Sobran razones para revisitar la vida y el legado revolucionario de Ernesto Che Guevara.
Con una comunidad internacional secuestrada por el imperialismo genocida y el fundamentalismo religioso, es conveniente enfatizar que el presente necesita de hombres y mujeres de una verticalidad ética y un compromiso con la lucha libertadora que evoquen lo hecho por el nuestroamericano universal.
En el 90 aniversario de su natalicio, traemos a ustedes este artículo dado a conocer por Cuba Debate:
Germán Sánchez OteroEl Comandante de la boina negra y la estrella reluciente piensa la revolución mientras la ejercita. Las ideas teóricas y políticas de Che sobre la revolución social en la América Latina y el Caribe, son coherentes con su praxis histórica y analítica. El marxismo para él es una teoría ecuménica que surge y existe para explicar y transformar un sistema universal antihumano. Esto supone una estrategia mundial y un quehacer solidario del mismo tamaño: el internacionalismo, sustentado en un deber y en una necesidad, inherente a los auténticos procesos socialistas que se proponen avanzar sin complejos ni titubeos hacia la utopía comunista.¿Qué conceptos integran el pensamiento del Che acerca de la revolución en nuestra América? Son muchos: abarcan el imperialismo y el subdesarrollo, a las clases sociales y sus luchas, el papel del Estado y el carácter de la revolución. También incluye sus ideas sobre estrategia y táctica, y respecto de la vanguardia y los sujetos sociales de la revolución. Entre las fuentes que nutren ese sistema de ideas, están su conocimiento de la historia latinoamericana y sus vivencias juveniles en el continente, la participación en la lucha armada cubana, su desempeño como dirigente de nuestra Revolución y los análisis que realiza sobre la transición socialista.De su conceptualización de la sociedad latinoamericana y del escenario mundial, nace su certeza acerca de la posibilidad del cambio revolucionario de naturaleza socialista en el continente. Y también se derivan sus concepciones sobre cómo alcanzar tal objetivo.Ciertos énfasis y filos polémicos de sus ideas, están marcados por los debates que se ve obligado a emprender frente a sectores tradicionales de la izquierda latinoamericana, que quieren convertir el triunfo de la Revolución Cubana en una excepción histórica.Ello explica la insistencia suya en determinadas lecciones de nuestra Revolución, que a veces puede dar lugar a que se interpreten de modo acrítico. No es casual que comience de este modo su primera obra que aborda el tema: “La victoria armada del pueblo cubano sobre la dictadura ha sido, además (…) un modificador de viejos dogmas sobre la conducta de las masas populares de la América Latina”. Y consagra otro ensayo a analizar si ella es o no una excepción en América Latina, y en casi todos sus demás trabajos y discursos sobre la región, alude a tal debate, necesario para desbrozar los nuevos conceptos.Lucha ideológica y teórica en el ámbito del movimiento revolucionario y bregar simultáneo contra el imperialismo y la dominación burguesa para alcanzar el poder y desarrollar la revolución socialista: tales son las coordenadas que guían el pensamiento del Che sobre la revolución social al sur del rio Bravo. Es este un legado suyo primordial y resulta indispensable estimular el cruce de ideas entre los luchadores revolucionarios, que a título personal o colectivo contribuyan a formular respuestas certeras a las complejas y cambiantes realidades de la región, en la búsqueda de auténticas revoluciones.A la vez, es menester prevenirnos contra el empleo extemporáneo de algunas afirmaciones o tesis suyas en las actuales circunstancias políticas del continente y del mundo. Él nunca reduce nuestra experiencia a una repetición dogmática: “La Revolución Cubana ha mostrado una experiencia que no quiere ser única en América”. Y critica a quienes “tratan de implantar la experiencia cubana sin ponerse a razonar mucho si es o no el lugar adecuado”. Además, ciertas ideas suyas no resultaron válidas en el decurso de la historia y no hay porqué sonrojarse. Nada de ello eclipsa su grandeza ni su vigencia esencial.¿Por qué la lucha armada?