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miércoles, 8 de enero de 2020

Donostia Asediada

Les compartimos esta joya de la memoria histórica en formato entrevista dada a conocer por Noticias de Gipuzkoa:


Donostia vivió cinco asedios del siglo XVIII al XIX. Charo Roquero investiga en un artículo sobre las dificultades cotidianas de aquellos momentos

Carolina Alonso e  Iker Azurmendi

La historiadora donostiarra Charo Roquero, responsable del archivo del más que centenario restaurante Arzak y autora de investigaciones como La prostitución en Euskal Herria o Historia de las mujeres en Euskal Herria, del viejo reino al antiguo régimen, ha dedicado el último año y medio de su vida a escudriñar archivos, como los de Tolosa o Pamplona, para explicar lo que fue vivir en la pequeña ciudad de San Sebastián entre 1719 y 1840, periodo en el que se produjeron cinco asedios militares. "La obligación de alojar a los soldados en los hogares fue una de las principales fuentes de conflicto para la convivencia", recalca.

Su artículo publicado en el 52º Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián se titula 'Vivir en una plaza militar. Una visión diferente de la Historia de San Sebastián (1719-1840)'. ¿Por qué la califica de diferente?

-Además de historia he estudiado sociología y me interesa mucho la vida de las personas. Quería ver cómo sería el día a día en aquella época de una persona de San Sebastián, una ciudad amurallada muy pequeñita pero un objetivo muy grande desde el punto de vista militar por su posición estratégica. En una situación de asedio, de repente venían 2.000 soldados para sitiarla o también para defenderla, como cuando llegaron las tropas de Francia.

¿Cómo afectaba esto al ciudadano medio de la ciudad que, por ejemplo, en 1813 tenía 9.100 habitantes, aproximadamente?

-De muchas maneras. Además había un lío continuo entre las dos autoridades: el alcalde, que tenía la autoridad civil, y el gobernador del Castillo, que se creía importantísimo con toda la autoridad militar. Había problemas de convivencia. Un soldado, por ejemplo, había violado a una chica y el gobernador militar pretendía que se le juzgara bajo su jurisdicción, para que le cayera menos pena, a diferencia de lo que quería el alcalde, por ejemplo, que quería que lo juzgara un tribunal civil. Hay muchas reclamaciones de este tipo, que he visto en el Archivo de Tolosa. También encontré un pleito de un padre que le había cogido al soldado agresor saliendo de la habitación de su hija. Los roces eran constantes y las fricciones entre administraciones, terribles. Por ejemplo, el gobernador quería tener sus propias tabernas porque no quería tener que pagar al Ayuntamiento. Hubo distintos conflictos relacionados con la pitarra (sidra aguada). Lo relacionado con la alimentación tenía mucha importancia. Por ejemplo, en el siglo XVIII hubo una discusión sobre si el chocolate rompía el ayuno, previo a la comunión, o no. Fue una discusión teológica.

¿Donde se alojaban los soldados?

-El Ayuntamiento obligaba a los vecinos a que se arrimaran en una habitación para dar alojamiento forzoso a los soldados. Eran mercenarios y para la vida familiar era un trastorno. Había que ponerles la comida, ropa de cama y te podían robar porque no eran muy de fiar. Luego estaba la dificultad del idioma y aunque a las familias les dieran una boleta para cobrar después por el alojamiento, eso era muy relativo. También daban boletas a las tiendas, pero eran como papel mojado porque luego se iban los soldados y no se cobraba.

¿Más de un siglo estuvo Donostia situada?

-En el periodo que he estudiado hubo cinco asedios: en la Guerra de Sucesión con las tropas francesas de Berwik (cuando vinieron los borbones); en la Guerra de la Convención; en la ocupación francesa y la destrucción de la ciudad 1808-1813; en el bloqueo del Trienio Constitucional, y en la I Guerra Carlista, con dos meses de bloqueo. En el Trienio Constitucional, San Sebastián era liberal pero volvieron los absolutistas e, incluso, llegó a haber dos alcaldes. El liberal y otro absolutista en la zona del Alto de Miracruz.

¿Cuál de los sitios fue el más complicado a su juicio?

-Para mí, el carlista, hacia 1840. Cuando quemaron la ciudad en 1813, mataron a gente, violaron, arrasaron y destruyeron todo. Pero en cuanto a convivencia lo peor la guerra carlista porque los mercenarios ingleses eran gente de muy mala vida. Los cogían de Southampton, los traían y no les pagaban. Y entonces había pillaje. Y cuando cobraban pasaban cosas curiosas. Por ejemplo, uno que cobró y se hizo un uniforme con el mejor sastre de la ciudad, igual que el general de su regimiento. A los dos que le acompañaba también les hizo el traje e iban así por la calle, luciéndose.

