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miércoles, 15 de enero de 2020

Hauspoa | El Hilo Rojo de la Historia

Volvemos al blog Borroka Garaia da! para traer a ustedes este texto con el que se le da continuidad al que ahí mismo fuese publicado en octubre del año pasado.

Lean ustedes:


Artículo de colaboración para Borroka garaia da! Autor: Hauspoa

Traducción al castellano de Historiaren hari gorritik tiraka

En el texto de presentación que publicamos en septiembre ya anunciamos que habría más escritos en el futuro. Dentro de la serie de textos que iremos publicando en los próximos meses, hemos considerado que lo más adecuado era empezar por el análisis histórico. Y lo hacemos porque entendemos que un pueblo no es nada sin su historia; que aquellos que desconozcan de dónde proceden difícilmente acertarán la dirección a la que dirigirse. Bien es cierto, sin embargo, que la historia se puede contar de muchas maneras. De hecho, la mayoría de las veces la única historia a la que tenemos acceso es la que nos ofrecen los vencedores. En Euskal Herria lo sabemos muy bien; uno de los objetivos principales de las historiografías imperialistas española y francesa ha sido la negación de nuestra existencia histórica (junto con la negación del resto de pueblos oprimidos que nos rodean). Frente a ello, hay quien se sumerge con devoción en el estudio de la historia vasca y trata de hallar en este o aquel acontecimiento histórico la prueba de la existencia y legitimidad del pueblo vasco. Sin desmerecer esos esfuerzos y reconociendo su importancia, nosotras no entendemos la historia como justificación. Es decir, para demostrar la existencia de Euskal Herria no es necesario acudir a la historia; la voluntad política que muestra aquí y ahora el pueblo vasco es prueba suficiente de su existencia y legitimidad. Y en ese sentido es innegable que Euskal Herria, hoy por hoy, conforma una realidad política, económica, social y cultural específica. Hablamos, cómo no, de la nación vasca, cuya existencia está intrínsecamente ligada al análisis histórico, en tanto la propia nación es resultado de una manera concreta de entender la historia.

Al igual que sucede entre la historia española/francesa y la historia vasca, dentro de Euskal Herria también existen diferentes maneras de entender la historia y la nación. Por ejemplo, dentro del nacionalismo vasco, ha tenido mucha importancia la corriente que defendía que las vascas somos un pueblo “en sí”. Los jeltzales han sido el mayor exponente de esta visión, pero no los únicos. Según esa perspectiva, las vascas conformaríamos un grupo humano con una serie de particularidades preestablecidas; un destino que guía nuestra existencia y un carácter romántico que Dios se encargó de esculpir en nuestra sangre. A pesar de que en la actualidad las explicaciones de tipo religioso y racista son ya marginales, la perspectiva esencialista aún está muy presente en la sociedad vasca; muchas piensan que las vascas tenemos algo, una especie de carácter innato, que nos diferencia de las demás. Dentro de ese esencialismo o idelismo, el punto de partida lo establece esa abstracción (la esencia, la idea misma de “lo vasco”), que es la que determina al fin y al cabo la realidad y por consiguiente los acontecimientos históricos. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, deberíamos tomar justamente el camino contrario para entender e interpretar la realidad. De hecho, las vascas, como el resto de pueblos del mundo, somos fruto de la historia, y esa historia a su vez, es fruto de los acontencimientos históricos concretos y materiales que se han venido sucediendo sobre la tierra que pisamos. Por suerte o por desgracia, no tenemos nada que, esencialmente, nos diferencia del resto. Tenemos, por su puesto, una subjetividad específica, pero su origen es completamente terrenal, no hay ningún “dios”, ningún “espíritu” ahí fuera. Nuestra subjetividad, o si se prefiere el “euskal sena”, no es más que el reflejo simbólico que dichos acontecimientos históricos materiales han terminado por imprimir en nuestro pensamiento y en el de nuestras antepasadas. Eso no significa que haya que rechazar esta realidad simbólica; correríamos el peligro de caer en el positivismo más reduccionista. Por el contrario, a la hora de analizar la historia, más allá de la mera enumeración de acontecimientos, deberíamos de ser capaces de entender la subjetividad de aquellas que vivieron sobre esas bases materiales; comprender sus sentimientos y vivencias, para así poder entender las decisiones que tomaron en cada momento histórico.

Una vez que hemos establecido nuestro punto de partida materialista para el análisis de la historia, nos gustaría destacar otra cuestión clave. Y es que nada más empezar con el análisis histórico, nos percataremos de que la nuestra no ha sido una historia pacífica; y no porque los habitantes de esta tierra así lo hayan querido. Al igual que ha ocurrido con tantos otros pueblos, la nuestra también ha sido una historia de resistencia; la historia de un pueblo que ha tenido que luchar para defenderse a sí mismo, para sobrevivir. Los habitantes de estas tierras han tenido que hacer frente constantemente a los distintos intentos de asimilación por parte de las potencias e imperios vecinos; desde la Prehistoria hasta nuestros días. Y los ataques no han venido sólo desde fuera. ¿Cuántos vascos, dotados con todos los apellidos vascos y la más limpia de las sangres, han participado de las campañas colonizadoras a sueldo del imperialismo español allende los mares? ¿Cuántos de esos han sido opresores en tierras vascas? A veces por interes propio, otras haciendo de cipayos al servicio de intereses ajenos, ¿cuántos han vendido a sus hermanos y hermanas vascas a cambio de un miserable beneficio?

