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domingo, 18 de febrero de 2018

La Necesidad de Justicia

Les compartimos esta crónica acerca de la reciente presentación en Madrid de Viriginie Despentes, autora de la Teoría King Kong, publicada pr La Marea:


La escritora francesa se plantó en un auditorio de la Fundación Telefónica para hablar sin disculparse. Parece una obviedad, pero no lo es. Lo hacía como cualquier hombre que dispara opiniones a discreción, sin arrepentimiento ni perdón.

Noemí López Trujillo

Virginie Despentes usa el vocabulario como una azada. Sus palabras son semillas que planta en terreno hostil y espera a que germinen. Cuando en el imaginario se han instalado conceptos como lucha de clases, ella habla de guerra de clases; y cuando más evidente se hace el término desigualdad de género, ella dice guerra de género. Despentes es una mala hierba que crece en nuestros jardines.

La escritora francesa se plantó este miércoles en un auditorio de la Fundación Telefónica para hablar sin disculparse. Parece una obviedad, pero no lo es. Lo hacía como cualquier hombre que dispara opiniones a discreción, sin arrepentimiento ni perdón. Decía Carmen Magdaleno que la autoestima en las mujeres es revolucionaria. Despentes no tiene necesidad de acertar en todo lo que responde, tampoco de agradar. Se ha legitimado a sí misma. Despentes fue “la violada”, fue “la prostituta”, fue “la bollera”. Pero ahora Despentes es solo Despentes. En mi opinión, ayer erró en algunos de sus diagnósticos. Dijo de Harvey Weinstein que era un psicópata, cuando sabemos que lo último que necesitamos es patologizar a los hombres y sus conductas de abuso sexual. Dijo que convertir nuestros úteros en fábricas era monetizable y válido sin ahondar en la misma guerra de clases que planteaba al principio de la conversación: si hay transacción, las mujeres con más vulnerabilidades (sobre todo económicas) son las que se verán abocadas a hacerlo. Incluso se mostró a gusto con el amor romántico. “Sí, no soy perfecta”, contestó cuando la entrevistadora, Lucía Lijtmaer, le preguntó si creía en él.

Pero no importa. Es una tipa sin complejos. A sus 48 años se ha destrozado –y la han destrozado– tanto que quien queda en ese cuerpo un poco encorvado pero con la barbilla alta es una superviviente. Autonomía y espacio. Ahí es donde quería llegar. “Si llegas viva a los 45 años es que algo has hecho mal”, bromeaba. Algo tan malo como lanzar un torpedo a la línea de flotación de la espiral del silencio y evidenciar, con su Teoría King Kong (2006), que lo personal es político. Contarse en voz alta para darse cuenta de que “un cuerpo femenino debe sentirse siempre en terreno peligroso, al borde del ataque”.

En su obra más conocida, Despentes dedicaba un capítulo a la violación. Citaba un artículo de finales de los 90 de Camille Paglia en el que se dirigía a las mujeres victimizadas sexualmente: “Es un riesgo inevitable, es un riesgo que las mujeres deben tener en cuenta y deben correr si quieren salir de sus casas y circular libremente. Si te sucede, dust yourself off: desempólvate y pasa a otra cosa”. Despentes reconocía que aquello la hizo rabiar. ¿La violación es inherente a la condición femenina? Al rato entendí que sí. Y fue liberador, como lo fue para ella: de repente no había nada prohibido. El relato que el mundo había construido para mí cambiaba. Recordaba a mi madre alertándome del peligro de los hombres, de que no me fuese con desconocidos; la recuerdo intentando protegerme, abriendo la posibilidad de la violación al mismo tiempo que trataba de cerrarla.

La propia Despentes planteaba en el libro la carencia en el relato: nunca hay noticias de mujeres que se han vengado de sus violadores, solo existen en la ficción y solo existen en las producciones hechas por hombres en las que las mujeres agredidas infligen sangrientas venganzas en sus agresores. Son hombres poniendo en escena no a personajes femeninos cotidianos, sino a ellos mismos, sus sensibilidades. Si ellos, socializados como hombres, estuviesen en el cuerpo de una mujer durante un tiempo y viviesen el miedo, el peligro y la alerta así es como reaccionarían. Si un hombre con cuerpo de mujer fuese violado es probable que tratase de arrancarle los genitales a bocados a su agresor, venía a decir Despentes.

Pero nosotras nos comportamos. O nos resistimos esperando que el momento acabe, o lloramos, o decimos que no, o forcejeamos. Ese es nuestro relato, es la pérdida de la autonomía. Un sistema político opresor, transversal y atemporal: la no defensa.

Horas después de pensar esto, con Despentes al frente como una guerrillera que nos despierta de una bofetada, vi La donna inmobile en Teatro del Barrio, dirigida por Rakel Camacho: una reinterpretación del cuento de La bella durmiente en la que el príncipe no solo besa a la princesa, sino que, aprovechando que está dormida, la viola. Me pregunté, ayer, San Valentín, cuántas mujeres habrían sido violadas por sus parejas. En la obra, la princesa preguntaba al público masculino, con una catana en la mano, “¿has sentido miedo alguna vez?”.

Esa es la doble guerra, la propia –la violencia nunca es una solución– y la del entorno –el mundo es un lugar inseguro–. “El día que los hombres tengan miedo de que les laceren la polla a golpe de cúter cuando acosen a una chica seguro que de repente sabrán controlar mejor sus pasiones ‘masculinas’ y comprender lo que quiere decir ‘no’”, escribía Despentes. Ni siquiera sé si es verdad, ni si estoy de acuerdo, pero me alivia la posibilidad de otro relato. Lo gritaba ayer Rakel Camacho en el escenario de La donna inmobile: “Entended que en un momento en el que vosotros tenéis la necesidad de poder, nosotras tenemos la necesidad de justicia”.






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