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miércoles, 6 de febrero de 2008

Martí y Euskal Herria II

Aquí tienen la segunda parte del texto de Iñaki Gil con respecto a José Martí y Euskal Herria:

2.- IDENTIDADES ENTRE CUBA Y EUSKAL HERRIA:

¿Por qué y para qué se puede aplicar el método de Martí, fallecido en combate con el ejército español en mayo de 1895, desde Euskal Herria y en el convulsionado mundo capitalista de 2008? ¿Más aún, hay un método exclusivo de Martí o éste es parte del método general que la humanidad explotada ha ido creando a lo largo de los siglos de sufrimiento? ¿Es el concepto martiano de “Guerra necesaria”, por citar uno sólo, una rareza exótica de este revolucionario o es parte de una reflexión y de una praxis mucho más amplia, prolongada y sistemática en la historia de las resistencias humanas a la injusticia?

Estas y otras interrogantes se nos amontonan a muchas vascas y vascos en estos momentos en los que todas las contradicciones capitalistas bullen al máximo de su capacidad destructiva, especialmente contra los pueblos oprimidos que carecemos de un Estado propio, soberano e independiente que nos ayude superar los problemas y a relacionarnos con los demás pueblos del mundo en base a los principios del internacionalismo socialista. En situaciones críticas como ésta, como la actual, es más necesario que nunca proceder a la doble y misma tarea de estudiar el presente y prever el futuro buscando en la experiencia pasada la corrección de nuestras herramientas revolucionarias. Tarea doble y una, dialéctica, porque, de un lado, la acción emancipadora se ejercita en el presente, en el ahora, pero mirando al futuro, buscando incidir en las contradicciones decisivas para orientar su desarrollo hacia la liberación humana, lo que a la fuerza y de otro lado, nos exige comprobar la practicidad material de nuestros conocimientos, su corrección científico-crítica, y esto sólo lo logramos buscando la ligazón objetiva entre las prácticas sociales anteriores de la humanidad oprimida y las nuestras, ligazón objetiva que por ello mismo, a la vez, es ligazón subjetiva, de y entre conciencias que se convierten en fuerzas materiales cuando prenden en las masas y se expresan en las luchas sociales de todo tipo. Tarea dialéctica que lleva a la creación de la verdad como elemento de la praxis. Martí estaba totalmente en lo cierto cuando escribió en marzo de 1892 en su texto sobre “El arte de la pelea” que: “Se pelea cuando se dice la verdad”.

Fuerzas subjetivas que han prendido en los pueblos y que se han materializado en sus acciones revolucionarias. Esto lo sabía Martí, y él mismo estudió el desenvolvimiento de esas fuerzas a la vez subjetivas y objetivas no sólo en las Américas sino en otras partes del planeta, como luego veremos. Quedémonos, por ahora, en las Américas y veamos cómo Martí, con su prosa poética, analizaba la compleja dialéctica de la emancipación de los pueblos en su discurso sobre Simón Bolívar de finales de octubre de 1893:

“Pasa Antequera, el del Paraguay, el primero de todos, alzando de sobre su cuello rebanado la cabeza: la familia entera del pobre inca pasa, muerta a los ojos de su padre atado, y recogiendo los cuartos de su cuerpo: pasa Túpac Amaru: el rey de los mestizos de Venezuela viene luego, desvanecido por el aire, como un fantasma: dormido en su sangre va después Salinas, y Quiroga muerto sobre su plato de comer, y Morales como viva carnicería, porque en la cárcel de Quito amaban a su patria; sin casa adonde volver, porque se la regaron de sal, sigue León, moribundo en la cueva: en garfios van los miembros de José España, que murió sonriendo en la horca, y va humeando el tronco de Galán , quemado ante el patíbulo: y Berbeo pasa, más muerto que ninguno –aunque de miedo a sus comuneros lo dejó el verdugo vivo–, porque para quien conoció la dicha de pelear por el honor de su país, no hay muerte mayor que estar en pie mientras dura la vergüenza patria: ¡y, de esta alma india y mestiza y blanca hecha una llama sola, se envolvió en ella el héroe, y en la constancia y la intrepidez con ella; en la hermandad de la aspiración común juntó al calor de la gloria, los compuestos desemejantes; anuló o enfrenó émulos, pasó el páramo y revolvió montes, fue regando de repúblicas la artesa de los Andes, y cuando detuvo la carrera, porque la revolución argentina oponía su trama colectiva y democrática al ímpetu boliviano, ¡catorce generales españoles acurrucados en el cerro de Ayacucho, se desceñían la espada de España!”

