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jueves, 21 de mayo de 2015

El Vasco Raúl Sendic

Un poco de historia revolucionaria latinoamericana en esta reseña que la escritora Cecilia Arrozarena hace del libro de Daniel Chavarría dedicado a la figura de Raúl Sendic (padre), mismo que ha sido publicado por la editorial Txalaparta.

Aquí la tienen, especialmente dedicada a los uruguayos Lucía Topolansky y Pepe Mujica:

–Hay alguien aquí que me pueda decir qué significa Sendic en vasco? –preguntó Daniel Chavarría en un almuerzo de amigos, la mayoría vascos, en una casa de Santa Fé, al oeste de La Habana.

–Pues a mí no me suena a vasco –opinó uno–, sino a serbio o croata.

–¿No tuvo el Athletic un entrenador que se apellidaba Pavic? –preguntó otro.

–Pero Sendic es vasco –aseguró Daniel–. La familia de Sendic eran todos vascos por parte de padre.

Todos se quedaron boquiabiertos. Pidieron ayuda a dos amigos de Cáseda, que en poco tiempo localizaron la partida de nacimieto del antepasado de Raúl Sendic y toda su línea de descendencia. El bisabuelo nació el 19 de febrero de 1833 en la comuna de Etcharry, Bajanavarra, y se llamaba Jean Pierre Sindicq Etchecopare, hijo de Arnaud Sindicq y Marie Etchecopar, que eran aparceros de la casa Artheix.

¿Qué significaba el apellido? Contiene, obviamente, dos palabras griegas: SYN (con) y DIKE (justicia). En latín medieval el Syndicus significaba ‘abogado’ o ‘delegado de una ciudad’, oficio que surgió durante el Imperio romano con el perfil de defensor civitatis, con la misión de velar por los derechos de los ciudadanos y por los intereses municipales. El síndico, en los siglos XVI y XVII, tenía como función salvaguardar la honestidad y eficiencia del servicio público y era también el responsable de la defensa jurídica de los intereses del Ayuntamiento en cualquier litigio. Ese oficio de síndico se fue perdiendo, diluyéndose sus funciones entre el alcalde, el juez de paz y el interventor. En todas las lenguas de Europa Occidental subsiste el término, pero con significados variados. Al asumir el apellido, los antepasados de Sendic vivirían en la casa Sindicq, que habría recibido tal nombre al construirse la casa del Síndico, aunque vivían en la casa Artheix a mediados del siglo XIX.

En la periodización de la inmigración al Uruguay hay un periodo que se denomina “de los veleros o de vasco-franceses”, ubicable entre 1825 y 1860. En el lapso 1830-1842, el censo de Montevideo realizado por Andrés Lamas, constata la presencia de 17.000 franceses, la gran mayoría de ellos vascos, es decir, franceses por ciudadanía, pero vascos de lengua y cultura. También llegaban contingentes de vasco-españoles, empujados muchos de estos por la derrota de la Primera Guerra Carlista. Hay dos factores importantes a considerar como motivadores de esta avalancha migratoria: por un lado el sistema de herencia que prevalecía en el País Vasco, llamado de mayorazgo, según el cual solo un hijo heredaba la hacienda, que no se podía dividir y repartir entre los hijos; y por otro lado que tanto vascofranceses como vasco-españoles fueron a lo largo del siglo XIX renuentes al servicio militar. De hecho, los vascos de España estuvieron exentos del servicio militar hasta el año 1876, año en que por las insurrecciones carlistas que se sucedían en el país, el Gobierno abolió los fueros. Entonces se dio y duró hasta finales del siglo la emigración masiva de vasco-españoles a Uruguay, siendo este el periodo de inmigración que se llama “de los vapores o de vasco-españoles”, compuesta en gran parte por jóvenes reacios a cumplir el servicio militar.

En el año 1850, los vascos, a pesar de no ser más que el 1% de la población francesa, contabilizaron la mitad de los desertores de Francia. Entre los años 1852 y 1855 hubo 1.311 desertores perseguidos en las tres provincias vascas, además de los jóvenes que no se presentaban. El Gobierno francés negaba el pasaporte a los jóvenes vascos de 18 o 19 años, por lo que no podían viajar a partir de puertos franceses, de manera que acostumbraban a cruzar la frontera y embarcarse en el puerto de Pasajes, vía de salida habitual de la emigración vasco-francesa clandestina al Río de la Plata. Jean Pierre Sindicq Etchecopare fue, seguramente, uno de esos emigrantes prófugos. Incluso pudiera explicarse así el cambio de grafía del nombre, pues pasó a escribir su nombre como Pedro Sendic Etchecopar.

Los amigos de Cáseda fueron a Etxarri a fotografiar la casa Artheix. Les abrió la puerta una señora:

–Es que en esta casa nació el bisabuelo de un hombre importante de Uruguay.

–Ah, en esta casa no. Pero, cerca de aquí –dijo la mujer señalando paisaje con el dedo–, por ahí sí: Bordaberri.

Daniel Chavarría no viene a hablar en este libro de Juan María Bordaberry, sino de Raúl Sendic, descendiente de vascos por parte de padre y de italianos por parte de madre, uruguayo, e incansable luchador por un país nuevo y una humanidad más justa.

Raúl Sendic significó para el Uruguay lo que Ernesto Guevara para América Latina. En pleno Uruguay batllista pasó a la clandestinidad, proponiendo una revolución social que nadie podía pensar fuera posible en aquel remanso de paz política que, sin embargo, encubría y disimulaba demasiada injusticia. Su “regla de oro” para el ejercicio de la violencia revolucionaria consistía en que las acciones debían ser comprendidas por el pueblo y, aunque la gente no compartiera la vía armada, entendiera esas acciones como legítimas desde el punto de vista político.

Las acciones tupamaras tuvieron notable resonancia e influyeron en otras partes, en particular en el País Vasco, donde fueron una referencia de la ETAtupamaros de los años 70. Los tupamaros resultarán atrozmente derrotados en su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas. Pero, realmente, la revolución no se hace triunfando. Lo fundamental es la formación de los sostenes humanos que hacen falta para la construcción de una sociedad nueva, pues son tan importantes los constructores como el edificio que están construyendo.

En ese sentido, Raúl Sendic es un personaje a recordar. Hay un poema escrito en la cárcel para su hijo, Raúl también de nombre, que pondré en prosa:

“Somos creadores, ¡más que natura!, de nuestro ambiente. ¡Nadie nos para! Vamos avante. Somos la gente. Mueren los hombres. ¿Todo termina? No, ¡espera! ¡Mira! Son los relevos. Van adelante. Llevan la vida. Es nuestra vida ¡y va adelante! Vamos los muertos, ¡vamos avante!”

Raúl Sendic formulaba su pensamiento mediante hechos, y pasó por la vida pensando y actuando, forjando hechos con consecuencias. Y los sigue generando póstumamente.




Uf, bisabuelo antimilitarista y él revolucionario de izquierda, para sentirse orgullosos. Al otro uruguayo de origen vasco mencionado en la reseña que nunca lo olvide la historia, para que lo que hizo no se vuelva a repetir.




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