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jueves, 7 de febrero de 2008

Martí y Euskal Herria III

Es hora de presentarles la tercera parte del escrito de Iñaki Gil donde se establece un comparativo entre la experiencia de José Martí y la actualidad política de Euskal Herria, aquí lo tienen:

3. MARTÍ CONTRA ESPAÑA Y EL IMPERIALISMO:

Debemos recordar estas cosas porque a nivel mundial el capitalismo no tiene otra opción que extender la explotación imperialista de los pueblos y el saqueo suicida de la naturaleza. Frente a esta dinámica ciega e irracional en grado sumo, las clases y pueblos trabajadores del mundo no tienen otra alternativa que, por un lado, acelerar el proceso que conduce a la revolución en sus países para instaurar un poder popular, un Estado obrero y una democracia socialista que multiplique exponencialmente las fuerzas emancipadoras y, por otro lado, a la vez, acelerar la liberación nacional, de clase y de sexo-género de las naciones oprimidas, para que creen su propio Estado obrero independiente, asegurado por el poder popular. Sin la independencia socialista de los pueblos, es decir, sin una solidaridad humana basada en la libertad y en el control colectivo de las fuerzas productivas a escala planetaria, es imposible acabar con el imperialismo y detener y revertir la catástrofe ecológica que está llamando a la puerta.

Según el marxismo, en este proceso tienen una responsabilidad enorme las fuerzas revolucionarias de los Estados opresores, colonialistas e imperialistas, que obtienen buena parte de sus ganancias de la explotación de los pueblos que han invadido y que dominan. Según el marxismo, los revolucionarios de las naciones opresoras han de luchar activamente contra la opresión nacional que ejerce su burguesía y, simultáneamente, por la construcción de la “patria socialista” en base al “patriotismo obrero”, que no tienen nada que ver con la patria burguesa y el patriotismo interclasista. Únicamente simultaneando esta doble y misma praxis, se podrán sentar las bases para el desarrollo del socialismo internacional. La construcción de una sociedad nueva es algo mucho más difícil y complejo de lo que muchas izquierdas creían ingenuamente en la primera mitad del siglo XIX e incluso a finales de dicho siglo Martí era plenamente consciente de ello, como luego veremos.

Lo que acabamos de decir es incuestionable en el plano teórico-genérico, pero, siguiendo el método marxista, debemos plasmarlo en análisis teórico-concretos en cada caso. Lo primero que debemos hacer es ubicar el marco preciso de análisis y aquí, de nuevo, recurrimos a Martí releyendo parte de las palabras arriba vistas en el texto sobre los moros en el Estado español:

“Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo (…) Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia”.

Debemos contextualizar estas palabras porque así descubriremos que tienen un alcance teórico muy superior al que aparentan tener tras una simple lectura superficial. Martí las escribió en un texto dedicado a la resistencia de los pueblos del norte de África al imperio español en 1893. Formalmente, Martí no tenía por qué extender su análisis crítico a la interioridad opresora de España, sino que podía haberse limitado a salir en defensa de los pueblos africanos agredidos por el Estado español. ¿Por qué contradijo el método clásico de la “neutralidad”, el de la sociología burguesa, y se metió en problemas de mayor calado? ¿Por qué aplico precisamente el método marxista que exige analizar todas las partes del problema, analizarlas en su interacción, en su movimiento y en sus contradicciones? Pues porque al sufrir el mismo como cubano la opresión imperialista española, al conocer desde dentro al monstruo que le oprimía --como llegó a conocer al monstruo yanqui que luego oprimirá a Cuba hasta la revolución socialista de liberación nacional y que no cejará nunca de agredirla e intentar sumirla en la barbarie burguesa--, tomó conciencia teórica, que no sólo política, de que no podía existir garantía de seguridad e independencia para los pueblos oprimidos por el Estado español si éste Estado, si España, no cambiaba cualitativamente en su esencia interna, si no cambiaba de ser una nación burguesa opresora a ser una “nación justa”. Es innegable que aquí, como en otras cuestiones, Martí es marxista en el sentido de que piensa en marxismo.

