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lunes, 11 de mayo de 2020

Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi

Lo dicho, los vascos tenemos la costumbre de aparecernos en donde menos se nos espera y desde las páginas de el Diario Vasco traemos a ustedes los apuntes geográficos de uno que estuvo presente en México durante el muy corto mandato imperial de Ferdinand Maximilian Joseph Maria von Österreich.

Lean:


Carlos Rilova Jericó

Decía Julio Caro Baroja que había ciertos temas que podían perseguir a un historiador toda su vida. En su caso, desde luego, fue el de la Brujería, que lo convirtió, más que merecidamente, en un referente a nivel internacional.

Salvando grandes distancias, el que estas líneas escribe puede dar fe de que es cierto que una vez que hemos topado con un tema en los archivos, éste puede perseguirnos durante años, incluso décadas. Con la cuestión de la Gran Caza de brujas europea -y americana- he pasado por esa experiencia. Otro tanto me ha ocurrido con las guerras napoleónicas, con el Liberalismo español de primera hora y, también, según parece, con la guerra librada entre el gobierno liberal de Benito Juárez y el llamado “Segundo Imperio mexicano” entre 1863 y 1867.

En efecto, de ese tema he hablado ya varias veces. Alguna que otra por aquí, en referencia a los oficiales del Ejército mexicano que, capturados por las tropas del emperador Napoleón III, fueron deportados a Europa y acabaron, nada más y nada menos, que trabajando en las obras de la ciudadela de Urgull en San Sebastián… Eso antes de volver a México para continuar la lucha contra el invasor francés. Una interesante historia que dio también para un largo artículo en el Boletín de Estudios Históricos de San Sebastián del año 2017 y alguna que otra conferencia.

Bien, pues, tal y como decía Caro Baroja, el tema parece haberse aferrado a mí. Volví a encontrarme con él hace pocos días, cuando Iñaki Garrido Yerobi, que está a punto de convertirse en académico de número de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, me pidió que echase un vistazo a su discurso de ingreso en ella por si encontraba algo que corregir, mejorar, etc…

Para quienes no conozcan en qué consiste uno de esos discursos de ingreso en una Real Academia, les diré que no son tres o cuatro folios. Esos discursos, en realidad, son un pequeño libro de Historia sobre un tema determinado basado en investigaciones inéditas. En este caso el asunto elegido era el que era de esperar para ingresar en una Real Academia dedicada a la Heráldica y la Genealogía. Es decir: un estudio muy a fondo sobre la nobleza navarra, desde la Edad Media hasta la actualidad, siguiendo las huellas, archivo a archivo, de esas familias principales.

Cosas que corregir en ese discurso no encontré muchas. Y en cuanto a las mejoras, lo que mejoró, sobre todo, con su atenta lectura, fueron mis conocimientos históricos. En este caso sobre las andanzas de la nobleza del viejo reino de Navarra que, como ya sabía por otras causas, han dado, en ocasiones, la vuelta al Mundo.

Entre otros muchos casos topé en ese discurso de ingreso con alguien descrito como el IV y último conde de Yoldi. De nombre Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi. Este noble navarro había nacido bajo una estrella curiosa, pues era hijo, naturalmente, de la III Condesa de Yoldi, Josefa de Aguirre Yoldi y Bouligny.

Esta mujer, que moriría en Versalles en octubre de 1882, vivió inmersa en grandes acontecimientos históricos. Por ejemplo, nació en Copenhague, en el año 1802. Nada extraño si consideramos que era hija del embajador plenipotenciario español en la capital danesa, justo en los momentos en los que Napoleón Bonaparte ambicionaba quedarse con ese reino escandinavo para cerrar el bloqueo continental sobre Gran Bretaña y hacerse -al fin- amo de Europa. Así, la madre de Alfonso de Coopmans, cuando era una niña, pudo ver marchar por las calles de su Copenhague natal a las unidades de élite españolas de la División de La Romana enviadas allí para ayudar a Napoleón -entonces aliado de España- a doblegar a los británicos. Los mismos que luego sacarían a esas tropas de allí, para unirlas a las fuerzas patriotas españolas, en cuanto La Romana supo de la traición napoleónica en Madrid…

Así se reflejó en la vida de Josefa de Aguirre Yoldy y Bouligny, la Historia de aquella convulsa Europa en la que España y Rusia se convirtieron en avisperos bélicos, donde las grandes ideas de Napoleón vinieron a estrellarse contra la realidad. Así, cuando ella era ya casi una quinceañera, será testigo de la caída definitiva del ídolo en la Batalla de Waterloo de 1815.

