Daniel C. Bilbao - Coordinador de la Asociación Diáspora Vasca
Alto el fuego, pero no tregua
La decisión de la organización armada vasca ETA de anunciar un alto el fuego permanente produjo el revuelo que cabía imaginar, pero los tres años previos sin atentados que incidieron decididamente en la escena política le quitaron dramatismo. De hecho, el comunicado de la organización no hizo más que ratificar algo que ya venía sucediendo, más allá de ciertas ekintzas testimoniales.El anuncio del alto el fuego era casi un perfume en el ambiente político, por lo que más que especular sobre el hecho hay que reflexionar sobre el marco político en el que se da y sus eventuales repercusiones en la escena política. La etapa que se abre repercutirá sobre el proceso negociador según reaccionen las partes involucradas, aunque hay elementos que orientan sobre la dirección que puede tomar.
Algunos comentaristas aluden a ciertas similitudes con el proceso irlandés, pero hay una diferencia notable y fundamental: aquí no hubo «declaración de Downing Street», con reconocimiento del derecho de autodeterminación. Esta es una posición de fuerza desde la cual el Estado español va a condicionar la mesa de diálogo de los partidos.
ETA declaró el alto el fuego, pero el movimiento independentista no decretó ninguna tregua. Tampoco el Estado español. En este punto, los sectores estatales y unionistas registran otra fortaleza: los medios de protesta que utilice la izquierda abertzale, ante el mínimo episodio de violencia o enfrentamientos, corre el riesgo de ser tildado de una vuelta al pasado, utilizando ese argumento para sabotear el proceso. Esto es un elemento importante, pues la movilización popular es imprescindible para sacar el proceso adelante.
A pesar de estas ventajas relativas y de haberse sacado un enorme peso de encima, el Estado y los partidos que lo secundan están metidos en un angosto corredor adonde los ha llevado la tozuda acción del movimiento independentista. Si bien la decisión de ETA es fruto de una negociación con el Gobierno español, no deja de constituir un abierto desafío. El pueblo vasco y los demás pueblos del Estado saben que ETA deja de usar las armas para que se inicie «un proceso democrático», y ésta es la obligación que deben asumir el gobierno autonomista y el estatal para resolver el conflicto.
La estructura del Estado cruje, tironeada principalmente por vascos y catalanes. El Gobierno español sabe que sentarse a negociar el conflicto vasco es abrir la puerta a una reformulación de un estado creado sobre la conquista y la imposición, cárcel de pueblos que ya no puede sostener. Mucho deberá negociar en su propia interna.
Un sociólogo argentino escribió hace muchos años sobre «los tres momentos del alma revolucionaria», diciendo que éstos eran «el descontento del presente», la «conciencia del derecho» y la «representación del porvenir». Los vascos ya han quemado las dos primeras etapas, y comienzan a representarse el porvenir. Udalbiltza, el Consejo para la Construcción Nacional, el Foro de Debate, son organismos que lo prefiguran. Estos elementos se asientan sobre una mayoría social y política que tiene conciencia de su propia fuerza y se siente capaz de avanzar.
El alto el fuego ha venido a actuar como catalizador, al remover lo profundo del conflicto, para poner en marcha a las fuerzas que deberán afrontar la solución. El Gobierno español está enfrentado a tomar decisiones inmediatas con los presos, los criminalizados e ilegalizados. El PNV deberá resolver su lucha interna para determinar si se une a la mayoría vasca o se queda en España. La movilización será la llave para garantizar que no se burlen las expectativas.
Todas estas cosas ha venido a remover la decisión tomada por ETA. Los vascos deben estar alertas y movilizados porque el negocio de vender ilusiones es la especialidad de los políticos remachados en sus poltronas. -
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