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lunes, 24 de mayo de 2004

Fazio | Bush, Irak y la Tortura

Como ya hemos denunciado anteriormente en este blog de la diáspora vasca y para la diáspora vasca, la tortura es el método preferido por la corona española para sembrar terror en Euskal Herria, especialmente entre quienes luchan por el respeto a los derechos civiles, políticos, laborales y lingüísticos de la clase trabajadora.

Ahora que el tema se ha puesto sobre la mesa por lo que está ocurriendo en Irak, sería conveniente dirigir la atención internacional hacia los lugares donde hoy la tortura es algo común, ejercida por anacrónicos poderes colonialistas sobre poblaciones en resistencia; vascos, kurdos, mapuches, palestinos, etc.

Por lo anterior, les invitamos a leer este artículo de opinión publicado por La Jornada:


Bush, Irak y la tortura

Carlos Fazio

La tortura, y su punto límite, la desaparición, es el acto y la figura paradigmática con que el poder violento busca legitimarse e imponer su ley. En Irak y Afganistán la potencia de ocupación neocolonial, Estados Unidos, busca imponer regímenes títeres, autoritarios. Para ello, en la actual fase de guerra encubierta y contrainsurgencia se viene aplicando la tortura como método científico de interrogatorio, en flagrante violación de la Convención de Ginebra.

Según un memorando oficial revelado por Newsweek, la orden secreta para transgredir esa convención fue firmada por el presidente George W. Bush en enero de 2002, siguiendo recomendaciones del jefe legal de la Casa Blanca. Uno de los métodos aprobados por Bush, utilizado por los interrogadores del ejército, de la Agencia Central de Inteligencia y mercenarios subcontratados por el Pentágono para tareas sucias, experimentado con antelación en el "laboratorio" instalado en el campo de concentración de Guantánamo, se conoce como "intensificación del temor". De acuerdo con documentos del Pentágono, consiste en "aumentar de manera significativa el miedo de un detenido". Grosso modo, esa técnica implica el traslado del prisionero encapuchado a una celda de castigo, por un camino rodeado de perros guardianes ladrando; allí se mantiene a la víctima desnuda y se le coloca en situación límite -de "estrés", se dice ahora-, sujeta a frío o calor extremo, expuesta a música a alto volumen, y se interrumpe metódicamente su sueño con golpes, ladridos y ruidos estridentes.

El método no es nuevo. Estados Unidos lo practicó en Vietnam y lo exportó después a las dictaduras militares del Cono Sur en el marco de la doctrina de seguridad nacional. Si se observa a simple vista, las fotos que han desestabilizado al gobierno de Bush -dejando de lado el morboso goce sicopático de los soldados Charles Garner y Sabrina Harman, posando sonrientes junto a un muerto por torturas- tienen dos elementos casi constantes: el cuerpo desnudo de los prisioneros y la capucha. La misma técnica utilizada por los militares latinoamericanos. Ahora, simplemente, la metodología ha sido remozada.

¿Qué se busca con la tortura? ¿Cómo opera? Las agresiones físicas (hambre y sed, dolor hasta el suplicio, martirios refinados), las agresiones síquicas (el aislamiento, la privación sensorial consustancial a la capucha, los mensajes contradictorios, la humillación) y las amenazas de ataques sexuales, o su consumación, a veces de manera tumultuaria, son sólo los "medios" o las "técnicas" de un plan concertado que apunta a la destrucción (demolición) de la víctima. Se busca destruir, en el torturado, el ser humano concreto y el ser político que cada uno es; persigue degradarlo en su condición y dignidad humana. Previa supresión o mutilación del pensamiento propio, de su conciencia social reflexiva, el propósito final buscado es convertirlo en un individuo autómata.

La tortura es todo dispositivo intencional -cualesquiera sean los métodos utilizados- con la finalidad de destruir las creencias y convicciones de la víctima, para despojarla de la constelación identificatoria que la constituye como sujeto. Persigue despersonalizar al prisionero, extirpar su identidad y convertirlo en algo ajeno a la intersubjetividad, con la pérdida consiguiente de su independencia. La causa del mal (la tortura tecnificada, el terror político) es de origen humano, intencional y calculado. La tortura no es expresión de un arcaísmo bárbaro. Al contrario, es una práctica de rutina de la "civilización". Quienes practican esa metodología del horror lo hacen con conciencia lúcida. Bush y los halcones de Washington utilizan la tortura en Irak, Afganistán y Guantánamo como instrumento clave, redituable, en el marco de una estrategia de poder autoritario y represivo. Sus ejecutores (los torturadores) son agentes de un poder violento.

Pero, además de perseguir la "demolición" del individuo para obtener información de inteligencia, la tortura está destinada a la sumisión y parálisis de la sociedad gobernada. Agrega en onda expansiva un efecto no menos siniestro y más extendido: el martirio de un puñado de víctimas marca a toda la comunidad en un abanico de respuestas -terror, miedo, culpa, rebelión-, diversidad de representaciones y afectos que no se dan en estado puro en ningún sujeto individual.

En el marco de la guerra de liberación del pueblo iraquí contra las tropas de ocupación extranjeras, esa violencia busca repercutir en todas las instancias de la vida colectiva, por obra del temor, la desconfianza, la incertidumbre. El martirio de algunos es referente simbólico de punición para todos, y conduce, o debería conducir -esa es la apuesta de Donald Rumsfeld y sus muchachos- a la parálisis social mediante el terror y amedrentamiento a la rebelión que continúa la espiral beligerante. El silencio (o silenciamiento) sería un aliado o cómplice del terrorismo de Estado practicado por la potencia neocolonial; se trata de un procedimiento que busca el consentimiento de la población por sumisión y castiga la desviación con suplicio y terror.

Sin embargo, pese a la táctica de manipulación y "expropiación masiva de nuestras conciencias" (Eduardo Subirats) utilizada por los imperialistas en Irak y Afganistán -y por los colonialistas sionistas contra los palestinos en los territorios árabes ocupados-, el carácter genocida de la "guerra civilizatoria" y por la "democracia" aflora con total nitidez. Nadie puede decir ahora, como en el pasado, "yo no sabía". Nadie, claro está, que no abrigue un sentimiento racista, esté a favor de los colonialistas o sea un cobarde intelectual. 



Sustituyan los nombres de George W. Bush y Donald Rumsfeld por los de Juan Carlos I, José María Aznar, José Luis Rodríguez, Baltasar Garzón, Felipe González, Cándido Conde-Pumpido... y sustituyan a Afganistán e Irak por Euskal Herria... exactamente lo mimso.

 



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