¿Por qué cree que hubo tantos asedios?

-La ciudad estaba al lado de Francia y si no le gustabas a uno le gustabas a otro. También en Hondarribia hubo asedios parecidos.

¿Cómo se conseguía alimentar a la población en estos momentos de sitio?

-Era muy difícil. La obsesión de los sitiadores era cortar el agua, que llegaba desde un acueducto de Morlans. Y como la gente tenía pozos en las casas de la Parte Vieja, el Ayuntamiento puso unos horarios para que los pozos pudieran ser de uso público. Eso fue en la guerra entre liberales y absolutistas. Además, la gente tenía burros y caballos y había que sacar las deposiciones de los animales fuera de la ciudad sitiada. Luego se tiraba la basura por encima de las murallas y se iba creando una montañita. El gobernador militar lo prohibía porque se estaba haciendo una escalera para el enemigo. Había problemas de pillaje con la madera y con las propias casas porque, como los asedios ya se venían venir, algunos huían y sus viviendas eran ocupadas.

¿Hay muchas quejas documentadas por los asedios?

-Sí, hay cartas quejándose a las Juntas Generales, ante a la Diputación... Había muchos motivos. Por ejemplo, el espacio público. Los militares del destacamento pedían un lugar para hacer prácticas de tiro y para su caballos y lo quitaban para la ciudad. Luego, el Ayuntamiento quería celebrar las fiestas de la virgen, por ejemplo, y el gobernador militar lo desautorizaba porque no controlaba a la gente que podía entrar a la ciudad en fiestas. Y así era una pelea continua. También conflictos por cuestiones como, por ejemplo, que se había invitado al gobernador a tal palco, en lugar de a otro para un festejo. Una vez, un gobernador militar le cogió la vara de mando al alcalde y se la rompió, que era lo peor que se podía hacer, por un tema de estos.

¿Por qué se decidió a hacer este estudio?

-Me gusta conocer la parte humana de los momentos históricos y era una época especial porque, por las noches, había una ronda de soldados y una orden de no andar por la calle a partir de tal hora. Los conflictos entre las dos autoridades se mezclaban con todo. Por ejemplo, había una discusión sobre quién tenía derecho a tener las llaves de la ciudad, que se cerraba a cierta hora. En el puerto también había problemas. Se cerraba la puerta del mar y la gente se quedaba en los bares portuarios de juerga hasta que la volvían a abrir. Al puerto no le afectaba el toque de queda. Por eso se llama el muelle de la Jarana. El gobernador se enfadaba y hablaba con el capitán del puerto a ver quién tenía jurisdicción en la zona. También hubo un gran lío con la Junta de Sanidad. Cuando llegaba un barco, se miraba si la gente no estaba enferma antes de permitirle desembarcar. El gobernador decía que era él quien debía dar el permiso y el Ayuntamiento, que era de su competencia.

¿Qué papel jugaron las iglesias en los sitios a Donostia?

-Los conventos se convertían en hospitales. Estaban San Telmo y las monjas de Santa Teresa y, además, las iglesias de Santa María y San Vicente. Las iglesias tenían un cosa que se llamaba privilegio de inmunidad, el derecho de asilo. La autoridad civil no podía entrar en las iglesias y había duelos en sus soportales. Si dos soldados del destacamento del castillo de la Mota se enfadaban, se retaban a duelo. Detrás de Santa María había un cementerio y allí tenían su duelo. Cuando llegaban los alguaciles, porque estaba prohibido, se refugiaban en la iglesia, donde no les podían hacer nada.

Dedica un capítulo a las mujeres en los asedios.

-Hay un capítulo dedicado a la mujer, en el que salen las mesoneras y las damas buenas de la sociedad que cuidaban a los enfermos, cortaban sabanas de su casa y las llevaban como vendas. Hubo una mención en las guerras carlistas a las mujeres donostiarras por su ayuda. También hago referencia a la prostitución, que era más bien callejera. No había prostíbulos aunque sí se podía practicar en alguna habitación. Hay un documento que señala que a una mujer la habían cogido en el suelo con un soldado que le levantaba las faldas en la plaza de la Constitución. Con la llegada de tropas siempre había una afluencia de prostitución. Muchas mujeres eran transeúntes y seguían a los destacamentos militares de aquí para allá. A unas les cogieron yendo de Donostia a Fuenterrabia.






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