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martes, 7 de enero de 2020

Los Retos de Sánchez

Compartimos con ustedes este comentario editorial que Iker Bizkarguenaga dedica a la investidura del sociata Pedro Sánchez:


Pedro Sánchez acaba de ser investido presidente del Gobierno español, con una mayoría raquítica y gracias a la abstención, entre otros, de EH Bildu. Ha sido protagonista de un debate de investidura que ha puesto en evidencia las costuras de un régimen cuya demolición sigue siendo una de las tareas principales del independentismo.

Iker Bizkarguenaga

Afirmaba ayer Mertxe Aizpurua en entrevista con NAIZ –publicada este martes en GARA– que el griterío, los insultos y las imprecaciones recibidas durante su intervención parlamentaria confirman que EH Bildu adoptó el camino correcto al decidir abstenerse en la investidura de Pedro Sánchez. Dicen que del enemigo el consejo, y los espumarajos que lubricaron los escaños de la bancada ultraderechista el pasado domingo corroboran esa impresión.

Creo que, efectivamente, la coalición independentista ha acertado al posibilitar el Gobierno de PSOE-Unidas Podemos y, más aún, al impedir la alternativa facciosa. Acierta, en primer lugar, porque es una postura compartida por la mayoría de sus militantes, como pudo comprobarse en la consulta interna –ejemplar en todos los sentidos– y también por una mayoría probablemente igual o más amplia de las más de 277.000 personas que le votaron el 10 de noviembre.

Pero acierta, sobre todo, porque sirve para asentar el contexto más beneficioso para sus aspiraciones. No tanto por lo que pueda deparar el Ejecutivo liderado por Pedro Sánchez, de quien cualquier paso positivo será noticioso, sino por la crisis galopante que lleva años sacudiendo al Estado español.

Los gritos de «¡Viva España!» y «¡Viva el Rey!» que hemos escuchado estos días en el Congreso son el epitafio perfecto para una etapa iniciada hace cuarenta años con los llamados «consensos de la Transición» y que culmina con un presidente calificado de traidor y felón –un calificativo tan añejo como quienes lo usan– por toda la derecha, sin excepciones. No sólo en el hemiciclo, también en editoriales y cuarteles.

Sirvan como ejemplo del ambiente que se respira en Madrid tres noticias conocidas en las últimas 48 horas: el diputado de Teruel Existe, que ha sido amenazado en su propia casa, ha tenido que pasar esta pasada noche en un lugar desconocido por cuestiones de seguridad; altos dirigentes del PP han cargado públicamente contra el Parlamento Europeo, rompiendo todo decoro diplomático, por haber reconocido como diputados a Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Toni Comín; y el Auditorio Nacional de Madrid acogió la víspera de reyes un espectáculo donde se entonó una vieja canción franquista, con rojigualdas al viento y un evidente ánimo golpista.

Tampoco es un dato menor que el rey español, cuando y en la Pascua Militar, haya tenido que citar al Ejército –siempre presente– como garante del sistema, en un discurso que evocó el del 3 de octubre de 2017, sólo que entonces amenazó a la población de Catalunya y este lunes «advirtió» a buena parte de la población española. Están quemando etapas a una velocidad inusitada.

Un régimen en entredicho

Quienes alumbraron el texto aprobado el 6 de diciembre de 1978 bajo la máxima de dejarlo todo atado y bien atado deben sentir estos días un sentimiento de derrota. Su obra, lejos de consolidarse, está más en entredicho que nunca. Y al contrario, aquellos sectores que en todo este tiempo han trabajado por impedir el asentamiento de ese régimen están de enhorabuena. Y entre esos sectores, seguramente el más importante, sin duda el más obstinado, es la izquierda independentista vasca.

Tampoco nos podemos llevar a engaño, son muchos los anclajes que mantienen en pie el proyecto político posfranquista, y aún queda mucho trecho para hacer realidad los anhelos del independentismo. Pero el campo de juego no puede ser más interesante. ¿Quién no lo hubiera firmado hace quince años?

Por eso, con el camino encarrilado, ahora toca avanzar hacia la meta, y por supuesto no difuminar el objetivo, que no deja de ser construir una República Vasca, decente y hermanada con el resto de los pueblos del mundo.

En este sentido, sería un error entendible, pero un error al fin y al cabo, asumir como propios los logros del Ejecutivo que se ha permitido formar y sufrir por sus errores o sus derrotas.

El Gobierno español sigue siendo el de un Estado que impide que nuestro pueblo decida su futuro. EH Bildu, que nació para hacer política y hasta ahora lo ha hecho con notable éxito, tiene que intentar hacer valer su peso en una legislatura en la que cada voto vale oro, y tratar de obtener lo máximo posible, con la situación de los presos y presas en primera línea de prioridades. Pero, sobre todo, en los próximos años y con un grupo parlamentario, tiene una oportunidad inmejorable para fortalecer su proyecto, ganar referencialidad y difundir sus ideas más allá de los círculos habituales, también entre aquellas personas del Estado que gracias a la torpeza de la derecha extrema han empezado a verle con otros ojos.

La coalición vasca, depositaria de décadas de compromiso y lucha, puede hacer pedagogía democrática, y puede explicar a sectores de la izquierda española que asumir el derecho de decisión de las naciones sin Estado también redundaría en su propio beneficio. Pero entenderlo y aceptarlo es algo que luego les corresponderá a ellos. Lo hagan o no, a partir de ahora la tarea principal de los electos independentistas será seguir socavando los cimientos de un sistema autoritario, corrupto y liberticida.

Acelerar una crisis cuya culminación abrirá las puertas a ese futuro que tanto tiempo llevamos aguardando.








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