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lunes, 22 de marzo de 2004

Cuatro Días Trepidantes

La Jornada ha publicado este muy interesante reportaje acerca de lo ocurrido en el estado español a partir de los atentados del 11-M, horas en las que se tomaron decisiones que terminarían echando al Partido Popular de La Moncloa, aupando al poder a los sociatas comandados por José Luis Rodríguez, quien por cierto, ya da muestras del mismo intransigente españolismo que ha caracterizado a todos sus antecesores desde la muerte de Francisco Franco.

Adelante con la lectura:


11-M, la tragedia que movilizó a los españoles contra la guerra y la mentira

Aznar se empeñó en culpar a ETA; ahora deberá entregar el poder enmedio del descrédito

Armando G. Tejeda | Corresponsal

Fueron cuatro días que quedarán grabados en la memoria colectiva de España, en la conciencia política de una sociedad que vivió momentos amargos y de profundo duelo que se convirtieron, de súbito, en una revuelta cívica contra la violencia, la guerra, la manipulación y la mentira.

La historia empezó a cambiar el jueves 11 de marzo, cuando Madrid despertó con una noticia sobrecogedora: 12 bombas colocadas en cuatro trenes de pasajeros de Cercanías, con un total de 100 kilogramos de explosivos, propagaron la devastación y la muerte alrededor de las 7:30, en plena hora pico, dando paso a un drama sin precedente en Europa occidental.

El saldo provisional del atentado es estremecedor: 202 muertos y más de mil 400 heridos, la mayoría de ellos estudiantes, trabajadores de menos de 35 años, niños y migrantes procedentes de 13 países, muchos de ellos latinoamericanos. La mayoría de los heridos han sido dados de alta, pero todavía permanecen hospitalizadas más de 200 personas, 40 de ellas en peligro de muerte.

En medio del caos y el duelo, la sociedad española se preguntó quién era el responsable de la matanza ocurrida en medio de una campaña proselitista y a sólo tres días de las elecciones generales. El gobierno español, del conservador José María Aznar, comenzó entonces a cavar lo que sería después su propia tumba política, al empecinarse en establecer como "única" o "principal vía de investigación" a la organización armada vasca ETA como autora de los atentados. A pesar de que los indicios y diversos comunicados confirmaban que el responsable era Al Qaeda, que justificó la matanza por el apoyo del gobierno de Aznar a las guerras de ocupación contra Afganistán e Irak, rechazadas de forma mayoritaria en el país.

Mientras el conteo de los muertos por los atentados confirmaba los peores augurios, las sirenas de las ambulacias no cesaban de sonar en toda la ciudad y los hospitales se abarrotaban de personas mutiladas, con graves heridas por la metralla o presas de crisis nerviosas; se empezó a expandir la inquietud en una sociedad "desorientada" y ávida de información veraz.

Para acallar este -entonces tímido- clamor, compareció el mismo día del atentado el ministro del Interior español, Angel Acebes, quien atribuyó a ETA la autoría de la matanza "sin la menor duda", a pesar de que horas después informó de un hallazgo policial clave para la investigación. El funcionario español ofreció incluso datos, desmentidos horas o días después, de sus propias declaraciones; como la naturaleza del explosivo, que primero dijo que era del tipo Titadine (habitual de ETA), pero que después se convirtió en dinamita del tipo Goma 2 eco; o que las bombas fueron activadas por temporizadores utilizados habitualmente por el grupo armado vasco, a pesar de que posteriormente confirmó que los paquetes-bomba fueron hechos explotar mediante teléfonos celulares.

Objetivo: convencer a la opinión pública

Ese jueves trágico, el aparato del Estado español se movilizó, con Aznar a la cabeza, para convencer a la opinión pública nacional e internacional de que ETA era responsable de los atentados, incluso el propio presidente del gobierno español llamó a los directores de los principales periódicos del país para insistir en que tenían pruebas concluyentes que confirmaban su tesis. La mayoría de los medios de comunicación españoles y europeos propagaron que la supuesta autoría de ETA era casi un hecho incuestionable.

El 11-M, como se denomina aquí a ese día trágico, finalizó con llanto y duelo, pero también con cierto escepticismo sobre la información que difundía el gobierno español sobre los atentados, máxime cuando había reconocido esa misma tarde que la ubicación en la localidad madrileña de Alcalá de Henares una camioneta con restos de explosivos, temporizadores y una cinta magnetofónica con versos del Corán.

