Les compartimos este texto insipirado en los sucesos de París, mismo que ha sido publicado en la página de Investig'Action:
No renunciemos a pensar frente al horror
Saïd Bouamama | Traducido por Bea Morales
En el momento de escribir estas líneas el balance de las matanzas de París es de 128 personas muertas y 300 heridas. El horror de esta violencia injustificable es absoluto. También debe serlo la condena, sin restricción y/o matiz alguno. Los autores y/o patrocinadores de estos asesinatos ciegos no pueden invocar ninguna razón legítima para justificar estos actos inmundos. En función de nuestra capacidad colectiva para aprender de la situación que engendra semejante resultado la tragedia que estamos viviendo desembocará en una toma de conciencia colectiva de los peligros que nos amenazan o, por el contrario, en un proceso de reproducción dramática. La emoción es legítima y necesaria, pero no puede ser la única respuesta. También es impotente una respuesta que se base únicamente en la seguridad. Precisamente en estos momentos marcados por la emoción colectiva es donde no debemos renunciar a la comprensión, a la búsqueda de las causas y a la lucidez frente a las instrumentalizaciones del horror.
Las posturas frente a nuestra tragedia
Toda la panoplia de posturas posibles se ha expresado en unas horas. Conviene detenerse en cada una de ellas. La primera se contenta con denunciar al Daesh y exigir esta denuncia de manera apremiante a nuestros conciudadanos musulmanes reales o supuestos. Una gran parte de los habitantes de nuestro país, incluidas las poblaciones surgidas de la inmigración, ya han denunciado el proyecto político del Daesh y los actos que se desprenden de él.
Hay que estar verdaderamente aislado de nuestros conciudadanos musulmanes reales o supuestos para dudar de ello. Estos ciudadanos franceses o extranjeros que viven en Francia son los primeros en padecer esta instrumentalización de su fe para fines políticos, reaccionarios y asesinos. «¿Qué va a pasar todavía?» es la reacción más frecuente que sigue a la emoción frente a estos asesinatos, conscientes como son de la instrumentalización de la emoción para unos fines islamófobos que no faltarán. No se trata de una paranoia, sino de la experiencia aprendida del pasado y en particular de los atentados de principios de este año. En este contexto las conminaciones a la denuncia se perciben como una sospecha de complicidad o de aprobación. Una vez más lo que se siente es una acusación de ilegitimidad de presencia en casa. Esto es lo que decía Rokhaya Diallo* en un programa de radio tras los atentados de enero:
«Cuando oigo decir que se conmina a los musulmanes a desmarcarse de un acto que no tienen nada de humano, sí, efectivamente, me siento aludida. Tengo la sensación de que se pone a toda mi familia y a todos mis amigos en el banquillo de los acusados. ¿Osa usted decirme, aquí, que soy solidaria? ¿Necesita verdaderamente que lo verbalice? Así pues, yo soy la única persona en esta mesa que tiene que decir que no tengo nada que ver con esto.»
La segunda postura es el esencialismo y el culturalismo. Los actos bárbaros que estamos viviendo tendrían una explicación simple: están en germen en la propia religión musulmana que a diferencia de las demás comportaría una violencia congénita, una barbarie consustancial y una irracionalidad en su esencia. A diferencia de las demás religiones monoteístas, esta religión sería alérgica a la razón y no apta para la vida en una sociedad democrática. De esta representación de la religión se desprende la representación de sus adeptos. Contrariamente a los demás creyentes, los musulmanes serían una entidad homogénea en la que todos comparten la misma relación con el mundo, con la sociedad y con los demás. Esta postura lleva inevitablemente a la idea de una erradicación ya que el Islam aparece como incompatible con la república, la laicidad, el derecho de las mujeres, etc. Resultado de varias décadas de difusión política y mediática de la teoría del «choque de civilizaciones», esta postura se expresa en unas formas más o menos matizadas pero, por desgracia, está bien arraigada en nuestra sociedad.