¿Qué piensa, por ejemplo, sobre la vía armada y en específico respecto de la lucha guerrillera? Dice: “Es importante destacar que la lucha guerrillera es una lucha de masas, es una lucha de pueblo”. Esa misma consideración, con palabras semejantes, la encontramos al menos en diez lugares diferentes de sus escritos.No deja espacio para las ambigüedades: “Queda bien establecido, que la guerra de guerrillas es una fase de la guerra que no tiene de por sí oportunidades de lograr el triunfo”. “Ahora bien, es preciso apuntar que no se puede aspirar a la victoria sin la formación de un ejército popular”.Sostiene que en la América Latina existen las condiciones objetivas para la Revolución. Esa conclusión la deduce de sus vivencias en el continente y de sus estudios desde los años juveniles sobre la historia y la sociedad latinoamericanas. De tal convicción, fundada en un saber científico, no razona que sea posible en todas partes y en cualquier momento iniciar la lucha armada: “Esa violencia debe desatarse exactamente en el momento preciso, en el que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables”.¿Cuáles serían éstas? –se pregunta: “Dependen, en lo subjetivo, de dos factores que se complementan y que a su vez se van profundizando en el transcurso de la lucha: la conciencia de la necesidad del cambio y la certeza de la posibilidad de este cambio revolucionario”. A esos factores y a las condiciones objetivas, une otro elemento también subjetivo: “la firmeza en la voluntad de lograrlo” y agrega el último, de índole objetivo: “las nuevas correlaciones de fuerzas en el mundo”.Siempre tiene en cuenta el repertorio de factores a considerar en el inicio y desarrollo de la lucha armada y nunca abona consignas, dogmas, ni clichés.¿Por qué enfatiza la importancia de las condiciones subjetivas y el papel activo de la vanguardia? Si ello por sí mismo es válido, y se inscribe en su correcta interpretación de Marx y Lenin y en la tradición del pensamiento y los quehaceres revolucionarios de nuestra América, existen razones circunstanciales que explican esta postura. Frente a la “cultura política” defensiva de la espera, junto a Fidel él yergue la cultura política de la voluntad y de la ofensiva: “El deber de los revolucionarios latinoamericanos, no está en esperar que el cambio de correlación de fuerzas produzca el milagro de la revoluciones sociales en América Latina, sino aprovechar cabalmente todo lo que favorece al movimiento revolucionario ese cambio de correlación de fuerzas y hacer las revoluciones”. Por eso insiste: “Lo definitivo es la decisión de lucha que madura día a día, la conciencia de la necesidad del cambio revolucionario, la certeza de su posibilidad”.Tal criterio no pasa por alto el complejo tejido de la estrategia y las tácticas: “Los revolucionarios no pueden prever de antemano todas las variantes tácticas que pueden presentarse en el curso de la lucha por su programa liberador. La real capacidad de un revolucionario se mide por saber encontrar tácticas revolucionarias adecuadas en cada cambio de la situación, en tener presente todas las tácticas y en explotarlas al máximo”.El afán de exaltar el papel de la lucha armada en la creación y desarrollo de las condiciones subjetivas de la revolución, lo lleva a exceder en parte su significación: “Esas condiciones se crean mediante la lucha armada, que va haciendo más clara la necesidad del cambio”.Si bien el ejercicio exitoso de la lucha armada, donde sea posible, hace más clara “la necesidad del cambio” y la visible derrota del ejército permite ver al pueblo la posibilidad de tal mutación radical, en la generación de las condiciones subjetivas de la revolución, antes y durante el avance decisivo que suscita la lucha armada, concurren factores diversos que no deben desestimarse. Él no desconoce tales realidades. Sus afirmaciones extremas, como la antes citada, son explicables a la luz de su opinión del imperativo de colocar en el lugar central a la lucha armada, relegada por los revolucionarios durante más de veinte años antes del triunfo cubano en 1959 y muchos, después, siguieron resistiéndose a aceptarla como una opción en el repertorio de luchas de la izquierda.Luchas pacíficas y vía pacífica¿Niega la lucha cívica, y en particular la lucha electoral? No pretendo justificar sino explicar ciertos extremos de sus ideas. En varias ocasiones aborda el tema: “Sería error imperdonable desestimar el provecho que puede obtener el programa revolucionario de un proceso electoral dado; del mismo modo que sería imperdonable