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sábado, 10 de junio de 2017

El Caso Mortara

De todos los hitos Arzalluz-Kurlansky de los que nos hemos ido enterando a lo largo de todo el tiempo que hemos estado publicando este blog, el de Edgardo Mortara tiene que ser, por cuenta propia, el más churrigueresco. Que el sionismo hollywoodense esté planeando no una sino dos películas acerca de la vida y obra de Edgardo es clara muestra de ello.

¿No nos quieren creer?

Bueno, pues disfruten esta lectura cortesía de El Mundo:


Secuestrado a los 6 años por la Guardia Pontificia, fue a la fuerza 'cristianizado' y terminó políglota y sacerdote en Oñate

Javier Ortega

En Oñate, Guipúzcoa, hay una pequeña calle cuyo nombre reza: Edgardo Mortara. Cuántas veces ignoramos quién se esconde tras el rótulo de ciertas calles. Este podría ser un caso más, uno entre tantos. Sin embargo, ese nombre está llamado a hacerse tremendamente popular en todo el orbe en los próximos meses, como lo fuera hace más de un siglo.

En 1858, en Bolonia, Edgardo Mortara contaba seis años de edad cuando, en la noche del 23 de junio, un pelotón de soldados de la Guardia Pontificia irrumpió en el domicilio de sus padres, un matrimonio judío. Le buscaban a él, al pequeño Edgardo, para llevarlo a Roma, asumir su educación católica y afianzar así su tránsito a la fe verdadera.

El desconcierto de los Mortara fue mayúsculo, pero las primeras pesquisas revelaron lo ocurrido: el Santo Oficio había tenido noticia del rumor según el cual Edgardo había sido bautizado sin conocimiento de sus progenitores por una sirvienta católica, que quería salvarlo de los tormentos del infierno en caso de fallecer a causa de una dolencia. Ese bautismo in extremis, sucedido cinco años atrás con el agua de un jarrón, facultaba a la Santa Sede para "apartar" al pequeño de su entorno.

No era la primera vez; las supuestas conversiones de niños judíos se venían produciendo con relativa frecuencia en los estados papales. Pero el rapto de Edgardo sería sensiblemente distinto: la familia Mortara no se dió por vencida y, durante más de una década, los padres lucharon denodadamente para que el Vaticano les devolviera a su hijo. El caso conmocionó al mundo, y el destino de ese niño llegó a convertirse en el símbolo de la cruzada emprendida para poner fin al poder temporal de la Iglesia católica.

Los principales medios se hicieron eco en sus editoriales, alineándose en dos bandos bien definidos: los más conservadores respaldaban la postura del Vaticano e invocaban la supremacía del derecho canónico, en tanto los progresistas abogaban por la libertad del niño y su vuelta al seno familiar. Grandes personalidades dirigieron misivas al Santo Padre, y el asunto generó una controversia en la que tomaron parte tanto influyentes rabinos de América y Europa como los banqueros Rothschild, que financiaban al propio Vaticano mediante cuantiosos empréstitos. Con todo, el escándalo internacional no logró hacer mella en la férrea voluntad del entonces Papa Pío IX.

Cuestionado por su antisemitismo y su impronta autoritaria, el mandato de Pío IX en poco difirió del de un monarca absoluto. Fue quien instituyó el dogma de "la infalibilidad del Sumo Pontífice", para evitar cualquier censura a su Gobierno. Aristócrata y soldado antes de que la epilepsia le obligara a dejar el ejército, había accedido al papado con vitola de liberal, pero a raíz de la pérdida de sus territorios a manos de los revolucionarios italianos cambió de actitud. El rapto de Edgardo fue un hito crucial de su discutido periodo, que contó con el único respaldo de la infantería francesa aportada por Napoleón III a cambio de diversos favores. De hecho, el llamado caso Mortara sustentó ya en este siglo buena parte de las críticas a la beatificación de Pío IX, que tuvo lugar el año 2000.

