Les compartimos esta entrevista publicada en Deia:
Carolina Minaberry: “Me tira mucho Argentina, pero en Euskadi tengo un sentimiento de felicidad difícil de expresar”
La vasco-argentina Carolina Minaberry ha visitado Euskadi, recordando la época en que llegó al país a estudiar euskera, lo que le permitió sacarse el EGA e impartir posteriormente clase a vascos nativos
Joseba Etxarri
Carolina tiene 47 años y ha regresado por unos días a Euskadi con su hijo, Unai, nacido en Baiona, en el seno de una estancia de cuatro años que la familia realizó entre 2002 y 2006, año en que retornaron a Argentina, cuando Unai contaba con solo nueve meses. “Han pasado diez años y él quería venir, conocer la tierra en que nació y visitar a amigos y familiares. Unai es el único de sus hermanos nacidos acá, puesto que Asier, hoy de 20 años, e Imanol, de 17, nacieron en la capital federal. Y le ha gustado, ha sido emocionante y está feliz con los días que ha pasado”.
Usted nace en Lincoln, en la provincia de Buenos Aires, inicialmente sin contacto con la colectividad o con su origen vasco.
-Hasta los 11 años, en que viajo a Euskal Herria y a Estados Unidos, donde residía mi padre, Martin Minaberry, bajonavarro de Ortzaize, persona muy compenetrada con las euskal etxeak de Estados Unidos y con NABO, donde desarrolló una importante labor cultural, también relacionada con el mundo de la pelota, deporte del que fue un gran promotor. En los viajes, poco a poco, fui aprendiendo el francés, pero mi padre y mi familia paterna hablaban fundamentalmente en euskera y ¡yo quería entender! De modo que con 18 años, cuando terminé los estudios secundarios, decidí tomarme un año sabático y retrasar el comienzo de mis estudios universitarios para aprenderlo. Pedí una beca al Gobierno vasco y me lancé a un barnetegi, en Hondarribia y Lazkao. Guardo unos recuerdos maravillosos de aquella época. No sabía una palabra cuando empecé, pero tengo claro que estudiarlo en inmersión rinde más y resulta más fácil y rápido. Aprendes o aprendes, no te queda otra (ríe).
Hasta entonces no tenía relación con el mundo de las euskal etxeak.
-Ninguna. En Lincoln no hay euskal etxea y entro en contacto más tarde, a raíz de aprender euskera. A mi vuelta realizo los estudios de Psicología en la Universidad de Buenos Aires, al tiempo que comienzo a impartir clases de euskera en la asociación Euskaltzaleak y en el Centro Vasco de Junín. Entro en contacto con el programa Argentinan Euskaraz y continúo mi aprendizaje de euskera, al tiempo que también enseño. Di clases en Euskaltzaleak durante once años, hasta que en 2002 decido con mi marido y mis hijos pasar un tiempo en el País Vasco, en Angelu...
...Donde impartirá clases de euskera a vascos nativos.
-Me integro en AEK y di clases en Angelu y Biarritz. También para adultos en Angeluko Ikasleak. Y para niños en la enseñanza bilingüe privada, en Sacre Coeur, de Baiona, y Stella Maris, de Angelu. La gente se sorprendía de que una argentina les diera clase, siendo ellos de aquí o viviendo al menos aquí. Creo que para ellos era la prueba de que, a pesar de la fama que le ponen, el euskera, como todo, se puede aprender, la constatación de que poco a poco todo se logra si existe la voluntad y dedicación suficiente.
Sacó el título EGA.
-Me tracé esa meta en 2002 y cuando lo logré, en julio de 2003, no me lo podía creer. Lo cierto es que aprender euskera ha sido importante y muy gratificante para mí. Lo fue poder hablar con mi padre en su lengua materna, porque también él podía expresarse conmigo de manera más natural y afectiva. Fue una experiencia muy linda de compartir, adentrándome un peldaño más con mi familia paterna, poder sumergirme en ese ambiente cultural que también forma parte de mí.
¿Cómo se siente en relación a lo vasco y lo argentino?
-A mí me tira mucho Argentina. Nací allí y allí tengo mi familia materna, que es principalmente de origen italiano. Mi sensación fue siempre estar un poco dividida, porque pertenezco a ambos mundos. Lo ideal sería vivir en Argentina y viajar seguido a Euskal Herria, porque cuando veo su paisaje, escucho su música, participo de sus manifestaciones culturales o hablo su lengua siento que algo palpita dentro de mí, algo que me proporciona un íntimo sentimiento de felicidad que resulta difícil expresar.
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