La tercera postura es la de relativizar la gravedad de las matanzas. Estas no serían sino el resultado de una locura individual contra la que lo único que se puede hacer es localizar lo antes posible sus signos anunciadores en los comportamientos individuales. Estaríamos solo en presencia de accidentes en las trayectorias individuales sin ninguna base social, material, política. Esta postura de «psicologización» oculta que los individuos no viven sin tener los pies en la tierra y que su malestar adquiere una u otra forma al encontrarse con un contexto social preciso. En ese nivel es donde se encuentran el individuo y su sociedad, la trayectoria individual y su contexto social, la fragilización y las ofertas sociales y políticas que la captan para orientarla. Es evidente que los candidatos «yihadistas» provienen de trayectorias fragilizadas, pero esto no basta para explicar la deriva hacia esta forma precisa que es la violencia nihilista.
La cuarta teoría se expresa bajo la forma de la teoría del complot. Los asesinatos serían producto de un vasto complot que tiene unos objetivos precisos: complot judío mundial, «illuminati», actos de los servicios secretos, etc. Esta teoría lleva a una ceguera frente a lo real y a abandonar el esfuerzo de comprender el mundo y los dramas que le sacuden. Suscita una despolitización que se oculta tras una sobrepolitización: despolitización ya que sería inútil buscar las causas de lo que estamos viviendo en lo económico, lo social, lo político, etc., y sobrepolitización, ya que todo provendría de una causa política oculta de un pequeño grupo secreto. Esta teoría es mantenida por la negación dominante de la conflictividad social, de los conflictos de intereses y de las estrategias de las clases dominantes para orientar a la opinión en el sentido de sus intereses materiales. En ese sentido la acusación de «confusionismo» de toda denuncia de la estrategias de las clases dominantes lleva conscientemente o no a mantener la teoría del complot. Algunos «anticonfusionistas» de buena fe o no mantienen en efecto el bumerán del «complotismo» y al hacerlo algunos «anticonfusionistas» mantienen la confusión.
La quinta postura es la explicación en términos del «virus externo». Nuestra sociedad sería víctima de una contaminación que viene únicamente del exterior y contra la que habría que prevenirse a partir de ahora. Desemboca en una lógica de guerra en lo externo y en una lógica de seguridad en lo interno. Provoca una espiral en la que el miedo y el discurso sobre la amenaza externa suscitan una demanda de intervenciones militares en el exterior y de limitación de las libertades en el interior. Suscitar una demanda para a continuación responder ella es un mecanismo clásico de los periodos históricos reaccionarios. La ausencia de movimiento en contra de la guerra en nuestra sociedad es la señal de que esta postura está muy extendida. Ahora bien, como la anterior lleva por una parte a abandonar la investigación de las causas y por otra al sentimiento de impotencia.
Queda la postura materialista que no renuncia a comprender el mundo y más aún cuando adopta orientaciones regresivas y asesinas. Minoritaria en el contexto actual, sin embargo esta postura es la única susceptible de que se retome la iniciativa progresista. Supone volver a contextualizar los acontecimientos (y más aún cuando estos adquieren unas formas dramáticas) en los retos económicos, políticos y sociales. Necesita que se tengan en cuenta unos intereses materiales que se afrontan para orientar nuestra demanda y que producen unas consecuencias precisas. Inscribe los comportamientos individuales como resultados sociales y no esencias en acción. Toma la historia larga e inmediata como uno de los factores del presente. Sin duda puede engañarse ocultado por desconocimiento una causalidad o subestimándola, pero es la única que permite una acción real sobre este mundo.
En un mundo marcado por una violencia cada vez mayor en todas sus formas, renunciar a pensar nos condena en el mejor de los casos a una postura de impotencia y en el peor a la búsqueda de chivos expiatorios que hay que sacrificar en el altar de una seguridad extrema aleatoria.
Una oferta de «yihadismo» que encuentra una demanda
Existe una oferta de «yihadismo» a escala mundial y nacional. Ni es nueva ni es inexplicable. Tiene sus espacios de teorización y sus Estados financiadores. Los principales son, entre otros, Arabia Saudí y Qatar que, sin embargo, son aliados de Estados Unidos y de Francia.
