Un blog desde la diáspora y para la diáspora

jueves, 22 de enero de 2009

El "Indomable" Capitalismo

Sin mayores preámbulos traemos a ustedes este imprescindible texto dado a conocer en la página de Rebelión:


Michael Parenti | Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Después del derrocamiento de los gobiernos comunistas en Europa Oriental, ponderaron al capitalismo como el sistema indomable que lleva la prosperidad y la democracia, el sistema que prevalecería hasta el fin de la historia.

La actual crisis económica, sin embargo, ha convencido hasta a algunos destacados libre-mercadistas de que algo anda muy mal. La verdad sea dicha: el capitalismo todavía tiene que arrostrar diversas fuerzas históricas que le causan interminables problemas: la democracia, la prosperidad, y el propio capitalismo, las mismas entidades que los gobernantes capitalistas afirman que están fomentando.

Plutocracia contra democracia

Consideremos primero la democracia. En EE.UU. se nos dice que el capitalismo está casado con la democracia, de ahí la frase: “democracias capitalistas.” De hecho, a través de nuestra historia ha habido una relación fuertemente antagónica entre la democracia y la concentración de capital. Hace unos ochenta años el juez de la Corte Suprema, Louis Brandeis, comentó: “Podemos tener democracia en este país, o podemos tener mucha riqueza concentrada en las manos de unos pocos, pero no podemos tener las dos cosas.” Los intereses de los acaudalados han sido enemigos, no defensores, de la democracia.

La propia Constitución fue hecha por señores adinerados que se reunieron en Filadelfia en 1787 para advertir repetidamente contra los efectos niveladores perniciosos y peligrosos de la democracia. El documento que amañaron estaba lejos de ser democrático, aherrojado por controles, vetos, y requerimiento de súper mayorías artificiales, un sistema diseñado para embotar el impacto de las demandas populares.

En los primeros días de la República, los ricos y bien nacidos impusieron cualificaciones de propiedad para votar y ocupar puestos públicos. Se opusieron a la elección directa de candidatos (nota: su Colegio Electoral sigue entre nosotros). Y durante décadas se opusieron a extender el derecho a voto a grupos menos favorecidos como ser los trabajadores sin propiedades, inmigrantes, minorías raciales, y mujeres.

Las fuerzas conservadoras de la actualidad siguen rechazando características electorales más equitativas como ser la representación proporcional, segundas vueltas inmediatas, y campañas con financiamiento público. Siguen creando barreras a la votación. Sea mediante requerimientos exageradamente severos para el registro, purgas de los registros electorales, instalaciones inadecuadas para votar, y máquinas electrónicas de votación que “fallan” regularmente, en beneficio de los candidatos más conservadores.

A veces los intereses dominantes han suprimido publicaciones radicales y manifestaciones públicas, recurriendo a redadas policiales, arrestos, y encarcelamientos – aplicados más recientemente con toda su fuerza contra manifestantes en St. Paul, Minnesota, durante la Convención Nacional Republicana de 2008.

La plutocracia conservadora también quiere hacer retroceder las conquistas sociales de la democracia, como ser educación pública, vivienda asequible, atención sanitaria, negociación colectiva, salario mínimo, condiciones seguras de trabajo, un entorno sostenible no-tóxico, el derecho a la privacidad, la separación de la iglesia y el Estado, la libertad del embarazo obligatorio, y el derecho a casarse con cualquier adulto que consienta y uno elija.

Hace cerca de un siglo, el dirigente sindical estadounidense Eugene Victor Debs fue encarcelado durante una huelga. Sentado en su celda no pudo escapar a la conclusión de que en disputas entre dos intereses privados, el capital y la mano de obra, el Estado no es un árbitro neutral. La fuerza del Estado, con su policía, milicia, tribunales y leyes, está inequívocamente de parte de los mandamases de las compañías. De ahí, Debs concluyó que el capitalismo no es sólo un sistema económico sino todo un orden social, que manipula las reglas de la democracia a favor de los ricachones.