Se puede objetar a esta afirmación nuestra diciendo que en el marxismo no cabe argumentos exclusivamente moralistas y eticistas como los tan frecuentemente empleados por Martí, poniendo el ejemplo de la contundente frase de que “La nación empieza en la justicia”, cuando, según esta crítica dogmática, la nación empieza en la dialéctica entre la clase y la identidad cultural. Sin entrar aquí en la fácil contestación de que en el marxismo lo ético y lo económico forman una unidad que a su vez integra a lo cultural, histórico, social, etc., hasta formar la teoría en sí, como sistema dialéctico, y basta leer El Capital para confirmarlo, sin perder el tiempo en estas respuestas y yendo a la segunda parte de la respuesta, debemos dar la palabra al propio Martí que en un texto anterior al que estamos usando, concretamente “Nuestra América”, escrito en 1891, dice tajantemente que:

“El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. (…) Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio (…) Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”.

Por cambio de formas entendemos la continuidad de la dependencia hacia el anterior ocupante, sin cambiar la esencia cualitativa, sin obtener la independencia real y efectiva, sino sólo una independencia formal y aparente que oculta la subsistencia de cadenas explotadoras internas e invisibles y por ello incluso más efectivas a medio y largo plazo. “El cambio de espíritu” es precisamente esa transformación revolucionaria cualitativa, que crea una esencia nueva inexistente hasta ese momento, y que constituye la independencia nacional del pueblo anteriormente oprimido. Que se trata de una realidad nueva viene confirmado de inmediato cuando Martí asume la “causa común” con los oprimidos, con las clases explotadas que no tenían antes ningún poder efectivo en la nación burguesa, y menos aún cuando esa nación estaba ocupada por otra potencia invasora. Esta tesis clasista fundamental no es fortuita sino que reaparece muchas veces en su obra general, y, como hemos visto arriba, será reafirmada en el texto de 1893 al sostener que sólo los “privilegiados” y los “cobardes” pueden permanecer al margen del aumento de la conciencia de los pueblos del Norte de África. La causa común con las masas explotadas cambia cualitativamente la identidad de clase, la decisiva, de la nueva nación ahora ya independiente. Más aún, escribiendo y pensando en las condiciones de la liberación de los pueblos de las Américas a lo largo del siglo XIX, Martí avanza un paso de gigante cuando exige que la nueva nación --los gobernadores-- ha de asumir y practicar la lengua y la cultura de las naciones anteriores, las originarias e indígenas, las aborígenes, los indios en sus repúblicas indias.

Con esta contundente afirmación, Martí se adelanta a muchas de las reflexiones actuales y plantea el meollo de un problema estructural decisivo para la emancipación socialista y comunista de la humanidad: ¿cómo asegurar la (re)construcción de las antiguas culturas nacionales preclasistas y precapitalistas en el proceso de extinción del capitalismo y de las clases sociales? La respuesta de Martí --vital para todas las naciones oprimidas pero especialmente para las “originarias”, entre la que está la nación vasca-- es plenamente marxista: aprendiendo a hablar y a usar esas culturas, no reduciéndolas a guetos de especialistas académicos en “lenguas muertas”. Además de esto, el reconocer la existencia de “repúblicas indias” --¿y de una “república vasca”?-- indica, primero, que se reconoce su existencia plena como tales y, segundo, con ello mismo se plantea otra reflexión crucial: ¿qué relaciones tienen que existir entre la forma-Estado y las repúblicas indias en el proceso de avance al socialismo que, por ello mismo, ha de ser el proceso de autoextinción histórica del propio Estado obrero?