limitarse tan sólo a lo electoral y no ver a los otros medios de lucha, incluso la lucha armada, para obtener el poder (…) pues si no se alcanza el poder, todas las demás conquistas son inestables, insuficientes, incapaces de dar las soluciones que se necesitan”. Una vez más aparece un eje central de sus ideas: la conquista del poder.Alude a las condiciones especiales de Uruguay cuando visita este país en 1961. Y respeta asimismo el proyecto de la izquierda chilena. Al respecto es premonitorio, como si hubiese viajado en una máquina del tiempo al Chile de 1973. Dice: “Y cuando se habla de poder por vía electoral, nuestra pregunta es siempre la misma: si un movimiento popular ocupa el gobierno de un país por amplia votación popular y resuelve, consecuentemente, iniciar las grandes transformaciones sociales que constituyen el programa por el cual triunfó, ¿no entraría en conflicto inmediatamente con las clases reaccionarias de ese país? ¿No ha sido siempre el ejército el instrumento de opresión de esa clase? Si es así, es lógico razonar que ese ejército tomará el partido por su clase y entrará en conflicto con el gobierno constituido”.En tales circunstancias, adiciona: “Puede ser derribado ese gobierno mediante un golpe de Estado (…), puede a su vez el ejército opresor ser derrotado mediante la acción popular armada en apoyo a su gobierno”.Tal alternativa prevista por él es importante subrayarla, porque evidencia su flexibilidad para interpretar situaciones como la chilena de entonces. No niega la posibilidad de su triunfo, pero alerta sobre la necesidad de preparar al pueblo subjetiva y materialmente en el uso de las armas.También aclara la distinción entre lucha pacífica y vía pacífica y señala las consecuencias de esa confusión: “Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es logro de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de opinión pública sin combate directo, sino la instauración del poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha armada”.Reiteradas veces aborda el tema de la función de la clase obrera y el campesinado en la revolución. Por ejemplo, refiriéndose a la relación guerrilla–campesinos–obreros, afirma que la primera debe buscar el apoyo de “(…) las masas campesinas y obreras de la zona y de todo el territorio de que se trata”.No desarrolla suficientemente sus criterios en torno al lugar que le corresponde a las luchas reivindicativas y políticas obreras. Ni tampoco a la inserción de ese quehacer en un proceso revolucionario signado por la lucha armada, cuyo escenario principal él lo ve en el campo, por razones que explica muchas veces. Sin embargo, no deja de formular la noción esencial, desde el ángulo de la estrategia que considera acertada: “… la posibilidad de triunfo de las masas populares de América Latina está claramente expresada por el camino de la lucha guerrillera, basada en el ejército campesino, en la alianza de los obreros con los campesinos, en la derrota del ejército en lucha frontal, en la toma de la ciudad desde el campo, en la disolución del ejército (…)”.Esta última afirmación, muestra el apego del Che a la experiencia cubana. Desde nuestros días, es menester –y posible– asumir una mirada más abarcadora y a tono con las nuevas realidades de cada país. Considerar, por ejemplo, los cambios ocurridos en las estructuras de clases a consecuencia de las mutaciones de las formaciones sociales capitalistas de la región; la transnacionalización y privatización extrema de las economías; el crecimiento de los sectores marginales e informales; la disminución de la clase obrera y la modificación de su composición, con mayores niveles de explotación e integración al status quo; la disminución neta del campesinado tradicional y la agudización de la crisis social derivada del modelo neoliberal.Durante los últimos cincuenta años, ocurren diversas experiencias que complejizan ese juicio del Che, vigente en varios de sus postulados estratégicos, si se actualizan de modo pertinente. Por ejemplo, los impactos políticos y sociales y los correlatos –tanto nacionales como hemisféricos– que se derivan de los procesos de cambios abiertos por la Revolución Bolivariana. O más recientemente, la nueva ofensiva imperial y de las clases pudientes en varios países donde han avanzado procesos políticos de centroizquierda.Criterios sobre las fuerzas armadasEsa