisión de Churchill de hacer llegar la mayoría de granos y víveres a sus soldados hasta Oriente Medio y Egipto, donde se hallaban defendiendo el Canal de Suez de los ejércitos de Italia y Alemania, dejando de lado a la población civil, la cual se quedó prácticamente sin alimento. Además el gobierno inglés decidió adueñarse de todo medio de transporte que pudiera llevar alimento a las comunidades de Bengala, tales como camiones, autos, motocicletas y hasta elefantes de carga. Aunado a ello, los dirigentes ingleses se adueñaron de diversos campos de cultivo de arroz para convertirlos en pistas de aterrizaje.Las protestas ante tamaña injustica no se hicieron esperar por parte de la población civil y grupos políticos molestos ante esta decisión que estaba matando a la población. Las revueltas fueron aplastadas por los soldados ingleses de manera violenta, provocando la detención de más de 60 mil personas y la ejecución de unas 2 mil 500. Pacifistas como Mahatma Gandhi luchaban porque la población obtuviera no sólo la independencia de Inglaterra sino los alimentos necesarios para su sobrevivencia.Los víveres no sólo eran destinados a los frentes de guerra, sino que otra parte iba directamente a Inglaterra para alimentar a la población de las grandes ciudades. Se estaba provocando en Bengala una hambruna de proporciones colosales. Churchill, cruel y déspota, dijo sobre esta situación y los indios que eran una raza débil que se había reproducido en exceso y que ahora tenía que pagar las consecuencias de verse en la escasez por su sobrepoblación. Y añadió: “las peores personas del mundo después de los alemanes son los indios”.El Secretario de Estado, Leo Amery, pensaba, al igual que Churchill, que los indios eran una raza condenada de antemano y que la prioridad del gobierno inglés debía centrarse en apoyar por completo a sus soldados en la lucha que sostenían. Así fue como la cadena de hambruna fue en aumento: las pequeñas poblaciones fueron las primeras en padecer los rigores de la escasez, la cual llegó de manera trágica hasta los asentamientos más grandes. Por semana se registraban alrededor de 10 mil muertes y los cadáveres podían verse a simple vista en las banquetas sin que nadie pudiera evitarlo. Familias enteras morían en el interior de sus hogares y los niños eran los más propensos a fallecer de forma más rápida.Algunas familias llegaban al extremo de sacrificar a los más pequeños o los más ancianos para que los demás pudieran tener más posibilidades de obtener alimento. Los perros incluso sufrieron por esta escasez, sembrando las calles con sus cadáveres. Hubo intentos desesperados por obtener algo de alimento: las mujeres comenzaron a prostituirse en las calles, las familias vendían a sus hijas a familias pudientes como sirvientas con tal de que pudieran sobrevivir, muchas familias pusieron a la venta sus hogares o escasas pertenencias. Era una desesperación trágica la que se veía en Bengala y en otras ciudades grandes como Calcuta, Howrah, Midnapur, Faridpur o Barisal.La alta proliferación de cadáveres en las calles comenzó a causar enfermedades como el cólera, tifus o disentería. Algunos cuerpos eran arrojados a los ríos para que la corriente los llevara hasta el mar.Sin embargo, esta situación no podía pasar desapercibida durante más tiempo: el periódico Statesman fue el primero en percatarse y denunciar el acontecimiento. Otro personaje que fue vital para que el mundo se enterara de lo que estaba pasando en la India fue el fotógrafo Ian Stephens, quien se dedicó a recorrer las calles de Bengala sacando imágenes de la tragedia que se vivía en la ciudad.El suceso fue aprovechado por los rivales de los ingleses para denunciar a nivel internacional lo que éstos hacían y justificando de esa manera la guerra contra ellos. No quedó más remedio a los altos mandatarios ingleses que comenzar la repartición de víveres a Bengala, más por la presión mediática que por iniciativa propia. Algunos países como Australia y los Estados Unidos, además de algunas naciones latinas, enviaron alimentos a la India como una ayuda ante la desesperada situación de sus habitantes. Fue en 1944 cuando la situación comenzó a estabilizarse en favor de la población india.Más de 3 millones de personas murieron en Bengala, India, debido a esta terrible situación. Se trata de uno de los crímenes en contra de la humanidad más terribles y deshonestos de que se tenga memoria. Jamás será válido atentar en contra de la vida de millones sólo por ganar guerras inútiles y despiadadas que dejan una huella imborrable en la humanidad.
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