Por todo ello creemos que la Euskal Herria actual es resultado de la disputa entre opresores y oprimidas. Así, identificamos el motor de la historia en el choque permanente entre intereses contrapuestos, y por ello, la única madre que reconocemos en la historia vasca es la matxinada, el levantamiento popular, la lucha de todas aquellas que generación tras generación se han rebelado frente a los opresores. Con ello, también señalamos el principal componente constituyente de la nación vasca; la lucha permanente por la libertad, la resistencia. De hecho, esa ha sido la única circunstancia que ha permitido hacer frente a la asimilación y poder seguir existiendo como pueblo. Ante todo, son aquellas que a lo largo de la historia de Euskal Herria han luchado frente a todo tipo de opresiones, en defensa de las tierras y la lengua vasca, las que merecen centrar el análisis histórico y nacional.

Más allá de abstracciones de tipo idealista, cuando hemos dicho que entendíamos la historia desde el materialismo, justamente a esto es a lo que nos referíamos; que la historia, y la nación como resultado de la misma, son consecuencia directa de esa lucha de clases concreta. Pero la historia que nosotras reivindicamos va más allá; queremos obtener un conocimiento científico de la historia, sí, pero no para construir un artefacto académico neutral. Queremos poner la historia al servicio de las oprimidas, convertirla en una fuente de inspiración y aprendizaje que alimente el proceso de liberación: ¿Por qué estamos ahora en la situación que estamos? ¿Cómo superar esta situación? Para ello, tendremos que analizar cada una de esas rebeliones, levantamientos, intentos revolucionarios y resistencias, así como a sus protagonistas; ya sea el más épico de los combates que tantos hombres y mujeres libraron en nuestras montañas, así como la resistencia silenciada que miles y miles de mujeres tuvieron que ejercer en la oscura cotidianidad de los hogares. Y ahí encontraremos nuestro mayor reto, porque esa historia no es la Historia con mayúsculas; es la historia de las olvidadas, de las de abajo, la pequeña historia. Como revolucionarias, nuestro análisis historiográfico debería ir dirigido a rastrear esa historia de las oprimidas y sacarla a la superficie.

Por lo demás, profundizar en la historia de la lucha de clases en Euskal Herria también nos llevará más allá de nuestras fronteras, hasta encontrarnos con las raíces del capitalismo. Y una vez ahí a aclarar las claves para su comprensión; es decir, entender que como sistema de dominación no se trata más que de un acontecimiento histórico. El capitalismo no es una ley natural, ahistórica, una tendencia innata que la personas tenemos para relacionarnos entre nosotras. Al contrario, se trata de una síntesis social que se crea y se desarrolla en un momento muy concreto, que no ha existido anteriormente y que, por tanto, puede dejar de existir en algún momento. Desde la perspectiva histórica, esto nos conduce a asumir que necesariamente hubo de haber una existencia precapitalista. Y así, por ejemplo, veremos cómo el feudalismo existía en muchos países antes de que el capitalismo comenzara su expansión. Podemos considerar el feudalismo como un sistema de dominación social, ya que una clase dominante (nobleza, señores feudales, iglesia) se apropiaba sistemáticamente del trabajo realizado por la clases oprimidas (comunidades campesinas), haciendo uso para ello de su propio sistema jurídico, político, ideológico y represivo. Clase trabajadora y clase explotadora, por tanto, pero no capitalistas, ya que la dominación no se ejecutaba a través de los mecanismos propios del capitalismo (propiedad privada burguesa y compraventa de mercancías).

Dentro del mismo feudalismo también existían formas de dominación previas, entre los que hay que destacar el patriarcado. En realidad, los mecanismos sociales por los que los hombres se apropiaban del trabajo y el cuerpo de las mujeres eran mucho más antiguos que el feudalismo, pero el feudalismo supo absorber esa lógica patriarcal y ponerla a funcionar según sus intereses. De una manera parecida a la que después haría el capitalismo. Para el caso del patriarcado, tendremos que ir a la Prehistoria para analizar el contexto social en el que se creó, y así entender sus características y funcionamiento. En este caso, sin embargo, es todavía más importante entender cómo ha conseguido sobrevivir a lo largo de la historia y, a diferencia del feudalismo, lograr reproducirse y expandirse dentro del capitalismo.