Partiendo de este criterio, que también es el de Martí, como hemos visto, las vascas y vascos actuales encontramos una profunda identidad entre el contexto en el que el Apóstol sacrificó su vida en pos de la independencia de Cuba y el contexto en el que Euskal Herria dio un salto enorme en su autoconciencia nacional colectiva a finales del siglo XIX. En realidad, se trataba de una situación mundial caracterizada por el hundimiento definitivo del imperio español y ascenso del imperialismo capitalista bajo el dominio soterrado aún de los EEUU aunque, en la apariencia, todavía Gran Bretaña semejaba ser la potencia hegemónica. Lo más significativo es que Martí ya comprendió lo básico de la nueva etapa en la que entraba el capitalismo, al decir con sus palabras que éste se agitaba entre “escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo”, en un texto escrito precisamente para denunciar la agresión española a los pueblos del norte de África, texto al que luego volveremos con más detalle. Un ejemplo muy ilustrativo sobre su capacidad de comprensión de lo que se avecinaba nos lo ofrece en la carta del 18 de mayo de 1895 a su amigo Manuel Mercado, en la que refirma su tesis estratégica según la cual la independencia de Cuba puede servir para frenar la expansión de los EEUU por “sobre nuestras tierras de América”. En una primera fase, hasta su efectiva independencia revolucionaria a partir de 1959, la resistencia cubana a la efectiva ocupación yanqui sirvió para restar fuerzas al imperialismo norteamericano; en su segunda, decisiva y actual fase, la existencia de la Cuba revolucionaria es un freno a las agresiones yanquis a los pueblos de las Américas.

Desde luego que en 1893 ya existía en la teoría marxista una suficiente base como para comprender qué estaba sucediendo a escala mundial, pero aún no se habían producido los decisivos avances teóricos sobre el imperialismo que se lograrían unos pocos años después. Quiere esto decir que Martí era consciente de esas transformaciones y que su proyecto revolucionario independentista no estaba basado en la utopía pacifista sino en el conocimiento siquiera básico de lo que ya entonces era lo esencial del marxismo. Recordemos que ya en marzo de 1883, Martí quedó impresionado por el ambiente que reinaba en el homenaje a Marx celebrado en Nueva York a raíz de su reciente muerte. Su bello artículo concluye de este modo: “Karl Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo. Suenan músicas, resuenan cantos; pero se nota que no son los de la paz”.

La debacle del imperio español no afectaba sólo a los dominios exteriores que aún seguía oprimiendo, Cuba, Filipinas y Puerto Rico, sino que también repercutía y muy brutalmente por cierto sobre las naciones que oprimía dentro del territorio estatal: los Països Cataláns, Euskal Herria, Galiza… Sin extendernos mucho ahora, es por esto que existe una muy profunda conexión entre la muerte en combate de Martí a manos de las tropas invasoras españolas, el asesinato a manos de las tropas invasores españolas del dirigente revolucionario filipino Rizal en 1896 y la situación de opresión nacional dentro del Estado español. Martí ya había constatado en 1882 la situación real en estado español al respecto de Catalunya, cuando en su texto “Cataluña contra España” escribió que “Más desamor que amor hay en Madrid para los catalanes. No quiere al resto de España Cataluña, ni es Cataluña querida del resto de España”.

Martí, como Rizal, conocía muy bien la fiera mentalidad imperialista del poder español por haber residido en este Estado durante un tiempo. Había seguido con mucha atención los debates parlamentarios, las diversas propuestas reformistas y reaccionarias sobre qué medidas tomar para impedir la definitiva “desmembración de España”, teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX el bloque de clases dominante en el Estado seguía definiendo a Puerto Rico, Filipinas y Cuba como partes inherentes de España, al igual que la supuestamente “progresista” Constitución de Cádiz de 1812 seguía integrando en España a los pueblos que oprimía en los dos hemisferios, en otros continentes, mientras que no quería resolver ni la esclavitud ni el grado de derechos de sus habitantes. El conocimiento que Martí tenía del decrépito imperio español era tan exhaustivo como el que tenía del expansivo imperialismo yanqui, y en base a él pudo escribir este muy brillante análisis sobre “Los moros en España” de octubre de 1893:

“Y el triunfo puede ser reñido, aunque en contienda como ésta tenga aún España a su favor lo mismo que le cuelga y la roe, que es el carácter dominante y aventurero, agrio aún de las derrotas de Flandes y de Ayacucho. Donde hay pelea injusta, allí está España. De México salió, porque un catalán de corazón, Prim, tuvo de consejero a un varón angélico, el asturiano Anselmo de la Portilla: pero ¿dónde más fue justa, o peleó para el bien humano, o reconoció a tiempo su error? Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo. ¿Qué España nueva es esa que hoy ahogará en sangre al moro, a quien en cuatro siglos no ha dado más que una iglesia vieja, y mañana pretenderá, aunque en vano esta vez, ahogar en sangre la aspiración y cultura superior de Cuba? Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia. Reñido decíamos que puede ser el triunfo: porque en los rifeños no arde sólo ahora el agravio de ver profanada con un reducto español la tierra de su cementerio, ni la venganza por la guerra que tuvo su cantor en aquel Alarcón que aborreció tanto a América, ni el indómito afán de ver libre de extraños inútiles su peñasco; sino que por toda la gente mora, y por el Norte todo africano, cunde, más briosa a cada nuevo ímpetu, la idea, sólo para los privilegiados y cobardes apagada, de ligarse, con su fe a la cabeza, contra los pueblos que, del brazo de sus falsos señores, de los afrancesados e imperialista y olanos de la morería, se dividen y reparten, sobre el cadáver de la raza, las tierras donde de siglos atrás se vienen afinando su belleza y bravura. Es la nación lo que está detrás del Riff, y la fe, y la raza. Lo del Riff no es cosa sola, sino escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo. Seamos moros: así como si la justicia estuviera del lado del español, nosotros, que moriremos tal vez a manos de España, seríamos españoles. ¡Pero seamos moros!”.

Como mínimo, de este párrafo debemos destacar ahora tres anotaciones fundamentales. Aunque las dos primeras las analizaremos más adelante, vamos a citarlas ahora. Una es la directa referencia al Estado español en su naturaleza de Estado explotador e injusto, con las exigencias revolucionarias que Martí plantea. La segunda es su igualmente directa referencia a la escisión clasista interna a los pueblos del Norte de África al sostener que sólo los “privilegiados”, es decir, las clases propietarias, y los “cobardes”, pueden no sentir el ideario de liberación nacional que recorre en esos momentos a sus pueblos. La tercera, es la consigna de “¡Pero seamos moros!”, que nace y se basa en que los pueblos norteafricanos sufren la injusticia española tiene una valía universal e imperecedera porque refleja la solidaridad internacionalista que une a los pueblos. Martí está aquí adelantando de manera magistral el internacionalismo del Ché y de la revolución cubana. Pero este internacionalismo es a la vez una profunda llamada a la igualdad más elemental y democrática entre los pueblos y entre las culturas, por muy diferentes que semejen si nos limitásemos al color de su piel. Un poco más adelante volveremos sobre el contenido premonitorio de estas palabras, ya que para nosotros los vascos y vascas son de una actualidad sorprendente y en base a ellas, a su internacionalismo y a su corrección histórica sobre lo que es España, es por lo que nos arrogamos el derecho de explicar la situación que padecemos.

Fue esta capacidad de entender la naturaleza explotadora de España la que le permitió resolver tan pronto el problema presentado por el imperio español a los revolucionarios cubanos cuando el gobierno de Madrid reconoció formalmente los derechos de los negros en la Isla con el objetivo de ganarlos para su causa y oponerlos a la independencia de la Isla. Martí en su texto Mi Raza, de abril de 1893, que:

“En Cuba no hay nunca guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre”.

Los vascos sabemos mucho de las maniobras de los gobiernos españoles para dividir a nuestro pueblo, para hacer creer a los emigrantes que la independencia de Euskal Herria les traerá la desgracia y el dolor, y que la futura independencia vasca les obligará a abandonar nuestro país, al que han venido en busca de trabajo y mejor vida, para volver al atraso y a la pobreza. Cada vez que hay elecciones importantes, la prensa española airea ese mentiroso mensaje buscando movilizar contra el pueblo vasco a esos emigrantes y desprestigiar por “racista” a las reivindicaciones nacionales vascas. Los gobiernos españoles no han aprendido la lección bien pronto advertida por Martí y que fracasó en Cuba. No lo aprendieron entonces, desde luego, como tampoco supieron apreciar el contenido de las palabras escritas por Martí dos años después, en marzo de 1895. Nos estamos refiriendo al imprescindible Manifiesto de Montecristi redactado por Martí y firmado conjuntamente con M. Gómez:

“En los habitantes españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primera guerra, espera hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa neutralidad o tan veraz ayuda, que por ellas vendrán a ser la guerra más breve, sus desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos padres e hijos. Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se la respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia, y vicios políticos de la tierra propia. Éste es el corazón de Cuba, y así será la guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá verdaderamente la revolución? ¿Será el ejército, republicano en mucha parte, que ha aprendido a respetar nuestro valor, como nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulsos a veces de unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las ideas de humanidad, contrarias a derramar sangre de sus semejantes en provecho de un cetro inútil o una patria codiciosa, los quintos segados en la flor de su juventud para venir a defender, contra un pueblo que los acogería alegre como ciudadanos libres, un trono mal sujeto, sobre la nación vendida por sus guías, con la complicidad de su privilegios y sus logros? ¿Será la masa, hoy humana y culta, de artesanos y dependientes, a quienes, so pretexto de patria, arrastró ayer a la ferocidad y al crimen el interés de los españoles acaudalados que hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquél con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la guerra con toda su fortuna? ¿0 serán los fundadores de familias y de industrias cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y como el cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin miramiento por la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el régimen de España amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la tierra que de tristes rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una prole capaz de morir sin odio por asegurar al padre sangriento un suelo libre al fin de la discordia permanente entre el criollo y el peninsular; donde la honrada fortuna pueda mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra, y el hijo no vea entre el beso de sus labios y la mano de su padre la sombra aborrecida del opresor? ¿Qué suerte elegirán los españoles: la guerra sin tregua, confesa o disimulada, que amenaza y perturba las relaciones siempre inquietas y violentas del país, o la paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino con la independencia? ¿Enconarán y ensangrentarán los españoles arraigados en Cuba la guerra en que puedan quedar vencidos? ¿Ni con qué derecho nos odiarán los españoles, si los cubanos no los odiamos? La revolución emplea sin miedo este lenguaje porque el decreto de emancipar de una vez a Cuba de la ineptitud y corrupción irremediables del gobierno de España, y abrirla franca para todos los hombres al mundo nuevo, es tan terminante como la voluntad de mirar como a cubanos, sin tibio corazón ni amargas memorias, a los españoles que por su pasión de libertad ayuden a conquistarla en Cuba, y a los que con su respeto a la guerra de hoy rescaten la sangre que en la de ayer manó a sus golpes del pecho de sus hijos”.

El imperio español no prestó atención a estas palabras, sino que se lanzó con una furia brutal y asesina a exterminar toda posible resistencia cubana, recurriendo a métodos tan inhumanos y salvajes como las deportaciones masivas de la población campesina que era amontonada en campos de concentración en donde morían a millares por enfermedad y hambre. Un método genocida que asesinó a decenas de miles de cubana y cubanos de todas las edades, destinado a cortar de raíz no sólo los contactos entre las masas campesinas y el ejército revolucionario impidiendo todo suministro y ayuda, sino a la vez buscaba paralizar por el terror y el miedo pánico el ascenso de la conciencia nacional cubana, independentista. Los ocupantes españoles fusilaban en el acto a quien encontrasen deambulando por el campo, aunque fuera un campesino andando en sus propias tierras. En realidad, la respuesta heroica del insurrecto pueblo cubano a las atrocidades españolas confirmaron lo que ya había adelante Martí en su texto “Tres héroes” nada menos que en 1889 al escribir que la:

“Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permiten que pisen el país en que nació, los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado”.

Cuba es la honradez.

En Euskal Herria, como en aquella América, desde hace mucho tiempo se debe pagar un alto precio por hablar, pensar y ser honrado. Recientemente se están endureciendo las restricciones de todo tipo que encadenan la honradez, el derecho de expresión y el simple ejercicio del pensar. La sentencia del Proceso 18/98 con altísimas penas de cárcel contra muchas personas que no han realizado ningún acto violento, que sólo han ejercitado el derecho y la necesidad de pensar y practicar la honra y de defenderla con argumentos, hablando, muestra cómo el Estado español endurece sus leyes, amplía su arsenal represivo y pisotea los derechos humanos. El Proceso 18/98 va dirigido contra la demostrada capacidad de autoorganización desde la base que ha desarrollado el pueblo vasco para avanzar en su construcción nacional. El Proceso 18/98 no fue abierto contra militantes de ETA sino contra personas que no practicaban ninguna forma de violencia política de respuesta o defensiva, como queramos definirla, sino contra colectivos, grupos, movimientos y asociaciones pacificas. Los observadores internacionales que han asistidos perplejos y desconcertados a la farsa judicial han salido escandalizados por la total vulneración de los mínimos derechos admitidos hasta por el sistema judicial burgués.

