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sábado, 30 de mayo de 2020

Egaña | Condenas Añadidas

Ayer se llevó a cabo una actividad solidaria para con los presos políticos vascos denominada Izan Bidea y convocada por la plataforma ciudadana Sare.

Para abundar en el tema de la situación que viven los presos políticos vascos y tomando como referencia la situación actual que vive la sociedad dada la contingencia creada por la pandemia del SARS CoV-2, traemos a ustedes este texto de nuestro amigo Iñaki Egaña dado a conocer en su página de Facebook:


Iñaki Egaña

Con la edad nos vamos convirtiendo en una bolsa de recuerdos. La vida se nos agolpa en unos cuantos flashes. Uno de estos incisos que me revuelven tiene ya demasiados años. Y, sin embargo, el suceso me sugiere la crueldad de la que es capaz un sistema, un estado, un gobierno, sin apenas pestañear. Y de lo que son capaces sus legionarios, por un puñado de monedas que son, a fin de cuentas, las que asientan su ideología.

El acontecimiento sucedió en Bilbo. Había fallecido el enésimo preso vasco. En Herrera de la Mancha, una prisión de alta seguridad construida ex profeso para presos políticos. Se llamaba Joseba Asensio, y su muerte le sobrevino unos días después de la inauguración del Mundial de Fútbol de México. Quisieron los duendes del destino que el deceso de Joseba coincidiera con la de José Luis Borges.

Y como si una de esas extrañas historias del estrafalario escritor argentino se tratara, Asensio se nos fue, en plena modernidad, de tuberculosis. Una enfermedad que se detecta con una ligera prueba que incluye un pinchazo cutáneo y se trata con antibióticos, habituales en cualquier farmacia de cualquier esquina. La médica de la cárcel, Nuria Castro, fue procesada por negligencia. El fiscal le pidió seis años, pero fue absuelta porque su criterio de defensa tenía un amargo sostén. Contaba con un fonendoscopio como único artilugio de trabajo. Y la tuberculosis no se oye.

La fatídica muerte de Asensio, un joven de 27 años al que apenas quedaban unos meses para concluir su condena de seis años, y que debía de estar en la calle si le hubieran aplicado el régimen general penitenciario (tres cuartas partes cumplidas) tuvo su continuidad. Nunca sabremos cuál es el techo de los malvados. Ni siquiera la Shoah lo determinó.

Y es en este instante donde la alusión se repite en la transición de recuerdos que conforma nuestra vida: el ataúd de Asensio con sus restos aún recientes, a hombros de su familia y amigos, asaltado por una caterva de policías que agredieron el duelo. En Bilbo. La perversión no sabe de paréntesis. Más de 30 heridos y una imagen para la eternidad. Era el Año Internacional de la Paz aquel de 1986, pero para el ministerio del Interior español, el descanso no llega siquiera con la muerte.

La prisión como modelo represivo anexo continuó su trazado legendario. Murieron otros presos vascos, algunos excarcelados antes de expirar su último aliento, para evitar esa estadística que señala a los fallecidos bajo custodia. Que apunta a responsabilidades, aunque sean morales porque ya sabemos de sobra que las políticas y judiciales, con ese entorno neofranquista que pulula entre los togados y encorbatados, no llegarán.

El ictus de Julen Atxurra en la mazmorra de Puerto, nos indica lo poco que han cambiado las tendencias penitenciarias en las últimas décadas. A pesar de lo sucedido con Joseba Asensio, siete años más tarde y en la misma prisión de Herrera de la Mancha, otro preso vasco, Laurentz de la Llama, iniciaba una huelga de hambre para que ¡le atendiera un médico! Había enviado numerosas peticiones al juez de vigilancia penitenciaria que ni siquiera había tenido la delicadeza de responderle.

El pasado año de 2019, tres presos políticos vascos fallecieron con enfermedades desarrolladas con celeridad en prisión, detectadas tardíamente, sin tratamiento adecuado. Fueron excarcelados cuando se encontraban en fase terminal: Oier Gómez, Juan Mari Maiezkurrena y José Ángel Otxoa de Eribe. Recordarán a Kepa del Hoyo, en 2017 mal diagnosticado que murió de un infarto, a la semana del reconocimiento.

Al día de hoy, en el tercer mes desde el estado de alarma de la pandemia del coronavirus, hay 65 presos vascos con enfermedades que necesitan de seguimiento médico externo, entre ellos 17 con patologías graves. La respuesta, sin embargo, de París y Madrid al aligeramiento carcelario por la situación sanitaria ha sido sintomática: el tema no va con los internos vascos.

La situación del colectivo de presos vascos es demoledora. La juventud, sinónimo de salud y frescura, no es una de las señas de identidad de los presos vascos. Un 90% tiene más de 40 años y un 17% más de 60. Cuatro presos vascos llevan entre rejas más de 30 años y 50 más de 20. En Europa el estándar de estancia máxima en internamiento es el de 15 años de presidio. Si aplicáramos esa regla al colectivo de presos políticos vascos resultaría que dos terceras partes (65,2%) habrían superado ya el límite europeo.
En medio de la pandemia y en esa reclusión temporal a la que nos han sometido manu militari, y con esto no quiero sugerir que el aislamiento no fuera necesario, las cárceles fueron cerradas a cal y canto. Con reparos. Un ertzaina introdujo, inconscientemente, el virus en la prisión de Zaballa. Síntoma de las prioridades. En otras cárceles del estado, contagios, suicidios y silencio sepulcral. Control de la información para evitar las protestas.

Cuando he leído por aquí y por allá sobre la dureza del confinamiento para quienes estamos en el exterior, me ha sorprendido la levedad de nuestras personalidades. Con internet, biblioteca al antojo, teléfonos móviles a tarifa plana, frigoríficos rellenados al gusto (dentro de las posibilidades de cada clase) y otro tipo de comodidades, muchas de las quejas no han dejado de sonarme como lo que son, frivolidades.

Más aún al descorchar los informes de tanto experto que surge bajo las macetas de nuestros balcones: el 46% de la población va a sufrir trastornos psicológicos intensos por el hecho de haber permanecido unas semanas en confinamiento. ¿Es esa la fortaleza de nuestra sociedad? De ser cierto, el género humano tiene los días contados.

Porque a esa ingente colectividad contrariada habría que recordarle que miles de millones sufren en el mundo de unas condiciones inhumanas, por usar un término distópico, Y que, en la cercanía, dos centenares y medio de nuestras y nuestros compatriotas, sufren esas inhumanas circunstancias desde hace décadas. En prisión, para más señas.






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