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viernes, 23 de junio de 2017

Egaña | Un Epígrafe para Mikel

Sin mayores prolegómenos, les presentamos este texto de Iñaki Egaña:


Iñaki Egaña

Hace unos pocos años asistí, sin participar, a un sugestivo debate sobre la diferencia entre unos cuantos términos que, debo admitirlo, apenas defendían posiciones incompatibles. La discusión sirvió para emborronar mis pensamientos y ahondar aún más en el despiste. Partía del concepto clásico de "militante" y junto al mismo se adherían otros como "insurgente", "guerrillero", combatiente", "freedom fighters" (textualmente, luchadores de la libertad)...

La discusión tenía su enjundia. Puesto que fue una polémica pública, a través de un portal de Internet, entraron al escenario reventadores profesionales. Al margen de ellos, hubo algunas reflexiones originales. Los contras de Nicaragua, alentados por Washington, como en cualquier otro lugar del mundo, eran "freedom fighters", siempre y cuando tuvieran el apoyo de EEUU, aunque el Tío Sam sea el imperio por excelencia. La oposición al régimen sirio de Bashar al-Ásad era insurgente, los que derrocaron a Muamar el Gadafi en Libia incluían el apelativo de rebeldes. El resto terroristas, palabra que contiene más de cien definiciones según el medio.

A los bandoleros del siglo XIX les llamaban guerrilleros y a los maquis que mataban policías alemanes, partisanos. Los revolucionarios de antaño ahora son activistas políticos y los militantes de toda la vida, afiliados del partido o sindicato. Recuerdo, por enmarañar la cartilla, que a los combatientes navarros carlistas se les llamaba "voluntarios", incluso ya en el siglo XX a los militantes de ETA.

Hay, entre todos estos títulos, uno que me llama la atención. Me cautiva, incluso. O mejor, no me desagrada, aunque en su tiempo fuera utilizado de forma ofensiva. Me refiero a "subversivo". Nombre con el que se designa al que quiere revertir el orden establecido y que, expertos en semántica, asocian a "sedicioso" que por estos lares también ligamos a "separatista" e "independentista". Si a eso unimos que, en la actualidad, recuperadas las ideas de Gramsci por parte de la izquierda europea sobre la hegemonía, la subversión es un deber, la idea peyorativa no lo es tanto.

Los mentores de wikipedia abren una puerta al uso de la expresión "subversión" por los milicos argentinos. Pero se olvidan, de forma escandalosa, de la España pseudo democrática, del Plan Zen, de los tribunales especiales y de toda una fraseología que, desde jueces hasta mercenarios de la pluma (alguno con la carrera de periodista), utilizaron para focalizar a la disidencia. Militantes, voluntarios, combatientes... de la banda (la que suponen), han sido tildados por el sistema: subversivos.

Siento haberme extendido con estos párrafos anteriores para enlazar la cuestión que me ha llevado a comenzar este artículo. Pero necesitaba ubicar una ausencia, la de Mikel Etxeberria, Makauen, a quien transporto en mi mochila de tesoros diminutos, aligerados por la necesidad, agolpados por la admiración. El salvadoreño Roque Dalton contaba también las ausencias de sus compañeros, caídos en el frente: "Hace frío sin tí, pero se vive". Es cierto, se vive aunque sea con un estilo, a estas alturas y por las circunstancias, menguante. Mikel era un subversivo. También un rebelde, un combatiente, un insurgente... un militante.

Registro que, en este escenario acogotado por venganzas y estrujado por una legislación semicolonial, llorar a los nuestros está prohibido. Ensalzar trayectorias tiene riesgo, como si las vocales del alfabeto contuvieran pólvora y las consonantes fueran proyectiles travestidos a la espera de ser identificadas por un juez avispado. Por eso seguimos siendo subversivos. Y por eso, cuando los vientos azotan de veras, con esas velocidades que superan el marco de la meteorología televisiva, nos refugiamos en las referencias externas. Para, como apuntaba Dalton, a pesar del frío, seguir viviendo.

