Con motivo del Amerri Eguna 2016, les compartimos esta interesante reflexión publicada en Gara:
Es evidente que la tensión independentista ha bajado en Euskal Herria en los últimos meses. La derrota en Escocia y el impasse de la situación catalana han enfriado el ambiente. Falta también una estrategia soberanista compartida, lo que puede desmotivar al independentista tradicional; pero sobre todo hay una incapacidad para proyectar la necesidad de la independencia como un instrumento de transformación social y mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población, lo que impide activar al independentista potencial. Es una situación de debilidad que puede ser coyuntural y transitoria, preludio de una nueva y más sólida dinámica independentista, si somos capaces de conectar esta propuesta con las profundas dinámicas de transformación que están redefiniendo la política y la sociedad vasca.
La cuestión no es tanto hallar en un laboratorio político la correcta formulación de la «vía vasca» sino convencer a una masa crítica de los habitantes de este país de que la independencia es la oportunidad para vivir mejor y de que merece la pena comprometerse con ella. Y eso requiere de una nueva oferta independentista que sea capaz de trascender las fronteras ideológicas en la que esta propuesta ha tenido respaldo. Debemos ensanchar la base independentista mediante un proyecto que aúne tanto a los que buscan la afirmación nacional como a quienes tratan de construir un marco más favorable para crear una sociedad más justa. Identidad nacional, cambio social o ambas. Tres opciones para hacer mayoritario el independentismo.
No comparto la afirmación de que una Euskal Herria independiente no serviría de nada si no viene acompañada de una profunda transformación social. Sí serviría. Serviría para terminar con la opresión nacional de este pueblo. Padecemos una triple opresión: nacional, social y patriarcal. Superar alguna de esas dinámicas de imposición, e incluso cualquiera de sus manifestaciones secundarias, tiene un valor intrínseco. La independencia no sería el final del camino para quienes buscamos la plena emancipación, pero no se puede negar su virtualidad liberadora. Pero, además de su valor per se, la consecución de la independencia crearía un escenario más favorable para el cambio social. Esa es la oferta que debemos explicitar a quienes desde la izquierda niegan o relativizan la importancia de la cuestión nacional. Y en ese sentido, la evidencia de que el marco vasco es más favorable a la transformación social es abrumadora.
Euskal Herria es, a pesar de la crisis y la injusticia social, un país puntero a nivel económico. La suma de la izquierda real soberanista y la estatal configura una de las sociedades más a la izquierda de Europa, lo que permitiría, mediante una adecuada gestión, establecer un sistema socioeconómico de mayor bienestar, justicia, equilibrio medioambiental y equidad de género. El combativo sindicalismo vasco y los movimientos sociales también serían agentes del cambio. Una política fiscal justa nos daría recursos para un fuerte estado del bienestar y la cultura colectiva del país nos ayudaría a profundizar en la democracia participativa. Una Euskal Herria independiente sería sin duda una República, desmilitarizada y fuera de la OTAN (recordemos el No a la OTAN o la insumisión). La vasca es una sociedad fuertemente secularizada, lo que abriría las puertas a una plena laicidad. El partido de extrema derecha que ha gobernado España con mayoría absoluta, en Euskal Herria agoniza… No hablamos de una Arcadia feliz, pero las condiciones objetivas y subjetivas de Euskal Herria determinan que en un Estado vasco las posibilidades de construir una sociedad más próspera, justa y democrática se multiplicarían.
Por el contrario, desde el Estado se nos imponen una y otra vez decisiones inaceptables para Euskal Herria. La apuesta española por un modelo de mano de obra barata ha destruido la negociación colectiva, hundido los salarios y desmantelado la inversión en I+D. El peso de la fiscalidad se ha trasladado a la mayoría a través de subida del IVA. La prioridad del pago de la deuda se ha convertido en constitucional. La corrupta gestión de las Cajas de Ahorro ha devenido en que Europa haya obligado a desmantelarlas. Las pensiones están congeladas al igual que el salario mínimo. Se han congelado también los salarios a trabajadores públicos y no se pueden crear las plazas necesarias en la administración por las limitaciones estatales. La legislación vasca que busca escapar de estas políticas de austeridad ha sido sistemáticamente recurrida por el gobierno central ante el Tribunal Constitucional… No es una ofensiva coyuntural, sino una realidad estructural. En un momento en el que se acumulan las crisis en el Estado, los partidos que apoyan al Régimen de la monarquía, la OTAN, la Conferencia Episcopal y el IBEX-35 han obtenido el 70% del voto, lo que muestra la solidez de las fuerzas regresivas.Económica y políticamente en Euskal Herria y el Estado imperan modelos antagónicos. Pretender unir el futuro de Euskal Herria con el del Estado significa pedir a la ciudadanía vasca que renuncie a las posibilidades de transformación social que se dan en nuestro pueblo para mantenerse unida a un Estado que, además, es una estructura intrínsecamente retrógrada. Eso sólo puede defenderse desde un nacionalismo español expreso o inconfeso. Y eso no puede hacerse desde la izquierda, porque España es una estructura de esencia imperial, un proyecto de dominación de pueblos y personas. Por eso no puede haber patriotismo español de izquierdas, como no podía existir patriotismo de izquierdas que defendiera el Imperio Británico. Aun así, el independentismo tampoco es un «sálvese quien pueda… y el que no pueda, ahí se queda». Abandonar el Estado español es también un acto de solidaridad con los sectores populares de ese Estado, porque pondría ante el espejo de su fracaso el proyecto con el que las élites económicas, militares y religiosas han justificado su modelo de dominación y abriría el cauce a un proceso de ruptura real de ese Régimen. El «antes roja que rota» demuestra qué es lo que verdaderamente temen esas élites.
No es lo mismo patriotismo vasco que patriotismo español. No es lo mismo la autoafirmación del oprimido que la del opresor. No es lo mismo el Black Power que el White Power; como no es lo mismo el machismo que el feminismo, ni son dos caras de la misma moneda, sino tesis y antítesis. Por eso podemos legítimamente reivindicarnos como abertzales y defender esa opción desde la izquierda. Y como abertzales entendemos que existe una retroalimentación entre el fortalecimiento de la identidad nacional y la construcción de la estatalidad vasca. Pero necesitamos compartir el camino a la independencia con otras gentes que tengan motivaciones distintas y ello obliga buscar nuevos equilibrios, entre otras cosas para evitar que la legítima defensa de una identidad cultural y lingüística española, que es también propia de una gran parte de la población vasca, se convierta en defensa de la estructura política regresiva del Estado español.
Cualquier alianza implica un proyecto común nuevo. El primer independentismo habló de raza. El segundo habló de lengua y cultura. El nuevo independentismo ha de hablar de un pacto social de progreso colectivo. Solo un independentismo de amplio espectro, plural como la propia sociedad, podrá resultar lo suficientemente mayoritario como para superar la imposición del Estado. Defender una Euskal Herria independiente no es sólo luchar por la pervivencia de una nación, no es sólo sentimiento. Es también defender un marco más favorable para la consecución de los derechos sociales y profundizar en la democracia; para vivir mejor. El unionismo español es la opción irracionalmente nacionalista. El independentismo vasco es la opción racional.
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