En su artículo de opinión publicado en La Jornada el autor, Alejandro Nadal, transita la misma vereda que José Steinsleger y ambos parecen darle respuesta a la aparentemente retórica pregunta de Robert Fisk, quien, como buen inglés, no entra en esos parajes pues sabe que si uno habla de la CIA y del Mossad eventualmente llegará al M16 y vaya, su flema inglesa le impide transitar esos derroteros.
Adelante con la lectura:
Cómo ser terrorista sin ser capturado
Alejandro Nadal
La telefonía celular se ha convertido en el método más común para detonar bombas a control remoto. Las 10 bombas usadas en el execrable atentado de Madrid fueron activadas con llamadas desde celulares. El timbre del aparato receptor se conectó a las cápsulas de los detonadores de cada carga explosiva (unos 10 kilos de un derivado de dinamita gelatinosa). Alrededor del material explosivo, en las bolsas deportivas que transportaban las bombas, iban cuidadosamente empacados clavos y tornillos. Estaban destinados a servir como esquirlas de una granada de las llamadas "antipersonales" para maximizar el número de víctimas.
Los celulares se han utilizado en muchos otros atentados: desde la cafetería de la Universidad Hebrea de Jerusalén hasta la explosión del hotel Marriott en Yakarta en agosto pasado. Los militantes del Jemaah Islamiyah también los utilizaron para explotar las bombas que estaban en el minibús afuera del Club Sari, ocasionando la muerte de 202 personas.
El uso de teléfonos celulares es la tecnología predilecta por la resistencia en Irak para detonar bombas en carreteras. Las cápsulas de los detonadores son de cobre, similares a las empleadas en la terrible matanza de Madrid (y diferentes a las usadas por la ETA, que invariablemente han sido de aluminio.) En las carreteras de Irak, cuando pasa un convoy militar cerca de la bomba, el observador simplemente marca el número del aparato conectado a los detonadores y se produce la explosión. Es más fácil de emplear que una señal de radio o que los detonadores electromecánicos que necesitan cables. Todo lo que se necesita es marcar un número o incluso enviar un mensaje de texto o de correo electrónico al número deseado, y basta para provocar la explosión.
Pero en la guerra los celulares tienen un problema: pueden ser bloqueados fácilmente por otras señales de microondas cuando el aparato está dentro de un rango de un centenar de metros. Y no sólo eso, como el número de un celular puede detectarse por la señal emitida, el del aparato conectado a la bomba puede ser marcado, provocando una explosión prematura.
Decididamente en la guerra el uso de tecnologías novedosas tiene sus riesgos. Pero no siempre. Depende quién las utilice. Considérese el ejemplo de los misiles de crucero.
Se trata de un pequeño misil, armado con bombas convencionales de alto poder, que comienza su viaje lanzado como un cohete en un cilindro. La plataforma de lanzamiento puede ser un avión, un submarino o un buque. Veinte segundos después del lanzamiento, se desprende el cilindro y el misil despliega unas pequeñas alas, arranca un motor de propulsión a chorro y comienza a desplazarse como un avión, descendiendo a unos 40 metros de altura.
Su motor es muy eficiente y le permite tener un alcance de hasta de 2 mil 500 kilómetros. Puede volar a baja altura porque sus lectores ópticos le permiten reconocer el terreno sobrevolado, digitalizar las imágenes captadas y cotejarlas con las de su base de datos en la computadora a bordo. Aunque vuela a velocidades relativamente bajas (subsónicas), lo hace por debajo de la señal de los radares y es casi imposible localizarlo.
Lo más importante es que cualquier desviación de la trayectoria deseada (previamente almacenada en la memoria permanente de su computadora) es corregida mediante señales a las superficies de control aerodinámico en las alas o la cola del misil. Por eso el crucero puede recorrer la trayectoria asignada con extraordinaria precisión; a diferencia de otro tipo de misiles o bombas: ni el mal clima ni las variaciones en la aceleración durante el lanzamiento afectan la precisión. El margen de error es inferior a cinco metros. Su carga explosiva puede ser una potente bomba convencional o una carga termonuclear.
¿De dónde salen las trayectorias almacenadas en la memoria de la computadora a bordo? De las imágenes de alta resolución captadas por sensores electromagnéticos de satélites militares que durante años han recorrido la superficie del planeta. La militarización del espacio ha sido desde hace años la condición necesaria para desplegar estos y otros sistemas de armamentos.
Detrás de esos sofisticados sistemas de armamentos se encuentra una armada de técnicos, ingenieros, especialistas y estrategas, todos invirtiendo sus vidas en refinar y hacer más mortíferos sus juguetes de muerte. Al igual que un terrorista, su talento e ingenio están ocupados en la carrera del exterminio y la destrucción. Pero a diferencia del terrorista que utiliza un celular para detonar bombas más o menos rudimentarias, aquí hay luz verde para desplegar toda el ingenio y la experiencia en el desarrollo de nuevas tecnologías destructivas. Sus vidas son respetables, sus hijos van a escuelas divertidas y sus armamentos son letales. También legales. Esos terroristas no serán capturados.
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