necesaria adecuación también concierne a su criterio sobre las fuerzas armadas. Aunque él avisa a tiempo que “… el imperialismo ha aprendido a fondo la lección de Cuba”, todavía en los primeros años después de 1959 esto no se traduce en el fortalecimiento de las fuerzas armadas y sobre todo en la especialización de ellas para el combate contrainsurgente. De ahí que el Che en mayo de 1962 se refiera a la “extrema debilidad de los ejércitos mercenarios para moverse en los grandes territorios de América”. Por otra parte, según las realidades históricas hasta el tiempo en que él vive, las fuerzas armadas casi siempre tienen una conducta monolítica y son un instrumento dócil del imperialismo. Así lo ve Che, aunque él distingue “gente aislada” que puede incorporarse a la revolución.Ese criterio suyo mantiene actualidad en la mayoría de nuestros países. Sin embargo, las experiencias de Perú durante el mandato de Velasco Alvarado y de Omar Torrijos en Panamá –poco tiempo después de morir Che–, son indicios de las reservas patrióticas y antimperialistas que pueden existir en las fuerzas armadas de algunos países. Lo ocurrido a partir de 1999 con el proceso revolucionario bolivariano conducido por un líder cívico–militar excepcional, ratifica la necesidad de no generalizar los criterios del Che a todo momento y lugar. Como tampoco es válido extrapolar la experiencia singular de la Revolución Bolivariana en cuanto al papel de los militares y la alianza cívico militar, que allí ocurre gracias a la singularidad de ese proceso, marcado por el genio y el ángel de su líder.Estos nuevos hechos no contradicen el núcleo de su análisis –que se ubica en la conducta de los institutos militares frente a la lucha armada revolucionaria y como instrumentos del sistema dominante–, pero sí aportan ingredientes políticos novedosos que él seguramente habría considerado.Opiniones acerca de los gobiernos democráticosA la dirección de nuestra Revolución y a Che como parte de ella, se les ha acusado muchas veces de promover en los años sesenta del pasado siglo una política de exportación de la revolución y de enfrentar a ultranza a los gobiernos democráticos latinoamericanos. El asunto tiene una obvia significación actual, pues demuestra la continuidad entre la política de la Revolución Cubana de ayer y de hoy.Che, en circunstancias de existir algunos gobiernos democráticos respetuosos de la Revolución Cubana, tiene hacia ellos igual respeto; asimismo, es cuidadoso en desearle éxitos a cualquier avance de los pueblos latinoamericanos, si aquellos son logrados incluso por la vía de la cooperación externa de Estados Unidos y sin beneficiar a Cuba.Así, en julio de 1960, expresa: “… no es mi misión aquí enumerar los gobiernos de América, enumerar en estos últimos días, las puñaladas traperas que nos han dado y echar leña al fuego de la rebelión”. O sea, a pesar de las acciones anticubanas de esos gobiernos y su complicidad con la agresión de Estados Unidos contra Cuba, evita el enfrentamiento público. En esos momentos no se han roto los vínculos diplomáticos ni expulsado a nuestro país de la OEA; ante todo, él es respetuoso de la soberanía de esos países.En agosto de 1961, ya definido el carácter socialista de la Revolución Cubana, en su memorable discurso en Punta del Este, Uruguay, de cara a los representantes de toda la comunidad americana, subraya: “Nosotros nunca hemos abandonado a las naciones latinoamericanas, y estamos luchando porque no se nos expulse, porque no se nos obligue a abandonar el seno de las repúblicas latinoamericanas”.Su posición constructiva la lleva a una expresión más elevada, al afirmar respecto de la Alianza para el Progreso: “Y nosotros estamos interesados en que no fracase, en la medida que signifique para América Latina una real mejoría en los niveles de vida de todos sus 200 millones de habitantes”.Y aún después de ser Cuba expulsada de la OEA (1964), él hace distinciones entre los gobiernos de América Latina y expresa la disposición cubana a tener relaciones con un grupo de ellos —Uruguay, Chile y Costa Rica—, “pero Estados Unidos no lo permite”.Es importante recordar a ese Che multifacético, que supo hacer de la política un vehículo idóneo de la estrategia revolucionaria, en plena identidad con Fidel y la posiciones de nuestro gobierno.
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