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viernes, 8 de mayo de 2020

Otras Pandemias

Seguimos inmersos en el berenjenal de la contingencia causada por el SARS CoV-2 y desde Gara traemos a ustedes este llamado al cambio de paradigma necesario para superar esta amenaza y otras.

Lean por favor:


José Allende Landa | Profesor de la UPV/EHU

(En recuerdo/homenaje a nuestro querido amigo José Luis Zumeta)

Mis primeras reflexiones cuando se hizo público el inicio de la actual pandemia del coronavirus y su previsible alcance planetario, giraron en torno a la vulnerabilidad y fragilidad que ello representaba para el mundo y su sistema socioeconómico y ambiental.

Enseguida observé la confusión manifestada en los distintos países y la dificultad de generarse una respuesta consistente, coordinada y solidaria a escala mundial. Vivimos hoy en un planeta cada vez más pequeño pero, paradójicamente, muy insolidario, egoísta e incapaz de abordar soluciones globales con ética social y en el marco de un capitalismo liberal en quiebra. Por ello mi pensamiento en relación con la batalla contra la pandemia la vinculé enseguida con el gravísimo y urgente problema de la lucha contra el cambio climático y el insostenible modelo de producción y consumo imperante. Es ya irrefutable admitir que nuestro modo de vida profundiza, cada vez más, en el proceso de vulnerabilidad y fragilidad con consecuencias éticas, sociales y ambientales incontrolables. Paralelamente incumplimos los objetivos del Acuerdo de Paris (2015), despreciamos las advertencias de la ONU, despreciamos los derechos humanos...

¿Qué sucede con las dos caras de la globalización? La cara más conocida es, sin duda alguna, que «la globalización y la desigualdad creciente de la distribución del ingreso van de la mano». El lado económico de la globalización es poco recomendable pues, ciertamente, se vincula con la ideología neoliberal y el modelo de producción y consumo actual absolutamente insostenible y socialmente inaceptable.

Una globalización bien entendida e intencionada debe tener muchos más aspectos positivos y beneficiosos que el aislamiento y la autarquía de los países y regiones. «La solución no es separarse, sino unirse más que nunca... echar la culpa de esta epidemia a la globalización es un error... » (Yuval Noah Harari). Pero, ¡ojo! Ello es totalmente compatible con una «revalorización de lo local» que también es recomendable ante el cambio climático y el peligro de pandemias. Entiendo, en consecuencia, que no se puede afirmar hoy, ante la crisis sanitaria, ecológico-ambiental y social planetaria «adiós a la globalización, empieza un mundo nuevo...», manifestado por John Gray, reconocido filósofo y político británico.

Todo ello, ciertamente, no invalida las reflexiones que algunos hacíamos en relación con la «revalorización de lo local», potenciando las redes de consumo locales, criterio de proximidad en el fomento de la agroecología, lucha contra el cambio climático, mejora de la biodiversidad, comarcalización del territorio en nuestro caso, etc.

En consecuencia, potenciar la sana globalización y la revalorización de lo local son, en el proceso de cambio obligado, tanto por el coronavirus como por el cambio climático, una urgente necesidad si, como señala Jeremy Rifkin «el sistema capitalista se ha agotado e insta a acelerar la transición hacia un nuevo modelo».

Es necesaria pues una respuesta social colectiva a la crisis que consolide una salud pública universal y que prime principios como la solidaridad y la cooperación. Y ello, compatible con la revalorización de lo local, con el refuerzo del poder local que mantenga las múltiples formas democráticas que nunca podrán ser víctimas de pandemias como la del coronavirus u otras que previsiblemente llegarán.

Desde mi punto de vista y en relación con Euskadi, creo que la movilización social dispone de una experiencia modélica en la lucha que mantuvo contra la nuclearización de este país (1973-1984).

La sociedad civil organizada debe volver a reaccionar también ante esta amenaza que se presenta desde la globalización con una respuesta desde la escala local que ayude a mitigar el grave conflicto sanitario que actualmente atraviesa, así como la gran amenaza del cambio climático.

La pretendida intención de construir nueve reactores nucleares (9.000 MW) en Euskal Herria por parte del Gobierno español, el Gobierno vasco e Iberduero SA en la década de 1970 (Deba, Tudela, Ispaster-Ea y Lemoniz) se frustró gracias a la inmensa y consciente oposición popular que el aberrante macroproyecto generó en el pueblo vasco durante algo más de diez años.

La poderosa movilización social, impulsada por organismos de la sociedad civil organizada paralizó, secuencialmente, las centrales nucleares previstas en Deba, Tudela, Ea-Ispaster y finalmente Lemoniz, donde también la acción armada de ETA tuvo su protagonismo.

Resulta sorprendente y muy significativo que la oposición a la bestial nuclearización de Euskadi partiera de los organismos de la sociedad civil organizada y no de partidos políticos como  UCD, AP (PP), PNV, PSOE, PC... que eran claramente pronucleares.

De no haberse paralizado aquellos proyectos en Euskadi sería hoy el país más nuclearizado del mundo. En treinta kilómetros de costa habría hoy ocho reactores nucleares de 1.000 MW cada uno.

La respuesta contundente de una mayoría social representada por aquella sociedad civil fue absolutamente efectiva. Resulta en consecuencia bienvenida ahora la iniciativa que, desde Europa, acaba de nacer en el contexto de la covid-19, el denominado “Pacto Verde de la Comisión” (“El País”, 15/4/2020). Según este pacto que dispone de un «enorme potencial para reconstruir la economía europea, la lucha contra el cambio climático debe ser el núcleo de la estrategia económica que ponga en marcha la UE para salir de la crisis ligada a la pandemia del Covid-19».

Esta propuesta de la recién nacida Alianza Europea para una Recuperación Verde, solo tendrá credibilidad si es fuertemente respaldada por la sociedad civil organizada.






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