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lunes, 4 de mayo de 2015

El País sin Nombre se Desbarata

El país sin nombre, ese país creado ex-profeso para la creación y acumulación de riqueza por parte de unos cuantos a costa de la esclavitud de los pueblos de África y el exterminio de los pueblos del norte de América.

Un país bastardo cuyos founding fathers en su prisa por lanzar sus destacamentos de mercenarios to the wild west (Mexico included) se olvidaron incluso de ponerle nombre, transicionando la nomenclatura de un medieval "trece colonias" a un ilustrado "estados unidos", enajenando en el proceso la designación de todo un continente.

Ese país sin auténticos héroes donde los afroestadounidenses, descendientes de aquellos esclavos, piensan que Abraham Lincoln es un prócer cuando en realidad no fue mas que el artífice de la evolución del capitalismo al abolir la esclavitud para así adaptar la cuantiosa mano de obra del país a las necesidades de la explotación del hombre por el hombre que imponían el rápido desarrollo industrial y el incipiente actividad financiera.

Un país donde incluso el gran lider de los afroestadounidenses, Martin Luther King Jr no era mas que un reformista, jugando dentro de los límites impuestos por el capitalismo ya en las primeras etapas de la globalización y dentro del marco de la Guerra Fría, con Washington empecinada en exterminar el modelo comunista de la Unión Soviética. Luther King Jr nunca entendió lo anterior, solo lo entendió Malcolm X, quien apenas comenzaba a librarse de las ataduras de la religión para dar pasos firmes en la reconfiguración de la emancipación de su gente para hacerles ver que lo suyo se circunscribía en la lucha de clases cuando fue abatido por el misógino lider de su secta musulmana.

Washington supo desarticular el viraje de la comunidad afroestadounidense hacia la izquierda. Erigió a Martin Luther King Jr como un gran héroe de los derechos civiles, impuso medidas mendaces como la denigrante Affirmative Action, las cuotas y los delitos raciales, entre otras.

Hoy, la mayor parte de los afroestadounidenses viven ajenos a los ideales emancipadores de la izquierda, felices con que en los canales de televisión haya programas solo para ellos, que en películas y series televisivas se haga valer la cuota de minorias cubriéndola exclusivamente con artistas de su comunidad, que los medios de comunicación masiva constantemente utilicen música de rap y hip-hop en su publicidad. 

Descrito el panorama anterior, y usando como hecho puntual lo que está sucediendo en Baltimore, les presentamos este reportaje publicado en Gara:



Múltiples fracturas en los Estados Divididos de América

La revuelta de Baltimore ha vuelto a poner en agenda la brutalidad policial y los agravios raciales en EEUU. Pero Baltimore es un síntoma de otra enfermedad: la que asola a un país dividido, con una economía en declive y con mucha pobreza estructural.

Mikel Zubimendi

La muerte de Freddie Gray tras una severa lesión de médula espinal mientras estaba detenido en Baltimore tiene conexión con la de Michael Brown en Ferguson, Misuri. Y con la de Tamir Rice, un chaval de 12 años tiroteado mientras jugaba con una pistola de juguete en un parque público de Cleveland, Ohio. También con la de Eric Garner, que fue ahogado hasta la muerte por vender cigarrillos en una calle de Staten Island, Nueva York, y las de Trayvon Martin en Sanford, Florida; la de Rekia Boyd en Chicago, Illinois; Jordan Davis en Jacksonville, Florida o Eric Harris en Tulsa, Oklahoma. Todas estas trágicas muertes pueden conectarse porque las víctimas comparten un doble vínculo común: fueron víctimas de la brutalidad policial y son afroamericanos.

El uso de la fuerza letal y el comportamiento de la Policía como fuerza de ocupación en barrios empobrecidos es una realidad aceptada en la cultura policial de EEUU. Los disturbios y las revueltas que generan las muertes copan titulares, provocan escándalo y declaraciones de condena o simpatía de personalidades. Pero, normalmente, la conversación se convierte en un debate policial, de orden público. Para muchos importan más los cristales rotos que una médula espinal partida; otros utilizan estas muertes para atacar al oponente político esperando que, poco a poco, los ánimos se calmen hasta que la siguiente muerte vuelva a provocar una erupción de rabia e indignación.

