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sábado, 23 de diciembre de 2017

El Impertérrito Inmovilismo de Rajoy

Felipe Borbón y Franco tuvo en la falangista milenial de nombre Inés Arrimadas su mejor arma arrojadiza en contra del pueblo catalán que, en las urnas, ha vuelto a mostrar su inclinación indepedentista. Urnas que por cierto le fueron impuestas como parte del paquete represivo que conllevó la implementación del artículo 155 de una Constitución que no reconocen como suya ni catalanes ni vascos.

Pero quien está encargado de la gestión de la "crisis" - hoy en día más crítica pues no hay forma de explicar elegantemente lo sucedido el 21-D a los poderes fácticos europeos- sigue siendo el gamberro en jefe Mariano Rajoy.

Pues bien, en este artículo de Público nos dan a conocer la no-respuesta de Mariano Rajoy a la invitación hecha por el vencedor Carles Puigdemont desde su exilio político en Bélgica:


El presidente sólo ha anunciado su intención de "esperar" a que se forme el nuevo Govern para dar sus próximos pasos.

Paula Díaz

"Ahora tengo que esperar a que se forme gobierno". A esa frase se limitó el anuncio de los planes de futuro de Mariano Rajoy en Catalunya tras el 21-D. El presidente sigue así fiel a su inmovilismo y seguirá su estrategia habitual: no hacer nada hasta que la situación se solucione por sí sola.

El jefe del Ejecutivo central eludió hacer ningún tipo de autocrítica pese a que su partido, el PP, registró el peor resultado de su historia: obtuvo sólo tres diputados, perdió el grupo parlamentario y se colocó como última fuerza en la Comunidad, incluso por debajo de los independentistas de la CUP.

Aunque sí hizo suya la derrota del líder del PPC, Xavier García Albiol, Rajoy volvió a presumir de su buen hacer con la aplicación del artículo 155 de la Constitución, con el que volvió a amenazar en caso de que el probable futuro gobierno independentista de Junts per Catalunya, ERC y la CUP vuelvan a la vía unilateral para proclamar la independencia.

Antes de que llegue eso, el presidente ofreció "diálogo dentro de la ley" al nuevo equipo de la Generalitat pero, al mismo tiempo, no quiso reconocer a Carles Puigdemont como interlocutor, al menos, de momento: "Tengo que esperar a que se forme Gobierno...", dijo tras negarse a aceptar la invitación que el president cesado le lanzó desde Bruselas.

En Moncloa tradujeron después sus palabras: "Si Puigdemont sigue en Bélgica, no podrá ser investido", matizaron. Sin embargo, si el líder de Junts per Catalunya vuelve a España y es detenido, desde la cárcel y mientras no sea condenado, "mantiene todos sus derechos políticos", aseguraron las fuentes consultadas. Lo mismo ocurriría si, en una opción poco probable, fuera Oriol Junqueras -hoy en la prisión de Estremera, en Madrid- quien intentase formar gobierno en Catalunya.

"Hay dos candidaturas que decidieron poner como cabezas de lista a dos personas que están en la situación en la que están. Pero eso no depende del Gobierno, sino de los tribunales y de esos determinados partidos", criticaron las citadas fuentes que confirmaron, así, la intención de Rajoy de quitarse del medio.

Por mucho que el PSOE se lo haya exigido al Gobierno, serán las formaciones independentistas, parece, quienes deberán llevar las riendas de la nueva situación postelectoral antes de que Moncloa mueva ficha. Rajoy, mientras tanto, esperará "tranquilo", como le calificó este viernes una de las personas más cercanas a él.

La estrategia habitual

No será la primera vez que el presidente use esta estrategia. Después de ser, para muchos, uno de los culpables del crecimiento del independentismo tras los ataques del PP al Estatut de Catalunya, la lengua y las escuelas, entre otros agravios, una vez llegó al Gobierno, se negó siempre a "hablar" con la Generalitat de la posibilidad de realizar un referéndum pactado. Ni Artur Mas ni Puigdemont lo consiguieron.

A su vez, no quiso estudiar otras opciones para intentar buscar un mejor encaje a los millones de catalanes que no se sienten españoles. Para él, la "mayoría" era la "silenciosa" y decidió cerrar puertas a una posible reforma de la Constitución.

Ahora tampoco está abierto a esa posibilidad. La comisión territorial impulsada por el PSOE ya ha echado a andar en el Congreso, pero Rajoy ya está dando largas a su compromiso con Pedro Sánchez: "Primero hay que saber para qué se quiere reformar, qué medidas se quiere incluir y con qué apoyos se cuenta para ello", dice siempre. Y añade: "Si es para liquidar la soberanía nacional y la igualdad de los españoles, que nadie cuente conmigo".

Otro de los retos a superar ahora es el de la reforma del sistema de financiación autonómica, una exigencia que no sólo tienen en Catalunya, sino también en el resto de Comunidades. El ministro de Hacienda anunció su intención de llegar a acuerdos con el fin de que el nuevo método de reparto se incluyera en su propuesta de Presupuestos Generales del Estado para el 2018. Cristóbal Montoro también tendrá que esperar: Rajoy dijo querer empezar a negociarlos este mismo martes, pero en la agenda de Moncloa sólo aparece una cita con sindicatos y patronal para firmar el ya anunciado acuerdo de subida salarial.

Del mismo modo, los reiterados pactos contra la violencia de género, por la Educación, pensiones, el de la regeneración democrática que tiene firmado con Ciudadanos, etc. son cuentas pendientes en el haber de Rajoy. Con todos se compromete, todos están más o menos en camino, pero siguen sin tener fecha para la aplicación efectiva de los mismos.

Y es que el "control de los tiempos políticos" es la virtud que más destacan los conservadores de su jefe. "En política, siempre que hay tiempo, hay oportunidad", sentencia un alto dirigente de Génova, resumiendo a la perfección la táctica del PP. Rajoy la usó tanto con la investidura fallida de Pedro Sánchez tras el 20-D, como con la suya propia. Dentro del partido, además, espera siempre al último segundo, cuando ya no queda más remedio, para destituir a imputados. Con sus enemigos, lo mismo: dejar que caigan por su propio peso antes de actuar para librarse de ellos. Ahora, en Catalunya, también seguirá a velas vir ("a verlas venir", en gallego).






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