En 1821, cuando en España triunfaba una revolución liberal, prácticamente única en su género en aquella Europa absolutista, Josefa se casaría en su Copenhague natal con un caballero holandés -una potencia que se contaba entre las victoriosas en Waterloo- llamado Edgar Willem de Coopmans. De esa unión nacerá el IV y último conde de Yoldi al que le perseguiría la alargada sombra de la Europa napoleónica igual que a sus padres. Aunque también sin consecuencias fatales.

Según los datos del discurso de ingreso de Iñaki Garrido Yerobi, Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi -nacido de ese matrimonio celebrado en 1821 en la capital danesa- era, a mediados de siglo, en 1857, conde de Yoldi reconocido no sólo en España sino en el Imperio austriaco -otra vez se cruzaba en la vida de los Yoldi, madre e hijo, otro gran vencedor de Napoleón- y teniente de fragata de la Marina de ese imperio con sede en Viena. Nada raro si consideramos que los Yoldi habían obtenido su título, a comienzos del siglo XVIII, por los buenos servicios prestados a la causa del pretendiente austriaco, contra Felipe V, durante la Guerra de Sucesión española.

Veleidad partidista que, como las de muchos otros, sería perdonada por el bando borbónico a partir del tratado de 1725, por el cual España buscaba la alianza austriaca con el fin de -como se diría coloquialmente- dar un aviso a navegantes a una Francia que no parecía darse por enterada de que el apoyo de la corte de Madrid le era esencial…

Todos esos avatares de alta política europea fueron los que, finalmente, llevaron al teniente de fragata Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi cerca de un escenario que normalmente asociamos con películas “del Oeste”. Como “Veracruz” o “El Cóndor”. O con magníficas series de cómic como la del teniente Blueberry de Jean-Michel Charlier y Jean Giraud o la de Mac Coy de Pierre Gourmelen y Antonio Hernández Palacios.

En efecto, según parece, el teniente Coopmans y Aguirre de Yoldi, IV y último conde de Yoldi, acabará agregado de algún modo a la corte de Maximiliano de Habsburgo en México. El objetivo de la misma era tratar de hundir la república liberal de Benito Juárez y, aprovechando la debilidad de unos Estados Unidos divididos en la Guerra de Secesión, conseguir que Napoleón III incrementase un imperio más grande y sólido que el de su tío. Difunto en Santa Elena el mismo año en el que los padres del teniente Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi se casaban en Copenhague.

Finalmente esas esperanzas de Napoleón III se mostraron tan vanas como las de su tío putativo. El imperio mexicano de Maximiliano se derrumbó como un castillo de naipes. Pese a los millares de soldados franceses enviados allí, la crema de aquel Ejército francés con el que una Francia rediviva reverdeció laureles imperiales y participó en exitosas guerras como la de Crimea contra los rusos o -avatares de la Alta Política otra vez- contra los austriacos en Italia, apoyando la reunificación italiana y mezclándose con revolucionarios de la estirpe de Giuseppe Garibaldi.

De aquel inmenso tiroteo, sin embargo, parece ser que consiguió escapar ileso aquel teniente de fragata, descendiente de un linaje de navarros que habían obtenido un título de condes de Yoldi.

En efecto, según los datos que Iñaki Garrido Yerobi ha reunido pacientemente, Alfonso de Coopmans y Aguirre de Yoldi no siguió la triste suerte de Maximiliano I, capturado, juzgado y fusilado por los juaristas, y murió tras una larga y provechosa vida en la idílica -y hoy cara- ciudad de Como en Italia, en el año 1904.

Tal vez debió ser cosa de la buena estrella familiar que, como vemos, había estado sobreviviendo a todos los vaivenes políticos y bélicos europeos desde principios del siglo XVIII y a sombras tan alargadas como las de Napoleón Bonaparte o Benito Juárez…






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