Este problema se ha planteado en términos de raza: los afroamericanos tienen los mayores índices de paro y de adicción a las drogas, un sistema escolar pésimo y una total falta de oportunidades. Para muchísimos norteamericanos ser negro es sinónimo de ser pobre y ser pobre, de ser delincuente. Irónicamente, esta falsa percepción también se da entre los pobres. Pero la brutalidad policial está menos basada en el color de la piel que en ser pobre. Hunde sus raíces en esa brecha entre pobres y ricos que no deja de agrandarse; en millones de americanos enfadados y resentidos por la pobreza, el paro crónico y la falta de oportunidades; en una sociedad, una economía y una política profundamente divididas, con múltiples líneas de fractura, en el marco de un Estado disfuncional. Y ese es un problema que no puede ser solucionado enviando más policías o la Guardia Nacional a las calles, ni tampoco llenando las cárceles de gente.

Hacia el final del sueño americano

La esencia del sueño americano fue que se podía vivir con grandes diferencias entre ricos y pobres siempre y cuando hubiera igualdad de oportunidades para todos. EEUU era un país que decía a sus ciudadanos: «oídme rugir. ¡Soñad el sueño, trabajad duro por él, ganároslo!». Creía que sus posibilidades eran ilimitadas y su capacidad para regenerarse, infinita. Esa era la fuerza motriz del país, era parte de su historia, de su identidad, estaba en su ADN.

Pero el sueño ha demostrado ser una ficción, se ha convertido en una pesadilla que recuerda lo frágil que puede llegar a ser el éxito y cuán amarga la realidad.

EEUU siempre ha sido un país un tanto paranoico, pero ahora está también abatido, sumido en el pesimismo y sin esperanza. El 63% de la población piensa que no le será posible mantener su nivel de vida y apenas un 25% cree en el «American Dream». ¿Cómo es posible que el país esté más dividido y políticamente polarizado que durante la caza de brujas de McCarthy en la década de los 50, las tempestuosas luchas por los derechos civiles de los 60, la divisiva guerra del Vietnam o el escándalo del Watergate? En un país que fue capaz de doblar su economía y los ingresos de sus ciudadanos después de la Segunda Guerra Mundial, o que dejó atrás la Gran Depresión sabiendo que unos dependían de otros, apostando por salir adelante o quedarse atrás todos juntos, ¿cómo ha llegado la gente a pensar que no necesita nada más que su propia habilidad para ganar beneficios, a ese triunfo del yo y conmigo mismo, a tanta codicia en su máxima potencia?

La venenosa polarización del sistema político es una causa entre muchas. Plagado de grupos de presión y odios desparramados, la política en EEUU es incapaz de tomar decisiones consistentes. La parálisis es casi completa. El filibusterismo, como forma de bloquear la capacidad de legislar mediante el debate permanente, ha dejado de ser una excepción en el pasado para convertirse en una regla. Los republicanos lo han usado para torpedear todas las propuestas socialmente más avanzadas de Obama. La demagogia, los discursos de odio que ignoran la globalización y el nuevo mercado internacional del trabajo son incesantes en cadenas como la Fox News. Y como consecuencia, el aislamiento y la xenofobia aumentan.

La solidaridad no es parte del pensamiento norteamericano. «Socialismo» es una palabra sucia y maldita. En EEUU, el capitalismo no es solo eficiente y práctico, sino también moral. Domina el pensamiento sin cuestionarse si el capitalismo sirve a la compactación social o no, nunca está conectado a ninguna métrica para medir el progreso humano. Todo se mide mediante el beneficio. Si quieres tener tu bonus tienes que conseguir tus números. El capital es la única medida valida. Para muchos, los cupones de alimento, las ayudas sociales a los estudiantes o los beneficios de desempleo potencian el parasitismo, y como los parásitos evitan permanentemente todo propósito o razón, deben desaparecer.