Los gobernantes capitalistas siguen posando como progenitores de la democracia a pesar de que la subvierten, no sólo en EE.UU., sino en toda Latinoamérica, África, Asia y Oriente Próximo. Cualquier nación que no es “favorable a las inversiones extranjeras,” que intenta utilizar su tierra, su mano de obra, capital, recursos naturales, y mercados de un modo auto-desarrollador, fuera del dominio de la hegemonía corporativa transnacional, corre el riesgo de ser satanizada y atacada como “amenaza para la seguridad nacional de EE.UU.”

La democracia se convierte en un problema para EE.UU. corporativo, no cuando deja de funcionar sino cuando funciona demasiado bien al ayudar a las masas a progresar hacia un orden social más equitativo y más soportable, cerrando la brecha, por poco que sea, entre los súper-ricos y el resto de nosotros. De modo que hay que diluir y subvertir la democracia, sofocarla con desinformación, bombo mediático, y montañas de costos electorales; con contiendas electorales amañadas y públicos parcialmente privados de derechos, produciendo falsas victorias para candidatos de grandes partidos más o menos políticamente seguros.

Capitalismo contra prosperidad

Los capitalistas corporativos no fomentan más la prosperidad que lo que propagan la democracia. La mayor parte del mundo es capitalista, y la mayor parte del mundo no es ni próspera ni particularmente democrática. Basta con pensar en Nigeria capitalista, Indonesia capitalista, Tailandia capitalista, Haití capitalista, Colombia capitalista, Pakistán capitalista, Sudáfrica capitalista, Letonia capitalista, y varios otros miembros del Mundo Libre – para ser más exactos, el Mundo del Libre Mercado.

Una población próspera, educada políticamente, con altas expectativas respecto a su nivel de vida y un sentido agudo de sus derechos, que presiona por un mejoramiento continuo de las condiciones sociales, no es la noción plutocrática de una fuerza laboral ideal y de una forma de gobierno adecuadamente maleable. Los inversionistas corporativos prefieren poblaciones pobres. Mientras más pobre seas, más trabajarás por menos. Mientras más pobre seas, menos equipado estás para defenderte contra los abusos de la riqueza.

En el mundo corporativo de “libre comercio,” la cantidad de multimillonarios aumenta más rápido que nunca mientras la cantidad de gente que vive en la pobreza crece a una tasa más rápida que la población. La pobreza se propaga mientras la riqueza se acumula.

Consideremos EE.UU. Sólo en los últimos ocho años, mientras grandes fortunas aumentaron a tasas récord, otros seis millones de estadounidenses cayeron bajo el nivel de la pobreza; el ingreso familiar medio disminuyó en más de 2.000 dólares; la deuda del consumidor se más que duplicó; más de siete millones de estadounidenses perdieron su seguro de salud, y más de cuatro millones perdieron sus pensiones; mientras la cantidad de personas sin hogar aumentó y las ejecuciones hipotecarias llegaron a niveles pandémicos.

Sólo en los países en los que el capitalismo ha sido frenado en cierto grado por la socialdemocracia la gente ha podido asegurarse una cierta prosperidad; vienen a la mente naciones del norte europeo como Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Pero incluso en esas socialdemocracias las mejoras populares corren siempre riesgo de ser revertidas.

Es irónico dar crédito al capitalismo por poseer el genio de prosperidad económica cuando la clase capitalista se ha resistido vehementemente y a veces violentamente a la mayor parte de los intentos de mejora material. La historia de las luchas sindicales provee una ilustración sin fin de estos intentos.

El que la vida sea soportable bajo el actual orden económico de EE.UU., se debe a que millones de personas han librado duras luchas de clase para mejorar sus estándares de vida y sus derechos como ciudadanos, incorporando una cierta medida de humanidad a un orden político-económico que de otro modo es despiadado.

Una bestia que se devora a sí misma

El Estado capitalista tiene dos papeles que los pensadores han reconocido hace tiempo. Primero, como todo Estado también debe proveer servicios que no pueden ser desarrollados de un modo fiable por medios privados, como ser la seguridad pública y un tráfico ordenado. Segundo, el Estado capitalista protege a los poseedores contra los que nada tienen, asegurando el proceso de acumulación de capital para beneficiar a los intereses acaudalados, mientras circunscribe fuertemente las demandas de la masa trabajadora, como Debs observó desde su celda en la prisión.