Sin embargo, el Proceso 18/98 no es un acto aislado de venganza y rabia, sino un paso más en una doctrina represiva global en la que se insertan otras medidas dictatoriales como la Ley de Partidos Políticos --que permite la ilegalización de la honradez--, las leyes que amparan la tortura como vesania institucionalizada que se está multiplicando en los últimos tiempos, las leyes que prohíben actos públicos y, por no extendernos, la larga trampa oculta bajo la careta de una supuesta “negociación” entre el Gobierno del PSOE con ETA y simultáneamente entre casi todas las fuerzas sociopolíticas vascas a excepción de la derecha neofascista y fascista, del PP en suma. Definimos como una “larga trampa” estos contactos porque, efectivamente, lo que se ocultaba dentro de las promesas del PSOE no era otra cosa que el intento de división y derrota del independentismo vasco al llevarlo a un callejón sin salida. El Estado español pretendía generar grandes expectativas e ilusiones desbordadas en una amplia masa social que, según pensaba, debería estar al borde del agotamiento tras tantos años de represión implacable. Una vez acariciada la solución, de repente el PSOE empezaba a echarse para atrás, retrasando el cumplimiento de sus obligaciones pactadas, y, como los pescadores, daba cuerda al anzuelo, creyendo cansar y confiar aún más al oponente para, de súbito, volver a estirar con demoledora fuerza. Con este tira y afloja el Estado espera destrozar a ETA, a la izquierda independentista y sembrar el derrotismo en amplios sectores populares. Se equivocó al igual que antes se habían equivocado todos los gobiernos españoles.

Al cerciorarse de su fracaso estrepitoso y hasta ridículo, la socialdemocracia española ha hecho lo único que saber hacer con alguna eficacia: detener, torturar, instaurar la cadena perpetua de facto, endurecer todavía más las ya muy duras condiciones carcelarias que llegan a ser en muchos casos sistemas de exterminio psicológico colectivo e individual. Del mismo modo en que tras cuatro años de gobierno “socialista” en el Estado español ha aumentado la distancia socioeconómica entre las clases, la distancia en derechos prácticos y concretos, ha aumentado la pobreza relativa y han disminuido todos los indicadores de asistencia social y pública en beneficio de las privatizaciones que enriquecen aún más a la burguesía, de esta misma manera, en cuatro años se ha retrocedido manifiestamente en los derechos de las naciones que oprime el Estado español, se ha recortado mucho la descentralización administrativa y se ha recentralizado burocráticamente el Estado dominante, con su nacionalismo español imperialista, el mismo que mató a Martí y a decenas de miles de cubanos. Donde más crudamente se ha materializado el retroceso en estas cuestiones decisivas, ha sido en la parte del pueblo vasco bajo dominación española, en donde se ha recrudecido la tortura, las ilegalizaciones y prohibiciones de todo tipo.

Para comprender más en profundidad las perspectivas de futuro no solamente para Euskal Herria y el resto de naciones oprimidas, sino también para el propio Estado español y, de hecho, para todos los Estados que anclan buena parte de su estructura en la dominación de otros pueblos, además de en la explotación de su propia clase trabajadora, para avanzar en este imprescindible “camino de verdad”, el método y el pensamiento de Martí nos ofrece enormes posibilidades. Antes de seguir, recordemos que una de las características del capitalismo desde su origen es la del papel central que cumplen los Estados asegurando las condiciones de reproducción ampliada de capital; que una de las condiciones para esta acumulación ampliada es la de disponer de un espacio material y simbólico en el que pueda asentarse físicamente la realización del beneficio, es decir, el marco estato-nacional burgués; que la opresión, dominación y explotación de otros pueblos ha sido y es imprescindible para el desarrollo capitalista y que de no ser por ella, muy difícilmente se hubiera producido el salto del capitalismo comercial al industrial, y del colonialismo mercantil al colonialismo financiero y al imperialismo; que este proceso de saqueo mundial sistemático y creciente desde la segunda mitad del siglo XV en adelante, ha ido unido a la formación simultánea del nacionalismo burgués eurocéntrico y racista, esencialmente unido a su marco estatal y a la mitificación tanto de la ideología burguesa del progreso como a la de la civilización occidental y que, para acabar, el imperio español hasta finales del siglo XIX ha sido una de las piezas claves en esta dinámica, bien en su forma expansiva, bien en su momento de auge, bien en su decadencia irreversible, y que en la actualidad el bloque de clases dominante en el Estado español, o sea el poder efectivo y real, decisorio, ha impuesto al PSOE y al PP, tanto da, la tarea de recuperar en lo posible el status del imperialismo español dentro de la jerarquía mundial del imperialismo capitalista.
Continúa mañana

Recuerden, el texto completo puede ser leído en Rebelión.

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