A la postre, los ingentes esfuerzos de los padres de Edgardo resultaron vanos; perdieron a su hijo, internado en la Casa de los Catecúmenos de Roma. Pero Pío IX se había convertido en un escollo para la unidad italiana, y el conde Cavour, primer ministro del Piamonte y timonel del proceso unificador, excitó el escándalo para socavar su autoridad. Los biógrafos de Pío IX relacionan su gestión del caso Mortara en 1858 con la pérdida de la mayor parte de su reino terrenal al año siguiente. Giacomo Martina sostiene que "mostró su firmeza al cumplir lo que consideraba su deber, incluso a costa de perder su popularidad, su todavía intacto prestigio y, sobre todo, el apoyo francés a su poder temporal".

Edgardo creció bajo nombre falso en un convento austríaco y más tarde se trasladó a un monasterio en Poitiers, Francia, donde cursó estudios de Teología. Pío IX, ya anciano, no había olvidado a su hijo. Escribió regularmente al obispo de Poitiers interesándose por él y expresando su deseo de que fuese ordenado sacerdote. En 1873, tras una dispensa especial -a sus 21 años no rozaba la edad mínima-, Edgardo Mortara fue ordenado. El Papa le envió una carta proclamando su inmensa satisfacción y pidiéndole que rezase por él.

Erudito capaz de predicar en seis idiomas, el padre Mortara dedicó su vida a difundir la fe que le habían inculcado, viajando por toda Europa. Era muy reclamado porque en sus sermones abordaba su infancia, la historia de cómo Dios escogió a una iletrada sirvienta para que invistiera a un niño con la gracia divina. Y aún podría haberse extraviado de no ser por el coraje de un santo papa que, desafiando las amenazas de los impíos, le permitió consagrar su vida a testimoniar el poder salvador de Cristo.
Emprendedor y políglota

Mortara llegó al País Vasco atraído por el euskera; de ahí que residiera en Oñate, hacia 1884. El propio Unamuno le menciona en su libro Contra esto y aquello: "Un genuino israelita, vivo y sagaz, ingenioso y emprendedor". Le recuerda recaudando dinero en el balneario de Cestona para un nuevo seminario de la Orden, y pondera su facilidad para los idiomas: "Era un verdadero políglota (...) Le oí un sermón predicado en vascuence, en Guernica".
Su vida, al cine

Ahora, en 2017, el caso Mortara ha cobrado un inusitado vigor. Steven Spielberg fragua su adaptación cinematográfica del muy documentado y excelente libro del historiador David I. Kertzer (publicado por Berenice con el título El secuestro de Edgardo Mortara), con Mark Rylance (Oscar por El puente de los espías) como el actor destinado a encarnar al ínclito Pío IX. Pero no sólo el artífice de La lista de Schindler ha fijado su atención en el pequeño Edgardo; Harvey Weinstein, productor habitual de Tarantino, tras discrepar con Spielberg sobre el enfoque del proyecto que ambos auspiciaban, anuncia su propia versión con Robert De Niro como el beato pontífice.

El relato del niño judío apartado de su familia, y del Papa que desafió la protesta popular y la presión diplomática ejercida sobre él, sedujo pronto a numerosos dramaturgos. Moritz Daniel Oppenheim inmortalizó la escena del rapto en uno de sus mejores lienzos. En 2010 se estrenó en Nueva York una ópera sobre el tema. Desde un prisma histórico, el caso Mortara brinda una privilegiada atalaya; difícilmente cabría hallar un mejor ejemplo del modo en que la visión del mundo que ostentaba la Santa Sede entró en conflicto con la nueva ideología secular que se extendió por Europa en el siglo XIX.

Al subrayar que hasta hace poco la Iglesia mantenía un tribunal para castigar los delitos contra la fe, el caso Mortara alerta sobre el hecho de que su transición desde un fundamentalismo medieval a la modernidad se completó en el siglo XX. No es de extrañar que la reacción más común sea: "¿Quieres decir que aún existía la Inquisición en 1858? ¡Creía que era algo de la Edad Media!".

Que Edgardo siguiese la vil tradición de los conversos explica que fuera visto por los judíos con horror. El objeto de la compasión hebrea se convirtió en un hombre despreciado. No podía estar cuerdo, pues lo contrario hubiera supuesto un desdoro para la religión de la Torá.

Sin embargo, y aunque ninguneado por unos y otros, aquel niño de seis años, el pequeño Edgardo, cambió sin pretenderlo el rumbo de la historia.






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