Existe una tercera función del Estado capitalista que es mencionada pocas veces. Consiste en impedir que el sistema capitalista se devore a sí mismo. Consideremos la contradicción central señalada por Karl Marx: la tendencia a la sobreproducción y a la crisis del mercado. Una economía dedicada a las aceleraciones del ritmo de trabajo y a los recortes de salarios, a hacer que los trabajadores produzcan más y más por menos y menos, siempre arriesga la quiebra. Para maximizar los beneficios, los salarios deben ser mantenidos a bajo nivel. Pero alguien tiene que comprar los bienes y servicios que son producidos. Para eso, hay que mantener altos los salarios. Hay una tendencia crónica – como estamos viendo hoy en día – hacia la sobreproducción de bienes y servicios del sector privado y un infra-consumo de necesidades de la población trabajadora.

Además, existe la autodestrucción frecuentemente pasada por alto, creada por los propios protagonistas acaudalados. Si se la deja totalmente sin supervisión el componente de comando más activo del sistema financiero comienza a devorar fuentes menos organizadas de riqueza.

En lugar de tratar de ganar dinero a través de la ardua tarea de producir y vender bienes y servicios, los depredadores sangran directamente los flujos de dinero de la economía en sí. Durante los años noventa presenciamos el colapso de toda una economía en Argentina cuando libre-mercaderes descontrolados despojaron a las empresas, se embolsaron sumas inmensas, y dejaron la capacidad productiva del país en el caos. El Estado argentino, engullido por una dieta pesada de ideología de libre mercado, vaciló en su función de salvar al capitalismo de los capitalistas.

Algunos años después, en EE.UU., vino el saqueo multimillonario perpetrado por conspiradores corporativos en Enron, WorldCom, Harkin, Adelphia, y una docena de otras importantes compañías. Abusadores de información privilegiada como Ken Lay convirtieron exitosas empresas corporativas en ruinas totales, eliminando los puestos de trabajo y los ahorros de toda la vida de miles de empleados para embolsarse miles de millones de dólares.

Esos ladrones fueron atrapados y condenados. ¿No demuestra eso la capacidad de autocorrección del capitalismo? En realidad no es así. El enjuiciamiento de fechorías semejantes – que en todo caso llegó demasiado tarde – fue producto del rendimiento de cuentas y la transparencia en la democracia, no del capitalismo. El mercado libre es de por sí un sistema amoral, sin constricciones fuera de la advertencia de suspensión [frase legalista definida en un diccionario como ‘advertencia que rechaza la responsabilidad por la desilusión del comprador’, N. del T.]

En la catástrofe de 2008-2009 el creciente excedente financiero creó un problema para la clase acaudalada: no había suficientes oportunidades para invertir. Con más dinero del que sabían cómo emplear, los grandes inversionistas vertieron inmensas sumas en mercados inexistentes de la vivienda y en otras operaciones problemáticas, un juego de manos de hedge funds, derivados, elevado apalancamiento, credit default swaps, préstamos depredadores, y lo que sea.

Entre las víctimas hubo otros capitalistas, pequeños inversionistas, y los numerosos trabajadores que perdieron miles de millones de dólares en ahorros y pensiones. Tal vez Bernard Madoff haya sido el bandido estrella. Descrito como “líder de larga trayectoria en la industria de los servicios financieros,” Madoff dirigió un fondo fraudulento que se embolsó 50.000 millones de dólares de inversionistas adinerados, y les pagó “con dinero que no existía,” como el mismo lo dijo. La plutocracia devora a sus propios hijos.

En medio de la catástrofe, en una audiencia en el Congreso en octubre de 2008, el ex presidente de la Reserva Federal y ortodoxo devoto del libre mercado, Alan Greenspan, confesó que se había equivocado al esperar que intereses adinerados – gimiendo bajo una inmensa acumulación de capital que había que invertir en alguna parte – ejercieran repentinamente autocontrol.