El modelo económico de EEUU potencia la segregación social. Hoy un consejero delegado gana 300 veces más que un trabajador normal. En 1950 era 30 veces más. Las compañías están dominadas por inversores interesados en rápidos y grandes beneficios que solo pueden conseguirse disminuyendo la fuerza y los costos del trabajo. Más de 6 millones puestos de trabajo han sido eliminados desde el año 2000. Apenas un 8% de los americanos trabaja en la industria de la manufacturación –la mitad que en 1985–. En la última década la población creció en 25 millones de habitantes, pero no así los puestos de trabajo. El objetivo de crear 100.000 nuevos puestos al mes necesarios para servir a toda esa multitud que quería entrar en el mercado de trabajo ha sido un fracaso.

EEUU es un país con una deuda que casi excede el 100% de su producto interior bruto. Además, el pacto que mantenía con China –EEUU compra productos baratos producidos en China y los chinos invierten los dólares que han ganado en bonos de tesoro americano–, que permitía a lo americanos vivir por encima de sus posibilidades y a los chinos mantener el valor de su divisa artificialmente baja, ya no da más de sí. La relación entre ambos gigantes es muy tensa.

Declive no es sinónimo de colapso

El declive no significa colapso total, un escenario revolucionario, de caos y anarquía en el corto plazo. Una sociedad que ha producido universidades como Harvard, Stanford o el MIT de Massachusetts, compañías como Apple o Microsoft, instituciones como la Metropolitan Opera o el Carnegie Hall no se convierte de repente en una sociedad atrofiada, anquilosada. Claro que sigue habiendo nuevos proyectos, nuevas compañías y, por supuesto, grandes pensadores.

Pero una vez que el declive está en marcha no resulta fácil que cambie de dirección. EEUU es un país que parece letárgico y signos evidentes de ello son la demonización del oponente, la condena del intelecto o que haya desaparecido el debate constructivo.

La globalización y la tecnología han hecho desaparecer millones de puestos de trabajo y la desigualdad de ingresos es un problema que no deja de agrandarse. Y es particularmente agudo en ciudades como Baltimore. Según el U.S. Census Bureau, los ingresos medios de una familia afroamericana de Baltimore son de 33.610 dólares comparados con los 60.550 dólares de una familia blanca. El porcentaje de paro oficialmente declarado –los que llevan años buscando trabajo, en muchos casos, ya ni se apuntan en las listas– entre los jóvenes afroamericanos de entre 18 y 24 años es de un 37% comparándolo con un 10% entre jóvenes blancos del mismo grupo de edad. Y un 24% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.

¿Qué hacer con tanta gente a la que se ha marginado? Ante la imparable reducción de ingresos por familia y el abandono de los servicios básicos, ¿solucionan algo la caza de las clases empobrecidas en absurdas guerras contra las «drogas peligrosas»? ¿Pueden seguir como hasta ahora, encarcelando en el mayor número y porcentaje de la historia de la humanidad? Tendrán que hacer frente a ese gran problema de segregación social intentando nuevas fórmulas que vayan más allá del encarcelamiento masivo. De lo contrario, ese fenómeno tendrá una reacción y eventualmente el mayor problema de EEUU no será geopolítico –sea en Oriente Medio, Ucrania, Rusia o en Asia– sino que será doméstico.

La clase media de EEUU, según un informe de Pew Research Center, ha descendido en un 11%, sus ingresos un 5% y su riqueza total en un 28% en los últimos años. Los pobres, según el U.S. Census Bureau, sobrepasan ya los 50 millones de personas. Necesariamente, la clase media y los pobres, los blancos y los afroamericanos tendrán que unirse y movilizar conjuntamente su fuerza. Solo así podrán echar a políticos corruptos, boicotear negocios que les explotan y aprobar legislaciones que promuevan la igualdad de oportunidades económicas.






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