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sábado, 22 de mayo de 2004

Roitman | Una Boda Indecente y Previsible

11 de marzo de 2004, ene cantidad de bombas explotan en trenes de cercanías de Madrid, casi doscientos muertos, miles de heridos, el gobierno en funciones manipulando la información desde el primer minuto.

Pasados dos meses y diez días... una boda real por todo lo alto, con todo el lujo y boato posibles.

Así se burla la monarquía impuesta por Francisco Franco de los habitantes de Madrid.

Dicho lo anterior, les invitamos a leer este artículo de opinión de Marcos Roitman publicado por La Jornada:


Una boda indecente y previsible

La plebe, convidada de piedra en la unión de Letizia y Felipe

Marcos Roitman Rosenmann

Casarse por la Iglesia es un acto de fe religiosa. La ceremonia tiene un estricto protocolo. Todo se desarrolla de acuerdo con un plan. Se trata de una confirmación en la doctrina de Cristo y ante los ojos de un Dios omnipresente y todopoderoso. Pero, ¿qué ve Dios en la catedral y sus alrededores mientras Felipe y Letizia declaran su amor?

Madrid está cercado por policías, militares, guardia civil y servicios de inteligencia, que patrullan calles y ejercen un control minucioso sobre paseantes y curiosos. El cierre de comercios y grandes superficies a petición de la casa real, con el fin de evitar dispersión en las fuerzas de seguridad, es asumido estoicamente. En contrapartida, las tiendas podrán abrir sus puertas el día en que Dios descansa y resarcirse de las pérdidas. Se trata de un apoyo desinteresado a la boda real.

A una distancia prudente, kilómetros de por medio y fuera de peligro, sin temor a levantar el chiringuito por sorpresa ante el acoso de los agentes municipales, los vendedores ambulantes -la mayoría inmigrantes ilegales, marroquíes, latinos y asiáticos- han cambiado de rubro. Hoy se disputan los mejores puestos en calles y plazas ofreciendo a precios accesibles, casi de ganga, recuerdos del enlace. Cambian las camisetas del Real Madrid por caprichos para monárquicos convencidos o turistas de ocasión. Son llaveros, platos, ceniceros, banderas con los rostros de los novios, pañuelos, cirios, estampitas... Todo lo que Dios, en su misericordia, puede imaginar y los empresarios producir con fines crematísticos. Ellos son los beneficiados. Poco importa si los vendedores callejeros logran capitalizar el riesgo. Además, lo que no se venda hoy terminará arrinconado o bien se ofertará como premio de consolación en las ferias estivales de los pueblos de España. Por un tiempo sustituirán los tradicionales osos de peluche. Para los iluminados empresarios es la última oportunidad de lucrarse con la familia real, ya no quedan vástagos solteros. Habrá que esperar años para comercializar una boda con herederos al trono. (Ojalá se evite esta guisa y en cambio podamos celebrar el advenimiento de la tercera república, síntoma evidente de la llegada de otro tiempo democrático.)

Mientras tanto, la catedral rebosa poder. Reyes y reinas, primeros ministros, jefes de Estado y de gobierno, miembros de la corte y demás invitados hacen acto de presencia. Vestidos para la ocasión, son contemplados por 259 cámaras ubicadas estratégicamente. Los periodistas acreditados sacan fotos y se dan un festín de famosos. Coches de lujo con choferes engalanados, prestos a cumplir su cometido, abren las puertas para el descenso de condes, duques, archiduques, infantes y cortesanos. Sin contratiempos y ordenadamente ocupan sus lugares asignados según rango y honores. Pocos son los elegidos. Nada ha cambiado en siglos de bodas reales. Las diferencias entre clases y estamentos no se disimulan. La movilidad social es un eufemismo. No hay lugar para el común.