La teoría clásica del laissez-faire es aún más disparatada que como la describió Greenspan. De hecho, la teoría pretende que cada cual debiera seguir sus propios intereses egoístas sin limitación. Esa competencia irrestricta producirá supuestamente máximos beneficios para todos, porque el libre mercado es gobernado por una “mano invisible” milagrosamente benigna, que optimiza los resultados colectivos. (“La codicia es buena.”)

¿Es causada la crisis de 2008-2009 por una tendencia crónica hacia la sobreproducción y la híper-acumulación financiera, como diría Marx? ¿O es el resultado de la avaricia personal de gente como Bernard Madoff? En otras palabras ¿el problema es sistémico o individual? En los hechos, las dos cosas no se excluyen mutuamente. El capitalismo engendra los perpetradores venales, y recompensa a los más inescrupulosos entre ellos. Los crímenes y las crisis no son desviaciones irracionales de un sistema racional, sino todo lo contrario: son los resultados racionales de un sistema básicamente irracional y amoral.

Peor todavía, los resultantes rescates multimillonarios de los gobiernos son convertidos ellos mismos en una oportunidad para el pillaje. No sólo el Estado no regula, se convierte en sí en una fuente de saqueo, sacando vastas sumas de la máquina federal del dinero, dejando que sean los contribuyentes los que se desangren.

Los que nos fustigan por “correr hacia el gobierno para que reparta dádivas” corren hacia el gobierno para conseguirlas. EE.UU. corporativo ha gozado siempre de subvenciones mediante ayuda, garantías de préstamos, y otras subvenciones estatales y federales. Pero la “operación de rescate” de 2008 y 2009 ofreció un pienso récord en el abrevadero público. Más de 350.000 millones de dólares fueron repartidos a diestro y siniestro por un Secretario del Tesoro derechista que terminaba su mandato a los mayores bancos y firmas financieras sin supervisión – para no hablar de los más de 4 billones de dólares que han provenido de la Reserva Federal. La mayoría de los bancos, incluidos JPMorgan Chase y Bank of New York Mellon, declararon que no tenían la menor intención de informar a quien sea sobre dónde iba el dinero.

Los grandes banqueros utilizaron parte del rescate, como sabemos, para comprar bancos más pequeños y fortalecer bancos en el extranjero. Directores ejecutivos y otros altos ejecutivos bancarios están gastando fondos del rescate en fabulosas bonificaciones y espléndidos retiros corporativos en spas. Mientras tanto, grandes beneficiarios del rescate como Citigroup y Bank of America despidieron a decenas de miles de empleados, provocando la pregunta: ¿para qué recibieron todo ese dinero para comenzar?

Mientras cientos de miles de millones de dólares eran repartidos a la misma gente que había causado la catástrofe, el mercado inmobiliario se mantuvo débil, el crédito siguió paralizado, el desempleo empeoró, y los gastos de los consumidores bajaron a niveles abismales.

Resumiendo, el capitalismo corporativo de libre mercado es por su naturaleza un desastre a la espera de suceder. Su esencia es la transformación de la naturaleza viva en montañas de mercancías y las mercancías en montones de capital muerto. Cuando se le deja hacer lo que quiera, el capitalismo endosa sus deseconomías y su toxicidad al público en general y al entorno natural – y termina por devorarse a sí mismo.

La inmensa desigualdad en el poder económico que existe en nuestra sociedad capitalista se traduce en una formidable desigualdad del poder político, que hace que sea tanto más difícil imponer regulaciones democráticas.

Si los paladines de EE.UU. Corporativo quieren saber lo que amenaza realmente “nuestro modo de vida,” es su propio modo de vida, su modo ilimitado de robar a su propio sistema, destruyendo el fundamento mismo sobre el que se encuentran, la comunidad misma de la cual se alimentan tan fastuosamente.

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Los recientes libros de Michael Parenti incluyen “Contrary Notions: The Michael Parenti Reader” (City Lights); “Democracy for the Few,” 8th ed. (Wadsworth); y “God and His Demons” (por aparecer). Para más información, visite su sitio en Internet: www.michaelparenti.org.






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