Desde su muro de Facebook traemos a ustedes este texto de Iñaki Egaña que sabemos, les cimbrará lo más profundo.
Adelante con la lectura:
Marisol y Rosi
Iñaki EgañaEran tiempos convulsos, lejos de los actuales cargados de reparos, confinamientos y gestiones lamentables. Entonces también se propagaban los miedos, a los malos tratos, a las condiciones laborales, a la soberbia de los pudientes, a la actividad policial, a la precariedad y a la insolencia judicial. Había, sin embargo, algunas formas diferentes de afrontar aquellos desasosiegos. Con orgullo porque no querían perder el tren de la historia, trepando al vagón de aquella frase de Shakespeare: “quien no se alimenta de sus sueños, envejece pronto”.
Marisol nació en Ermua en 1951, el año en que aquella masiva y sorprendente huelga laboral denunció ante el mundo la soledad de los trabajadores vascos en medio de la dictadura franquista. Eran tiempos también de pandemias, tifus y pobreza, de expansiones urbanísticas incontroladas originadas por migraciones que, como hoy, huían de la miseria. Ermua tenía 1.600 habitantes cuando nació Marisol y dos décadas más tarde, casi 20.000.
Marisol conoció a Jaime, que llegaba en el éxodo del hambre desde León. Euskaldun y erdeldun. Dos mundos, una historia común. Se casaron y tuvieron dos hijos, Félix y Odile. Cuando pudieron ahorrar unas pesetas, marchó la familia a Portugalete. Félix trabajó en una empresa de construcciones a la orilla del Galindo, fue despedido y la familia quedó en deriva económica. Marisol entró a trabajar en el servicio de ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Barakaldo. Era ya 1986, democracia plena según The Economist, pero Marisol y sus compañeras clavaban demasiadas horas, ganaban un sueldo de mierda y, además, lo hacían sin contrato. El alcalde Josemari Ramírez repetía una y otra vez que era socialista.
Marisol, aquella niña de Ermua hecha adulta a fuerza de golpes, salió con sus compañeras a la calle, se encerró en el Ayuntamiento manifestando su situación, de donde fue desalojada por la Policía, y denunció a sus jefes explotadores. Un juez le dio la razón y el Ayuntamiento utilizó el comodín de los cobardes, la despidió, la echó a la calle.
La familia se trasladó a Laudio, un nuevo negocio junto a otros socios que las inclemencias del tiempo abortaron. Una inesperada y enorme nevada se llevó por delante los invernaderos que regentaban en Okondo. Volvieron a Ermua, arropados por sus allegados, derrotados por las circunstancias. Félix y Marisol emprendieron una aventura solidaria. Viajaron a la Nicaragua, Nicaragüita sandinista, al calor de la revolución. Un año después, Marisol volvió y se alistó en el barnetegi de Lekeitio hasta que encontró trabajo en el Centro Gallego de Sestao.
Y allí recuperó una amistad congelada, la de Rosi, con quien había compartido durante años confidencias, dudas, temores y alegrías. Ambas habían militado en la Asamblea de Mujeres de Bizkaia y regentado juntas un verano las piscinas de Okondo. En Barakaldo coincidieron en el colectivo feminista “Ilargia”. Rosi había nacido en Mioño, un pequeño pueblo de Cantabria, en la ruta de los antiguos cargadores de mineral, por la cala del Pocillo de los Frailes, a la sombra de la playa de Dícido. Ecos legendarios de salitre y pescadores. El padre de Rosi conoció la cárcel de Santoña, por su militancia republicana y minero, falleció de silicosis.Como en tantas familias, la madre de Rosi tuvo que sacar adelante a una familia de diez hermanos, ella la novena. Cuando Rosi tenía dos años, la familia al completo emigró a Barakaldo, a la búsqueda de pan, agua y labranza. Así que cuando los hijos crecían, tenían que salir a buscar trabajo. Rosi comenzó en una pastelería, luego en una taberna y así sucesivamente, en trabajos temporales sin contrato, mal pagados. Un restaurante de Plentzia le dio un respiro económico, pero no humano: fregaba, planchaba, lavaba… en condiciones esclavistas. No podía abandonar el establecimiento, contratada sin papeles, en situación interna, las 24 horas. Denunció a su patrón y, como Marisol, logró una victoria pírrica: fue despedida.
Rosi, con su pareja Jacinto, y tres socios más, entre ellos su hermano Periko, compró un caserío en Zugaztieta, la mítica La Arboleda de Dolores Ibarruri y los primeros socialistas vascos. Intentaron articular una granja de conejos, pero el proyecto fracasó y Rosi marchó a un nuevo exilio económico. En las llanuras de Bigorre, arropada por los Pirineos, un pueblo occitano llamado Lorda, y conocido en francés por la pasión católica como Lourdes, acogió a Rosi. En un restaurante. Volvió en 1987, trabajó en una tienda de Leioa, luego en Deustu, donde un patrono morcillero la explotaba, producía seis horas, pero cobraba dos. Y la misma historia de siempre. Lo denunció y fue despedida. Jacinto le acompañó en Portugalete y Barakaldo.
Aquel Primero de Mayo de 1991, hace ahora 30 años, nacía torcido. Los científicos anunciaban que la capa de ozono se diluía en el Hemisferio Norte y en el museo de Bellas Artes homenajeaban a Juantxu Rodríguez, fotógrafo vecino de Bilbao al que un soldado norteamericano había matado en la invasión de Panamá, dos años antes. En Tarragona, dos trabajadores navarros murieron en accidente laboral. Al menos, supimos sus nombres, no como ahora que únicamente nos trasmiten sus iniciales. Javier Balbuena Urzaiz y Eduardo Iriarte Álvarez, este de apenas 21 años.
Eran las 12 de la noche cuando estalló un explosivo frente a las oficinas del paro de Sestao, el INEM. Cloratita, componentes sencillos de conseguir (clorato potásico, azúcar y azufre), pero complejos de manejar. Los autores de la deflagración murieron en el acto. Militantes de Iraultza, una organización armada surgida en 1981 que se disolvió en 1996. Uno de los muertos, Jesús Fernández Miguel, vecino de El Regato. Las otras dos mujeres, Marisol y Rosi. Marisol Mujika Areitaourtena y Rosa Díez Sainz. ¿Qué motivación tuvieron Marisol y Rosi para hacer, con más de 40 años cumplidos, con hijos, lo que Naciones Unidas definió como “oposición armada”? Las lecturas son subjetivas, sin duda… ¿Y los contextos?
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