No podemos profundizar ahora en esta vital reflexión que adquiere mayor trascendencia conforme pasan los años y se agudizan todas las contradicciones imperialistas. Sí podemos imaginarnos algunas de sus derivaciones teóricas y prácticas al volver a las últimas palabras de la cita: “Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”. Odios inútiles son los provocados deliberadamente entre las clases trabajadoras para fortalecer la explotación, opresión y dominación en cualquiera de sus expresiones. Martí está defendiendo la existencia de un poder popular capaz de reprimir a quienes manipulan la conciencia colectiva en todos los sentidos de la palabra, especialmente cuando no se dice la verdad al pueblo. ¿Dictadura del proletariado encubierta y democracia socialista descubierta? En el fondo sí, porque en todo régimen burgués la manipulación y la mentira tienen absoluta impunidad siempre que se usen para fortalecer la explotación social, y sólo son controladas y reprimidas aunque no siempre cuando se usan en querellas intestinas a la clase dominante, poniendo en riesgo su dominio. El imperialismo tiene absoluta libertad para manipular y mentir sobre todo lo que quiere, y el pueblo cubano es uno de los que más padecen esta estrategia sistemática y global aplicada por los EEUU. Euskal Herria también padece esa misma presión imperialista por parte española y francesa.

En realidad, lo que aquí está diciendo Martí es que dentro de toda nación existe una lucha por la verdad en su sentido pleno, por el derecho a conocer lo que sucede, a debatir y a pensar colectivamente para esclarecer todas las problemáticas evitando así la manipulación y la mentira. Martí está defendiendo en la práctica la misma concepción del hecho nacional que la marxista, cuando ésta sostiene que dentro de toda nación hay dos naciones, la de los explotadores y la de los explotados. La primera, la nación explotadora y dominante, se base en la mentira y la manipulación sobre la nación explotada y dominada que, para defenderse, debe instaurar un sistema que le permita reprimir a los mentirosos y manipuladores, es decir, a las clases poseedoras. La justicia es inseparable de este proceso de autodefensa popular para hacer triunfar la verdad colectiva.

La nación verdadera es así la nación justa, la que lucha contra la injusticia que está siempre fortalecida por la manipulación y la mentira. Aunque Martí no habla de dos de los problemas cruciales para el marxismo como son el Estado y la propiedad privada, tampoco tiene mucha necesidad de hacerlo porque la lógica de su discurso lleva implícita la solución de ambos problemas ya que, por un lado, sin un poder estatal propio, el pueblo nunca puede asegurarse de los suficientes medios de prensa, de leyes y sistemas penales --“la picota”-- como para hacer respetar la justa libertad y necesidad colectivas de conocer la verdad; y, por otro lado, sin el control colectivo de los medios de producción, nunca dispondrá de la prensa suficiente para facilitar esos debates y para ejercitar materialmente la verdad descubierta con ellos en contra de las mentiras y manipulaciones imperialistas.

Partiendo de esta concepción tan sorprendentemente actual y radical, tan imprescindible, podemos analizar más en detalle las implicaciones prácticas que tienen sus tesis sobre el Estado español, sobre España. Recordémoslas un instante: “Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo (…) Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia”. Primero, Martí afirma que España posee cosas obtenidas mediante la violencia, la explotación y la mentira, y que debe “perderlas”, debe devolverlas a sus propietarios anteriores, a los pueblos y clases a quienes se las arrancó sin honor.

Pero no se trata sólo de devolver lo que saqueó sino que debe limitarse a vivir de lo que obtenga únicamente con su “trabajo propio”, es decir, ha de renunciar al saqueo imperialista. La pregunta que surge entonces es: ¿ya se van a resignar las clases dominantes españolas a ver cómo merman sus ganancias al renunciar al saqueo imperialista, y al ver su “orgullo nacional” reducido a la nada tras perder el imperio? La respuesta histórica que será que no, que desde finales del siglo XIX hasta comienzos del siglo XXI el bloque de clases dominante se ha negado a perder esas sobreganancias extraordinarias obtenidas mediante el saqueo imperialista, y que ahora mismo, con la “democracia”, una de las obsesiones de todos los gobiernos españoles, sean del PP o del PSOE, es la de “recuperar el lugar que a España le corresponde en el mundo”, es decir, aumentar su fuerza imperialista.

