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domingo, 9 de mayo de 2021

De Miguel a Rosario

Miren esta joya que traemos desde Deia, misma a la que de ya le estamos aplicando la etiqueta Kurlansky.

Adelante con la lectura:


La 'Euzkadi' de Miguel Hernández y 'Dinamitera'

El escritor que dedicó un poema al pueblo vasco murió el mismo día en el que la miliciana a la que encumbró, Rosario Sánchez Mora, dejó la cárcel de Saturraran y recobró la libertad

Iban Gorriti

El escritor Miguel Hernández publicó un poema casi desconocido que tituló Euzkadi. Lo firmó poco después de que los militares golpistas españoles propusieran a la Legión Cóndor nazi de Hitler y a la Aviación legionaria fascista de Mussolini masacrar Durango y Gernika desde el aire con el fin de que la Bizkaia republicana se rindiera y como prueba experimental para la Segunda Guerra Mundial. El literato lo incluyó en su libro Viento del pueblo (1937). Versados en la obra del antifranquista de Orihuela valoran que esta edición pertenece a su segunda etapa poética, considerada como "poesía bélica y de urgencia".

La composición poética Euzkadi se compone de 48 versos. Hernández comienza citando a Italia y Alemania –potencias atacantes y convenidas con Franco– que "dilataron sus velas del lodo carcomido, agruparon, sembraron sus luctuosas telas, lanzaron las arañas más negras de su nido". Y a continuación habla de forma reiterada de España hasta que en la recta final cita al pueblo vasco. "En Euzkadi han caído no sé cuántos leones y una ciudad por la invasión deshechos. Su soplo de silencio nos anima, y su valor redobla en nuestros pechos atravesando España por debajo y encima", analiza y va más allá en su épica: "No se debe llorar, que no es la hora, hombres en cuya piel se transparenta la libertad del mar trabajadora".

Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 1910-Alicante, 1942) fue un poeta y dramaturgo valenciano de relevancia en la literatura española del siglo XX. Durante la Guerra Civil se alistó en el bando republicano y se afilió al PCE. Figuró en el quinto regimiento, del que fue comisario político. Luchó en Teruel, Andalucía y Extremadura. Días antes de escribir el poema Euzkadi, salió del frente para casarse en Orihuela con Josefina Manresa. Aconteció en marzo de 1937, jornadas antes del bombardeo de Durango. Al poco tiempo tuvo que marchar al frente de Jaén. En el verano de 1937 asistió al segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Más tarde viajó a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, de donde regresó en octubre. El 19 de diciembre de 1937 nació su primer hijo, que murió a los pocos meses. El 4 de enero de 1939 llegó al mundo su segundo hijo. Destinado a la sexta división, Hernández tuvo como destino Madrid. Con el franquismo tras de él, intentó huir a Portugal y la policía del dictador Salazar lo entregó a España. Sufrió cárcel hasta que, aquel que contaba que de niño su padre le pegaba por verle leyendo por las noches, murió de tuberculosis. Dicen que no pudieron cerrarle los ojos y sobre ello Vicente Aleixandre le dedicó un poema. 
Poesía en su honor

Hernández falleció en la enfermería de la prisión alicantina a las 5.30 horas de la mañana del 28 de marzo de 1942, con 31 años. Y en esa jornada una segunda conexión con la Euzkadi que tituló en formato de poesía. Aquel día precisamente, la legendaria miliciana Rosario Sánchez Mora, conocida como Dinamitera recobraba la libertad. Abandonaba la cárcel guipuzcoana de Saturraran. Hernández había dedicado una de sus poesías más famosas a esta mujer combatiente. Los primeros versos recordaban el día que explotó un cartucho que estaba manipulando y le reventó su mano derecha. Aquel 15 de septiembre, mientras se desangraba, fue un vasco quien le socorrió. Las palabras del poeta decía: "Rosario, dinamitera, sobre tu mano bonita celaba la dinamita sus atributos de fiera".

Aquella mujer que sufrió seis cárceles en tres años, detallaba en sus entrevistas cómo ocurrió la detonación. "Fue un vasco forzudo el único que vino a mí al explotar el cartucho entre tanto desconcierto. Todos los demás despavoridos se fueron y yo con mis venas al descubierto. Tenía 17 años y el vasco 26. Con serenidad se rompió las cintas de las alpargatas y me hizo dos torniquetes en el brazo que me salvaron". Ya en el hospital, le visitó el famoso filósofo Ortega y Gasset, a quien "yo desconocía entonces".

