El particular punto de vista de Marcos Roitman con respecto a las últimas horas en el estado español hoy en la sección Opinión de La Jornada:
España: las Elecciones de la decencia
Marcos Roitman Rosenmann
Nada hacia presagiar el triunfo del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Hasta el 11 de marzo, día del atentado de Al Qaeda, las elecciones trascurren sobre el guión previsto. La continuidad del Partido Popular (PP) en el gobierno no se cuestiona. Los debates centran el quid de las elecciones en el número de votos que el candidato socialista Rodríguez Zapatero puede obtener. Según sea su magnitud, estará en condiciones de arrebatar la mayoría absoluta al candidato popular Mariano Rajoy. Entre estos límites se impone una hipótesis. Lo que estaba en juego, según unos y otros, era si el partido popular renovaría su mayoría absoluta o por el contrario deberá recurrir a sus aliados naturales, Convergencia y Unión y Coalición Canaria. El PSOE acepta esta línea de argumentación. Lo esencial en su campaña es restar votos de manera significativa para impedir a Rajoy formar gobierno en solitario. Un optimismo, siempre moderado, se deja entrever. Los estrategas del PSOE construyen un escenario donde cabe albergar la esperanza, según se desarrolle la campaña, de construir con otros partidos una mayoría parlamentaria suficiente para formar un gobierno de coalición. El tripartito catalán está en la mente de todos y sirve de referente. La jugada es arriesgada y la apuesta alta, pero vale la pena intentarla. Todo sea por impedir que el PP ocupe otros cuatro años el palacio de La Moncloa.
Con este horizonte, Zapatero declara sin ambages su decisión de formar gobierno si obtiene un solo voto más que los sumados por el candidato del PP y las alianzas poselectorales le permiten configurar gobierno. Ello es posible gracias a la endemoniada ley electoral de DHondt vigente, donde se puede dar la siguiente paradoja: un triunfo en votos del PSOE sin reflejo en el número de escaños. Teniendo en cuenta esta posibilidad, Zapatero reitera su compromiso con el electorado de gobernar si las urnas le son favorables, aunque en diputados su grupo no supere al PP. Convocar al voto útil se torna necesario. Sin embargo, la abstención juega en su contra. El PP lo sabe y por ello no realiza campaña institucional. Por primera vez en la historia reciente de España no se despliega una gran campaña de carteles o anuncios en la televisión pública llamando a la ciudadanía a ejercer el día 14 de marzo su derecho a votar. Un alto índice de participación puede alterar la dirección de los comicios. Y en los hechos así ha sido. Se ha pasado de 55 por ciento de participación en 2000 a 75 por ciento en 2004. No cabe duda de donde ha ido el voto. Esta cifra sólo se ha superado en las elecciones de 1982, que ascendió a 82 por ciento, año del triunfo de Felipe González.
En estas coordenadas, el mapa político de España no sufriría grandas cambios. Sólo la línea ascendente de Esquerra Republicana de Cataluña, con Carod Rovira a la cabeza, supondría la emergencia de un nuevo grupo parlamentario. Las sorpresas son pocas y de escasa relevancia en la lógica bipartidista sobre la cual descansa la política en España. Por ello las minorías catalana, vasca o canaria representadas por Convergencia y Unión, el Partido Nacionalista Vasco o Coalición Canaria, se saben ganadoras cuando ninguno de los dos partidos de ámbito estatal logra la mayoría absoluta. La experiencia ha ido en esa dirección. En esta disyuntiva, ganar la batalla consistía, para el PP, en no perder la mayoría absoluta y, en el peor de los casos, quedarse a escasos diputados de conseguirla. Ello permitía al candidato Rajoy no hipotecar su proyecto y gobernar con cierta tranquilidad durante los siguientes cuatro años. Ello supondría no cambiar la dirección en la política internacional diseñada por Aznar y profundizar en las privatizaciones y las reformas en educación, salud o justicia.
Es un ir y venir donde los ciudadanos muestran poco interés en el desarrollo de las campañas. Los mítines y las declaraciones de los candidatos pidiendo el voto no altera la vida cotidiana. El calendario electoral se desarrolla rutinariamente. Pero el 11 de marzo, a dos días de cerrarse la campaña, Madrid es sacudido por las bombas de Al Qaeda. El gobierno reacciona mintiendo, escondiendo información, y manipula los hechos. Todo parece un despropósito. Nada está en su lugar. Las acciones del gobierno van produciendo una sensación de asqueo y de repulsa por la manera en que se presenta el atentado. A medida que pasa el tiempo, el ciudadano no comprende la mezquindad con que actúan Aznar y sus ministros. Se siente defraudado. Es aquí cuando decide salir a la calle a manifestar su dolor y al mismo tiempo a exigir responsabilidades. El sentido común informa con otras claves. Hay prevaricación, no se pueden ocultar los hechos, las pruebas y negar la evidencia. Aun así, la ciudadanía otorga un voto de confianza, sale a las calles a manifestarse. Una solidaridad primaria está presente, todos somos víctimas. El PP ya ha perdido la compostura. Su credibilidad se agota y el tiempo que resta para las elecciones no es suficiente para redimir responsabilidades. Es necesario saber quién y por qué. La ciudadanía exige transparencia. Ante la ignominiosa actitud del presidente de gobierno, de sus ministros y del PP, 24 horas antes de acudir a las urnas, durante la jornada de reflexión, hombres y mujeres en toda España se manifiestan frente a las sedes del PP. No piden el voto para ningún partido, sólo exigen responsabilidades a un gobierno desacreditado.
El 14 de marzo la ciudadanía no votó por el PSOE, sino por la decencia. Por rescatar la dignidad que secuestró el PP. La lectura no puede ser otra. El pueblo español ha dado una lección difícil de olvidar. Acudió a las urnas para demostrar su total rechazo a la mentira. El nuevo gobierno del PSOE debe saber interpretar y leer con cautela los resultados. La alegría contenida y la satisfacción de sabernos libres de quienes nos llevaron a la guerra no nos debe hacer olvidar la época negra del PSOE en la que la corrupción, la formación de los GAL y el despotismo de su presidente Felipe González también formó parte de su historia. Lo bueno fue mucho, sin duda. Pero sus errores abrieron la puerta a una década de oscurantismo e involución política. Ocho años de gobierno del PP deben ser suficiente escarnio para no volver a cometer los mismos errores. El voto no es un cheque en blanco. Es necesario depurar las responsabilidades políticas de quienes mintieron y prevaricaron. El repudio social y político ha quedado en evidencia. Una ilusión está naciendo. No permitamos que el desencanto sea el pasaporte que nuevamente dé el triunfo al PP. Por las víctimas no se puede fallar. Ellas lo exigen. Sin duda, la derrota del PP es el triunfo de la decencia.
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