El viernes 12 de marzo fue un día silencioso en Madrid. Los habitantes de esta capital, acostumbrados a las sacudidas de los atentados etarras, estaban indignados y desesperados ante la envergadura de la tragedia. Después de que a mediodía la ciudad se paralizó por completo durante 15 minutos, en señal de duelo y de protesta, alrededor de las seis de la tarde la mayoría de los comercios y las oficinas públicas cerraron sus puertas para responder al llamado del gobierno y de los partidos políticos de oposición de acudir a una manifestación contra el terrorismo.

Ese día, más de 11 millones de españoles salieron a las calles a pesar de la lluvia y del temor latente a un nuevo atentado. En esas movilizaciones gritaron consignas de repudio a "cualquier tipo de terrorismo", pero también instaron al gobierno de Aznar a aclarar "¿quién fue?"

Aznar aseguró, de nuevo, que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado confirmaban que la "principal vía de investigación" seguía siendo ETA, que ese mismo día, se desmarcó de la matanza en un comunicado y a pesar de que los presuntos autores reivindicaron la matanza en un mensaje enviado a un periódico londinense. El propio ministro del Interior señaló entonces que "no" daba "ninguna credibilidad" al comunicado de ETA.

El sábado 13 de marzo era el día de la jornada de reflexión previa a los comicios generales, sin embargo, la sociedad española estaba todavía conmocionada por los atentados de Madrid y acumulaba dudas e incertidumbres sobre el origen de las más de 200 muertes.

En la tarde de ese sábado comenzó de forma espontánea una intensa movilización social en busca de la transparencia informativa. Inició la etapa de la "revuelta cívica" de estos cuatro días de marzo que cambiaron la historia de España. A través del correo electrónico y de mensajes de teléfonos celulares, miles de personas decidieron concentrarse ante las sedes del Partido Popular (PP) para reclamar información veraz antes de acudir a las urnas: "Queremos saber la verdad, antes de votar".

El gobierno y los dirigentes del PP respondieron con amenazas a los partidos de oposición y con descalificaciones que rozaban el insulto dirigidas a los ciudadanos que exigían "la verdad".

Las protestas y los reclamos cada vez más firmes de las fuerzas políticas de oposición obligaron al Ejecutivo español a reconocer alrededor de la una de la madrugada del domingo, el mismo día de las elecciones, que en una llamada anónima se informó de la existencia de una cinta magnetofónica en la que Al Qaeda se atribuía los atentados por la política de apoyo a la ocupación de Irak por parte de Aznar.

El domingo 14 de marzo, la mayoría de los medios de comunicación españoles consideraban la pista "islámica" como la más viable, si bien el gobierno todavía sostenía que la "principal vía de investigación" seguía siendo ETA, a pesar de que ese mismo día se ordenó la detención de cinco personas, tres marroquíes y dos ciudadanos indios, presuntamente implicados en los atentados.

La respuesta ciudadana, entonces impredecible, se expresó a través de las urnas. Desde primeras horas de la mañana los colegios electorales se vieron repletos de ciudadanos que querían mostrar su sentir por los recientes acontecimientos, a través del voto. En la memoria de la sociedad también estaban presentes hechos cruciales recientes, como el desastre ecológico y socioeconómico provocado por el hundimiento del buque petrolero Prestige, en noviembre de 2002, las movilizaciones masivas en contra de la guerra de ocupación de Irak desdeñadas por Aznar, las denuncias de manipulación informativa contra el aparato público o la incertidumbre suscitada por la reacción del gobierno ante los atentados, al sembrar más dudas que certidumbres.

La jornada electoral del domingo 14 de marzo culminó la "revuelta cívica" de la sociedad española, que contra todo pronóstico decidió echar del poder a la derecha de Aznar después de ocho años de hegemonía, los últimos cuatro con mayoría absoluta. La vocación de paz, el firme grito contra la guerra, la indignación por la "manipulación" y la "mentira" de los ciudadanos españoles, sumidos todavía en el dolor de la matanza, provocó este cambio histórico que derivó en la elección como presidente del gobierno español al socialista José Luis Rodríguez Zapatero.

Aznar, que deberá entregar el poder a mediados de abril, estaba convencido antes del 11 de marzo de que entregaría su "legado" a su delfín Mariano Rajoy, de que los últimos días de su gobierno estarían plagados de homenajes y condecoraciones. Pero su derrota, aunada a la convicción internacional y nacional de que "mintió" e intentó utilizar los atentados en favor de intereses electorales, le condenaron a una retirada amarga, incluso trágica, de la vida política. 




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