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viernes, 21 de mayo de 2021

Egaña | Memorial

Una vez más Iñaki Egaña recurre a la memoria histórica para atajar al revisionismo que busca tergiversar eventos recientes en la lucha del pueblo vasco por su emancipación.

Esto lo publicó en su perfil de Facebook:


Memorial

Iñaki Egaña

Nos habían avisado con antelación para enseñarnos la exposición que se va a convertir en permanente. Una visita de las llamadas a puerta cerrada. Sin cámaras, sin fotógrafos, sin público. Nos pidieron discreción. A las diez de la mañana estábamos en la puerta, notable y corpulenta como una diosa de la fertilidad. Apenas llegábamos a la media docena. El cicerone, un hombre entrado en años, con un semblante afilado y un bigote a lo Clark Gable, anunciando ese blanco y negro que nos abruma cuando se trata de visionar el pasado.

Nos notifican que la exposición se dispersa en 700 metros cuadrados en dos pisos, con siete salas. Y que intentemos guardar silencio. Ya, al otro lado del portón, la sala de entrada acongoja. Un mosaico de miles de caras apiñadas en un gran mural. Hombres, mujeres, niñas, ancianos, jóvenes. Fotografías hechas en vida, pero también recogidas cuando fallecieron para su identificación. Sus nombres a un lado. Reconozco algunos: Lauaxeta, Cecilia Idirin, Zugazagotia, Teresa Goñi, Nicolasa Agirrezabala, Fortunato Agirre, Aitzol, Columba Fernández, Jesús Larrañaga, Juana Mir, Felipe Molinet. Un gran título los engloba: “asesinados por verdugos fascistas que apelaron para sus crímenes a Dios y a España”.

Murales laterales distinguen a mujeres y niñas violadas y muertas en ese contexto, incluso en los siguientes: Maravillas Lamberto, Carmen Lafraya, Mari José Bravo, las hermanas Asunción y Adela Campaña, Simona Calleja, Ana Tere Berrueta. También niños y niñas, dice un título menudo que cerca de 40.000, expulsados el exilio. Una lista interminable, completa un escenario lúgubre, con perseguidos y encarcelados por no votar a las derechas, decenas de miles.

En medio de esta sala enorme y umbría, las luces enfocan una fosa con una decena de esqueletos apiñados, en una reproducción de la que se realizó en Murchante en 2005. Se puede caminar sobre ella, ya que el suelo se convierte en cristal para poder observarla desde la posición altanera que hace años tuvieron los victimarios después de ejecutar su fechoría. Un epígrafe completa la fosa con una explicación somera. Se trata de uno más del centenar de enterramientos irregulares destapados en este siglo.

La segunda sala, también de gran capacidad, acoge a dos reproducciones. El guía nos comunica que su costosa y detallada ejecución ha sido la causa del retraso en las obras. El primer duplicado es un calco de uno de los sótanos de La Cumbre de Donostia, residencia del gobernador de Gipuzkoa, centro de detención irregular, donde fueron torturados por agentes de la Guardia Civil Josean Lasa y Joxi Zabala. La reproducción produce escalofríos, con las paredes tintadas de sangre y unos gritos lastimeros que se escuchan, activados por sensores de movimiento.

La segunda reproducción es la de una celda de aislamiento, para presos de primer grado, por la que han pasado miles de vascos. Algunos de forma permanente durante decenas de años. De cuatro metros de largo y dos de ancho, la reproducción corresponde a la cárcel de máxima seguridad de Herrera de la Mancha. En medio una soga nos sorprende. Me recojo para leer el resto de la explicación: “el aislamiento reduce la esperanza de vida e induce al suicidio, lógica de una política penitenciaria que persigue el aniquilamiento físico y psíquico, tal y como le sucedió a Mikel Lopetegi en una celda de estas características en 1988”. Uf. Un sudor frío me recorre el espinazo.

La tercera y cuarta salas están dedicadas a cuestiones documentales, lo que nos permite un receso en el desasosiego que me invade e intuyo a mis compañeros que siguen a rajatabla en silencio, como si se tratara de monjes cistercienses de estricta observancia. Documentos de todo tipo, apiñados en vitrinas, junto a ordenadores con auriculares. Me coloco los cascos y se me abre automáticamente en la pantalla una lista prolongada de audios. Ordeno por personajes y descubro unos cuantos conocidos: Gómez Nieto, Perote, Villarejo, Arnau de la Nuez, Rafael Vera, Martin Villa, Juan Mari Atutxa, Felipe González, Sáenz de Santamaría…

En las estanterías cuelgan informes. Observó con el rabillo del ojo: el Plan Zen, Operación Pancorbo, Patxaran, Mengele, el Informe Navajas. También contratos, carnés falsificados, Jean Pierre Cherid, Mohamed Talbi, Miguel Ruiz. Cartas de agradecimiento, Pepe Amedo. Medallas, Rodríguez Galindo, Muñecas, Billy el Niño, Cassinello. Me abruma tanta información en un reducido espacio para esta vista rápida. Así que salto a la próxima sala y dejo a mis compañeros. De inmediato reparo en que quizás no ha sido una buena elección. Mejor en grupo.

Ante mí se abre un salón lleno de espejos que multiplican los efectos. Es la sala de torturas. Una bañera en medio, una mesa camilla, unas pinzas de esas que se usan para cargar baterías. En una esquina, colchones, capuchas, palos, listines, bolsas de plástico. El lugar es sobrio, en la penumbra, apenas una nota que señala que se trata de una reproducción de La Carpintería, de la Comandancia 513 de la Guardia Civil. En una estantería expedientes. De torturados. Intuyo miles.

Salgo pronto y me dirijo, en solitario, al siguiente cuarto. Vitrinas por doquier. Me arrimo a una de ellas. Objetos extraños, desconocidos entre ellos dos muelas, quizás una reproducción de las de Joselu Geresta arrancadas después de muerto para obtener su ADN. En la pared armas. Mi desconocimiento es total. Reparo en un fusil con mira telescópica, Remington. Leo en el pedestal: “Con este fusil mataron desde 200 metros al refugiado Eugenio Salazar cuando estudiaba euskara”. En el segundo piso me esperan nuevas sorpresas. Quizás alusiones a ETA, CAA, Iparretarrak o quién sabe.

Si han leído hasta aquí, sepan que este relato es una ficción. La realidad se llama Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, promovida por el Relato Único. La exposición se inaugurará en breve, pero, aunque no la he visto previamente, tengo la impresión de que será radicalmente diferente a la que acabo de narrar.

 

 

 

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