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sábado, 31 de agosto de 2019

Egaña | Defcon Uno

Con ustedes el aporte de Iñaki Egaña a lo que se ha publicado alrededor de la Cumbre del G7 en la sitiada Miarritze:


Iñaki Egaña

Los más de 20.000 policías y militares que nos han envuelto en los días de la celebración del G7, al margen de su labor “preventiva”, han cumplido otra función, no menos destacada. Trataban de imponer un espacio de inquietud, intranquilidad y temor, frente a una hipotética agresión de la que se dejaron caer retazos. Ahí estaban las posibilidades: los antisistema desbocados, los anti-especistas, el wahabismo suní, las feministas radicales los nostálgicos de la lucha armada o los narcotraficantes despechados, entre decenas de riesgos.

Llevamos décadas soportando el peso de una interpretación perversa según la cual los contrarios a los fastos aduladores del capitalismo, aunque sean parte del mismo, pertenecemos al mismo espacio aliado. El movimiento ocupa como alternativa a la locura urbana tiene que aguantar la incorporación mediática de parásitos que están más cerca del propio sistema que de la involución política. La escuela de Aznar y sus seguidores equipararon a la disidencia armada vasca con los iluminados sunitas que aspiran con su inmolación al afecto de las huríes.

Las maniobras para cubrir la reunión del G7 en Biarritz han ido en estas dos líneas, crear terror entre la población: qué viene el coco. Pero no el espectro de los padres del crimen organizado (Trump, Macron, Merkel and company), sino los de la contra, los antisistema para entendernos. Y la segunda, meter en el saco de la disidencia a todos los que no adulen y presenten la pleitesía correspondiente a los siete mandatarios.

La primera de las interpretaciones es la que me interesa para el presente artículo. Porque integrar más de 20.000 policías en un espacio reducido, cerrar la frontera a los vehículos pesados, cegar las salidas de la autopista, interrumpir la sanidad, prohibir la circulación de peatones y congelar, en definitiva, la vida durante unos días, es crear una psicosis extraordinaria. Una psicosis de que lo que puede pasar es excepcional.

Lo sobrevenido en Biarritz no es sino un acontecimiento más en una tendencia que se manifiesta diariamente. Por poner un ejemplo que me enardece cada vez que lo oigo. Se ha convertido en una cuestión relevante el hecho de anunciar en nuestra comunidad la alerta, con diversos colores que habitualmente surcan el amarillo y el naranja, sobre cuestiones meteorológicas. Las noticias al respecto adquieren una relevancia fantástica, interrumpiendo emisiones televisivas o radiofónicas.
Pero resulta que las noticias a las que hacen referencia son las de siempre. Es decir, que en invierno de vez en cuando nieva en las montañas, ocasionalmente en las zonas más bajas. Que cuando las nubes acumulan gotas finalmente lloverá y que cuando se forman los cumulonimbos, se anuncia tormenta. Es la naturaleza misma pero hoy, al parecer, la lluvia, el viento, la nieve es signo de gran preocupación y de la máxima alerta.

Nos están convirtiendo a la vida cotidiana en un mercado permanente de alarmas inducidas en favor del constreñimiento de las libertades y de acotarnos a todos los hombres y mujeres en una esquina de la plaza, para tenernos permanentemente acojonados. La presencia policial en Biarritz, y junto a ella toda la parafernalia montada, ha sido lisa y llanamente un estado de excepción y de sitio escandaloso, con el agravante de que de esa manera condicionan la socialización de nuestro relato. Desaparecen las críticas a la organización criminal (G7) en los medios, y los mismos adjudican su interés a esos comercios que atrancan sus escaparates por “temor a los antisistemas” o a los camioneros que pierden 50 euros por cada hora de retraso por el cierre de la frontera, en la misma lógica capitalista que imponen la invasión policial.

Recuerdo que hace sólo una década nos enviaron señales apocalípticas sobre la expansión de una grave pandemia que iba a acabar con una parte de la humanidad. Como anunciamos nuestras dudas sobre la alarma creada al respecto, nos llevaron al terreno emocional, el de que jóvenes y niños serían los más vulnerables. La OMS entró en el juego y apuntó a que la “gripe asiática” nos iba a devorar. México, en la otra punta del mundo, cerró todas las escuelas. Y comenzó el espectáculo.

La alerta creada por la pandemia llevó al Gobierno autónomo de Gasteiz a comprar ese mismo año 60 millones de mascarillas y 50 millones de pares de guantes. España compró 37,1 millones de vacunas contra la cepa de la gripe y Francia 94 millones de dosis. Fue una pandemia, o mejor una alerta pandémica, inducida por los lobbies farmacéuticos que provocó unos beneficios desorbitados de sus empresas. La mortandad mundial de ese año debida a la gripe fue inferior a la de años precedentes y posteriores. Pero nos tuvieron acogotados durante varios meses.

El sociólogo alemán Niklas Luhmann, que nos dejó hace 20 años cuando la estrategia alarmista aún no estaba tan depurada, esbozó varios de estos apartados en su debate con Habermas: los individuos no son los protagonistas de los sistemas sociales, sino las comunicaciones. Comunicaciones, por otro lado, binarias: bueno/malo, legal/ilegal, gobierno/oposición… Luhmann sugería que la alarma permanente tenía por objetivo construir problemas donde no los había.

Así hemos llegado a un estadio irreal, matizado en todas sus facetas por ese nivel que las fuerzas armadas de Washington (el modelo a seguir por nuestros gobiernos estatales y autonómicos) llamaron con el acrónimo de Defcon (Condición de Defensa) y tiene cinco niveles. En Francia, la escala paranoide comprende cuatro niveles, y en España tres.

Y así, la alarma continuada se ha convertido en el objetivo número uno. Como ejemplo para avalar mi argumentación les sugiero que entren en la página de Presidencia del Gobierno español sobre Seguridad Nacional que se actualiza con las alarmas más notables. Una visión mundial. De las últimas 20 alarmas, 4 sobre el G7, 3 sobre el brote de listeriosis, una sobre el ébola en el Congo… y dos sobre la situación meteorológica. Nada del resto.






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