Este escrito publicado en Rebelión le da contexto al acto de contrición llevado a cabo hace unos días por los obispos de la CAV:
Canes muti
Mikel Arizaleta
"Purificar la memoria. Servir a la verdad. Pedir perdón'', los prelados de Bilbo, Gasteiz y Donostia 74 años después de su asesinato celebran en la nueva catedral de Gasteiz un funeral por los 14 curas vascos fusilados por los franquistas en el transcurso de la guerra de 1936. Los prelados no ocultan que su decisión de honrar a quienes fueron pasados por las armas -en algunos casos torturados previamente, y sin juicio ni defensa-, llega tarde; cerca de dos años después de que el Papa beatificara a religiosos fieles al fascismo muertos en la contienda y más de siete décadas del final de la guerra. El perdón de la Iglesia a otros siempre se hace esperar aunque, como en este caso, sean sus curas. ¡No deja de ser una prueba más de la catadura moral de quienes una y otra vez quieren mostrarse como moralistas y guías de una sociedad confundida y sin valores!
Los obispos de las tres diócesis han escrito una carta colectiva. Hace exactamente 72 años otro triunvirato formado por Gomá, cardenal primado, Pla i Deniel, asesorando en lo doctrinal, y Eijo Garay, obispo de Madrid-Alcalá, que hizo algunos retoques estilísticos redactaron otra carta, la Carta colectiva de los Obispos Españoles a los de todo el Mundo con motivo de la Guerra de España, que vería la luz en agosto-septiembre de 1937. El escrito original llevaba fecha de julio, pero su publicación se retrasó para convencer a aquellos prelados que todavía no se habían plegado a firmarla.
Como nos recuerda Luisa Marco Sola en su bello libro “Sangre de cruzada”: Para entonces el episcopado ya estaba más que alineado con el bando franquista.. Y aunque todos los prelados se habían sumado para entonces con sus proclamas a la “Cruzada” a Franco le traía de cabeza el que por parte del catolicismo internacional se condenara en duros términos los abusos cometidos por las tropas insurrectas. La prensa católica internacional se opuso frontalmente al levantamiento.
Franco –consciente de la importancia internacional- requirió al cardenal primado, Gomá, que tomara cartas en el asunto, aunque éste nunca reconoció que la iniciativa partió no de la Iglesia sino del dictador. La Carta colectiva de los Obispos Españoles se escribió a instancias del generalísimo Franco. El historiador Hilari Raguer dirá: “Posteriormente, ante el obvio reparo a un documento publicado a instancia de la autoridad civil, Gomá trató de explicar su origen atribuyendo la iniciativa a otros obispos o aun al mismo Papa, y así es como algunos historiadores filofranquistas lo han querido presentar”.
El hecho de que en el frente vasco los católicos se hubieran alineado con la causa nacionalista y, por lo tanto, con la República, suponía un mazazo a esa lucha contra el laicismo, que decía sostener la Iglesia. Consciente de ello Franco instaba a Gomá, en diciembre de 1936, en entrevista personal a obtener una condena firme por parte de la Santa Sede de la resistencia vasca: “una desautorización de la conducta de los vascos por parte de la autoridad eclesiástica podría ser decisiva para hacerles desistir de la lucha”. El papado se negaría a tal condena mientras los rebeldes no aseguraran unas garantías mínimas a los nacionalistas y al País Vasco en general. Y el tema quedó en agua de borrajas al negarse en generalísimo a aceptar nada que no fuera una rendición incondicional de los vascos.
En este contexto se escribió aquella carta a iniciativa del poder civil: “El general Franco me pide que el episcopado español redacte un documento…”. Carta que la subscribieron todos menos cuatro. Dos destacarían por encima de todos: el arzobispo de Tarragona, cardenal Vidal i Barraquer, y el obispo de Gasteiz, monseñor Mateo Múgica Urrestarazu, por motivos distintos.
A Vidal i Barraquer nunca se lo perdonó Franco el no haber firmado la carta, no pudiendo regresar jamás al estado español.
En otoño de 1936 el ejército franquista ejecutó a catorce religiosos por sus convicciones nacionalistas. Tras la caída de la región varios cientos serían encarcelados o deportados a otras comunidades por idéntica razón, en gran parte con la colaboración sumisa de sus superiores, como Gumersindo de Estella y otros. El obispo de Vitoria, Mateo Múgica, nacionalista también, había sido obligado por la Junta de Defensa, tras sufrir varios escarnios públicos, a exiliarse a Italia, donde denunciaría sin paliativos ante el Vaticano el bombardeo de Gernika. Después de lo que había visto no podía firmar una carta en la que se elogiaban los métodos de los sublevados.
La carta tampoco la firmaron el donostiarra Javier de Irastorza Loinaz, obispo de Orihuela-Alicante, ni Torres Riba, obispo de Menorca, que se encontraba incomunicado en una isla dominada por el bando republicano. Quien sí firmó la carta fue el religioso salesiano barakaldés Marcelino Olaechea, obispo de Iruña.
Y traigo a colación estas notas, recogidas de Luisa Marco Sola, en alabanza y loa de todos aquellos valientes, que supieron hablar a tiempo, y no como estos prelados, que sólo son capaces de escribir una carta de perdón 74 años después. Y en agradecimiento a esos historiadores modernos y gentes de bien, que han trabajado y siguen trabajando por recuperar la memoria y los cuerpos de aquellas gentes, que fueron enterradas en caminos y acequias. Tiene razón Isaías al llamarles a estos obispos canes muti, perros silentes.
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