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domingo, 16 de febrero de 2025

Reconocer la Tortura

Les compartimos esta editorial de Naiz inspirada por la presentación de la Euskal Herriko Torturatuen Sarea en el Kursaal, misma que demanda pasos firmes en el esclarecimiento de los miles de casos de tortura generados por el terrorismo de estado español - a lo que llaman 'guerra sucia contra ETA' - en su criminal obsesión por negar a toda costa los derechos políticos y civiles del pueblo vasco.

Lean ustedes:


Antes o después deberán reconocer cómo torturaron sin piedad a miles de vascos y vascas

En un ejercicio de empoderamiento colectivo, la Red de Personas Torturadas de Euskal Herria se constituyó ayer en el Kursaal con el objetivo de  dar testimonio, reivindicar la verdad y demandar justicia y reparación. Por supuesto, como víctimas de una violación grave de derechos humanos, también exigen que se establezcan garantías de no repetición, para lo que hará falta activar mecanismos eficaces.

Las alrededor de 900 personas que se dieron cita en Donostia pertenecen a generaciones diferentes, provienen de todos los territorios del país, fueron arrestadas por diferentes cuerpos policiales en épocas distintas y en condiciones particulares, algunas militaban y otras no tenían nada que ver, algunas de ellas fueron condenadas por esas militancias y otras ni siquiera pasaron ante el juez… No obstante, todas ellas son la evidencia clara –si es que a estas alturas, además de los policías, los negacionistas y los ventajistas alguien necesitara pruebas–, de que en Euskal Herria la tortura se utilizó de forma sistemática como parte de una estrategia política.

Esas 900 personas son parte de los más de 5.000 casos de torturas certificados por diferentes organismos oficiales. En realidad, son más, pero esa cifra oficial ya es escalofriante para un país diminuto.

Los vergonzosos huecos de la hemeroteca

Es un escándalo que no sea un escándalo cómo se ha torturado en Euskal Herria: de forma masiva, salvaje y sofisticada, silente y desvergonzada, sostenida e impune. Sobre todo, impune. Que sea un escándalo no quiere decir que sea incomprensible. Demasiada gente y entidades colaboraron de un modo u otro con ese sistema represivo; hay mucho que tapar o de lo que avergonzarse. Además, la realidad de la tortura quiebra el relato oficial sobre el conflicto vasco, distorsionado precisamente por esta impunidad.

La tortura es una realidad que todo el mundo conocía, pero ante la que todas las estructuras de poder del país miraban para otro lado, cuando no colaboraban. Un método afinado con el tiempo y la cooperación necesaria de cargos políticos, jueces, médicos y periodistas. Ante la abrumadora comparecencia masiva e inapelable de Donostia, callan todos ellos.

El cuento de desmanes aislados de policías que perdieron el control nunca tuvo ni pies ni cabeza, pero con el tiempo ha quedado como otra prueba de la crueldad, la desvergüenza y la irresponsabilidad de los torturadores y de sus jefes.

La legitimación de la tortura era la cara B de los pactos que suscribieron los partidos, de la cooperación policial, de cada denuncia descartada por los jueces, de los protocolos no aplicados por los forenses y de los reportajes dictados por «fuentes policiales». En el marco del consenso «antiterrorista» se institucionalizaron los malos tratos a los y las ciudadanas vascas arrestadas bajo incomunicación.

Hora de que las instituciones estén a la altura

Los poderes del Estado deben reconocer lo sucedido. Su negacionismo les debilita ante la sociedad vasca, más ahora que la Red va a difundir las demandas de verdad, justicia y reparación. Las instituciones vascas, especialmente los Gobiernos de Gasteiz e Iruñea, deberían estar a la altura; tarde pero a la altura. Hay una interpelación a los lehendakaris Imanol Pradales y María Chivite para que adopten una visión que respete a las víctimas y oficialicen mecanismos integrales que den una respuesta a estas demandas justas.

Los actos de reconocimiento son un paso positivo que se debe desarrollar. La sociedad vasca tiene una deuda con las personas torturadas que, en un acto de generosidad, plantean hacer de sus traumas y dolores una fuerza colectiva para reconstruir la verdad, la convivencia y la libertad.




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