Estas petromonarquías apoyan y financian desde hace muchos años unas desestabilizaciones regionales que necesitan para mantener y/o conquistar su dominio de las riquezas del suelo y del subsuelo de Oriente Medio. Una necesidad ideológica completa esta base material. Necesitan difundir determinada visión del Islam para evitar la emergencia y el desarrollo de otras visiones del Islam progresistas y/o revolucionarias que amenazarían la hegemonía ideológica que quieren conquistar. Más ampliamente las petromonarquías están amenazadas por todas las teorizaciones políticas que ponen en tela de juicio su relación con las grandes fuerzas que dominan nuestro planeta: nacionalismo, antiimperialismo, progresismo en sus diferentes variantes, comunismo, teología de la liberación, etc.
En este doble ámbito material e ideológico es donde se opera la confluencia con la «política real» de las potencias imperialistas. También ellas tienen un interés material en la desestabilización de regiones enteras para acaparar las riquezas del suelo y del subsuelo, para justificar nuevas guerras coloniales en África y Oriente Medio, para suplantar a sus rivales, para controlar los espacios geoestratégicos y para balcanizar los Estados para dominarlos mejor. Ellas también tienen una necesidad ideológica de ocultar las causas reales del caos del mundo, es decir, la globalización ultraliberal actual. No hay ninguna amistad particular entre las clases dominantes occidentales y las petromonarquías y/o los «yihadistas», sino una convergencia relativa de intereses materiales e ideológicos. Como ponía de relieve De Gaulle para describir la política real: «Estados Unidos no tiene amigos, solo tiene intereses». Esta política real es lo que llevó en el pasado a presentar a los «yihadistas» de Afganistán como luchadores de la libertad y la que llevó a un Fabius [ministro de Exteriores francés] a decir hoy: «Al Nosra ha hecho un buen trabajo».
Pero limitarse a la oferta no permite comprender la eficacia actual del fenómeno. Hay que explicar también que esta oferta encuentra una «demanda». Antes decíamos que esta oferta no es nueva. Nosotros mismos la encontramos en los barrios populares hace más de tres décadas. Simplemente, en aquel momento no encontraba ninguna «demanda». Pensábamos en vivir, en divertirnos, en militar y amar, y considerábamos iluminados a estos predicadores. Por ello hay que estudiar los procesos de emergencia de esta demanda «made in France». En este sentido hay que establecer una relación entre los procesos de pauperización y de precarización generalizada que afectan a las clases populares. El hecho de que se haya confirmado que hay candidatos «yihadistas» que no provienen de familias musulmanas pone de relieve que, efectivamente, el conjunto de las clases populares está concernido por estos procesos que llevan a los más fragilizados de sus miembros a sumirse en unos comportamientos nihilistas. También hay que establecer una relación con las discriminaciones racistas sistemáticas e institucionales que destrozan las vidas de nuestros conciudadanos negros, árabes y musulmanes. Por último, en el análisis hay que tener en cuenta los efectos de los discursos y de las prácticas islamófobas que se han extendido entre la sociedad y que es de buen tono relativizar, aplicarles eufemismos e incluso negarlos. El conjunto de estos procesos es lo que lleva a la emergencia del nihilismo contemporáneo.
Por último, la visión despectiva de los habitantes de los barrios populares como «subproletariado» incapaz de pensar políticamente lleva a subestimar la necesidad de lo político en las clases populares en general y en particular en sus componentes surgidos de la inmigración postcolonial. Estos ciudadanos y ciudadanas observan el mundo y tratan de comprenderlo con los esquemas disponibles en una secuencia histórica dada. Estas personas solo pueden constatar que se multiplican las guerras y que se encuentra financiación para llevarlas a cabo a pesar de que se les repite machaconamente que las arcas están vacías. Estas personas no pueden sino preguntarse por la supuesta necesidad urgente de intervenir en Iraq, en Afganistán, en Siria, en Libia, en Costa de Marfil, en Mali, etc. y, a la inversa, la llamada necesidad urgente de apoyar al Estado de Israel a pesar de que ha violado todas las resoluciones de las Naciones Unidas. Para la mayoría de las personas todos estos factores llevan a una revuelta que busca un canal de expresión y en el caso de una minoría extrema a la orientación nihilista.
Al no querer comprender que un mundo inmundo lleva a unos actos inmundo se constituye el punto de encuentro entre la oferta y la demanda de nihilismo.
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