Este artículo de La Jornada nos habla de la esperanza que hay por renovar la diplomacia mexicana, tan castigada durante los sexenios de Ernesto Zedillo y de Vicente Fox.
Lo que los mexicanos deben exigir es que nunca más un ser pusilánime y pendenciero como Luis Ernesto Derbez ocupe tan importante puesto.
He aquí la nota:
Lo que los mexicanos deben exigir es que nunca más un ser pusilánime y pendenciero como Luis Ernesto Derbez ocupe tan importante puesto.
He aquí la nota:
Después de ganarse un lugar en un exigente y complicado concurso público, un grupo de 50 jóvenes mexicanos ha iniciado su estadía en el Instituto Matías Romero para formalizar su ingreso al Servicio Exterior Mexicano. Se trata de la décimo novena promoción del instituto, de la cual 42 por ciento son mujeres y 40 por ciento proviene de las universidades públicas. Para ellos hay que esperar, como se dice en el lenguaje del oficio, éxito profesional y ventura personal; por sus propios merecimientos y también porque su desempeño estará vinculado al de México en sus relaciones internacionales. A la recíproca, la aptitud y disposición del gobierno dictará los límites de su eficacia y de su actuación. Es a estos incipientes diplomáticos a quienes corresponderá protagonizar los inicios de la redención de la política exterior mexicana. No será fácil, pero es posible.
Aunque la diplomacia mexicana de los últimos años ha sido desastrosa, siendo positivos podemos extraer algunas lecciones de la mala práctica y de experiencias penosas. Unos ejemplos.
En febrero de 2004, la agitación política en Haití llamó la atención internacional y los organismos internacionales se dispusieron a intervenir. El gobierno de México adoptó una actitud pusilánime y menguada que lo llevó a evacuar a la colonia mexicana y cerrar la embajada en Puerto Príncipe. A los pocos días regresó todo mundo, reconociendo el error y aguantando el ridículo. La embajadora de México manifestó con toda oportunidad su opinión contraria a la huida y ante la reiteración de las instrucciones cumplió sus órdenes. El episodio dejó dos lecciones: a) Las embajadas están para servir en los momentos difíciles y no para apoltronar a la burocracia cansina. b) El buen funcionario, el institucional, hace la recomendación correcta, aunque tenga que cumplir la instrucción equivocada.
Recientemente fueron extraditados seis vascos acusados de desarrollar en México una infraestructura económica de apoyo a los etarras. Endebles y desproporcionadas las acusaciones, el procedimiento se alargó desde finales de 2003 hasta hace unas semanas en que México los entregó al gobierno de España; cuando el gobierno español y los etarras han entrado en proceso de concertación de la paz.
Además de lo injusto e inoportuno de la decisión, la acumulación de casos de extradiciones formales e informales de etarras perseguidos y entregados por motivos políticos, contradice la tradición humanitaria y lastima el prestigio y el nombre de México: así como el asilo no es para delincuentes, la extradición no es para perseguidos políticos. Lección dos: hay que defender las buenas tradiciones y erradicar las malas prácticas.
En octubre de 2004 el canciller fue llamado a una de las comisiones del Senado a explicar por qué había aceptado que se usaran las mal llamadas "balas de goma" (que en realidad son proyectiles con gas de chile) en contra de los indocumentados mexicanos. La simplona respuesta fue que las balas de goma no son letales y, por lo tanto, son mejores que las de plomo. El canciller nunca comprendió (y ahora que las balas de chile se han sustituido por armas de guerra, sería inútil que lo intente) que no tiene autoridad para aceptar el uso de armas de ninguna clase en contra de su pueblo y que no puede conversar siquiera con un gobierno extranjero sobre las armas que usará contra sus nacionales. Ese es un tema vedado por el patriotismo, por la decencia, por la inteligencia. Lección tres: hay que saber decir que no.
Otro ejemplo de mal desempeño lo ofrece la desventurada candidatura del canciller para ocupar la Secretaría General de la OEA. La política exterior es observada minuciosamente y no puede engañarse a la población tan fácilmente. Más allá de contradecir una largamente conservada posición nacional frente a la OEA, de hacer una mala campaña y presentar un peor candidato, el intento de hacer pasar la pretensión personal del canciller como una "candidatura de Estado" fue un acto de ingenuidad. Lección cuatro: no hay que pasarse de listos.
Sin contar el daño infligido a nuestra relación con varios gobiernos latinoamericanos por las faltas de urbanidad y la dejación del respeto, los casos de pifias y desaciertos suman docenas, pero bastan los citados para que los jóvenes diplomáticos sepan que en la historia, vieja y reciente, están las mejores lecciones acerca de qué hacer y qué no hacer en materia diplomática.
Si en la crucial oportunidad que vive, si en la toma de rumbo que implica la próxima elección presidencial, México consigue hacer de su democracia "... un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo"; si su gobierno cumple con el cometido de proveer seguridad y promover el desarrollo; si logra concertar su política interior con sus relaciones internacionales; si es capaz de entender y asumir sus verdaderas responsabilidades en el concierto internacional y dirigir sus esfuerzos a la conquista de la paz y la seguridad mundial, así como al progreso del derecho internacional, si todo esto ocurre, los jóvenes diplomáticos podrán participar en el diseño y práctica de una política exterior propia que, ejercida con independencia diplomática, permita la restauración del prestigio de la política exterior mexicana y a ellos, el orgullo de su pertenencia a una institución nacional efectiva y progresista, instalada en la primera línea de defensa de la seguridad, la avanzada del desarrollo y en la dignidad de la soberanía nacional. Felicidades.
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