El día que Miguel Hernández murió, Rosario era feliz por dejar atrás la cárcel, pero sentía el luto por la muerte del poeta. Dinamitera salió también viva de la cárcel de Durango, sobrevivió once meses allí donde hacinaron a otras dos mil reclusas, incluso niños, que el franquismo dejo morir en un edificio hoy inexistente. El pueblo ha heredado solo el dolor y las verjas de la denominada Villa María. En un libro del autor de Trece rosas rojas, Carlos Fonseca relata el paso de la guerrillera por Durango. Por la comida de las nada caritativas monjas las piernas se le llenaron de "líquidos acuosos, síntoma de avitaminosis".

En un estudio titulado Euzkadi, vascos de piedra blindada, la documentalista durangarra Marian Díaz Gorriti recuerda que la poesía de Hernández es conocida en conjunto sobre todo por la difusión que de ella han hecho cantautores como Paco Ibáñez y Joan Manuel Serrat, pero también por su calidad estética. "Entre los poemas del libro Viento del pueblo encontramos además del poema Euzkadi el de Rosario, Dinamitera, la que aprendió de un minero asturiano a armar bombas con su mano izquierda".

Díaz Gorriti hace mención a los versos sobre el pueblo vasco que dicen: "Lanzaron las arañas más negras de su nido; en Euzkadi han caído no sé cuántos leones... En este momento de bombas sobre nosotros la poesía de Miguel Hernández tal vez pierda un poco de la calidad de su obra anterior buscando ante todo llegar a los hermanos que se encuentran combatiendo, por ello dice asturianos de braveza, vascos de piedra blindada".

La doctora en Estética y profesora de la UPV/EHU Virginia Díaz Gorriti aporta a DEIA su análisis: "La evanescente Euskadi muestra lo irreconciliable pero barruntando la esencia de la reconciliación. Prófuga de la quietud de su ser, las certidumbres se le han escapado y Euzkadi no se reconoce ante ese lacerante presente. La posición de Hernández adorna, críticamente mediante el verso, la prosaica realidad que le rodea, paradoja de temible eficiencia", concluye la docente durangarra.

'Euzkadi', por Miguel Hernández

Italia y Alemania dilataron sus velas de lodo carcomido, agruparon, sembraron sus luctuosas telas, lanzaron las arañas más negras de su nido.

Contra España cayeron y España no ha caído.

España no es un grano, ni una ciudad, ni dos, ni tres ciudades. España no se abarca con la mano que arroja en su terreno puñados de crueldades.

Al mar no se lo tragan los barcos invasores, mientras existe un árbol el bosque no se pierde, una pared perdura sobre un solo ladrillo. España se defiende de reveses traidores, y avanza, y lucha, y muerde mientras le quede un hombre de pie como un cuchillo.

Si no se pierde todo no se ha perdido nada.

En tanto aliente un español con ira fulgurante de espada, ¿se perderá? ¡Mentira!

Mirad, no lo contrario que sucede, sino lo favorable que promete el futuro, los anchos porvenires que allá se bambolean. El acero no cede, el bronce sigue en su color y duro, la piedra no se ablanda por más que la golpean.

No nos queda un varón, sino millones, ni un corazón que canta: ¡soy un muro!, que es una inmensidad de corazones.

En Euzkadi han caído no sé cuántos leones y una ciudad por la invasión deshechos. Su soplo de silencio nos anima, y su valor redobla en nuestros pechos atravesando España por debajo y encima.

No se debe llorar, que no es la hora, hombres en cuya piel se transparenta la libertad del mar trabajadora.

Quien se para a llorar, quien se lamenta contra la piedra hostil del desaliento, quien se pone a otra cosa que no sea el combate, no será un vencedor, será un vencido lento.

Español, al rescate de todo lo perdido.

¡Venceré! has de gritar sobre cada momento para no ser vencido.

Si fuera un grano lo que nos quedara, España salvaremos con un grano. La victoria es un fuego que alumbra nuestra cara desde un remoto monte cada vez más cercano.





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