En relación a los sistemas precapitalistas, conviene hacer una última mención. Como hemos dicho anteriormente, el feudalismo estaba sustentado sobre las comunidades campesinas; como consecuencia de la subordinación a la que estaban sometidas, debían ofrecer unos días de trabajo y/o parte de la producción a los señores feudales y a la iglesia. Sin embargo, muchas de esas comunidades vivían en los márgenes de los sistemas feudales y el poder y el control feudal no era total. En ese sentido, hay que subrayar que las rebeliones y levantamientos campesinos que se dieron en Europa durante siglos respondían a esa tensión de clase; los señores feudales tratando de acumular y centralizar de cada vez más el poder feudal, las comunidades campesinas defendiéndose de cada ataque centralizador.

Estas comunidades campesinas, bajo condiciones de subordinación más o menos severas, muchas veces eran capaces de mantener una estructura interna propia, con las características de lo que se conoce como economía natural; propiedad comunal, comunidad, sistema productivo enfocado al autoconsumo, importancia del trabajo colectivo… También disponían de instituciones democráticas básicas; concejos, asambleas de pueblo/aldea/valles… Todas esas características internas de las comunidades campesinas eran vestigios de lo que llamamos comunismo primitivo. En algunos lugares de Europa estas comunidades campesinas basadas en la economía natural sobrevivieron hasta el siglo XX, aunque para entonces ya estaban bastante desfiguradas como consecuencia de las dominaciones históricas que habían sufrido (feudalismo, patriarcado, primeras fases del capitalismo…).

Hemos dado con las raíces del capitalismo, y hemos comprobado cómo previamente había también oprimidos y opresores. Si realmente queremos analizar la historia de la lucha de clases no podemos olvidarnos de todo esto; la economía natural, el patriarcado, el feudalismo, los primeros comerciantes y burgueses que aparecen en torno a las ciudades. También los primeros imperios y monarquías que surgieron en la Prehistoria, las primeras formas de Estado; así como la génesis y expansión de las religiones monoteístas. El desarrollo histórico propició la combinación compleja de todos esos componentes precapitalistas, y el resultado, aparentemente, refleja gran diversidad, con particularidades en cada territorio y cada país. Sin embargo, podemos intuir una tensión que subyacía a cada una de esas realidades particulares: la acumulación de poder y la opresión por un lado, la determinación por vivir en paz y libertad por el otro. Las resistencias, revueltas, guerras y matxinadas surgidas hasta entonces, fueron el reflejo de la tensión entre esas dos fuerzas; el reflejo de la lucha de clases precapitalista.

Y después, el capitalismo; el sistema de dominación más universal y más poderoso que ha conocido el planeta. Con su aparición puso el tablero de juego patas arriba, desatando fuerzas hasta entonces inimaginables y acelerando la velocidad de la historia; la acumulación originaria, la imposición de la propiedad privada, la mercantilización de las condiciones de vida, el desarrollo de la industria, la competencia capitalista, la proletarización, la dimensión planetaria de la guerra… La burguesía, nueva clase social ascendente al servicio del capital, hizo uso de todo tipo de artimañas para generalizar las condiciones que permitieran la dominación capitalista. Aunque fue un proceso largo y complejo, tenía un único y preciso objetivo como meta: convertir en mercancía los elementos necesarios para la vida (medios productivos y reproductivos, la tierra, los recursos naturales que la tierra guarda, la fuerza de trabajo…). Es decir, superar la condición que estos elementos presentaban en los sistemas precapitalistas, liberarlos, y establecer las condiciones para poder comprar y venderlos sin límite. Al fin y al cabo, esa era la condición necesaria para reproducir y acumular capital permanentemente. Junto con todo esto, el desarrollo capitalista también abrió nuevas oportunidades para la lucha de clases: facilitar la solidaridad entre las oprimidas, socializar de la producción, despertar nacional e internacionalmente la conciencia de clase revolucionaria… De hecho, los mayores y más exitosos intentos revolucionarios que hemos conocido los hemos visto junto con el desarrollo del capitalismo, durante los siglos XIX-XX. Tendremos que analizarlos en profundidad, inspirarnos en sus virtudes y aprender de sus errores.

Por lo tanto, si queremos reconstruir la historia de la lucha de clases de Euskal Herria, tendremos que analizar todo lo presentado anteriormente en el contexto vasco: ¿Cómo se dio todo este proceso histórico en Euskal Herria? ¿Partiendo del comunismo primitivo, hasta cuándo resistieron las comunidades campesinas? ¿Cuál ha sido la historia y la resistencia de las mujeres en Euskal Herria, desde la implantación del patriarcado, pasando por la caza de brujas, y hasta la forma que la violencia patriarcal toma hoy en día? ¿Cómo ha sobrevivido Euskal Herria, su lengua y su pueblo trabajador, frente a los ataques de diferentes imperios y regímenes? ¿Cómo se desarrolló el capitalismo en Euskal Herria? ¿Cuál es el resultado de todo esto en la Euskal Herria actual? Interrogantes todos ellos ciertamente sugestivos, a los que por desgracia no podremos responder en esta ocasión, ya que nos extenderíamos demasiado. Prometemos, sin falta, darles respuesta en la próxima entrega.






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