La catedral de la Almudena se convierte en una clase práctica de sociología del poder y de estructura social. Clero, militares, capital financiero e industrial, jueces y fiscales, aristocracia, cortesanos, burguesía monárquica, miembros del gobierno, presidentes autonómicos, todos presentes. Unos pocos rechazaron la invitación por decencia. Los republicanos de Cataluña, Izquierda Unida, el Partido Nacionalista Vasco y algún otro que se apuntó de última hora. Pero entre los asistentes a nadie escapa el lugar que ocupan en una jerarquizada escala social. En este alambicado casamiento, el poder se refleja según sea la órbita más cercana o lejana a la pareja real. Los últimos de la fila son conscientes de su suerte, están tocados por la vara real, su presencia tiene como objetivo mostrar el carácter bonachón de la corona.

Tampoco faltan actores, cantantes, deportistas, intelectuales, gente variopinta cuyo éxito les hace merecer el favor real a pesar de recibir emolumentos a cambio de trabajo, categoría inapropiada para juzgar la actividad desarrollada por reyes y príncipes, ellos no se ganan la vida con el sudor de su frente. El erario público subvenciona sus gastos y presta atención a sus necesidades. Sin ir más lejos, esta boda supone cientos de millones de las antiguas pesetas a costa del sufrido contribuyente. Factura a la que hay que añadir otros gastos menores sin precisar. No olvidemos la movilización de tropas, el aparato logístico y el conjunto de regalos de ayuntamientos, comunidades autónomas y demás instituciones de la corona, cuyos representantes no han escatimado en gastos. Realmente indecente, cuando aun están presentes los atentados del 11 de marzo. Pero ello también esta previsto en la organización. Hay tiempo para recordarlos entre la multitud de actos complementarios. Así, la monarquía se amalgama en el dolor del pueblo. Nada se deja al azar. También la emisión de sellos y monedas de oro y plata para coleccionistas. Todo un detalle con el fin de inmortalizar tan fastuoso acontecimiento real.

Cuando ''monseñor'' oficia la misa, los invitados, muchos de ellos, con los ceños cabizbajos y síntomas de aburrimiento, dejan escapar sus mentes y piensan en el festín: jamón ibérico, mariscos, carnes rojas, buenos vinos. La gula, ese pecado capital, hace acto de presencia a medida que avanzan las horas, es necesario ir cerrando la ceremonia religiosa. El sí de Letizia es comentado con sobriedad. El clímax se ha producido. Ahora queda el baño de multitudes. La salida y el recorrido oficial, acompañado del tradicional ¡¡vivan los novios!!

La televisión pública, que lleva dos semanas con especiales dedicados a la boda, cubre el acontecimiento. Liberados del tedio de la misa, comienza el espectáculo. Los comentarios son más pedestres y hacen referencia a los zapatos, corbatas, camisas, pantalones, esmoquin, bolsos, sombreros y peinados lucidos por insignes invitados. Un tiempo más generoso es guardado para el vestido de la novia. No faltan especialistas en moda contratados ex profeso para intercalar, entre corte publicitario y corte publicitario, sus atinados comentarios sobre las últimas tendencias en modelos.

El confite, la serpentina y demás parafernalia con que se agasajó el paseo nupcial será recogida con celeridad el mismo día. Los empleados de la limpieza, muchos de ellos con contratos basura y sobre explotados por empresas privadas, harán el trabajo. En Madrid, la resistencia y el rechazo de una parte cualitativamente significativa de la sociedad civil a conceder carácter de Estado a una ceremonia religiosa y privada será omitida. Con su pompa y boato evidenciará la falta de respeto a más de ocho millones de españoles, según Cáritas, que viven en condiciones de pobreza y extrema pobreza. Sin olvidar los sin papeles, emigrantes en condiciones de semi-esclavitud. Los novios deberían haber sido conscientes de esta realidad y haber decidido en bien de España celebrar una boda más apropiada para demostrar su compromiso con la democracia y la justicia social. Su renuncia a ello deja en evidencia que la monarquía no considera la democracia como una de sus cualidades. Parece ser que la democracia sí tiene en la forma republicana de estado una mayor posibilidad de existir. Quizás sea esta la reflexión que debemos realizar. ¡Viva la república! 




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