Les compartimos este texto publicado por La Jornada para enfatizar la facilidad con la que los intelectuales orgánicos se van al trapo cuando del término terrorismo se trata.
Por lo general llevan a cabo sesudas interpretaciones acerca de la violencia generada por los pueblos en resistencia a la cual el régimen nazi comenzó a llamar terrorismo, aplicando dicha etiqueta a los grupos de resistencia que surgieron en diferentes países ocupados ya sea por la Alemania de Hitler, ya sea por la Italia de Mussolinia o al interior de la España de Franco.
Pero el hecho contundente radica en que los nazis le dieron una nueva acepción al término ya que este, originalmente, se aplicaba al derecho al monopolio de la violencia que tienen los estados contemporáneos.
Y este último es del que siempre se olvidan aún cuando existan claros ejemplos de ello, como lo son la muerte de Angel Berroeta y Kontxi Santxiz dentro del contexto de odio generado por el propio Aznar y sus cómplices quienes insistieron ad nauseum en la autoría de ETA cuando los primeros respondientes aún se encontraban intentando rescatar sobrevivientes de entre los hierros retorcidos y humeantes de los trenes atacados. Adelante con la lectura:
Terrorismo
Arnoldo KrausLos tumores malignos no leen lo que los médicos escriben acerca de ellos. Muchos se manifiestan "tardíamente" -cuando poco o nada puede ofrecerse para detenerlos-, otros se comportan en forma impredecible y golpean -o matan- utilizando sustancias o vías de diseminación no descritas.
Muchas veces son resistentes a la quimioterapia y en ocasiones se presentan en sitios poco frecuentes o se desarrollan en edades inesperadas, por ejemplo, cáncer de estómago en niños. En suma, los tumores no sólo desoyen los dictados de la ciencia médica, sino que la desafían y se conducen como "les place"; no tienen respeto por la inteligencia humana.
El terrorismo es similar a algunos de esos tumores. Aunque lee lo que se dice acerca de sus actos, se comporta como quiere. Su tiempo, su lógica, sus blancos, sus sitios y medios de acción son inasibles e impredecibles. Padece más enfermedad que el mismo Mal. No escucha y no atiende los dictados y los razonamientos de las escuelas dedicadas a estudiarlo, y poco o nada tiene que ver con lo que piensa la mayoría de la población.
El terrorismo suele desconocer al huésped y casi siempre la elección del o de los afectados es azarosa. Sólo importan sus leitmotiv: matar por matar, matar para demostrar que se sigue vivo, matar como destino. El dolor ajeno es su éxito. Las familias destrozadas su conquista.
La ideología y la filosofía del terrorismo -hay que admitir que existen aunque sean inentendibles- son en extremo proteicas y mutantes. De ahí la imposibilidad de hablar con inteligencia acerca de ellas y de ahí la inutilidad de tantas y tantas páginas escritas sobre este mal. Paradójicamente, las incontables horas televisión, horas radio y las innumerables páginas dedicadas a condenar al terrorismo sirven como fuego para que la espiral de la violencia prosiga.
Las palabras -o la Palabra- vertidas después de actos tan brutales como el de Madrid consuelan a quien las escribe, pero poco sirven. Las imágenes tampoco son útiles, pero calan más hondo: fotografías de los occisos, vagones destruidos, sueños incumplidos, ideas carbonizadas, caras ensangrentadas, seres que lloran, pedazos de cuerpos, cuerpos sin vida, cuerpos colgando de los rieles. Cuerpos y más cuerpos, muertes y más muertes. A pesar de esa realidad muchos seres humanos siguen escribiendo, muchos siguen intentando decir "algo" para entender lo incomprensible. ¿Se puede hacer algo más?
Uno puede escribir muchas cosas. Por ejemplo, puede escribir que el destino no depende de uno, que la vida es injusta, que, como siempre, los más vulnerables son los que menos tienen -los ricos viajan en coche-, que el terrorismo no reconoce caras ni historias, que el terrorismo considera que sus enemigos son los seres humanos, que la vida es absurda y que la humanidad ha quedado entrampada y con pocos visos de salida entre las metas de los políticos que rigen el mundo y los fines que persigue el terrorismo. Uno puede escribir también que las marchas de millones de personas y las condolencias provenientes de todo el mundo -sobre todo cuando las víctimas son del primer mundo, no así si son de países pobres- sirven de consuelo o son fuente de esperanza. Puede escribirse, asimismo, que la fe no debe morir porque eso equivaldría a aceptar el triunfo del mal o acreditar el dictum de Hannah Arendt cuando hablaba de la banalidad del mal.
Puede uno también decir que las desgracias muestran las mejores caras de la humanidad y que la inteligencia occidental vencerá al terrorismo. Puede también escribirse que los ciudadanos normales están hartos de tanta mentira, que desgracias como la de Madrid muestran las peores caras de los políticos, y que el terrorismo los expone inmersos e inmensos en su imbecilidad y en su oportunismo.
Al servil Aznar, por ejemplo, le convenía -sin comillas- que el agresor fuese ETA; a Bush, que fuese Al Qaeda, y a los amigos de Estados Unidos que han participado en la guerra contra Irak no les favorece la hoy certidumbre de que el 11-M haya sido producto de los brazos de Bin Laden: podrían ser los siguientes en la lista.
Algunos tumores cancerosos, sobre todo los anaplásicos, es decir, los más agresivos, son similares al terrorismo. Ambos invaden y matan sin piedad. La mayoría de los políticos de ayer, de hoy y de siempre tienen similitudes con los tumores y con los terroristas. No son, obviamente, los responsables de la barbarie y de la inhumanidad de los segundos, pero su estupidez infinita, su ausencia de humanismo y su mezquindad personal mucho tienen que ver.
La trilogía de la mayoría de los políticos -estupidez, deshumanización y egocentrismo- siembra, día a día y en todas las latitudes, más y más células cancerosas.
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