Además, Martí exige que ha de acabarse con un ejército que sólo sirve para dar sueldos a los segundones de las clases ricas, esa “gentuza traviesa”, y para enrolar a la fuerza a un pueblo infeliz. La pregunta que surge entonces es: ¿puede resignarse el Estado español a debilitar de esa forma su decisivo instrumento de opresión como es el ejército, teniendo en cuenta además que con ello, por un lado, deja sin trabajo a los más inútiles de entre las clases ricas, y por otro deja libres a las clases explotadas, sin poder adoctrinarlas intensamente en la ideología dominante pues esta es otra de las tareas del ejército? Sucedió todo lo contrario. Tras la derrota en Cuba y Filipinas, el desaparecido imperio español hizo redoblados esfuerzos por modernizar su ejército aun a costa de endurecer la explotación de las clases trabajadoras y de los pueblos oprimidos dentro del Estado para obtener capitales suficientes para el rearme.

La burguesía española no dudó en pedir la urgente ayuda militar francesa para poder vencer al pueblo amazig o berebere que volvió a rebelarse a partir de 1909 de forma intermitente y que humillaría en 1921 al ejército español en la batalla o “desastre de Annual”, generalizándose una guerra en la que los invasores españoles bombardearon con bombas de gases químicos --prohibidos por la legislación internacional que había firmado también España-- a las poblaciones civiles indefensas. Más tarde, la burguesía española aceptaría el masivo apoyo militar, financiero y en petróleo del imperialismo nazifascista, británico y yanqui, así como el apoyo indirecto del francés en 1936. Con estos ejemplos elementales queremos decir que en ningún momento el bloque de clases dominante español aceptó reducir su ejército, tema al que volveremos.

Si hasta aquí, el Estado español se esforzó al máximo para recuperarse de la pérdida de su imperio, también hizo un esfuerzo desesperado en contra de la exigencia de Martí de que avanzase en la “descentralización” de las “tercas nacionalidades de su origen”. Hay que decir que el revolucionario cubano, independentista, entendía por “descentralización” algo muy diferente al actual sistema de mera descentralización administrativa del Estado español mediante el traspaso de algunas burocracias y prestaciones estatales no decisivas a las “regiones” españolas. Desde que Martí escribiera estas palabras, la historia de las “descentralización” ha oscilado entre el extremo dictatorial de la negación de todo derecho con la represión sistemática, y el centro-derecha con tintes reformistas de algunas concesiones que no ponen en peligro la “unidad nacional española” por ser simples cesiones administrativas temporales supeditadas al poder del Estado, cesiones acompañadas con la represión de las izquierdas independentistas.

Quiere esto decir que en este siglo pasado el Estado español nunca ha dejado de recurrir a la violencia represiva en mayor o en menor grado para defender su dominación nacional e internacional. Las “tercas nacionalidades” que han insistido en reivindicar sus derechos no han disfrutado de un solo momento de respiro democrático. La represión en múltiples formas e intensidades, ha sido la constante definitoria en estos decenios, mientras que las concesiones descentralizadoras otorgadas por los gobiernos centrales han sido meras tácticas transitorias destinadas a obtener el apoyo de las burguesías regionales y autonómicas, dividir a los pueblos trabajadores ocupados y adquirir una legitimidad superior a la que se obtiene con la simple represión a mansalva. Dicha legitimidad tiene la función de ocultar el sistema práctico de explotación nacional que se ejerce bajo la apariencia descentralizadora.


Continúa mañana.

Y les recuerdo, el texto completo puede ser consultado en la página de Rebelión.

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