Mikel fue contemporáneo nuestro, pero también de Gabriel Aresti y de Albert Camus. Aresti: "Me quitarán las armas y con las manos defenderé la casa de mi padre; me cortarán las manos y con los brazos defenderé la casa de mi padre; me dejarán sin brazos, sin hombros y sin pecho, y con el alma defenderé la casa de mi padre". Camus: "La libertad está en el nombre de todas las revoluciones. Cada rebelión es nostalgia de inocencia y apelación al ser. Pero la nostalgia toma un día las armas y asume la culpabilidad total".

Thomas Sankara, la debilidad de los subversivos vascos de la década de 1980, escribió que "Somos herederos de las revoluciones del mundo". Bertolt Brecht dejó acuñado aquel poema recurrente sobre aquellos que nos acompañan en la subversión, los imprescindibles. Los que luchan toda la vida. Un teórico como Marx reiteró la idea de que no basta con interpretar a la sociedad, al mundo, sino que hay que transformarlo. Frases todas ellas que servirían para acompañar, junto a las del párrafo anterior, la trayectoria de Mikel.

Una trayectoria, y no únicamente la suya, que nos define la personalidad de cientos, miles de hombres y mujeres que han dejado poso entre nosotros, que encierran en su último aliento ese grito de rebeldía con el que traspasar muros y soliviantar generaciones. Gran parte de ellos anónimos, discretos como Mikel a pesar de aquel título que le adjudicó la gestapo franquista: "enemigo público número uno". Reservados, como Julián Tena que se nos fue con Mikel, aquel bergarés deportado a Panamá, que salió ileso, más por milagro de la naturaleza que por lógica matemática, del bombardeo yankee de 1989 que provocó muerte y desolación en el estado centroamericano.

Hemos gastado las letras de tanto agrandar los compromisos personales de quienes han hecho posible hoy mantener esperanzas colectivas. Pero lo hicimos y lo hemos hecho de manera colateral, como si fuera una obligación en un mundo trabado por nihilistas, competidores y jugadores compulsivos de la aventura. Adjudicar militancia conlleva otro reconocimiento, el mismo que señalaba Brecht, pero de forma explicita. No sirve el cumplido de la honestidad, que es el mayor valor de quienes fueron, como Mikel, subversivos.

Hace falta recuperar sus expresiones, sus andares, sus gestos para ese mapa que estamos construyendo, pero también su ideología, su empeño. La militancia, y no esa que se trasluce en términos post-modernos, supuso dejar atrás aquello que la mayoría ha hecho suyo en sus razones de vida. El tópico es eso, tópico. No por ello menos real. Dejar atrás tantas y tantas cosas, convivir con un techo de zinc, en una celda estrecha, al raso y a pesar de la noche en la sombra, no es un recurso literario. Es consecuencia, precisamente, de esa militancia subversiva.

Esa dureza forjada en clandestinidades, exilios externos e internos, picanas y cárceles son las que paradójicamente han revolucionado la personalidad de nuestras compañeras y compañeros, de gentes como Mikel que abordaron el compromiso con una gran sonrisa. El guerrillero Omar Cabezas contaba en "La montaña es algo más que una inmensa estepa verde" que si moría en combate sólo le quitarían la sonrisa si le desfiguraban el rostro. Escribía Antxon López: "A pesar de las dificultades, a pesar del dolor que te va curtiendo, te vas dando cuenta que hay otra parte de tu interior que va floreciendo y que va cogiendo fuerza, es tu revolución personal. De ellas nace la ternura, el amor".

Mikel Etxeberria, Makauen, militante... subversivo. Símbolo de toda una generación, de una generación de oro que allá por la década de 1960, rompió la inactividad exasperante de unos supuestos dueños de la patria vasca. El zapatista subcomandante Marcos, abandonó el sobrenombre, para adoptar el de su compañero Galeano abatido por un grupo paramilitar. Lo justificó con una bella frase que, permítanme el recurso, la extiendo a Mikel: "La justicia grande tiene qué ver con el compañero enterrado. Porque nosotros nos preguntamos no qué hacemos con su muerte, sino qué debemos hacer con su vida".







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